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Capítulo 7

1 de enero de 2024

Por suerte para ella, el sistema de dictado no detectaba lo nerviosa que se escuchaba su voz. Tras recibir el año nuevo, le dio un beso a su madre y se dirigió a su habitación. Le dijo que estaba cansada, lo cual era verdad, aunque quería enviarle un mensaje a Max en realidad. Gracias a la intervención de su mamá, ya tenía el número en su teléfono. Fue solo pedirle a su móvil enviar un mensaje al contacto “Príncipe azul” y comenzar a hablar en voz alta, aunque no lo suficiente para que su madre pudiese oírla.

“Feliz Año Nuevo, Su Alteza. Tuve la fortuna de que ningún vecino se apropiara de mi delicada figurita. Mamá dice que es preciosa. Yo lo he podido apreciar a través de mis manos y he quedado encantada con ella. Muchas gracias, Max”.

El príncipe había mandado a colocar en la tarta una figurita de bronce de una esquiadora. Su madre se la describió, mientras ella iba imaginándola en su mente y descubriéndola al tacto. El gorro y la ropa estaban hechos con diminutas piedras brillantes de color turquesa y los esquíes, a su vez, se hallaban decorados con piedras de color ámbar. Era tan pequeña que le cabía en la palma de la mano. Sin duda había sido un gesto excepcional el haberla incluido especialmente para ella.

Por ese motivo, Kitty consideraba que debía agradecerle, aunque luego de lo sucedido entre ambos era una manera conveniente y segura de romper el silencio. Por eso su mensaje había sido amable, pero no demasiado cariñoso. Era la primera vez que le escribía y no quería que Max pensara que ella… Negó con la cabeza, ni siquiera podía elaborar la frase en su cabeza. Moría de miedo. ¡Llevaban tres días conociéndose, pero la conexión había sido inmediata! Sin embargo, era el tipo de conexión que estaba destinada a ser, únicamente, una bonita amistad.

Kitty se sobresaltó cuando sintió que le llegaba una respuesta. Era un mensaje de texto que, no por ser leído por la voz robótica del programa, dejó de ser contundente.

“Feliz 2024, Kitty. Será el año en el que te conviertas en Campeona del Mundo. Ese es mi mayor deseo y sé que lo alcanzarás, como cualquier otra cosa que te propongas. Aunque no fue la mejor manera de conocerte, me alegra que la nieve nos haya presentado, a pesar de mi torpeza de chocar siempre contigo. Un abrazo, Max”.

Era un bonito mensaje, Kitty suspiró con el teléfono encima de su corazón: “… a pesar de mi torpeza de chocar siempre contigo”. ¿Se estaba refiriendo también al beso? Kitty negó con la cabeza y puso su teléfono en la mesa de noche a fin de poder dormir. Sin embargo, era difícil que no soñara con Max, con su voz, su olor y aquel tibio tacto que aún recordaban sus trémulos labios.

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Sus amigos lo habían invitado a comer en casa de Gunther. Esta vez sería un círculo más estrecho: Víktor, el segundo soltero de oro del grupo, quien era hijo de un rico banquero suizo; el anfitrión y su futura esposa Vera, quienes se habían dedicado por completo en cuerpo y alma a su empresa de tecnología, y Chris, un prometedor médico que trabajaba en Ginebra, aunque su familia materna era originaria del principado. Los cuatro se habían conocido todos en el prestigioso instituto donde estudiaron, justo después que Max regresara de un año de estudios en Inglaterra. La amistad se había mantenido a pesar de haber transcurrido una década.

—¡Hasta que al fin! —exclamó Vera quien le dio la bienvenida. El color azul de su abrigo combinaba a la perfección con sus rizos dorados. Gunther tenía suerte. Vera era brillante, pero a la vez muy hermosa. Recordaba la época en la que se conocieron. Aunque la jovencita llamó su atención, supo que el verdadero flechado había sido Gunther, así que nunca interfirió. Eran los mejores amigos.

—La última vez que me invitaron sí aparecí, pero era algo tarde y estabas dormida en el sofá.

