Capítulo 49
No podía imaginar lo que le dirían, aquel "asunto importante" del que hablaban, pero Kitty tenía la impresión de que las cosas habían mejorado sustancialmente entre sus suegros y ella. Les agradecía con todo el corazón que hubiesen ido a darle personalmente la noticia sobre el despertar de Max. Aquello la tenía tan feliz, que no tenía miedo alguno de lo que pudieran decirle. El hecho de que pretendieran disculparse era ya una muestra de muy buena voluntad.
—Lo primero que queremos saber es cómo has seguido —habló Sofía—. Estamos al tanto de tu gestación y sin duda es un motivo de mucha felicidad para nosotros, como mismo lo será para Max cuando lo sepa.
Kitty no podía creer que la madre de Max, quien tantos estragos había causado en su estado de ánimo, estuviese diciéndole aquello. ¡Estaban felices! Todavía no salía de su asombro.
—Gracias por sus buenos deseos, es muy importante para mí saber que este embarazo es motivo de felicidad para ustedes —atinó a decir—. Mis padres también están muy contentos. Respecto a mi salud, estoy ya restablecida y, tras saber ahora que Max está fuera de peligro, no puedo sentirme mejor.
—Es bueno escuchar eso —prosiguió Sofía—. Un hijo siempre es una bendición. En el caso de ustedes mucho más, ya que no era algo esperado. Para mí es muy importante disculparme contigo, Kitty, por todo lo que sucedió. Fue muy equivocado de mi parte el haberme presentado en la casa de ustedes y causar una separación que mucho daño le hizo a mi hijo. A ti también. Sé que no tenía ese derecho de interferir y lo lamento.
—Gracias —respondió Kitty, aún impresionada de que estuviese escuchando aquello—. Entiendo que quizás su visita no fue la más oportuna y, aunque acepto sus disculpas, sé que no hizo más que verterme sus temores y ponerme al tanto de muchas cosas que ignoraba sobre la familia real y sus leyes. Comprendo que ustedes deben velar por la sucesión del príncipe y que yo entorpecía ese camino con mi decisión, hasta entonces irrevocable, de no tener hijos. Le confieso que yo misma me sentía que no tenía derecho de privar a Max de un camino tan bien trazado para él. Fue, en definitiva, esa convicción, lo que me hizo apartarme de él. En mis circunstancias, yo no podía simplemente arriesgarme a tener un bebé. Era una decisión que se me hacía irresponsable por mi parte, dada mi carga genética. Sin embargo, este sorpresivo embarazo ha llegado a cambiarlo todo, brindándome la oportunidad de ser madre sin haberlo buscado. Hoy les confieso que, si antes estaba dispuesta a hacerme a un lado de la vida de Max, hoy no pienso hacerlo —respondió con convicción—. Si él desea renunciar, por nosotros, lo aceptaré con todo mi corazón. Ya no sería únicamente por nuestro amor, sería por una familia y eso, en mi opinión, está por encima de cualquier deber sucesorio.
Kitty había hablado con seguridad, dispuesta a luchar por su amor. No quería perder de nuevo su felicidad por su temor a actuar y quería ser transparente acerca de esto con los padres de Maximilian.
Estos, por su parte, se miraron por un instante. Apreciaron el carácter y decisión de la esquiadora. Sin embargo, habían ido a pactar con elle otro camino bien distinto al de la renuncia.
—En realidad, Kitty —habló Louis esta vez—, ya Maximilian renunció. Incluso antes de saber que sería padre, tomó esa decisión el mismo día del accidente. Caroline encontró la carta de renuncia encima de su escritorio y nos la entregó. Es justo que lo sepas.
Kitty se sorprendió. ¡Max estaba más que decidido!
—Admito que me entristece que se haya visto precisado a tomar ese elección. Max ha sido formado para el cargo y tiene un gran compromiso con su país. Sin embargo, le reitero que no me sentiré culpable esta vez de que nos esté eligiendo a nosotros por encima de su deber con Liechtenstein —contestó.
—La carta yo la destruí. Así que técnicamente, esa renuncia de Maximilian no existe —confesó Sofía.
Kitty se puso de pie, con el rostro enrojecido. ¡Creía que estaban pasando por encima del criterio de Max, y que habían ido a interceder con ella para que no se casaran! ¿Qué pretendían? ¿Una relación no formalizada? ¿Un hijo ilegítimo mientras el príncipe continuaba en la línea sucesoria?
