Capítulo 4
29 de diciembre de 2023
Su secretario privado se había encargado de organizar la visita, así que su llegada no fue una sorpresa. Lo esperaban a las cinco de la tarde en una casa de jardín en la zona de Mittledorf. La arquitectura era la tradicional: fachada blanca, tres pisos, techo a dos aguas y ventanas de color rojo. Se detuvo en la puerta, acompañado por Karl. Había leído un poco sobre la familia, al menos el resumen que obraba en el expediente que tenían sus padres: La señora Charlotte Meyer era divorciada y tenía una única hija: Katherine. La mujer era escritora de libros infantiles, que habían tenido bastante éxito y que incluso él la había leído cuando era adolescente.
Katherine había estudiado Derecho, aunque se había dedicado en los últimos años por completo al deporte, donde había alcanzado lauros importantes. No obstante, le faltaba por obtener la Copa del Mundo y un título olímpico, de ahí que su preparación estuviese guiada fundamentalmente hacia la Copa del Mundo de enero de 2024 en España y los Juegos Paralímpicos de Invierno de Milán 2026. Con su imprudencia, estuvo a punto de destruir su carrera en el deporte y estaba consciente de ello.
La señora Meyer no demoró en abrirle la puerta. Estaba más nerviosa que molesta.
—Es bienvenido, Su Alteza. Por favor, pasen adelante.
—Muchas gracias por recibirme. Puede llamarme Maximilien o Max, como todo el mundo.
El interior era bastante bonito. La chimenea estaba encendida. En una de las esquinas del salón principal estaba ubicado en inmenso árbol de Navidad de color blanco, decorado en tonos rosas y dorados. Prestó atención a las paredes, la señora Meyer tenía buen gusto y se apreciaba que le gustaba decorar su hogar con pinturas, la mayoría contemporáneas, lo cual le daba un toque moderno a una casa que, en realidad, era antigua.
—Por favor, tomen asiento. ¿Les preparo un té?
—No, no es necesario, señora Meyer —se apresuró a decir Max.
La mujer se sentó frente a él.
—Le doy las gracias por las flores, en nombre mío y en el de mi hija.
—No tiene que agradecerme —replicó—, fue apenas un detalle. Me siento en verdad muy apenado por lo sucedido y he venido personalmente a ofrecerles disculpas por mi imprudencia. Sé que pudo tener consecuencias graves y deseo de todo corazón que Katherine se recupere pronto.
—Muchas gracias. Lo que sucedió fue, en efecto muy lamentable, pero por fortuna Kitty se recuperará, no tengo dudas de eso. Estoy segura de que usted es una persona responsable, que aprenderá de este incidente.
—Por supuesto. Nunca me he visto involucrado en una situación de esta envergadura en el pasado. La culpa es toda mía y no imagina cuánto lo lamento —dijo con sinceridad.
Charlotte, más relajada, le sonrió. Max era un hombre agradable y le parecía muy cercano. Por un momento olvidó que su hija estuvo en riesgo, y disfrutó de la calidez del príncipe.
—Le transmitiré sus disculpas y deseos de pronta recuperación a Kitty.
—Discúlpeme por ser, quizás, inoportuno, pero me encantaría poder verla —expresó Max.
—Ella… —Charlotte no sabía qué decir. La verdad es que Kitty no deseaba encontrarse con el príncipe—. Ella se sentía algo indispuesta; los calmantes para el dolor le dan sueño y… Si me disculpa, iré un momento a ver si está despierta y en condiciones de recibirlo.
Max se puso de pie cuando Charlotte también lo hizo. Se sentía pésimo de saber que Katherine estaba pasando por una situación así por su culpa.
—Por favor, se lo agradeceré mucho —le dijo antes de que se marchara.
La habitación de Kitty estaba en el primer piso. Era la misma que tenía desde que nació, aunque con los años la decoración fue cambiando. Cuando Charlotte entró, no dudó en preguntarle desde el sillón donde estaba cómodamente instalada:
—¿Ya se marchó?
