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Capítulo dieciocho

-ˋˏ ༻ 18 ༺ ˎˊ-

La nieve había empezado a derretirse en las montañas cuando Aleu se dio cuenta que la temporada de flores había llegado. El aire fresco de esa tarde le llenaba los pulmones con el aroma de la hierba verde que apenas comenzaba a asomar de entre la tierra húmeda. La nieve día tras día iba cediendo más y más; los árboles sacudían sus vestidos blancos y dejaban entrever el verde por debajo.

Le gustaba la primavera. Era su época favorita del año. La primavera era su época favorita, pues cuando vivía en Bahía Kanaaq, solía bajar por la colina de su casa hasta un prado que se llenaba de flores silvestres. Su abuela Kireama tendía a llevarla a pasar las tardes ahí; se sentaban con una manta, y llevaban una cesta llena de cosas deliciosas, como sándwiches de mermelada, galletas de chocolate caseras, y budines de limón.

Incluso su madre disfrutaba de la primavera. Ordenaba que abrieran las ventanas para que el aroma de rosas e iris silvestres inundaran la casa por completo, mezclándose así con el aroma a resina y cedro. Pero sobre todo, su madre amaba las nomeolvides, flores azules y pequeñas que Aleu siempre llevaba a la casa en grandes ramos para que pudiera decorar los jarrones con ellas.

En primavera, su madre dejaba de trabajar tanto. En cambio,  se sentaba a tomar té en el porche con el juego de vajilla de porcelana que llevaba en su familia décadas, con detalles pintados a mano y todo, junto a postres y galletas, pero sobretodo, tartas de limón. A veces, la invitaba a sentarse con ella y Aleu tomaba té a grandes sorbos y se comía solo el relleno de las tartas hasta que las mejillas le quedaban pegajosas. Su madre no se enojaba tanto por sus modales cuando era la hora del té.

Otras veces, si estaba de buen humor, le pedía que tocara el piano. Aleu todavía no dominaba el teclado con tanta destreza como a su madre seguro le habría gustado, pero sin dudas disfrutaba verla tocar.

Aleu inhaló hondo, llenándose los pulmones con el aroma crudo y terroso del río frente a ella. Recogió un par de piedras y empezó a apilarlas hasta formar una cara sonriente.

Mientras que el grupo descansaba cerca de un arroyo con el que se habían cruzado, ella y Joe se habían alejado para pescar. Joe llevaba un montón de días pescando para ellos con una caña y una red que había preparado él mismo. Solía decir que era el mejor pescando, pero ella ya no le creía tanto. A veces, había días que Joe no pescaba nada de nada.

Por el contrario, Aleu sí era muy buena en otras tareas como, por ejemplo, recolectar bayas silvestres. Antes, solía hacerlo todas las tardes junto a su abuela Kireama, y le era muy fácil distinguir cuáles se podían comer y cuáles no. Era algo por lo que siempre la felicitaban, pero ahora nadie le decía nada. De vez en cuando James le revolvía el pelo como si fuera el único gesto capaz de dar.

A Aleu no le hacía gracia que no la notaran. Tampoco le hacía gracia caminar, los pies le dolían mucho, tenía ampollas y Joe decía que su pelo estaba feo. Aleu, todas las mañanas, se esforzaba por peinarlo lo mejor posible utilizando sus manos, arrastrando sus dedos entre el cabello denso y sucio para domesticarlo un poco. Su abuela siempre la peinaba, dejaba su pelo cayendo en bucles, sostenido por lazos y moños.

Aleu miró el río en movimiento y se levantó del suelo, decidiendo que ya no era divertido pescar.

—Aleu, ya lo sabes —Joe la estaba mirando—, no te alejes mucho.

Antes, le había encontrado un buen pasaje en el río para esperar a los cardúmenes que llegasen. Pero llevaba un buen rato parado en medio del río sin nada.

—Ajá, sí.

—Y tampoco hagas mucho ruido, o espantarás a los peces.

Aleu resopló, hastiada.

—¡Que no!

Y, con saltitos como de conejo, arremetió entre la espesura, girando entre sus manos una canasta de mimbre que ella misma había tejido. Ciertamente no era perfecta, tenía varios detalles que solucionar, pero estaba muy orgullosa de ella pues era una de las mejores que había hecho hasta el momento.

