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Capítulo 43

Se despidió de su familia, acordando reunirse de nuevo en la mañana con ellos para tomar el desayuno juntos. Estaba agotada, o más bien triste, así que se marchó a su habitación sin que la fiesta hubiese concluido.

—Kitty, ¿estarás bien? —le preguntó Rudolf preocupado.

—Sí.

—Sobre Max opino que...

—Perdona —lo interrumpió—, pero no quiero hablar de Max. Disfruten ustedes el resto de la noche como se merecen. Yo estaré bien, te lo prometo.

Los novios se quedarían al menos una hora más en la celebración, puesto que sus invitados la estaban pasando muy bien y ellos también.

—Déjame acompañarte al menos.

—No, no es preciso. He memorizado el trayecto y traigo mi bastón y las gafas. ¡Continúen bailando!

—Gracias, Kitty. Ojalá tuvieras la linda noche que te deseo —concluyó Rudolf.

Ella sonrió, aunque en realidad no había comprendido a qué se refería. Rudolf por supuesto estaba pensando en la posibilidad de que Max fuera en su búsqueda, aunque a su pesar debía admitir que lo creía difícil.

Los zapatos altos la estaban matando. Se descalzó una vez que llegó a su piso y caminó sobre la alfombra hasta la puerta de su habitación. Había memorizado la cantidad aproximada de pasos y aún no estaba lo suficientemente embriagada como para olvidarlos. Las gafas escanearon el número de la puerta: 357 y, con la pulsera que llevaba en la muñeca, que era a su vez la llave, pudo entrar.

—Max —susurró.

Se recostó en la cama, y un par de lágrimas brotaron de sus apagados ojos. Tocó el anillo que llevaba en su dedo. Al parecer Max no se lo había visto o tal vez no comprendió que esa era "la señal" que estaba buscando. Quizás fuera mejor así, se sentía como una completa estúpida por haber pensado que tenían una oportunidad cuando no era así. Ella misma se había encargado de terminarlo todo.

Sin embargo, lo extrañaba tanto... La manera en la que él había actuado esa noche le dolía sobremanera. Había sido en extremo educado, pero no había en él esa ansiada calidez que tanto precisaba. Tampoco le reprochaba su comportamiento. Sabía que se lo merecía, ella también lo había herido mucho, aunque ese no hubiese sido su propósito. No obstante, Max no podía ni acercarse a comprender en su justa medida, cómo se sentía ella respecto a sí misma.

Kitty se consideraba una mujer incompleta, rota, defectuosa. Su incapacidad para cumplir el sueño de tener un hijo con él, le dolía sobremanera. Max la amaba lo suficiente como para intentar hallar una alternativa y, por supuesto que admiraba eso de él, pero sabía que para Max no sería lo mismo. Por otra parte, aunque sí deseaba tener un bebé, tenía miedo de arruinarle la vida heredándole su enfermedad.

Lo peor había sido cuando cuando descubrió cómo pensaba su familia respecto a ella, respecto a un posible enlace. Por un momento creyó que les agradaba, que respetaban la elección de Max. No obstante estaba muy equivocada. Ellos no le iban a permitir a Maximilian casarse con ella sin renunciar a sus derechos. Era la manera que tenían de presionarlo para que la dejara. Y aunque Max, al parecer, estuviese dispuesto a renunciar a la sucesión, temía que lo lamentara en un futuro. ¿Y si dejaba de amarla en unos años y se arrepentía de su renuncia? Tenía demasiado cerca el ejemplo de sus padres como para saber que hasta los matrimonios más enamorados podían terminarse. Y, no obstante saber que Max la amaba, Kitty tenía miedo de ser la causante de que perdiera no solo el lugar que le correspondía respecto a su nación, sino el apoyo de su familia.

Max amaba Liechtenstein. Como había dicho en el documental, tenía vocación por el servicio público, algo que perdería casándose con ella. ¿Y después qué haría? ¿Podía ser acaso tan egoísta y pensar solo en ella misma, como le había dicho Sofía?

Kitty negó con la cabeza, alejando sus pensamientos y evocando únicamente a Max, centrándose en lo mucho que lo echaba de menos. Pensó en el calor de su cuerpo, en las caricias que dibujaban sus manos, en sus apasionados besos, en todo él... El deseo recorrió su figura y percibió cómo se sonrojaba con tan solo imaginarlo a su lado, en aquella habitación donde la retaba la soledad. No pudo renunciar a su deseo de soñar a Max, con ella, en ella... Al borde del delirio, tomó su teléfono para cometer la insensatez de llamarlo. Sin embargo, en ese preciso momento de locura, tocaron a su puerta.