—No, continúa en nuestro sofá. No quiere irse sin que lo recibas.
—No quiero hablar con él…
—Por favor, Kitty —insistió su madre—, es muy educado y amable. Además, tengo la impresión de que seguirá insistiendo hasta que pueda disculparse personalmente contigo. ¿Quieres que venga todos los días con ese objetivo hasta que accedas? Creo que lo mejor es que pases por este momento cuanto antes.
Kitty suspiró, sabía que su madre tenía razón.
—¿Cómo es? ¿Cómo está vestido? —preguntó curiosa.
—Es muy alto; tiene el cabello rubio y ojos azules. Está vestido con un pantalón azul, un sweater de color blanco y una chaqueta azul oscura con botones dorados. Es muy guapo, esa es la verdad —añadió con una risita. Kitty, a su vez, se rio de su mamá.
—Está bien, dile que puede subir. No pienso bajar por su causa. Si en verdad quiere disculparse, lo recibiré aquí.
—De acuerdo, lo traeré conmigo en unos minutos. Sé amable, por favor.
Kitty no respondió. Se quedó pensativa hasta que escuchó los pasos por la escalera de madera. La puerta de su habitación se abrió y acto seguido se alzó la voz de su madre de nuevo:
—Kitty, ya estamos aquí. Maximilien, ella es mi hija. Kitty, él es el príncipe Maximilien. Ha tenido la delicadeza de venir a verte.
Él, quien siempre se había preciado de ser muy dueño de sí mismo, se quedó sobrecogido cuando la observó en el sillón. Estaba cubierta con una manta y tenía en su regazo un cuenco de palomitas que recién se estaba terminando. Aquello tan trivial contrastaba un poco con lo complejo del momento.
—Buenas tardes, Katherine. Gracias por recibirme. Es un gusto conocerte a pesar de las circunstancias. —Ella intentó ponerse de pie, pero el dolor se reflejó en su rostro—. Por favor, no te levantes… —Se apresuró a decir él mientras se acercaba a la joven.
Kitty le extendió su mano, él no dudó en estrecharla, aunque sintió por un momento la sal de las palomitas en su palma. Más que molestarse, le sonrió, aunque ella no podía apreciarlo. Entonces se fijó en que la esquiadora tenía sus uñas pintadas de un color rojo muy llamativo y no pudo evitar pensar en por qué lo hacía, si ella no podía vérselas. Se sintió mal nada más de pensar en ello. Era realmente un imbécil.
—Es un placer, su Alteza. Supongo que en la nieve no pudimos presentarnos adecuadamente, pero le agradezco que haya venido hasta aquí a saludarme. Es una suerte que esta mañana no se haya configurado un homicidio involuntario —le dijo con una sonrisa que era un tanto inquietante.
Max se quedó desconcertado.
—¡Kitty! —exclamó su madre reprendiéndola—. ¡Qué cosas tienes! Vas a asustar al príncipe Maximilien.
—No se preocupe, señora Meyer. Es lo que sucede cuando uno habla con un abogado. Siempre lo intimidan a uno con esas cosas… —bromeó y pudo notar la sorpresa aflorar al rostro de Katherine.
“¿Cómo diablos sabe que estudié Derecho?” —se preguntó Kitty a sí misma en silencio.
—Mamá, ¿podrías prepararnos una taza de té? Llegaste tarde para las palomitas, príncipe Maximilien, pero quizás una taza de té nos venga bien a los dos. Por favor, toma asiento en el pequeño diván. Allí estarás cómodo.
Él, a su vez, se sorprendió de que ella supiera que aún estaba de pie. Charlotte, asombrada por la petición de su hija, accedió a prepararles el té. Recogió el cuenco de palomitas y los dejó a solas.
—Bien, supongo que, por temor a una demanda, la Casa Real se haya esforzado en darte un expediente sobre mí donde debes haber descubierto, por ejemplo, la carrera que estudié… —le soltó ella.
Max se rio.