Vamos a juntar bayas... Bayas y moras... —cantó en voz baja, para sí misma, mientras se movía al ritmo pegajoso de la canción que había inventado—. Bayas y moras, rosas y rojas...

De pronto, Samuel saltó frente a ella como quien asalta a una presa. El niño sonreía de oreja a oreja como si estuviera a punto de cometer una travesura, y Aleu alcanzó a ver el espacio vacío entre sus dientes, pues se le había caído un diente la semana pasada gracias a una fuerte caída en la que Aleu no había tenido nada que ver, en lo absoluto. Inesperadamente, Sam se lo tomó con más calma de la que ella había esperado, incluso cuando ella se había desatornillado de la risa al ver el agujero distinguido que lo hacía ver tan chistoso, pero entonces Elena había llegado para calmar los ánimos, asegurando que le crecería otro y que, además, por la noche, mientras todos durmieran, un hada —una de verdad, como de los cuentos que leía —, vendría a llevarse su diente a cambio de una moneda.

Ella opinaba que eso no era del todo justo pues a ella esa estúpida hada no la había visitado nunca, y había perdido un total de dos dientes el año pasado. El Hada jamás se acercó a su almohada. Le pareció muy injusto, porque a la mañana siguiente de aquello, Samuel sí recibió cinco centavos que guardaba en uno de sus bolsillos como si fuera un tesoro.

¿Cómo era que el Hada de los Dientes siquiera los había encontrado en ese bosque?

—¿Jugamos a algo? —preguntó el niño, con sus ojos acaramelados destellando con picardía.

Para ser honesta, a Aleu no le agradaba tanto tener que jugar con Samuel. Sam tenía dos años menos que ella y Elena una vez dijo que era muy ruda para jugar, por lo que en ocasiones a Samuel le costaba seguir su ritmo de niña grande.

Personalmente, ella creía que Samuel tan solo era un llorón, pero incluso así, la oferta de jugar un juego nunca dejaba de ser tentadora.

—¿A qué quieres jugar? —dijo, no muy segura.

—¡A los empujes! —Y un segundo después, Samuel arremetió contra ella hasta derribarla en el suelo.

La cesta de mimbre se le resbaló de las manos y rodó lejos de ambos.

Aleu levantó la cabeza, sintiendo un ligero dolor en la zona de impacto y su panza, donde Samuel había aterrizado cual misil. De inmediato ella adquirió un tono rojo en toda la cara y empujó con una patada al niño lejos de ella.

—¿Quién te enseñó ese juego tan tonto? —reclamó.

—¡Elena! —saltó el niño; se veía muy emocionado, al contrario de ella—. Primero tienes que acorralar a la persona y lanzarte sobre ella, justo aquí —Y procedió a dar unos ligeros golpes en su abdomen—. Solo ganas si logras derribarla, y yo te gané.

Aleu inhaló profundamente.

—No es justo, porque ni siquiera sabía a qué estábamos jugando —Trató de explicar, porque Sam era más pequeño y a veces tenía problemas para entender las reglas de un juego—. Así que no ganaste.

—Sí, sí gané —replicó él, muy orgulloso, sacando pecho y todo—. Si te derribo pierdes y yo gano.

Aleu revoleó los ojos antes de resoplar. Ella empezó a levantarse del suelo.

—Pero eso sería trampa porque ni siquiera me dijiste lo que íbamos a jugar —Y se cruzó de brazos, consternada—. Elena ya te dijo que no hay que hacer trampa cuando jugamos.

—Pero yo no hice trampa —insistió con los dientes apretados—, y fue Elena quien me enseñó este juego, así que no puede ser trampa.

—Pero...

Aleu extendió una mano y lo empujó con todas sus fuerzas para derribarlo al suelo y así poder probar su punto.

—Si es así, entonces ahora yo gané —declaró, asintiendo con resolución.

Samuel parpadeó algo conmocionado antes de que toda su cara se congestionara. Ella sintió la necesidad de girar los ojos cuando vio las lágrimas atiborrarse en su mirada.

Tal como dijo, un llorón.

Él nunca aguantaba nada; no comprendía por qué quiso jugar a eso con ella si iba a ponerse a llorar nada más lo hiciera tocar el suelo.

