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Capítulo 45

15 de febrero de 2025

Habían transcurrido más de dos semanas desde la boda. Kitty las había pasado encerrada en su casa en Vaduz, con la única compañía de Julie, su fiel amiga. Max no la había llamado más, ella tampoco a él... El príncipe quería que ella regresará a casa y que las cosas volvieran a ser como antes. Ella sentía que, tras su conversación con Sofía, no podían volver a una normalidad que la familia real condenaba de manera tan enérgica. Por otra parte, Max no había anunciado su renuncia aún. Ella le había pedido que no lo hiciera, aunque en ocasiones creía que el príncipe también tenía reparos en dar ese paso. Era entendible, era su mundo, su vida... Y Kitty lo estaba cambiando todo.

Sus padres habían regresado de la Luna de Miel unos días atrás, al igual que Lisa y Rudolf, aunque aún no había coincidido con estos últimos. Kitty deseaba mucho reencontrarse con su hermana. Sentía que no podía hablar con nadie más que con ella, a fin de aliviar la opresión en el pecho que se había acumulado en ella en los últimos días.

En esa ocasión, todos se reunirían en Vaduz, a fin de tener un almuerzo familiar. Kitty, ansiosa, aguardaba por el matrimonio más joven en el salón de estar, con una Julie también algo inquieta, como quien imagina que algo va a suceder.

Al cabo de unos minutos, al filo del mediodía, arribaron los viajeros. Durante el almuerzo, solo se habló de Maldivas y de lo increíble que era. Kitty intentó mantenerse concentrada, pero la verdad era que su mente se hallaba muy lejos de allí. Estaba pensando en Max. Estaba pensando en ella misma y en lo que podría sucederles si... Debía salir de dudas cuanto antes o perdería la cordura.

Los hombres se encargaron de levantar la mesa y de poner los platos en el lavaplatos, una vez que terminaron de comer. Kitty aprovechó la oportunidad para decirle a su hermana que quería hablar a solas con ella. Lisa se extrañó un poco, aunque accedió enseguida, subiendo juntas a la habitación de la esquiadora.

Kitty se dejó caer en la cama, suspirando, como quien se agota de tener que mantener la compostura frente a su familia, fingiendo que todo estaba bien cuando no era así. Lisa la halló un tanto pálida, aunque creyó que se debía a los días que llevaba su hermana sin salir de casa a tomar el débil Sol invernal.

—Te noto un poco tensa, Kitty, y extraña. Apenas si hablaste durante el almuerzo. Ya sé que las cosas con Max no se solucionaron como todos pensábamos, y no imaginas cuánto lo lamento, pero creo que deberías buscarlo de una vez y no ser tan obstinada. Max te ama, Kitty. No debiste pasar San Valentín sin él...

—Ya lo sé. Sin embargo, no he querido buscarlo hasta tener certeza sobre algo que me inquieta. En realidad muero de miedo, Lisa —sollozó.

La doctora la abrazó. Adoraba a su hermana y no le gustaba verla tan frágil
.
—¿Qué es lo que sucedió?

—Yo... Me tomé las pastillas del día después, cómo te dije, pero tengo un retraso. Ya debería haberme bajado. Soy muy puntual. Por eso temo estar embarazada, Lisa. Esta vez sí tengo motivos para suponerlo.

—Ten calma, cariño. La utilización de este método puede retrasar tu período hasta una semana, puesto que funciona demorando la ovulación. Estoy segura de que todo estará bien. Ya pasamos por esto una vez en Sudáfrica —Kitty asintió—. Entre el estrés que estás padeciendo, la separación y el medicamento, lo más probable es que tengas un retraso y no sea un embarazo. Debes estar tranquila.

—¿La píldora puede fallar? —preguntó de pronto.

Lisa permaneció unos segundos en silencio antes de contestarle con la verdad.

—Sí, puede fallar. Como cualquier otro método. Si la tomas antes de la ovulación, puede retrasártela, en cuyo caso no habría concepción. Sin embargo, si estabas ovulando cuando tuviste relaciones o ya habías ovulado recientemente antes, la píldora no evitará un embarazo.