—Lo sé, Gunther me lo dijo. También escuché que tenías mejores cosas que hacer… —bromeó ella echándose a un lado para que pasara—. Creí que hoy tampoco te veríamos.

Max rio mientras entraba al salón principal, dejándose caer en el sofá de un impecable color blanco, que era el color que predominaba en la decoración de la estancia.

—¿Cómo están los preparativos?

—Todo en orden, aflorando un poco los nervios. —Vera se refería a su inminente boda—. Por cierto, no nos has dicho quién te acompañará… No puedes seguir posponiéndolo. Necesitamos un nombre para la lista de invitados…

—Ya. La verdad es que no tengo ni idea… Creo que lo más probable es que vaya solo.

—¡Con tantas personas que conoces, Max! ¡Y amigas que tienes!

—La verdad es que no tantas. Con todas me he liado —reconoció riendo—, y no quisiera complicar las cosas invitándolas a una boda. Mi única amiga eres tú, y eres la novia…

—Y esa chica, la del accidente, ¿no? —preguntó con un tono especial, mientras le servía un licor al invitado—. Gunther dice que has ido todos los días a verla…

Max se removió en su asiento, algo incómodo. Cada vez que alguien le recordaba que había ido todos los días a verla, sentía como si estuviese jugando a algo demasiado peligroso. Sin embargo, para él era natural hacerlo. Era preocupación, era culpa, pero también había un sentimiento muy bonito que le hacía desear pasar tiempo al lado de Kitty. No obstante, tenía miedo de que ella lo malinterpretara, o que incluso él estuviese haciendo mal las cosas. Por ello, decidió que no la vería ese día . Aunque eso significara romper la promesa que le había hecho.

—Kitty pudo haber muerto por mi culpa, es lógico que me preocupe por ella. Además, me agrada.

—De acuerdo.

—¿Has sabido de la muchacha de Malbun? ¿La doctora?

Max sonrió.

—¿En qué momento Gunther pasó a contártelo todo? ¿Por qué esta visita se ha convertido en un interrogatorio?

—Haces muy bien en mantenerte soltero, amigo mío —interrumpió Gunther, quien recién llegaba, acompañado por Víktor y Chris.

Todos se rieron, hasta Vera, a quien no pareció importarle. Ella y su futuro marido tenían una de esas relaciones sólidas, sanas y bonitas que sobrevivían a cualquier prueba.

—Nos alegra mucho que estés aquí —dijo Víktor sentándose al lado del príncipe—, ya que Chris y Gunther tienen que hablar contigo de dos temas distintos pero de gran importancia ambos.

—¿De qué se trata? —preguntó Max curioso.

—Empezaré yo —dijo Chris aclarándose la garganta—. Aunque no pude ir a esquiar con ustedes a Malbun, nuestros amigos me pusieron al corriente de los acontecimientos.

—Tengo la percepción de que mi vida privada en de interés constante de ustedes —bromeó Max. Nadie del grupo lo puso en duda, era la verdad.

—Lo cierto es que sé que saliste con una doctora que se marchaba a Sudáfrica con un equipo a realizar cirugías de prótesis de rodilla.

—Sí, es cierto.

—Pues conozco al equipo de ortopédicos que fueron a tal programa —prosiguió Chris con una sonrisa de éxito en los labios—. Es un equipo de mi hospital en Ginebra. El director del programa fue mi profesor y tenemos una excelente relación. Si quieres puedo preguntarle por la chica con la cual tuviste una cita. A fin de cuenta, pronto irás a Sudáfrica a ver a Caroline, ¿no es cierto?

Max se quedó sorprendido. Por supuesto que tenía maneras para dar con su identidad y exacto paradero, pero había querido no utilizar sus influencias. Esta manera era mucho más indirecta, que no requería de su intervención. Algo dentro de él se sintió inquieto por la propuesta, pero no se sentía en posición de aceptarla.

—Gracias, Chris, reconozco que me siento tentado por saber más de ella, pero lo cierto es que Lisa tiene mi teléfono y no me ha llamado.

—¿Pudo haberlo extraviado tal vez? —preguntó Vera.