Louis apreció su ofuscación, así que no demoró en tranquilizarla.
—No nos has comprendido, Kitty. Mi esposa destruyó la carta porque queremos que Max se case contigo sin renunciar a sus derechos. Por eso estamos aquí.
La esquiadora se dejó caer en el sofá de nuevo. Aún estaba confundida.
—Sigo sin comprender... —balbuceó.
—La familia real ha aprobado el matrimonio de ustedes. No obstante, es preciso que firmen una documentación para hacer la solicitud oficial. Necesitamos de tu consentimiento —explicó Louis—, y hemos venido en su busca.
—¡Pero ustedes no querían que yo me casara con Max! —repuso.
—Oh, no, querida —se apresuró a decir Sofía—. Siempre nos has parecido una muchacha excelente. De hecho nos agradas. Lo que sucede es que, por ley, Maximilian necesita de un hijo biológico y que su esposa ofrezca un juramento de que los tendrá. Era imposible aprobar un matrimonio contigo entonces porque te habías rehusado a tener descendencia. Ahora, en cambio, estás embarazada... Eso lo cambia todo.
Kitty estaba anonadada, no salía de su asombro.
—Es cierto que ya estoy embarazada, pero, ¿y si es niña y no el hijo varón que precisan? ¿Y si después decidimos no arriesgarnos más y no tener más hijos? ¿Y si desarrolla mi enfermedad? —añadió emocionada hasta las lágrimas.
Sofía se puso de pie y le tomó la mano, comprensiva. Era un gesto de afecto que Kitty no esperaba.
—Si fuera niña, será más que bienvenida —contestó—. Si no quieren más hijos, están en su derecho. La ley solo exige procrear dentro del matrimonio, y lo estarían haciendo. Si ese hijo varón no llegara, pues a Max tendría que sucederlo un hermano o sobrino, pero al menos se habrán casado sin necesidad de una inminente renuncia como hasta ahora parecía ser el único camino. Y si, por el contrario, tienen un hijo varón, pues asumirán ustedes completamente las funciones públicas correspondientes a un Príncipe de Liechtenstein y su esposa.
Kitty intentó procesar toda aquella información. ¡Esposa del Jefe de Estado! Era demasiado para ella.
—Tomaremos todas las providencias para que su hijo tenga todo el apoyo médico desde su nacimiento —prosiguió Luis—. Soy consciente de que tiene muy buenas probabilidades para no quedar invidente. Además, sería muy bonito apoyar investigaciones sobre esta enfermedad genética, a fin de que se pueda conocer más acerca de ella, ya que hay mucho que aún se ignora. Podrías asumir personalmente esa tarea y quizás apadrinar la fundación de una organización.
Kitty sabía que era una oportunidad excelente, aunque aún no creía todo lo que le estaban diciendo.
—Le agradezco, es muy generoso de su parte. Solo quiero que me respondan algo: ¿creen que estoy a la altura de ser la esposa de su hijo o solo están haciendo esto para no perder a Max?
—Kitty, estamos conscientes de que, si no aceptas ser miembro de nuestra familia, Max renunciará a su puesto. Por más que ame a su país, ya sabemos que te ama más a ti —respondió Sofia—. Sin embargo, no nos estamos acercando a ti por eso. Serás la madre de nuestro nieto, esposa de nuestro adorado Max, pero también has demostrado ser una mujer muy competente. En nuestra opinión, estás lista.
—Max ha sabido prepararte para esto —apoyó Louis—. Hemos seguido tus primeras entrevistas desde que ganaste la Copa del Mundo; estoy al corriente del trabajo con los grupos invidentes del país, de las gafas deportivas y del documental. Te has convertido en una mujer con cierto reconocimiento público lo cual, unido a tu bondad innata y a tu carácter, te han ganado el aprecio de la gente. No tengo dudas de que esté matrimonio es lo que el pueblo de Liechtenstein desea para Max. Y es lo que nosotros también deseamos —concluyó.
Kitty se emocionó con aquellas palabras. Todavía no podía creer que los padres de Max le estuviesen diciendo eso.
—Entonces, ¿qué dices? —Sofía estaba algo nerviosa—. ¿Aceptas ser parte de la familia real?
Aquello le sonó a Kitty tan surrealista, que no pudo evitar sonreír.
