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Capítulo 8

2 de enero de 2024

Charlotte no podía creer que Kitty hubiese accedido a salir con el príncipe, nada menos que a Ginebra, solo porque este le tuviera una sorpresa. La madre no estaba de acuerdo con ese plan. Kitty aún no estaba del todo recuperada y, ¿podía confiar en Max? Cierto que se había comportado de manera maravillosa con ellas después del accidente, aunque no podía dejar de pensar que Maximilien estuvo próximo a matar a su hija. Por ello, cuando el príncipe llegó a su casa cerca de las nueve de la mañana, lo hizo pasar para hablar con él, en privado.

Maximilien se encerró con Charlotte en el despacho que esta solía utilizar para escribir. Era un sitio pequeño, bien iluminado y espartano. Max se sentó frente a ella, no muy seguro del motivo de aquella charla, hasta que Charlotte le habló con claridad.

—Maximilien, mi hija es mayor de edad, pero para muchas cosas sigue siendo una niña. Te estoy muy agradecida por el trato y el cariño que nos has demostrado en los últimos días, pero reconozco que me siento algo abrumada con que Kitty se marche a Ginebra contigo, sin estar recuperada del todo, por una sorpresa que ambas ignoramos su naturaleza. Perdóname la pregunta, pero, ¿cuáles son tus intenciones con Kitty?

Max se puso rojo como un tomate. Nunca en su vida se había sentido interrogado de esa manera. Las manos le sudaban y pocas veces había experimentado esa sensación de no poder decir ni una palabra. Comprendía la legítima preocupación de Charlotte y las especiales condiciones de Kitty, pero aquella pregunta lo hacía sentir nervioso.

—Perdóneme si mi entusiasmo provocó cierta precipitación en mí, impidiendo que le explicara con detalle el motivo de este viaje —dijo al fin, más recuperado—. En Ginebra tenemos concertada una cita con el CEO de una compañía tecnológica que ha fabricado unas gafas especiales para invidentes. Si todo funciona como espero, el dispositivo mejorará mucho la vida de Kitty. No he querido decirle nada para no crear falsas expectativas hasta que pruebe las gafas. Por supuesto, no le devolverán la visión, pero la harán más independiente y segura al momento de interactuar con el mundo.

Charlotte se sorprendió al escucharlo. De pronto se apenó por la manera tan directa en que le había hablado.

—Discúlpame, Max —expresó—, me siento un poco avergonzada por la forma en la que me dirigí a ti. Creí que…

—¿Que invitaría a Kitty a una cita?

—Sí, pero comprendo que se trata de algo distinto y te agradezco mucho que hayas pensado en Kitty para esto. Se escucha fabuloso, ¿podrías contarme un poco más?

Max le explicó lo que sabía del proyecto de CamVision, y lo que prometía hacer el dispositivo. Al término de la charla, Charlotte estaba bien emocionada, así que no tuvo más reparos en que Kitty viajara con el príncipe.

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Cuando salieron del despacho, él se la encontró de pie en la sala de estar. Por un momento se quedó petrificado, pues Kitty se veía muy bonita vestida de blanco. Su cabello negro, perfectamente peinado, le caía suelto por la espalda. Pudo apreciar que se había maquillado ligeramente. Se preguntó si lo habría hecho ella o contó con el apoyo de su madre. Se sintió mal por albergar aquella pregunta estúpida en su cabeza. El resultado era que Kitty estaba radiante.

—Hola, buenos días —saludó él. Esta vez no la besó.

—Hola. ¿Mi madre te estaba otorgando su permiso? —bromeó.

—Ey, Kitty, estoy aquí —se apresuró a decir Charlotte.

—Ya lo sé, mamá. —Rio—. ¿Y cuál es el veredicto?

—Claro que puedes salir —replicó Charlotte ofendida—. No eres una prisionera y tienes el suficiente carácter para decidirlo por ti misma. Solo cuídate, de acuerdo. Si te sintieras mal…

—Me voy a sentir bien. —Kitty se acercó a la voz de su madre y le dio un abrazo antes de marchar.