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A un año exacto de su primera vez, Maximilian corría a sus brazos de nuevo, anhelando reeditar un momento sublime como aquel que vivieron en su hogar. Al menos eso era lo que deseaba, pero era consciente de que Kitty podía rechazarlo una vez más. Sería demasiado vergonzoso para él si eso ocurría. Era su último intento, pues creía que el anillo era un mensaje claro para él. No obstante, con el sobresalto propio de un jugador de poker que lo arriesga todo, entró al Four Seasons al filo de la una de la mañana dispuesto a ganar.

La fiesta en el salón continuaba, pero no había visto a Kitty de nuevo entre el grupo de invitados. Tampoco quiso ser indiscreto y que su familia lo descubriera allí de nuevo por lo que, ansioso, subió en el ascensor hasta el tercer piso mientras sentía los latidos de su corazón cada vez más fuertes, a medida que se aproximaba a la consabida puerta.

"357".

Tocó una vez. Aguardó por unos segundos, a punto de perder la cordura y, cuando se aventuraba a tocar por una segunda ocasión, Kitty abrió la puerta, un tanto desconcertada.

—¿Sí?

De la garganta de Max no salió ni una palabra. Abrió la boca pero la emoción lo paralizó. Ella pareció darse cuenta de quién se trataba, pues su rostro reflejaba una gran sorpresa. Estaba muy ruborizada.

La esquiadora, temblando, se colocó las gafas que llevaba en la mano. Tras un breve escaneo, la identidad del visitante nocturno se corroboró:

"—Príncipe Maximilian".

Y aquella certeza la hizo saltar a sus brazos y besarlo, apasionadamente, para esta vez no dejarlo ir.

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Tenía miedo de que lo echara, pero aquel súbito beso lo llevó al cielo en un segundo brindándole el alivio que procuraba. ¡Había tenido razón al regresar! Ella también lo quería... Le parecía tan maravilloso que ni siquiera podía creerlo. Vivía la exaltación de un niño, la euforia de haber ganado esa partida de poker en la que tanto se decidía. ¡Y ganó!

Recordaba que besarla era una sensación exquisita y estremecedora, pero la acumulada añoranza había hecho de aquel, un instante mucho más sublime. Reciprocó su beso, la levantó del suelo como una ligera hoja y Kitty se aferró a él con sus piernas al rededor de sus caderas. No demoró en entrar con ella, cerrando rápidamente la puerta, mientras la llevaba en brazos hasta el lecho.

Kitty se dejó caer, aunque aún lo sostenía por la nunca. Max se encontraba encima de ella, abrazándola, extasiado por las caricias de los dedos de Kitty en su cuello y aún con miedo de que se arrepintiese.

—Oh, Max, te he extrañado tanto... —confesó Kitty con voz ahogada.

Él tembló al escucharla, nervioso, feliz de saber al fin que estaba sufriendo tanto como él por aquella separación absurda. La besó en el cuello, luego en la clavícula, mientras también se sinceraba:

—Creía que iba a enloquecer sin ti.

—Lo que dijiste en el documental fue hermoso —expresó—. Escucharte ayer profundizó aún más el dolor que siento por nuestra separación y avivó mis deseos de reencontrarte. Hubiese querido tanto que fueras...

—Creí que no lo deseabas. Me has estado evitando constantemente...

—Solo así podía mantenerme lejos de ti. Aunque siento que es imposible. No soy tan valiente como creía.

El príncipe exploró con sus dedos el contorno del escote corazón, haciendo que Kitty se removiera con sumo deseo contra él.

—¿Ya te dije que estás preciosa con ese vestido? —murmuró, mientras lo levantaba y aprovechaba la abertura de la pierna para acariciar su muslo.

—No, no me lo dijiste —se quejó Kitty—. Solo te escuché elogiar a Lisa...

Max soltó una carcajada.

—Sabía que te pondrías celosa con eso... No me decepcionas. Eso nunca falla.

—Tonto. —Kitty también rio pero luego comenzó a desabrocharle la camisa.

—Desde que llegué a ese salón, solo tenía ojos para ti...—le contó él.

—Llegaste muy tarde.

—Tenía miedo de que esto no sucediera.

—Max, sobre nosotros... —Kitty se puso más seria—. Nuestra realidad sigue siendo la misma y yo no...

Él la acalló con un beso.

—No lo arruines, Kitty. No otra vez. Ya encontraremos una solución —le respondió Maximilian.