—Mierda... —Kitty se llevó las manos a la cabeza, abrumada.

—¿Has comprado alguna prueba de embarazo?

—Ayer, pero no he tenido el valor de hacérmela. También estaba esperando a que llegaras para que me ayudaras. No quiero preocupar a mamá, pero soy yo la que está perdiendo la cabeza con todo esto.

—De acuerdo, la haremos juntas para salir de dudas. —Lisa volvió a abrazarla—. Todo estará bien, Kitty, te lo prometo.

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Gunther había ido a visitarlo, algo que agradecía. Max había pasado unos días apacibles, en los que había meditado bastante sobre sus próximos pasos, aunque aún tenía muchas interrogantes sobre su relación con Kitty. Ya no tenía la desesperación por creer haberla perdido, pues sabía que aquella era una pausa necesaria para que cada uno reflexionara en lo que deseaba el otro. No obstante, ya comenzaba a desesperarse por el tiempo transcurrido, por lo que estaba pensando seriamente en hacer la consabida renuncia.

Sus padres y el resto de la familia se mantenían distantes de él y él de ellos. El príncipe, desde diciembre, había cancelado todos sus compromisos públicos, lo cual no tardaría en resonar en la prensa, lo cual temía. Con una relación tan deteriorada con los suyos, a Max le quedaba poco por hacer que no fuera abandonar aquella vida para comenzar otra al lado de la mujer que amaba.

Tomando una copa esa tarde, Gunther no demoró en darle la razón a Kitty, cuando Max le presentó los puntos de su gran dilema.

—Creo que ella tiene razón al pedirte que aguardes un poco... Renunciar a todo es una decisión harto difícil, de la que puedes arrepentirte en un futuro —reflexionó Gunther—. Si aún no lo has tomado, es porque tienes tus reservas...

—Te escuchas como ella, Gunther —protestó el príncipe.

—Te conozco lo suficiente como para saber que, aunque el puesto de Jefe de Estado se una carga, siempre has deseado hacer cosas por tu nación desde tu privilegio. Renunciando a tus derechos, perderías esa oportunidad y estarías abandonando una parte de ti mismo que te define como persona. Siempre estaré de tu lado, Max, incluso si eso significa hacerte entender que Kitty no te ama menos por querer ser cauta... Hay algo que tampoco estás considerando.

—¿Qué?

—Toda persona desea ser bien recibida por la familia del hombre al que ama. Si Kitty accediera ahora a que renuncies a tus derechos en el momento de mayor fricción con tu familia, estaría ganando, probablemente para siempre, a unos temibles enemigos. Y ella no desea eso. El problema podría ser de grandes proporciones, Max, y Kitty ya no desea estar en el medio de esa tormenta ni mucho menos tener la culpa de tu decisión. Sí, ya se que no la tiene —se apresuró a decir—. Pero recuerda que es así como ella se siente y eso hay que respetarlo. Tu madre también se encargó de hacerla sentir mucho más culpable. En definitiva, no sabes exactamente qué le dijo ni a qué recursos apeló para hacerla marchar de casa. Kitty ha sido otra después de esa conversación y no puedes menospreciar los efectos que pueda tener una charla así en una persona con discapacidad, que de por sí ya se siente francamente en desventaja.

—Es cierto. Kitty alega que mamá fue muy educada, pero le planteó la situación de una manera que desde entonces se siente muy culpable por nuestra relación. No ha vuelto a ser la misma desde entonces.

—Exacto —convino Gunther—. Es por ello que, en medio de sus inseguridades a causa de su condición, ha entrado en pánico ante tu posible renuncia, creyendo que está a punto de causar un problema de Estado... Quizás no lo entiendes a plenitud porque no presentas, como ella, una discapacidad que te haga infravalorarte. Kitty, en cambio, tiene mucho que superar en ese sentido. Una mujer cualquiera te alentaría de inmediato a renunciar a tu vida pública por amor. Alguien que de verdad te ame, como ella, requiere de mucho valor para pensar primero en tú realización como Jefe de Estado y en tu relación con tu familia, por encima de sus sentimientos. En mi criterio, Kitty es una mujer extraordinaria, puesto que la mayoría tomaría el camino más corto; mientras ella, en cambio, se esfuerza por buscar una solución que no te prive de tu identidad como hombre, que trasciende a la vida en pareja. Creo, honestamente, que está actuando como una princesa de Liechtenstein sin serlo. Y que es una lástima que no pueda acceder a la familia real y convertirse en la esposa del próximo Jefe de Estado. Ella tiene madera para el cargo.