Al salir de la casa, Max advirtió que Kitty sacaba su bastón blanco. En el exterior era más vulnerable.

—Iremos hasta mi auto, puedes tomarme del brazo si lo prefieres.

Ella así lo hizo.

—¿Irás conduciendo tú?

—Sí.

—¿Conduces mejor de lo que esquías? Por favor, dime que sí…

Max soltó una carcajada.

—Te aseguro que conduzco muy bien. También esquío de manera excelente. Recuerdo que te prometí demostrártelo.

Llegaron al auto de Max, que estaba estacionado muy cerca.

—¿Me lo describes?

—Es un Mercedes Maybach, un modelo del año pasado, negro y dorado. Es un buen auto, estarás segura.

—Vaya, se escucha elegante y caro. A mi padre le encantaría ver tu coche. Tiene un Porsche que ama.

Por un instante, Max recordó el Porsche de Lisa que reparó. ¿Había dicho ella en aquella ocasión que era de su padre? Alejó aquel pensamiento, no estaba seguro. De cualquier manera, sería una casualidad. 

—¿Iremos solos?

—Sí.

—¿Y tu equipo de seguridad?

—En un auto que nos seguirá. —Max escoltó a Kitty hasta el asiento del copiloto y la ayudó a montar. Luego le colocó el cinturón de seguridad y cerró la puerta.

Max puso el auto en marcha. Hasta Ginebra eran unas cuatro horas, así que tendrían tiempo suficiente para conversar durante el trayecto.

—¿Mamá fue muy dura contigo? —preguntó de nuevo Kitty cuando el auto se puso en marcha.

—No, me agrada tu madre. Solo quería saber… —No hallaba las palabras adecuadas—. Quería saber cuáles eran mis planes, ya que pensó que tendríamos una cita.

—Y no es así —respondió Kitty, aunque parecía más una pregunta que una afirmación.

—Te tengo una sorpresa, que espero que sea tan buena para ti como me imagino. Se lo expliqué a Charlotte y quedó convencida.

—¿Cuándo me dirás qué es?

—Pronto, cuando lleguemos.

—Me siento avergonzada de que mamá te haya tratado como a un adolescente…

—Ciertamente no estoy acostumbrado a que me interroguen sobre mis intenciones…

—¡Dios! —Kitty moría de la pena tras lo sucedido—. ¡No puedo creer que creyera que tendríamos una cita!

—¿Por qué? —preguntó Max con genuina extrañeza.

—No tiene lógica alguna que alguien como tú salga conmigo —respondió conforme. La naturalidad con la que habló hizo sentir mal a Max.

—¿Alguien como yo? —repitió él—. Soy un hombre, Kitty. Y tú eres una mujer. Y yo salgo con mujeres. Eso te incluye.

Ella se sonrojó. Esperaba que Max tuviese la mirada puesta en la carretera y no en ella.

—Me incluye hipotéticamente —dijo con voz pausada—, pero ambos sabemos que no soy el tipo de mujer con la que saldrías.

—Me juzgas de forma muy severa, Kitty. ¿Por qué no saldría contigo? Eres inteligente, divertida, muy valiente; eres una gran esquiadora, algo que admiro y amo en una mujer, y eres muy bonita cuando no andas en pijama a cuadros… Hoy, por ejemplo, estás preciosa —recalcó con una sonrisa. Ella se estremeció.

—Gracias, Max, aunque creo que esta conversación se ha vuelto un poco extraña…

—Tú comenzaste.

—Lo que dije es que no soy del tipo de mujer con la cual saldrías, no te estaba preguntando sobre nosotros exactamente —le aclaró.

—De acuerdo. Igual mi respuesta es válida, para cualquiera de los escenarios en los que hables. El hipotético o el real. —No podía creer que le hubiese dicho eso. La miró por el rabillo del ojo y la observó ruborizada.

Kitty reunió todo el valor que pudo y esbozó una sonrisa, aunque en realidad estaba muy nerviosa.