Max no lo había pensado, pero podía ser una posibilidad. Él solo le había dado una tarjeta. ¿Y si la dejó olvidada en alguna parte y no podía contactarle?

—Quizás, pero… Realmente no lo sé. No sé qué quiero hacer. —Maximilien era un hombre seguro de sí mismo, pero de alguna manera aquella situación lo superaba. Lisa. La recordaba a la luz de Luna, la manera en la que se sentía con ella y una parte de él quería dilucidar si no le había escrito, de verdad, por falta de interés o simplemente había perdido su contacto.

—No tienes que decidirlo ahora, Max —repuso Chris—, puedes pedírmelo cuando lo desees.

—Gracias. ¿Cuál era el otro asunto? —Se había quedado un poco nervioso.

—Me comentaste que Kitty se molestó mucho porque tu familia quería darle un cheque compensatorio.

—Sí, fue muy desatinado —reconoció—, muy poco delicado. En parte he intentado revertir esa situación con mis visitas.

—Por otra parte —completó Víktor molestándolo—, te encanta ir a verla…

—¡Eh! —Max le dio un golpecito en el hombro a su amigo.

—Existe una empresa nueva en Ginebra a la que le estamos suministrando cámaras para un proyecto de alto impacto: unas gafas para invidentes —comentó Vera—. Ya han existido varias, pero esta empresa está incorporando algunos elementos interesantes para mejorar la calidad de vida de estas personas. Me he adelantado a hablar con el CEO de CamVision, y estaría encantado de proporcionarle unas a Kitty. Me he atrevido a decirle que es algo que tú valorarías mucho…

—¡Oh, Vera, eso es algo excelente! —exclamó.

Sus amigos compartieron una mirada, advirtiendo cómo Max había mostrado mucho más interés por este asunto que por la posibilidad de reencontrar a Lisa.

—Hace poco Kitty y yo estuvimos hablando de la importancia de la tecnología para los invidentes. ¡Quiero saber todo sobre esto! ¿Qué permiten hacer las gafas? ¿Y cuándo podríamos tenerlas?

—Me alegra mucho escucharte tan entusiasmado, Max —respondió Vera con una sonrisa—. Prometo explicarte lo que sé, aunque podremos agendar una cita con el CEO muy pronto, para que conozca a Kitty. Le he contado que es deportista y le encantaría que promocionara el producto.

—Espero que esté de acuerdo, es un poco reservada, pero estoy seguro de que será bueno para ella.

—Creo que lo mejor es que llamemos a Mark —Gunther se refería al CEO—, para coordinar una cita cuanto antes.

—Amigo, te lo agradezco, pero es Año Nuevo… ¿Crees que sea prudente?

Gunther se encogió de hombros.

—Estoy convencido de que me devolverá la llamada. Eres el príncipe de Liechtenstein, tu nombre debe servir para algo… —le dijo para molestarlo, sin embargo, Max estaba tan involucrado con el proyecto que ni siquiera protestó.

Esa noche, cuando salía de cada de sus amigos, supo que tenía que ver a Kitty. Se había prometido no hacerlo, pero ahora tenía un motivo de cierto peso para cambiar sus planes.

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Estuvo todo el día en casa, aguardando por él. Sin embargo, no tuvo noticias suyas. Se sentía como una completa idiota, mucho más cuando escuchó a su madre decirle a Lisa, con cierta pena esa noche, que “Kitty estuvo esperando por el príncipe, pero no vino”. Kitty les aseguró a ambas que no era cierto. Estaba casi convencida de que Max no las visitaría. Era Año Nuevo; tenía mejores cosas que hacer que perder su tiempo con ella.

—Se han hecho amigos, ¿verdad? —preguntó su hermana con interés.

—Nos llevamos bien —respondió Kitty—. Es divertido y ha hecho menos monótonos mis días.

Lisa suspiró. Había tenido el impulso de escribirle a Max por Año Nuevo, para felicitarlo, pero descubrir que el príncipe estaba visitando la casa la hizo detenerse. Al comienzo creyó que lo estaba haciendo por ella, porque había descubierto que era la hermana de Kitty. Ahora no estaba tan segura. Tal vez solo era una gran casualidad, una consecuencia de aquel accidente, no algo que hiciese por su persona.