Max suspiró.

—Tal vez tengas razón en todo lo que me has dicho. Yo he intentado mostrarle siempre que es mi prioridad, y a veces olvido cómo se puede sentir ella como causante aparente de este gran conflicto. Mi familia le ha hecho mucho daño. Últimamente no es la chica valiente que me deslumbró en la nieve.

—Tendrá que irse recuperando poco a poco. No es fácil para ella, tampoco para ti. Sin embargo, ahora mismo lo que necesitas es despejar tu mente, Max, así que vine para invitarte a Verbier con los chicos. Será mi última escapada antes de convertirme en padre. Vera incluso fue la de la idea —añadió soltando una risita—. Tengo la impresión de que quiere librarse de mí unos días para dormir cómodamente en la cama sola. Es increíble esa mujer.

Max sonrió.

—Gunther, ¿hablas de esquiar? ¿En serio? —le dijo después—. Es mi pasatiempo favorito con Kitty. ¿No pudieron pensar en algo más? —se quejó.

—Es tiempo que retomes el esquí con amigos, Max. ¿Qué dices?

El príncipe se puso de pie de inmediato, creyendo que, en efecto, lo necesitaba.

—Digo que sí. Me vendrá muy bien. Iré a preparar mis cosas para ir con ustedes.

Unas horas después, se encontraban en un hotel de la hermosa región de Verbier. Se habían dado cita únicamente los chicos: Gunther, Viktor, Chris y Maximilian. Los días esquiando juntos presagiaban ser muy buenos. Max al menos lo sentía así.

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Entró al baño y orinó en la prueba. Luego la dejó sobre la encimera. Se sentó en la cama, al lado de Lisa, con el corazón en un puño mientras aguardaban por la definitoria respuesta.

—¿Has pensado en qué harías si fuera positivo? —le preguntó Lisa—. Creo que debes estar preparada para todo y es bueno que externes tu criterio antes de que esté el resultado.

Kitty suspiró.

—Quizás te sorprenda lo que te voy a decir, pero yo sí quiero ser madre —dijo con la voz ahogada—. En el último año viviendo con Max, tener un niño con él ha sido mi sueño, un sueño que he silenciado por temor a ser irresponsable y a heredarle mi misma suerte. Por ello me refrenaba y no podía tomar, con completa libertad, la decisión de engendrar un hijo. Yo no podía decirle a Max: "Amor, vamos a arriesgarnos. ¡Busquemos un bebé", porque entonces yo sería responsable de su destino, cualquiera que este fuese. Ahora las cosas son un poco diferentes: yo no lo busqué a propósito, incluso intenté evitarlo. Si estuviera embarazada, por supuesto que lo tendría y lo amaría con toda mi alma. Sería un pequeño milagro del cual daría gracias todos los días y pediría siempre para que sea un hijo sano, que nunca pase por lo que yo sufrí. Espero que Dios me escuche...

Lisa la abrazó.

—Te escuchará. Eso le pido yo también, con todo mi corazón. Mereces ser feliz, Kitty. Max también.

—No obstante, creo que lo más probable es que no esté embarazada —prosiguió Kitty mientras su hermana se ponía de pie en búsqueda de la prueba—. Me tomé el medicamento y este retraso debe ser consecuencia de ello, y hasta del propio estrés que estoy padeciendo. En Sudáfrica me sucedió. ¿Por qué ahora tendría que ser diferente?

—Kitty...

—¿Qué? ¿Es negativo? —preguntó ansiosa al comprender que ya estaba la respuesta.

Las palabras no salían con facilidad de la garganta de Lisa, hasta que finalmente habló.

—Es positivo, Kitty...

Y el milagro, contra todos los pronósticos, se había hecho: Kitty estaba embarazada.

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