De pronto, el ruido de pasos acercándose los sobresaltó y Joe emergió desde las zarzamoras con cara de pocos amigos. Primero, miró la escena pero rápidamente decidió que el contexto de esta no le importaba tanto, así que negó con la cabeza y centró su gesto acusador sobre ella.

—¿Qué te dije del ruido? —Le dijo con el ceño fruncido—. Sabes que no puedes hacer el mínimo ruido mientras pesco.

—¡Fue Samuel!

El susodicho sorbió su nariz y se limpió la cara con la manga de su suéter.

—¡No, no lo fue! —Le rugió—. ¡Ella se enojó porque le gané y...!

Joe alzó una mano y en seguida Samuel cerró la boca, aunque muy a regañadientes. Sam respetaba mucho a Joe, y antes solía ser muy divertido estar con él pero últimamente Joe no estaba de humor para jugar con ellos nunca. Siempre que se le acercaban para invitarlo y así tener un sabio intermediario, él ponía mala cara, soltaba un bufido y les murmuraba una negativa. Aunque, si Aleu lo pensaba mejor, todos en el grupo estaban de muy mal humor.

—No me importa quién empezó —dijo—. Resuelvanlo ustedes, pero vuelvan con los demás, ¿me oyeron? Necesitamos conseguir algo de comida, o si no...

Y suspiró, como si no tuviera caso ponerse a explicarles a ellos. Él hizo un ademán.

—Largo.

Aleu se apresuró a recoger su canasta y echó a correr con Sam pisándole los talones.

Ella pensó que probablemente Joe estaba enojado sobre algo relacionado a James, pues un montón de días atrás lo había escuchado decírselo a Tony, quién también parecía muy reacio a la idea de su fiel acompañante de viaje. Joe había dicho, con una cara de disgusto terrible, que James era un bendecido. Aleu no sabía lo que significaba, pero todo el mundo lo hacía sonar como algo terrible.

Ella también había escuchado un nombre. Aparentemente algo sobre un hombre apellidado Pierce —ella era muy buena recordando cosas, especialmente esas que no eran de su incumbencia, o eso le había dicho su abuela Kireama una vez— al que todos le tenían miedo, pues cuando trató de preguntarle sobre él a Tony —Tony tenía mucha más cara de saber más cosas que Joe—, él tan solo se estremeció y le gruñó que no se metiera en conversaciones ajenas.

Ella había decidido que le preguntaría a James cuando él estuviera de buen humor, algo que nunca pasó porque últimamente siempre estaba malhumorado y con pocas ganas de hablar.

El grupo estaba alrededor de una creciente. Habían desparramado las cosas en un círculo y Sebastian se había puesto a preparar una fogata; cuando James protestó, Bash solo le dijo que estaban a miles de kilómetros de cualquier jodido rastro de vida humana, pues nadie se internaría en bosques tan agrestes y hostiles a pura voluntad. A ella le dio mucha risa eso, no por la mala palabra, sino por la reacción de James al oírla. Se le había endurecido toda la expresión, con las cejas arrugadas sobres sus ojos y los labios fruncidos con disgusto.

A veces, ver a James molesto era algo divertido.

—¿Joe los echó de nuevo? —preguntó Elena cuando los vio llegar. Iba con los brazos rebosantes de ramas y piñas que seguramente usarían para el fuego.

Los dos asintieron lentamente con la cabeza.

Aleu divisó a James descansando al lado de un roble gigantesco. Él llevaba puesto un suéter mugroso de color hueso, pero su abrigo marrón lo había extendido para tapar sus piernas como una manta. Todavía se estaba recuperando de una herida de bala que había recibido por un cazador en Tok. La herida no fue grave, pero todavía parecía resentido por ello, así que pasaba la mayor parte de tiempo sentado o mirando un mapa.

A Aleu le alegraba mucho que no hubiera muerto.

Aquella noche se habían escapado de los cazadores por los pelos, corrieron a través de una tormenta de nieve que, según Elena, fue lo que los ayudó a perder a los hombres malos. Bash solía discrepar, diciendo que había sido gracias a su distracción lo que los había salvado. A Aleu no le importaba —y sospechaba que al resto tampoco— quién o qué había sido la razón de su exitoso escape, solo estaba feliz de que nada malo hubiera pasado.

