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Capítulo 9

La sede de CamVision se hallaban en el piso de un alto edificio de acero y cristales de color azulado, según le descubrió Max cuando llegaron. Se encontraban en el parque tecnológico Saint Genis Pouilly, muy cerca del aeropuerto internacional de Ginebra. Tomaron el ascensor hasta el piso catorce. En el salón de estar, los estaban esperando Gunther y Vera.

—Mis amigos ya están aquí —comentó Max, para que Kitty lo supiera. Ella iba sujeta de su brazo—. Hola, chicos. Ella es Kitty —dijo él, cuando estuvieron frente a sus amigos—. Kitty, ellos son mis mejores amigos: Gunther y Vera.

Kitty extendió la mano y esbozó una sonrisa. Cada uno se la estrechó.

—Es un placer conocerlos. Les agradezco mucho por pensar en mí para esta oportunidad.

—El placer es nuestro —aseguró Gunther—, Max siempre habla de ti.

—Así es —convino Vera—, hemos dejado de verlo incluso en estos últimos días…

Max enrojeció.

—Consecuencias de chocar conmigo, supongo. Se ha visto obligado a verme con cierta frecuencia.  ¿Es cierto que es buen esquiador o solo lo dice para limpiar su nombre? Tengo la ligera impresión de que no es muy bueno… —bromeó Kitty.

—Esta chica me agrada —repuso Gunther riendo—. Aquí entre nosotros, Kitty, yo soy mejor esquiador que él…

Vera y Kitty se rieron, pero a Max no le causó tanta gracia.

—Me hacía ilusión que se conocieran, pero ahora no estoy tan seguro… ¿Qué más van a decir de mí?

—Kitty, tenemos muchas historias sobre Max —le dijo Vera tomándola del brazo—, pero tendrá que ser en otro momento. Estoy segura de que tendremos tiempo para conversar más adelante. Ahora quiero que conozcas a Mark Larson, el CEO de CamVision y el motivo principal por el que estás aquí.

—Reconozco que tengo mucha curiosidad.

—Pues vayamos al salón de juntas −−propuso la mujer—, ya nos está esperando.

Mark Larson era un hombre alto, de cabello casi blanco, pero de apenas unos cuarenta años. Se acercó al grupo y saludó a Kitty con amabilidad. Ella le extendió su mano, algo que siempre hacía primero, pues le era más fácil que se la estrecharan a ella, que buscar en el espacio una mano que le resultaba imposible ver.

—Es un placer conocerlo, Su Alteza —dijo el hombre dirigiéndose a Max después—. En cuanto supe de su interés por este proyecto, no quise demorar más esta entrevista. Me hace muy feliz que estén aquí.

—Le agradezco mucho. Reconozco que ignoro mucho sobre las nuevas tecnologías puestas en función de mejorar la vida de personas con discapacidad visual, pero es un tema apasionante, del cual me prometo aprender mucho más en el futuro.

Kitty se sorprendió al comprender que Max pretendía involucrarse más en su mundo, pero no dijo nada. Larson los hizo sentarse en el salón de reuniones, que contaba con una larga mesa de cristal.

—CamVision ha apostado por un dispositivo que les permitirá a las personas invidentes o de baja visión, tener una vida mucho más independiente que hasta el momento. Se trata de un dispositivo con cámaras y altavoces integrados, al que hemos llamado CamEye, que se sujeta de manera magnética a cualquier tipo de gafas. A través de la inteligencia artificial, el dispositivo se activa por comando de voz y le permite al usuario leer cualquier tipo de texto, tanto de un libro como de la pantalla de un teléfono; asimismo permite identificar, dentro de un texto, una parte en específico que se desee leer; de igual modo, funciona como un lector de billetes, para que la persona tenga idea qué dinero está recibiendo o con qué billete está pagando; también es una herramienta útil para ir de compras, ya que permite escanear el código de barras de cualquier producto, también permite descubrir el color de las cosas que están a nuestro alrededor, es capaz de escanear medicamentos y de decirle al usuario cuáles tiene en la mano y la fecha de caducidad… Sus potencialidades son realmente grandes.