—Sí. ¡Bah, tampoco era un expediente! Los expedientes son para las personas verdaderamente importantes. De ti me dieron solo una escueta ficha —expresó para molestarla. Había comprendido que a Kitty no se le podía tener ni temor ni lástima.
Ella se rio también, sin poder evitarlo. Sintió una punzada de dolor al hacerlo y se llevó la mano a las costillas, pero eso no impidió que disfrutara de la respuesta afilada de su interlocutor. Max descubrió en ese momento que tenía una sonrisa hermosa. En realidad, Kitty era muy bonita: su cabello negro, frondoso y largo y un rostro armonioso, de ruborizadas mejillas y delicados párpados poblados de pestañas que exaltaban sus apagados ojos, al punto de hacerlo olvidar, por breves instantes, que no podían verlo.
—Supongo que estén preocupados por lo que sucedió, pero les garantizo que no pienso hacer ningún escándalo de esto, puedes estar tranquilo —prosiguió ella con mayor seriedad.
—Te lo agradezco, ahora podré dormir mejor. Mis padres querían expulsarme del Castillo.
—¿En serio? —Sonrió ella.
—No, no creo —respondió él con mayor gravedad—, pero estaban muy molestos conmigo. Katherine, yo…
—Puedes llamarme Kitty —le interrumpió ella.
—De acuerdo, puedes llamarme Max entonces. Kitty, yo… siento mucho lo que sucedió. —Le tomó una mano por instante, pero luego la soltó, al ver que ella se sobresaltaba—. Ojalá tuvieras la oportunidad de conocerme mejor para saber que no soy una persona imprudente. Sé que lo que hice lo fue, pero me arrepiento mucho de eso y de los perjuicios que el accidente pueda traerte. Por favor, perdóname.
Debía ser algo sumamente extraño que un príncipe pidiera disculpas. Al menos no era lo que esperaba de alguien de su rango o quizás tenía una idea muy equivocada sobre la realeza. Kitty se mantuvo por unos segundos en silencio, hasta que finalmente habló:
—Fue un accidente desafortunado, esa es la única verdad. Estás perdonado.
—Eres muy generosa y me alivia un poco tu respuesta. Solo me sentiré mejor cuando sepa que estás en condiciones de asistir a la Copa del Mundo como era tú propósito.
El rostro de Kitty se ensombreció un poco al recordar la competencia en la que no estaba segura de poder participar. Él lo notó al instante.
—Lo siento, no quería recordártelo. Solo buscaba que supieras que lamento lo que sucedió y que sé cuánto hay en juego.
—Sí que te dieron bastante información en esa ficha… —bromeó Kitty al fin.
—Un poco, aún hay mucho que no sé de ti. —Y la manera en la que lo dijo, denotaba que quería continuar descubriendo cosas sobre ella.
—No hay mucho más que valga la pena saber.
—Yo diría que sí. Esquías desde niña, y has ganado varios campeonatos. También descubrí que eras la hija de Charlotte Meyer. Leí la saga de tu madre cuando era adolescente.
—A ella le gustará saber eso.
—¿El personaje de Kelly está inspirado en ti? —preguntó de pronto. Recordaba que uno de los protagónicos era una bruja adolescente invidente. Las aventuras de ella, su hermana Lizzie y su vecino Thomas, se vendieron muy bien diez años antes y aún se reeditaban con bastante éxito.
—Mamá comenzó a escribir la historia para distraerme. Creyó que sería algo único el hecho de que una bruja no pudiese ver… De ese pequeño detalle se derivaron muchas situaciones divertidas y, en cierta forma, mi madre me hizo más fácil mi situación, al tomármelo con buen humor.
—Tu madre parece ser una persona increíble y, por otra parte, reconozco que me ha dejado impresionado tu carácter.