Tony también estaba mucho mejor, pero esos últimos días apenas había hablado con alguien que no fuera Joe; se la pasaba transformado, deambulando por el campamento con inquietud. Aleu supuso que era para cuidarlos, aunque Tony no era muy intimidante pues era un coyote algo escuálido y sus garras y dientes no eran muy grandes. Difícilmente podría protegerlos de algo que no fuese un ratón o un conejo.

Ella suspiró y trotó hasta él mientras iba deslizándose el anorak por los brazos. El sol que le golpeaba en la espalda había empezado a generar un molesto escozor en su piel y, día tras día, las primaveras iban tornándose más y más calidad.

—Joe sigue de mal humor —le comentó a James por lo bajo, mientras se concentraba en atar en un nudo las mangas de su abrigo justo sobre su cintura—, y Sam es un tramposo.

—¡Qué no! —protestó el susodicho desde el otro extremo de la ronda.

Aleu levantó la cabeza y le sacó la lengua. Sam se cruzó de brazos y le devolvió el gesto con más ganas.

—Portate bien —rumió James, como si hubiera tenido esta conversación con ella miles de veces—. Sé amable, sé...

—Buena, sí —intervino ella con fastidio—. Ya lo sé, y yo soy buena. Pero Sam no entiende, y...

Él suspiró.

—Hay que ser...

—Paciente, ya sé.

James entrecerró en los ojos como si estuviera enojado, pero Aleu ya se había dado cuenta que era de mentira.

—Han sido días difíciles —le dijo luego con delicadeza—. Míralo así: tienes que ser paciente con Sam, como Joe lo es contigo.

Ella torció el gesto y cruzó los brazos sobre su pecho.

—Supongo. —Bajó la mirada hasta sus pies, que se mecían sutilmente el uno contra el otro—. ¿Tú tienes paciencia?

—Con algunos más que otros.

—¿Y conmigo?

—Todos los días es una lucha —Comentó con una media sonrisa.

Le costó un par de segundos llegar a comprender el chiste —que no le había hecho ni una pizca de gracia—, y cuando por fin lo hizo, se giró para asestar un golpe en su brazo. Él ni siquiera se estremeció.

—¡Ey! —protestó.

Después, mientras sentía los rayos del sol calentarle la cara, le preguntó:

—¿Vendrán buenos días pronto?

Hubo un silencio breve. Ya sabía que a James no le gustaba mucho hablar.

—Pronto... —Tampoco le gustaban las oraciones muy largas—. Espero.

Ella también lo esperaba. Incluso si todos estaban enojados con todos, le gustaba que James no estuviera enojado con ella. Casi era bueno la mayor del tiempo. Sonreía más.

Supuso que, al igual que su madre, James era más feliz durante la temporada de flores. 





































NOTA DE AUTORA

Buenassss, ¿cómo están? Tengo curiosidad, ¿de dónde son? Me ilusiona saber desde dónde me leen 😆 Si no lo sabían, yo soy de Buenos Aires, Argentina, jeje.

Bueno, como habrán podido notar, este capítulo está narrado en tercera persona siguiendo el punto de vista de Aleu, nada más ni nada menos.

La verdad todavía tengo mis dudas sobre esto, pero tenía ganas de experimentar un poco y ver a dónde me llevaba. Sus capítulos no van a ser muchos y tampoco van a ser muy largos; esto porque, al ser el punto de vista de una niña, la visión de la historia está mucho más limitada en ciertos aspectos, aunque al mismo tiempo abre la posibilidad de ver otras cosas que, por el contrario de James, no pudimos ver o apreciar tanto. 

Por el momento puedo anticiparles que leerán a Aleu de nuevo en el próximo capítulo y ya después vamos a volver con James.

(Los capítulos de Aleu van a poder identificarlos por el detalle al principio del capítulo)

Por cierto, un detalle que me gustaría dejarles —por las dudas o por su tienen confusiones— son el tipo de animales que cada personaje es:

JamesCiervo de cola blanca.

Aleu Perro Laika de Yakutia.

ElenaLeona  Transvaal o leona africana.

SebastianCiervo rojo.

JoeLiebre americana.

TonyCoyote.

Bueno, espero que les haya gustado, comenten que les pareció o si ven algún error, y nos leemos pronto (espero) 💕


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