—Jamás saldría contigo, Max.

—¡Vaya! ¿Por qué demonios discriminas así a un príncipe? —bromeó, aunque por supuesto que moría de curiosidad por conocer el motivo.

—Lo primero es que valoro mucho esta incipiente amistad y eso me hace sentirme segura. Creo que no la arriesgaría por una felicidad finita, una relación problemática y destinada al fracaso. Lo segundo es que no quiero salir con nadie.

—¿Con cuántas personas has salido?

—Con ninguna —respondió sin inmutarse.

Max estuvo a punto de frenar por la sorpresa, pero por fortuna no lo hizo. Recobró la calma, aunque no había salido de su sorpresa.

—¿Con ninguna? Tienes veintisiete años… Dios —expresó sin poder evitarlo, pensando en todo lo que eso significaba—. Perdona, no quiero decir que eso sea raro… Perdona —se volvió a excusar.

Ella se rio.

—No pasa nada. ¿Con cuántas chicas has salido?

—En realidad no lo sé —admitió.

—Tenemos la misma edad y hemos vivido de formas muy diferentes —reflexionó Kitty.

—Pero tiene que haber habido alguien… —insistió.

—No.

—¿Nadie? Kitty, a uno siempre le gusta alguien…

—Puede ser, sí, pero no sucedió nada en el pasado y tampoco fue una atracción importante por mi parte. Por otra, yo no despierto ese interés en personas que pueden ver. Y en el colegio, los chicos invidentes que conocí me agradaban, pero no al punto de desear salir con alguno. Hubiese querido, de verdad, porque sentía que era la única opción correcta para mí, pero no sentía nada por ellos más que amistad... Luego la escuela se terminó y Rudolf es lo más cercano a una pareja que tengo, aunque el cariño que nos profesamos es de hermanos. Además, Max, te comenté que yo no pienso casarme ni tener hijos, por eso tampoco me permito enamorarme. No quisiera romperle el corazón a nadie, ni terminar yo destrozada tampoco. Asimismo, soy capaz de inmiscuirme con cualquier persona a la que no quiera de verdad solo por descubrir una faceta en la existencia humana, la sexual, que no me interesa conocer en esos términos… Es más fácil vivir así, sin entregar el corazón —concluyó.

—No me parece que eso sea vivir.

—Yo he elegido estar sola; tú también has elegido no comprometerte con nadie. He escuchado hablar mucho de tu vida privada y sé que por más citas o mujeres que hayas tenido en tu vida, no has tenido ninguna relación seria.

—Pero eso distinto —reconoció—, no me he enamorado como para querer establecer esa relación seria de la que hablas, pero tampoco me he negado a ello. Si apareciese, creo que sería una persona muy feliz, del mismo modo que creo que tú también lo serías de permitírtelo.

—Nunca lo haría. No creo que pudiese. Mi hermana ha intentado que yo salga con amigos suyos, pero nunca he aceptado.

—¿Tu hermana está casada?

—No, aunque es mayor que yo, pero está centrada en su profesión. Ha tenido novios, por supuesto, pero por ahora continúa soltera.

—¿Y no decías que Rudolf y ella…?

—Sí, pero hasta ahora no ha sucedido nada. Ojalá, me encantaría por ambos, pero no hay mucho más que decir al respecto.

—De acuerdo. Hoy voy a presentarte a dos de mis mejores amigos —le contó Max, cambiando de tema—. Gunther y Vera. Los conocí en el instituto y han sido mis amigos por una década. Ellos saben acerca de ti. De hecho, la sorpresa de hoy se debe en buena medida a su intervención.

—¡Muero de curiosidad! Les agradezco mucho a ellos, aún sin conocerlos, por pensar en mí para esta sorpresa.

—Se casarán en unos días en Vaduz. Llevan muchos años juntos y hacen una pareja hermosa. Por ellos y por mi hermana y cuñado, es que confío en que el amor existe.

—Es bonito que pienses así, que tengas esa ilusión.