Ella asintió y volvió a besarlo con fuerza, en medio de la ola de pasión creciente que la envolvía. Max la incorporó sobre la cama un poco, para bajar la cremallera de su vestido. La delicadeza de su piel lo invitó a acariciarla, creando arte con las yemas de sus dedos sobre el lienzo de su piel. La besó en el hombro y luego descendió por su brazo.

—Max... —Kitty estaba sumida en una dulce y embriagadora exaltación.

Él terminó de sacarle el vestido por las piernas. Se tomó unos segundos para apreciarla, sentada en la cama, cubierta únicamente por su ropa interior de encaje blanco, exponiendo la belleza de esa figura que idolatraba. Tomó las manos de ella con las suyas, y apreció el anillo que todavía reposaba en su dedo.

—Fue al verte en una foto con este anillo que comprendí que debía regresar por ti. Fui muy estúpido al no advertirlo antes.

—¿Cómo sabías que estaba aquí, en esta habitación? No podía creer que eras tú en el umbral... Pensé que era una especie de broma de mi cerebro luego de soñarte tanto.

—No era una broma, cariño mío. Rudolf me dijo el número de tu habitación antes de marcharme —le confesó sin dejar de acariciarla—, luego retorné a mi casa, decidido a no buscarte más, hasta que vi una foto tuya con este anillo que me transmitió un mensaje más o menos claro. Solo entonces regresé.

—Lo llevo conmigo desde que me lo enviaste con Julie. Aunque sigo sin sentirme digna de ser tu esposa, este anillo solo habla de nuestro amor. Y por eso lo llevo.

—Serás mi esposa —aseguró—. Lo serás. Es lo único que me importa.

Ella no contestó. Se inclinó para besar su pecho, aprovechando la camisa ya abierta. El príncipe se enardeció con aquella explotación de su abdomen, que Kitty complementó luego con sus manos, más osadas en el tacto.

Max terminó liberándose él mismo de la prenda, mientras Kitty descendía buscando el botón de sus pantalones. Desnudos al fin, a punto de explotar de deseos contenidos luego de un mes de separación, se fueron reconociendo el uno al otro con sus besos, reencontrando esos espacios del cuerpo que, conquistados a golpe de caricias, trazaban el camino hacia el más excelso de los disfrutes.

Se conocían tanto y tan bien, que se acoplaban como dos piezas perfectas. Estaban hechos el uno para el otro, en una correspondencia exacta donde la invalidez de Kitty no era obstáculo para recorrer a un hombre que se sabía de memoria y del que no podría saciarse nunca.

Él, por otra parte, jamás desearía ser tocado por otra mujer que no fuera Kitty. Dividido entre la urgencia y el deleite de tomarla muy lentamente, se refrenó en sus ansias de consumación, para obtener placeres que servían de preámbulo a una entrega completa y absoluta.

Recreado en la voluptuosidad de su figura, perdido en la humedad de su centro, ese que exploraba en su profundidad y longitud, bebiendo de ella para calmar su sed, Max fue haciendo a Kitty cada vez más suya. Y él, a su vez, dejó de pertenecerse a sí mismo.

Ella reclamaba todo de él. Leía en él con sus manos, admirada de la rebosante masculinidad que se erguía cual corpórea manifestación de su apasionamiento. Ella quería estar en él, fundirse en él...

Sus cuerpos rebosantes de calor, se hallaban sincronizados en una necesidad de unión que no hacía más que aumentar. Max la sentó sobre él, mientras su abrazo los acercaba todo lo posible, hasta que se volvieron uno solo, en alma y carne. En amor y en física entrega. Despacio, como quien explora la nieve por primera vez, se fueron fusionando en una danza exquisita, en una sinergia perfecta, dónde resultaba imposible distinguir en qué punto comenzaba uno y terminaba el otro.

El ritmo de partida inicial fue lento, mientras Max exploraba la estrechez aterciopelada de su amada, en un febril ascenso. Ella se deleitó con aquel movimiento que seguía con todo su cuerpo, dejándose guiar y guiando también, mientras se aferraba a la espalda de Max, dejando escapar su nombre con una expresión ahogada, fruto de la exaltación que la invadía.

Muy pronto ese movimiento lento fue sustituido por uno más ágil, en el que la rapidez era proporcional a la intensidad que se elevaba hacia cumbres desconocidas. La había extrañado tanto que, cuando se expresaron su amor en el punto más alto del éxtasis al que arribaban juntos, Max pensó que nunca antes había sentido una felicidad tan plena.

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