—Se escucha increíble —dijo Kitty emocionada—, he escuchado de dispositivos que permiten hacer muchas cosas, como apps para el celular, entre otros, pero esto sería novedoso ya que integra en un mismo dispositivo todas las funciones que, de manera independiente, se han ido desarrollando.

—Así es —concordó Larson—, pero no solo eso; aún no le he hablado de una de las funciones más interesantes: el reconocimiento facial. La CamEye es capaz de guardar fotos de hasta cien personas y, cuando la tengas delante, saber que se trata de ella…

—¡No es posible! —exclamó la deportista.

—Si me lo permite, puedo mostrarle el dispositivo.

Kitty tomó en sus manos las gafas, que eran como cualquier otra. Sin embargo, en una de sus patas estaba sujeto el dispositivo.

—Por favor, póngaselas. —Ella así lo hizo—. Hagamos una prueba sencilla. Frente a usted tiene una carpeta. Active el dispositivo mencionando su nombre, luego ponga la carpeta frente a usted y tóquela con el dedo. Luego pida saber el color.

Kitty tomó la carpeta en sus manos, el pulso le temblaba un poco:

—CamEye —tocó la carpeta—, el color…

—“El color es amarillo” —respondió la voz. Kitty no salía de su asombro y Max, a su lado, batía palmas.

—Es increíble —aseguró el príncipe.

—Ahora abra la carpeta. Dentro de ella encontrará una hoja con un texto. Pídale que la lea para usted.

Kitty siguió las indicaciones.

—CamEye, lee para mí.

—“El esquí alpino es una de las modalidades del deporte conocido como esquí. Comenzó a practicarse en los Alpes, de ahí que tenga este nombre. En las competiciones el objetivo es realizar el descenso en el menor tiempo posible, siguiendo un trazado sinuoso marcado por unas balizas especiales llamadas puertas”.

Kitty se puso de pie, maravillada.

—¡Es impresionante!

—Muchas gracias, me alegra mucho que pueda serle útil. Hagamos, por último, la prueba del reconocimiento facial. Como sabía que vendría con el príncipe Maximilien, me he adelantado a grabar una foto suya dentro del dispositivo. En lo adelante, deberá realizar una foto de cada uno de sus familiares y amigos hasta cien, para que pueda poner en práctica el reconocimiento.

Max se puso frente a Kitty, y el dispositivo no tardó en escucharse:

—"Príncipe Maximilien" —dijo.

—Es fabuloso, señor Larson. ¡Lo felicito! —exclamó Kitty encantada.

—Yo también lo felicito, es un excelente dispositivo y sumamente útil. He quedado maravillado.

—El placer ha sido mío, espero que lo disfrute, señorita Meyer. Las gafas aún no salen a la venta, pero es mi regalo para usted…

—Se lo agradezco mucho, pero, ¿cómo puedo retribuirle? ¡Deben ser costosas!

—Me encantaría que pudiera colaborar en el marketing de las gafas, cuando salgan al mercado —expuso Larsen—. A fin de cuentas, usted es una deportista y siendo una joven tan bonita, nadie mejor para participar del marketing…

Ella se ruborizó por completo.

—Cuente con ello y gracias —añadió estrechando la mano del hombre.

Se hizo una pequeña pausa, en la que Kitty agradecía a Gunther y Vera por su intervención, también a Max, así como al señor Larsen. Sin embargo, el príncipe estaba perdido en sus pensamientos, acariciando una idea que ya había tenido, pero que se reafirmaba al comprobar las bondades del dispositivo.

—Señor Larsen, le confieso que estaba algo escéptico. Como ya le digo, no soy una persona que tenga un dominio tan grande de la tecnología en estas áreas. Sin embargo, luego de ver su novedoso dispositivo, me hago la idea de que para usted y para su empresa, no hay nada imposible.

—¡Me halaga mucho, señor!

—No es solo un halago, quiero invertir en su negocio. En Liechtenstein tenemos una pequeña escuela de niños invidentes y me encantaría comprar estas gafas para ellos.

—¡Oh, Max, eso sería maravilloso! —exclamó Kitty a su lado.

—Cuando te conocí, pensé en organizar una charla con ellos, para que comprendieran que son capaces de hacer lo que se propongan. Sin embargo, también tengo una empresa algo grande en manos, que me encantaría acometer con usted…

—¿De qué se trata?

—Quisiera que EyeCam diera el siguiente paso y se convierta en un dispositivo que pueda ser utilizado en el deporte, en especial en el esquí alpino —anunció.

—¡Max! —exclamó Kitty sorprendida. Él le tomó la mano por un segundo.

—Sé que los guías son importantes y que no desaparecerán en un futuro cercano, pero sería genial que tuvieras la posibilidad de esquiar por ti misma, con un dispositivo que fuera capaz de indicarte el camino. Estoy seguro de que muchas más personas invidentes podrán incorporarse al deporte, ya que no necesitarían de un guía, sino que confiarían en sus propias habilidades y en los recursos que la tecnología les brindaría. ¿Has pensado en qué sería de ti si Rudolf se enferma y no puede acompañarte a una competencia? ¿Qué hacer si tu compañero decide dedicarse a otra profesión o simplemente ya no está para acompañarte? Creo que EyeCam puede ser nuestra contribución al esquí alpino mundial.

Ella lo escuchó de manera muy atenta y cuando lo hacía, sus apagados ojos se llenaban de lágrimas. Estaba muy orgullosa de Max, y más aun que un accidente como el que habían tenido, hubiese desencadenado tantas buenas obras en él.

—No sé qué decirte —expresó con voz entrecortada—, salvo que estoy muy emocionada porque pienses así… Jamás pensé que pudieras tener una idea como esta.

—Un sueño como este —le corrigió Max—, del que quisiera que tomaras parte activa. Al igual que Rudolf. Creo que ambos, con su experiencia como equipo, podrán aportarle mucho a este nuevo diseño. Señor Larson, ¿qué dice?

El hombre, también impresionado, se dejó caer en una silla.

—Señor, algo como eso no existe en el mercado…

—Esa es la idea. ¡Crearlo!

—Verá, tendría que reunirme con mi equipo de técnicos. Hay muchos escollos en el diseño que suplir, no es lo mismo integrar un dispositivo a unas gafas ordinarias, que hacerlo a un equipo profesional de esquí.

—Lo imagino, pero estoy seguro de que con tiempo y con el apoyo de Kitty podrán arribar a algunas buenas ideas…

—También está la parte tecnológica. Debe ser un dispositivo capaz de funcionar con una precisión exacta y extremadamente rápido, teniendo en cuenta la velocidad con la que baja un esquiador por la ladera de una montaña… Un descuido y puede estar muerto.

—Ya lo sé —respondió Max, mirando a Kitty a su lado, aun culpable por lo que le había hecho—. Sin embargo, a través de la inteligencia artificial, es posible. El dispositivo podría tener GPS; se le podría integrar el mapa de cada pista de esquí y, sobre el mismo, diseñar una trayectoria que guíe al deportista de manera segura, pasando por las distintas puertas.

—Sí, es una posibilidad.

—¿Puede evaluarse con su equipo y discutirlo? Si nos hace una propuesta viable, le prometo que me encargaré de encontrar el financiamiento para estas nuevas gafas deportivas. Piense que las estaremos diseñando inicialmente para el esquí, pero que luego pueden ser utilizadas en otros deportes que también requieren de un guía, como en el atletismo.

—Es algo bien grande lo que has pensado, Max —le dijo Gunther impresionado.

—Desde que Vera me habló de las potencialidades de las gafas, lo pensé. Quiero que resulte. Muchas personas más podrán practicar deporte, no solo en la élite mundial, sino cualquiera niño o joven, incluso adulto, que desee hacerlo y no tenga quien lo auxilie.

—¡Es algo tan bonito, Max, que hasta yo me siento emocionada! Pensé que estaba haciendo algo bueno mostrándote las maravillas de EyeCam, pero eres tú quien me sorprende siempre estando un paso más adelante —expresó Vera.

—Gracias por traernos aquí, amiga. Entonces, señor Larson —añadió volteándose hacia el hombre en cuestión—. ¿Tenemos un acuerdo?

—Llámeme Mark —respondió el aludido estrechando la mano del príncipe—. Tenemos un acuerdo. Trabajaremos en un prototipo, aunque sería muy bueno hablar con usted, Kitty, para que nos comparta sus impresiones.

—Y las de mi guía —apuntó ella.

—Y las de su guía —convino él—. Luego, cuando tengamos un diseño, nos reuniremos todos para discutirlo con mi equipo. También le traeré un aproximado del presupuesto…

—De acuerdo, iré comunicándome con algunos posibles patrocinadores. Estoy seguro de un proyecto así será de interés de muchas personas amantes del deporte.

—En ese caso, estaremos en contacto.

Los presentes se pusieron de pie y el señor Larson los escoltó hasta el ascensor. Las dos parejas descendieron juntas, debatiendo las potencialidades del proyecto y el éxito que tendría.

—No puedo esperar a contarle a Rudolf —comentó Kitty.

—Puedes llamarlo cuando lo desees. Chicos, ¿almuerzan con nosotros? —preguntó Max, cuando llegaron al estacionamiento.

—Lo siento, Max, pero estamos algo presionados con el tiempo —respondió Vera—. Falta muy poco para la boda y quedamos en encontrarnos con la organizadora esta tarde.

—Por cierto, Max, nos sigues debiendo un nombre… —le recordó Gunther guiñándole un ojo.

Max sabía que lo había dicho con todo propósito, pero él no lo sintió como una presión, sino más bien como una excusa para hacer algo que deseaba.

—Kitty, ¿me acompañarías a la boda de Gunther y Vera?

—¡Ay, sí! —exclamó la novia—. ¡Estaríamos encantados de que fueras!

—Yo… —Ella no sabía qué decir.

—Por favor, te necesitamos −−intervino Gunther−−. ¿Quién si no acompañará a nuestro amigo? Las bodas lo aburren un poco…

—Muchas gracias por la invitación —respondió Kitty al fin.

—¡Hasta pronto! —se despidieron los novios.

Kitty y Max se quedaron a solas en el estacionamiento. Ella se sujetó a su brazo mientras buscaban el auto del príncipe.

—¿Te parece si almorzamos algo y luego regresamos a Vaduz?

—De acuerdo.

Ella estaba perdida en sus pensamientos. No podía negarse a sí misma que Max la había emocionado con su proyecto y sorprendido a la vez con su extraordinaria sensibilidad. El príncipe era una persona demasiado especial, alguien que se había aproximado demasiado a ella en apenas unos días, algo que nadie con anterioridad había hecho.

—Kitty, ¿entras al auto? —La voz de Max la sacó de su ensoñación.

Sin que mediaran palabras, dio un paso hacia él y lo abrazó.

—Gracias —susurró.

Max no se lo esperaba, sabía que Kitty no era tan afectuosa, o si lo era intentaba disimularlo con una coraza de sarcasmo y buen humor que eran propios de su carácter. Aquel impulso era invaluable para él, porque Kitty se estaba mostrando tal cual era. Max la rodeó con sus brazos con cuidado y depositó un beso en su frente.

Kitty se separó de él con lentitud. Buscó a tientas la puerta abierta y se dejó caer en el asiento. La manera en la que lo hizo no fue quizás la más adecuada, ya que aquel simple acto le provocó una punzada de dolor bastante intensa, que la privó del habla y le dificultó la respiración. Max no se percató de ello hasta que estuvo sentado a su lado, con el motor del auto encendido.

—¿A dónde…? —Quería preguntarle dónde prefería comer, pero la expresión de su rostro le hizo comprender que estaba adolorida—. ¿Kitty?

—Se me pasará.. —susurró.

—¿Tienes tus medicamentos? —Ella asintió.

Max tomó la cartera de Kitty y extrajo de ella el frasco de medicamento. Le colocó una píldora en la palma de la mano y le tendió la botella de agua que acostumbraba a llevar consigo. Kitty lo obedeció, sin replicar. El auto comenzó a moverse después y anduvieron por unos veinte minutos por las calles ginebrinas, sin que ella conociera su destino.

—¿Dónde estamos? —le preguntó al comprender que se habían detenido.

—Estamos en mi casa —respondió él.

Y así, sin más preámbulos, Max había tomado la decisión de llevarla a su departamento en Ginebra: aquel que era su remanso de paz, dónde nunca antes había llevado a mujer alguna.

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