Su madre le hablaba con tanto entusiasmo de la amistad de Kitty con Max que no se sentía con el derecho de entorpecerla de ninguna manera. Nunca antes Kitty había mostrado verdadero interés por nadie. Y aunque era demasiado pronto para determinar la naturaleza del vínculo que los unía, lo cierto es que nadie, especialmente no ella, debía interferir. ¿Qué lograría haciéndolo? ¿Tenía ella un verdadero interés en Max? Saberse el objetivo romántico de un príncipe era algo que, sin duda, aumentaría la autoestima de cualquier mujer -incluyéndose-, pero ella no estaba segura de querer actuar seriamente en esa dirección. Lejos de su hogar, dedicada en cuerpo y alma a su profesión, Lisa no se creía capaz de despertar el interés del príncipe de nuevo. Mucho menos si el corazón de su querida hermana estaba en el medio. Lo mejor era dejar pasar el tiempo. Solo los días harían más claro el camino, solo las semanas la harían comprender, con claridad, si entre Max y Kitty había algo más que una amistad. Y, hasta entonces, su cita con el príncipe continuaría siendo un secreto.

A las ocho de la noche, después de cenar, Kitty animó a su madre a que fuese a conversar con la vecina, algo que solía hacer algunas veces en la semana. Aunque Charlotte se rehusó inicialmente, no dudó en aceptar cuando Kitty le aseguró que escucharía algo de música y se dormiría temprano. Iba a subir al piso superior cuando escuchó que tocaban a la puerta. Se tensó en el acto, su corazón se disparó y abrió casi corriendo la puerta, pensando en que fuera él. Inspiró profundamente, pero en sus fosas nasales no percibió ningún perfume claro. Más bien olía a licor.

—¿Nuevamente en pijama? —La alegre voz de Max la hizo sonreír.

—¿Estas son horas de hacer visita, Alteza?

—Tienes razón, creo que debí haber llamado antes, ¿no? En eso quedamos. Sin embargo, aquí estoy, deleitándome con tu pijama a cuadros…

Kitty se ruborizó por completo, pero quiso molestarlo.

—Supongo que sea algo nuevo para usted, ¿verdad? —Rio—. Las chicas que salen con usted no deben vestir pijama a cuadros…

—Oh, no, los pijamas son una prenda obsoleta para dormir… Al menos para ellas…

—¿Y con qué…? —Kitty se interrumpió. Quería preguntar con qué dormían “ellas”, pero ruborizó aún más y no terminó la frase, comprendiendo lo que Max quería decir. Se las imaginó en la intimidad con él y no fue agradable—. ¿Quieres entrar?

—No, pienso irme rápido —aseguró—, pero gracias por invitarme. ¿Cómo te sientes?

—Estoy bastante bien. El dolor ha disminuido bastante.

—Estupendo. ¿Quieres ir conmigo a Ginebra mañana? Paso por ti a las nueve de la mañana.

—¿Qué? —Por un momento, Kitty creyó no haber escuchado bien.

—Pasaré por ti a las nueve de la mañana —repitió él—. Por favor, es importante. Te tengo una sorpresa…

Ella lo pensó por un instante, pero terminó diciéndole que sí.

—Estupendo. —Max dio un paso hacia ella—. Por cierto, Kitty, voy a darte un beso en la mejilla. Por favor no te muevas…

—Eres un idiota —respondió ella por lo bajo con una sonrisa, pero no se movió. Los labios de Max se sintieron con suma delicadeza sobre su rostro por apenas un instante.

—Hasta mañana.

—Hasta mañana —dijo Kitty antes de cerrar la puerta.

No tenía ni idea de lo que estaba sucediendo entre Max y ella. Y, aunque la aterraba, nunca se había sentido tan viva. Ni cuando se deslizaba por la ladera de una montaña a doscientos kilómetros por hora. Esto era mejor, sin duda, pero más letal también.

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