—En algún momento tendré que casarme y tener descendencia, ya lo hemos hablado. Es mejor pensar que lo haré con la persona que ame.

—Me parece que eres todo un romántico, Max —se burló ella, aunque se alegraba de saber que el príncipe tuviese esa sensibilidad.

—Para nada —se defendió.

—¿Qué es lo más romántico que has hecho en una cita?

—Pues… —se quedó pensativo—, llevarla a contemplar la Luna llena mientras charlábamos y tomábamos vino.

—Se escucha muy íntimo y especial, no me lo esperaba.

—Dijiste romántico, y eso lo fue. Creo que es la única vez que he planeado algo tan romántico por alguien, que no sea irnos de vacaciones a algún sitio o de fiesta, ya sabes.

—¿Y qué pasó con ella?

—Desapareció. —Max se quedó pensando en Lisa por un instante—. Quizás eso fue lo especial, que no sucedió nada entre nosotros.

—¿Nada?

—Nada. Absolutamente nada. —Rio Max.

—No puedo creer que alguien te rechazara… —se rio también Kitty—, me parece épico.

—Claro, búrlate de mí. Ella no quiso saber nada más de mi persona y tú tampoco quieres salir conmigo. Soy un príncipe con muy mala suerte.

—Sé que no lo dices en serio. ¿Quisieras volver a verla?

Él dudó por un minuto, pero luego contestó.

—Tuve oportunidad de encontrarla y no lo hice. Pienso que, quizás, lo mejor es que esa noche quede guardada en el recuerdo de los dos, bajo el resguardo de la inmensa Luna llena.

—Te escucho y me percato de que esa es una cita que yo jamás podría tener… —reflexionó ella en voz alta, con cierta pena de sí misma—. ¿Has pensado que la mayoría de las citas están diseñadas para disfrutar del sentido de la vista? Entiendo que sea así, a nadie se le ocurriría salir con alguien a un sitio oscuro, donde apenas puedan verse… El ser humano va al cine, a cenar a un lugar bonito, a una exposición de arte, a tomar una copa bajo la Luna llena… Son experiencias que, personas como yo, no podemos vivir a plenitud.

Aquellas palabras dejaron a Max desconcertado. No imaginó que Kitty pudiese sentirse así.

—Habría que crear una cita especialmente para ti, donde se aguzaran otros sentidos, donde la vista no sea lo más importante…

—Tal vez, aunque soy más feliz no teniendo citas, ya lo sabes —reafirmó—. A ti no te buscaron más, y eres un príncipe… La magia de la Luna no surtió efecto.

—Quizás no con ella. —Max volvió a mirarla de reojo.

Estuvieron conversando hasta que llegaron a Ginebra. Max, que en algún momento pensó en poner música para los dos, desechó la idea, ya que la charla con Kitty jamás decayó. Cada día la admiraba más. La sencillez con la que hablaba de sus sueños frustrados, de sus decisiones de vida y hasta de cuestiones tan personales como su falta de experiencia en el amor, lo hacían sentir cautivado y maravillado por ella. Sabía que era un sentimiento peligroso, pero a partir de esa conversación no pudo quitar de su cabeza el deseo que experimentaba de tener una cita con ella.

—¿Ya llegamos? —le preguntó Kitty.

—Ya casi. Nos reuniremos con Gunther y Vera en CamVision, una empresa de tecnología que fabrica gafas para invidentes. Mis amigos le suministran las cámaras y material tecnológico, así que gracias a ellos tuve conocimiento de este producto, que aún no está a la venta, pero que saldrá muy pronto —le explicó—, y pienso que te será muy útil.

—Pero Max, yo no puedo ver… —razonó—. ¿Qué haría con unas gafas? Te lo agradezco muchísimo, pero…

—No seas testaruda y confía, ¿de acuerdo? —Kitty asintió. Se habían estacionado—. Te voy a dar un beso en la frente…

Ella no se movió. Y así, sin más, Max la besó, porque lo necesitaba... Kitty se estremeció un poco, pero no dijo nada más: quería confiar en él.

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