—Acepto —dijo al fin.
Y así terminaba una de las conversaciones más importantes de su vida. Sería un gran cambio, pero lo más importante de todo, era reencontrarse con Max. Con ese objetivo, sus Altezas reales y ella, partieron rumbo al hospital al fin.
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Tenía suerte de estar vivo. Todavía recordaba la sensación tan espantosa que era ser tragado por la nieve. Intentó mantenerse respirando por un tiempo hasta que perdió el conocimiento. Lo último que pensó fue que moriría. Que había sido muy estúpido. Y pensó en Kitty. En lo que sufriría por su muerte.
Los médicos no dejaban de decirle que era muy afortunado; que sus amigos fueron en su búsqueda y que lograron ser testigos de la tragedia. Gracias a eso pudieron rescatarlo en un tiempo realmente corto. Había nacido de nuevo y debía estar agradecido.
El cuerpo le dolía por completo. Al fin lo habían dejado a solas tras haberle hecho varios estudios. Cuando pensó en dormir un poco, una enfermera le anunció la visita de sus Altezas Reales. Sus padres.
Le sorprendió mucho. Hacía dos meses que no los veía. De pronto recordó la disputa que tuvo con Louis y la carta de renuncia. Suponía que la hubiesen encontrado.
La puerta se abrió y entró su padre solo. Le sonrió y de inmediato se acercó a él, le tomó una mano y le dio un beso en la frente.
—Perdóname —le dijo enseguida con lágrimas en los ojos—. No te merecías lo que te dije. Estuve torturándome todo el tiempo pensando que no te vería de nuevo para decirte lo orgulloso que estoy de ti y lo mucho que agradezco ser tu padre.
Louis jamás le había hablado así. Nunca lo había escuchado disculparse. Max se emocionó.
—Te quiero, papá —respondió con un nudo en la garganta—. Lamento mucho mi imprudencia y el susto que les hice pasar. ¿Dónde está mamá?
—Afuera, con tu hermana y Kitty, esperando su turno para entrar. Nos dijeron que no podíamos estar demasiadas personas de una misma vez.
El rostro de Max se iluminó al escuchar el nombre de ella.
—¿Kitty está aquí?
—Sí, ya tu madre se disculpó apropiadamente con ella y yo también. Kitty fue a verte a Verbier, estuvo presente en tu rescate junto con tus amigos...
—¡Kitty en Verbier! —exclamó—. Y yo que desoí todas las advertencias y me lancé a esquiar en la nieve virgen...
—La culpa fue mía, te ofendí demasiado. Nunca me lo perdonaré.
—No hablemos más de eso. Papá, yo... —No sabía cómo decírselo—. Quizás lo sepas ya. Sin embargo, no quiero que te decepciones. Antes del accidente, escribí mi carta de renuncia...
—Ya lo sé, la tuve en mis manos, pero tu madre la rompió...
Max de sorprendió.
—Pero... —intentó mantener la calma—. Yo me voy a casar con Kitty, padre, aunque ustedes no quieran.
Louis se rio.
—Sobre eso te tengo novedades. La familia ha aprobado tu matrimonio con Kitty. Solo queda que hagas la formal solicitud para realizar el expediente y hacer el anuncio público.
Max no podía dar crédito.
—¿Han dado su aprobación? ¡No es posible!
—¿Alguna vez te he mentido, Max? —Louis continuaba sonriendo—. Es completamente cierto lo que te dije. Has sido muy inteligente y te admiro por defender hasta las últimas consecuencias a la mujer que amas. Has preparado a Kitty para su función y sé que ella lo hará muy bien. Le diré que pase ahora, está ansiosa por darte un beso. Mientras, tranquilizaré a tu madre y a Caroline. También mueren por verte.
—Gracias, papá. No podías haberme dado una noticia mejor.
—Te espera una mejor —le aseguró antes de retirarse—, pero no te la daré yo.
El corazón de Max volvía a acelerarse por la anticipación de ver a Kitty de nuevo. ¡No podía creerlo! ¡Se casarían con la aprobación de su familia! Eso le parecía un milagro.
La puerta se abrió y ella entró, un tanto despacio por hallarse en un lugar nuevo.
—Aquí estoy, amor —dijo Max. Su alegría era inmedible.
Kitty sonrió. Todo en ella reflejaba la gran felicidad que la invadía.
—Oh, Max. ¡Al fin! —se acercó a él, orientada por su voz. Buscó a tientas su cuerpo, enmarcó su rostro y le dio el ansiado beso.
Max lo recíproco, sin importarle su mano llena de vías o el dolor en el hombro. Aquel beso era el mejor oxígeno, la mejor medicina. Y creyó que no lo volvería a tener.
—Te amo, Max —susurró ella contra sus labios.
—Y yo a ti. Siento mucho haberme puesto en peligro. Tendrías razón si me llamas idiota de nuevo.
Ella rio.
—Siempre te dije que no esquiabas bien...
Max no pudo evitar soltó una carcajada. Ya echaba de menos su sentido del humor.
—Es justo que me lo digas. No obstante, volveremos a la nieve juntos. Seré cuidadoso, lo prometo, pero quiero esquiar contigo. Es un placer del que no quiero privarme.
—Por el momento habrá que esperar un poco —le confesó ruborizada—. Primero tienes que pedirme matrimonio apropiadamente.
Max le tomó la mano con fuerza. Jamás creyó que Kitty le diría algo así.
—¿Te quieres casar conmigo? —preguntó nervioso a pesar de conocer la respuesta.
—¡Sí! —exclamó la esquiadora, todo lo alto que las circunstancias lo permitían.
—Todavía no puedo concebir que nos hayan dado su autorización —dijo Max—. Eso solo puede significar una cosa: o has decidido tener hijos biológicos conmigo o...
—O estoy embarazada —le contó Kitty al fin—. Es esto último, Max.
Ella no pudo apreciar la inmensa dicha que se reflejaba en sus rostro, pero su voz le transmitía su emoción.
—¡Kitty! ¡No puedo estar más feliz que hoy! Lo pensé por un momento, a consecuencia de nuestra última noche juntos, pero creí que era demasiado bonito para ser verdad...
—Es verdad —confirmó ella.
Kitty volvió a besarlo, despacio, disfrutando de sus labios y de aquella calidez que creyó perdida bajo la espesa nieve.
—Fui a Verbier a decírtelo, pero llegué tarde —le explicó después—. Y tuve miedo de que no llegaras a saberlo nunca.
—Sé que estuviste en mi rescate.
—Tus amigos y el grupo de salvamento del hotel fueron los verdaderos héroes. Cuando te sacaron de allí, fue la única vez que agradecí no poder verte...
Max le acarició la mejilla con cariño.
—Lo siento, amor. No volverá a suceder. Tengo más motivos que nunca para agradecer estar vivo. Conversemos sobre algo más bonito, ¿te parece? De tu embarazo, por ejemplo. Creo que no me cansaré jamás de hablar de nuestro hijo o hija.
Kitty sonrió.
—Sé que dije que no quería hijos, pero en realidad me era muy difícil asumir el riesgo de intentarlo, aunque lo deseara. Era un sueño al que pensaba renunciar. Este bebé, en cambio, ha sido un regalo y una sorpresa maravillosa, así que te confieso que no quepo de la alegría de vivir esto contigo... Al comienzo tuve mucho miedo, pero confío en que sea saludable. Es lo único que pido.
—Así será, amor mío. Será un bebé muy amado. Y saludable. Estoy seguro.
Otro beso selló aquel emotivo reencuentro, que abría el camino hacia una vida juntos, una vida con la que Max soñó desde el comienzo de su relación con Kitty y que ahora se hacía realidad.
En vísperas de su matrimonio, la pareja no podía estar más feliz, y el príncipe confiaba que el pueblo de Liechtenstein fuese muy pronto parte de esa misma felicidad.
Unos días después, los diarios se hacían eco de una comunicación oficial que alegró a todos:
"La Casa Real de Liechtenstein ha anunciado hoy, a través de su portavoz oficial, el compromiso matrimonial de su Alteza Real el Príncipe Maximilian y la señorita Katherine Meyer.
Tras la convalecencia del príncipe, la pareja contraerá nupcias el sábado 24 de marzo próximo en la Catedral de San Florián, como ya es tradición.
Luego de dos meses de especulaciones sobre esta pareja, esta redacción no puede estar más feliz de que la familia real haya aprobado este matrimonio. Haciendo votos desde ya por su felicidad, solo nos resta decir, una vez más: ¡Qué vivan los novios!".
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