—Seguro esperabas encontrarte a una pobre ciega adolorida —respondió—. Que, para ser justos, lo de ciega y adolorida es cierto… —Max no pudo evitar sonreír—, pero te aseguro que me he repuesto de cosas peores. También me has dejado impresionada y creo que me has demostrado que estaba equivocada sobre ti. Pensé que habrías sido obligado a venir y que me darías una disculpa sosa, con la intención de marcharte pronto. Parece que el príncipe es algo más que un rostro bonito…
Max soltó una carcajada.
—¿Me has llamado guapo? Se supone que eso no tienes manera de saberlo, ¿o sí?
Kitty se ruborizó por completo. Sintió el calor recorrer sus mejillas y estaba segura de que Max lo había advertido.
—Por supuesto que no lo sé —respondió un tanto ofendida—. Pero he escuchado rumores de su excesiva vida social expuesta en los tabloides… Además, es lo que se esperaría de un príncipe azul: que sea guapo. —Lo de “azul” lo remarcó en tono de burla, pero Max continuaba disfrutando mucho el haberla avergonzado. Estaba casi seguro de que la curiosidad había llevado a Kitty a pedir que lo describieran.
—No soy un príncipe azul —dijo después.
—Me parece bien, yo no creo que existan… —respondió Kitty.
Max iba a preguntarle la razón, cuando fueron interrumpidos por Charlotte, quien acudía con una bandeja en las manos. Max, gentil como siempre, se puso de pie para ayudarla. Sin embargo, Charlotte no le aceptó, ya que sabía exactamente dónde colocar la bandeja. El aguzado oído de Kitty se puso alerta. Luego, con gran precisión, tomó la servilleta de tala y se la coló en el regazo; acto seguido tomó la tetera, se sirvió en la taza exactamente la cantidad necesaria y luego le echó dos cucharaditas de azúcar. Max, inmóvil, no daba crédito a la destreza de la joven. Charlotte, desde su puesto, le sonrió con condescendencia. Max no tenía idea de cuán maravillosa y capaz era su hija. Por temor a ofenderla, Max se calló su asombro y disfrutó de su taza de té.
—¿Estuvo agradable la charla entre ustedes? —indagó la madre.
—Mucho —respondió Max—. Hablamos de sus libros.
En realidad, habían hablado de mucho más, pero el tema de la saga de las brujas de Vaduz los mantuvo entretenidos durante el rato del té. Max se distrajo en grado sumo con las anécdotas de Charlotte mientras la escribía, y notó como Kitty, con el tiempo, se iba sintiendo mejor de ánimo. Cuando el té se terminó, no tuvo más excusas para quedarse, aunque algo en su interior lo hacía sentir tan cómodo que no tenía, en verdad, deseos de marcharse.
—Muchas gracias por la increíble acogida —les dijo de corazón—. He pasado una tarde muy agradable.
—Nosotras también —respondió Charlotte por las dos—. Muchas gracias por venir, Maximilien.
—Por favor, no me agradezca; las circunstancias no lo ameritan, aunque para mí haya sido un gusto haberlas conocido. Kitty, espero que te recuperes pronto.
—Muchas gracias, Max. Te deseo muchos éxitos en tu vida y que aprendas a esquiar mejor…
—Te sorprendería saber lo buen esquiador que soy —respondió él.
—Sí, por supuesto que me sorprendería… —se burló ella.
Max no pudo evitar reír con su comentario.
—Para probártelo iremos pronto a esquiar juntos a Malbun.
—Dudo mucho que en unas semanas te acuerdes de mí… —le retó ella.
—Te prometo que iremos —repitió él.
—No hagas promesas que no puedas cumplir —contestó Kitty.
Max por un momento se quedó pensativo, recordando que unas noches atrás había tenido una conversación parecida con Lisa. A veces creía que fue solo un sueño.
—Te aseguro que iremos a Malbun y que te mostraré cuán bueno soy en las pistas.
Kitty no replicó y, en esta ocasión, lo dejó marchar. Dudaba que volvieran a encontrarse, pero debía reconocer que aquella tarde había sido insospechadamente divertida y solo por eso debía agradecerle al príncipe Maximilien, aunque jamás cumpliese su promesa.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro