Capítulo 39
17 de diciembre de 2024
La vida había seguido su curso; al menos eso pensaba Max, ya que las cosas entre Kitty y él estaban bien. Por supuesto que la neuropatía óptica congénita flotaba entre los dos como un espectro que les recordaba la inviabilidad de muchos planes, entre ellos el de tener hijos. Sin embargo, Max estaba convencido de que hallarían una solución. Era tanto su deseo de defender su relación con Kitty, que no había vuelto a llamar a sus padres.
Esa mañana, la esquiadora se encontraba a solas, en la habitación, escuchando un audiolibro. Fue interrumpida por Helga, una suerte de ama de llaves de la casa, que se encargaba de tener todo en perfecto funcionamiento. Era una mujer de mediana edad muy competente, que le profesaba mucho cariño al príncipe y a ella también.
—Perdona que te interrumpa, Kitty —le dijo con la voz un poco nerviosa—, pero su Alteza, la princesa Sofía, ha llegado. Le he explicado que Max no se encuentra en casa, pero es contigo con quien desea hablar.
Kitty se estremeció y se incorporó de inmediato. No se encontraba con la madre de Max desde agosto y, dados los últimos acontecimientos, no podía creer que se tratase de una visita de cortesía. Sin embargo, hubiese sido una falta tremenda de educación no acudir a su encuentro, así que respiró hondo y le preguntó a Helga si la hallaba bien vestida.
—Estás preciosa, como siempre —le respondió la mujer con sinceridad.
Kitty llevaba un conjunto deportivo de color rojo oscuro y el cabello suelto.
—Gracias. ¿Le has brindado algo para tomar?
—Sí, pero no desea nada. Solo hablar contigo.
—De acuerdo, gracias.
—Ánimo, mi niña —se atrevió a decirle.
Kitty sonrió con tristeza, pero finalmente se marchó.
Se movía por la estancia con suma precisión, luego de vivir allí por casi un año. La seguridad de Kitty dejó a Sofía muy impresionada cuando finalmente la vio.
—Buenos días, su Alteza. —Realizó una pequeña reverencia cuando llegó al salón.
—Por favor, no es preciso. Puedes llamarme Sofía.
La voz le permitió orientarse mejor hacia ella, hasta que Kitty quedó frente a la dama. Las gafas la escanearon y dijeron en voz alta: "Princesa Sofía". Kitty le extendió la mano, aguardó un instante, hasta que la madre de Max se la estrechó. Luego tomaron asiento.
—Te ves muy bien, Katherine. Es impresionante la manera en la que conoces la casa y las gafas se aprecian como un útil aditamento.
—Muchas gracias, lo son. Fueron un obsequio invaluable de su hijo; ahora constituyen, además, un proyecto que nos une por el bienestar de los invidentes en Liechtenstein —respondió—. Le agradezco su visita, hacía mucho tiempo que no nos encontrábamos. Es una pena que Maximilian no sepa que ha venido.
—Y preferiría que esta conversación quedara entre nosotras, Kitty. ¿Puedo llamarte así? —La aludida asintió—. Vengo a hablarte de Maximilian y de su futuro.
Kitty se tensó aún más.
—Perdóneme, no quiero resultarle impertinente, pero si ha venido a hablar sobre el futuro de su hijo, debería ser con él aquí presente.
—Lo haría, si supiera que irá a escucharme, pero me temo que Max está siendo muy poco razonable. ¿Sabes que hace muchos días que no tenemos noticias suyas y que no ha confirmado su participación en las festividades navideñas de la familia real?
Kitty no lo sabía. Le había preguntado sobre sus planes para Navidad, pero Max no le había dado una respuesta concluyente.
—Realmente no estaba al corriente de eso. Si teme que yo haya influido de alguna manera en esa decisión, está equivocada —le contestó con aplomo—. En modo alguno interferiría en la relación de Max con su familia. Si lo desea, intercederé con él para que cumpla con sus obligaciones familiares. Yo perfectamente puedo pasar Navidad con mi familia, como siempre he hecho.
Sofía suspiró.
—Eres una buena chica y te lo agradezco, pero tu interferencia en el futuro de Max es inclusive más grande de lo que puedas, quizás, suponer —confesó—, y estoy segura de que estás ajena a muchas cosas.
Kitty respiró hondo una vez más. Se avecinaba una conversación harto difícil.
—Sé que están enterados de mi condición genética y que fueron ustedes quienes le contaron a Max sobre ella antes que yo lo hiciera. Comprendo que el futuro de Max les preocupe, pero le aseguro que, por el momento, estamos concentrados nada más que en vivir el presente —le informó— sin demasiadas expectativas. Su hijo y yo estamos muy enamorados y precisamente por eso, hemos decidido continuar juntos a pesar de las circunstancias tan adversas.
—¿Y por cuánto tiempo será eso? ¿Acaso Max piensa renunciar a casarse y a tener hijos? Max tiene una obligación con su familia y la Casa Real, Kitty. Sería muy egoísta de su parte que piensen únicamente en ustedes mismos.
Kitty se puso de pie, un tanto ofendida.
—Y sería muy egoísta que la familia de Max piense únicamente en la Casa Real y no en la felicidad del príncipe. No puedo asegurarle cuánto tiempo más dure nuestra relación —admitió—. Sin embargo, hasta que la vida lo permita, continuaremos juntos. Max cree que puede haber otras opciones para nosotros como la adopción o la fertilización de un óvulo de otra mujer, implantado en mí. No lo sé.
Sofía se puso de pie también.
—Todas esas opciones son inviables para un heredero del principado, Kitty. Para un hombre cualquiera tal vez, pero no para el futuro Jefe de Estado. Por ley, un heredero y su esposa deben procrear dentro del matrimonio un hijo biológico de ambos que sea, a su vez, sucesor de su padre. Eso excluye la adopción, por supuesto, y la fertilización de un óvulo de otra mujer, porque biológicamente no sería tu hijo —le explicó—. Por supuesto que pueden adoptar después, pero necesitarían de, al menos, un hijo varón biológico. ¿Estarían dispuestos a arriesgarse y a que ese niño pierda la visión y pase por lo que tú padeciste durante tu adolescencia?
Kitty se quedó callada. Era muy doloroso lo que estaba sucediendo.
—Inclusive, en el caso de que decidieran correr ese riesgo, requieren de autorización familiar para contraer matrimonio —prosiguió—. Algo que me temo no obtendrían, dadas las circunstancias. Maximilian se vería entonces obligado a renunciar a sus derechos sucesorios por ti.
—Él no renunciará a sus derechos, le doy mi palabra. Solo estamos siendo un poco felices, ¿es tan difícil de comprender? —dijo con un nudo en la garganta, ya superada por la difícil plática que sostenían.
—Siento mucho decirte todo esto, Kitty. Sé que eres una excelente persona, pero, ¿sabes de cuánto tiempo en realidad disponen para disfrutar de esa artificial felicidad?
—No la comprendo...
—Al parecer mi hijo no te ha dicho toda la verdad, Kitty —le contó con cierta pena, pero dispuesta a continuar—. Su abuelo le ha dado tres meses para decidir si rompe su relación contigo o si renuncia a sus derechos sucesorales.
El rostro de Kitty reflejó gran sorpresa.
—¿Tanto mal les he hecho para que pongan a Max en esta terrible disyuntiva? —preguntó con voz ahogada, incrédula de que la familia real hubiese llegado hasta ese punto.
—Lo siento, Kitty. Te confieso que yo no comparto ese ultimátum. Me hubiese bastado con tu palabra para confiar que, en un futuro, esta relación con Max se extinguiría y que él cumpliría con su deber. Sin embargo, mi suegro ha sido terminante con esto y, si estoy hablando contigo ahora, es porque tengo miedo de que Maximilian renuncie de verdad —expresó con sinceridad—. Pienso que debías estar enterada de lo que está sucediendo, para que tengas todos los elementos de lo que representa continuar con Maximilian.
—¿Qué es lo que desea? ¿Qué lo abandone? ¿Qué desista de una vez? —Kitty no pudo evitar dejar de expresar su dolor y frustración.
—Jamás te pediría que hicieras eso —contestó—, porque no tengo ese derecho y lo sé. No quiero presionarte de ninguna manera, Kitty. No soy tu enemiga. Sé que mi hijo te ama y yo quisiera quererte y aceptarte como él desea que suceda. Sin embargo, ni tú ni yo somos culpables de que las cosas sean como actualmente son. Ojalá que no tuvieses esa condición para haberte recibido sin reservas como la esposa de mi hijo. Lamentablemente, por el principado, estamos en posiciones opuestas y yo debo velar por lo que, en mi criterio tal vez errado, es lo más conveniente para Maximilian. He venido aquí hoy como una madre preocupada por el futuro de su hijo y para informarte de la decisión de su abuelo, pues imaginaba que no estarías al tanto. Si deciden continuar juntos, al menos estarás al tanto del alto costo que estaría pagando Maximilian por eso. Creo que es justo que lo sepas —concluyó.
Kitty permaneció en silencio. Había sido demasiado para ella... Se hallaba muy atormentada como para reaccionar. Escuchó cómo la madre de Max caminaba en dirección a la puerta.
—Ya me marcho... Gracias por escucharme, Kitty y... —dudó—, perdóname. Tal vez no debí haber venido, pero supongo que estoy en el deber de hablarte con la verdad que Max, por amor, te va a ocultar a toda costa siempre.
Escuchó como la puerta se cerraba hasta permanecer sola en salón de nuevo. Kitty se dejó caer en el sofá. No derramó ni una lágrima; estaba, sobre todas las cosas, cansada de aquella situación.
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Max llegó a mediodía a la casa, para encontrarse un panorama desolador: Kitty y Julie se habían ido de casa. Fue Helga quien primero se lo informó, con la voz entrecortada y nerviosa.
—Me pidió que la ayudara a recoger sus pertenencias —le dijo con tristeza—, y por más que intenté disuadirla para que desistiera, se mantuvo firme en su resolución. Yo misma le pedí el taxi, así que puedo decirle que se marchó a casa de su hermana.
—Gracias, Helga. Lo único que no entiendo es por qué... —Maximilian se encontraba aún en estado de shock. No podía creer que su novia, con la que había compartido un agradable desayuno esa mañana, se marchara así: sin decir palabra.
—Max, yo... —Helga no sabía si decirle toda la verdad—. Para mí es más importante su felicidad que este empleo. Sé que puedo meterme en problemas por lo que le voy a decir, ya que me ordenaron que guardara silencio, pero no puedo hacerle eso a usted...
—Por favor, Helga, ¿qué es lo que está sucediendo? Te prometo que no vas a perder tu empleo... —le aseguró nervioso, imaginando que algo muy grave había precipitado la salida de Kitty de casa.
—Maximilian, su madre vino hoy en la mañana y solicitó hablar con Kitty —contó al fin—. Después de esa conversación, Kitty tomó la decisión de irse. Aunque no la vi derramar ni una lágrima, sí se apreciaba muy abrumada. Tanto su madre como Kitty me solicitaron discreción. Kitty sobre todo no quería que yo le dijera nada. Sin embargo, Max, ¡yo tengo que serle leal a usted!
Max comprendió los estragos que para su relación con Kitty podía haber conllevado aquella charla.
—Muchas gracias, Helga —le dijo tomando su mano, te aseguro que no olvidaré tu prueba de absoluta confianza y cariño. Te repito que tu empleo estará a salvo. Ahora deséame mucha suerte para que Kitty regrese... Yo —la voz le tembló—, creo que después de la visita de mi madre, la situación es más que difícil para nosotros y temo que no quiera volver.
—¡Confío en que todo salga bien!
Max, no obstante, tenía miedo. Cuando subió al auto le llegó un audio de Kitty:
"Hola, Max. Lo siento mucho —le dijo con voz pausada—, pero me he marchado de casa. De tu casa. —Reiteró e hizo una pausa. Él comprendió que estaba intentando dominar sus emociones—. No hubiese querido que las cosas terminaran así, pero siempre supe que esta historia tan bonita tendría necesariamente un final. Desde que sabes la verdad acerca de mi condición he intentado que nuestra vida siga igual, pero lo cierto es que me siento incompleta por no cumplir tus sueños de casarme y formar una familia contigo... Tampoco quisiera que esto se volviera un problema para tu familia. Estaba consciente de que no debía amar al príncipe de Liechtenstein, que no tenía ese derecho; viví este último año, en cambio, enamorada de Maximilian, pero el príncipe y el hombre que amo son la misma persona y, una vez más, he comprendido que debía dejarte ir. Hubiese querido despedirme, pero ambos sabemos que no me hubieses dejado marchar y yo, como hace unos días en Vaduz, habría terminado cambiando de opinión. Por eso me he ido sin que estuvieras. Perdóname. Solo quiero que sepas que guardaré los recuerdos más lindos de este año a tu lado. Acepta mi decisión, por favor. A pesar del amor que nos profesamos, ambos sabemos que esto es lo mejor. Un abrazo, Max".
Terminó de escucharla con lágrimas en los ojos y condujo hasta casa de Lisa con el anhelo de encontrarla allí. No se decepcionó cuando supo, de labios de Rudolf que, en efecto, allí estaba. Fue Julie quien corrió a su encuentro, feliz de verlo.
—Hola, preciosa. —Max se arrodilló para abrazar a su niña.
—Max, no ha querido decirme lo que sucedió —le contó Rudolf—. Sin embargo, está muy tranquila y, en mi experiencia, es peor cuando Kitty se halla así, es como si se pusiera una coraza y se aislara del mundo. Lisa está en el hospital, así que tampoco ha podido hablar con ella. Por favor, pasa adelante.
Max entró al recibidor.
—Mi madre fue hoy a la casa —le explicó a Rudolf—, estoy casi convencido de que Kitty se fue de casa a causa de lo que le dijo.
—¿Y qué pudo haberle dicho que fuera tan grave? ¿Acaso el tema de los hijos?
—Me temo que sea más que eso —se sinceró—. Cuando mi familia me puso al corriente de la condición de Kitty, mi abuelo, además, me dio un plazo para decidirme si continuaba con ella y renunciaba por consiguiente a mis derechos sucesorales, o rompía mi relación. Mi madre debe haberle contado a Kitty esto.
Rudolf le puso la mano en el hombro.
—Lo lamento. Tienes un gran problema con tu familia entonces. ¿Por quién hubieses decidido?
—Por ella —respondió sin vacilar—, y mi madre lo debe imaginar, de lo contrario no habría hecho esto. Ahora temo que las cosas con Kitty no tengan arreglo. Ella probablemente no quiera ser la causa de mi renuncia y, por la otra parte, mi familia me está obligando a ello. Y eso es lo que más me molesta. Mi relación con Kitty hubiese podido continuar como hasta ahora de no ser por esta presión.
—Habla con ella, con calma. Espero que te escuche. Está arriba, en la habitación de huéspedes. Yo estaré en la cocina preparando té. Suerte, amigo.
Max le dio una palmadita en la espalda y subió hasta la habitación. Kitty estaba recostada en la cama, en apariencia muy calmada.
—Kitty, ¿podemos hablar?
Ella se incorporó, sorprendida. Esta vez no se había percatado de su presencia.
—No debiste venir.
Max se sentó frente a ella, en la cama.
—Debías imaginar que no podía quedarme así... Yo te quiero conmigo, Kitty. —Le tomó la mano, pero ella la apartó.
—Max, esto no tiene remedio.
—Helga me contó de la visita de mi madre.
—No debió haberlo hecho. Le pedí que no te lo dijera.
—Lo sé, pero se lo agradezco —respondió el príncipe—. Gracias a eso sé que no te fuiste por propia voluntad.
—Sí me marché por voluntad propia, Max —replicó—. Tu madre lo único que hizo fue hacerme entender los costos tan grandes de esta relación para ti. No puedo aceptar que renuncies a tus derechos ni que rompas con tu familia.
—No puedo creer que mi madre hiciera esto —prorrumpió molesto.
—En realidad solo fue sincera y educada. No me trató mal.
—No tenía derecho a hacer eso, Kitty.
—Tal vez no —reconoció—, pero tú no me contaste que tu abuelo te puso un ultimátum respecto a nosotros.
—No lo hice porque es un sinsentido lo que dijo. Estaba aguantando su presión, porque no tiene derecho a exigirme, en un plazo de tres meses, que renuncie a mis derechos sucesorales. No es legal, ¿comprendes?
—De cualquier manera lo ha hecho —replicó Kitty—, y yo no puedo permitir que elijas.
—Es que yo te elijo a ti, Kitty —dijo él acariciando su mejilla—. Siempre te elegiré a ti. Y si no te hablé acerca del ultimátum de mi abuelo, es porque la decisión, por mi parte, ya está tomada.
Ella se levantó de la cama, abrumada.
—Sé que soy muy afortunada por el amor que me profesas y que demuestras tenerme ante cada prueba que ha impuesto la vida, que no son pocas. Sin embargo, soy yo la que no puedo continuar. No puedo soportar la idea de que mi amor te cueste no solo la posibilidad de ser padre, sino tu relación con tu familia y hasta el puesto para el que has sido educado desde que naciste. Es demasiado para mí, Max —añadió llorando—, y ya no puedo más... De verdad que no puedo más...
Él la abrazó, mientras Kitty dejaba escapar al fin todas las emociones que había estado conteniendo.
—No me pidas que regrese contigo, Max, no puedo...
Él le acarició la cabeza, dividido entre los deseos que llevarla a casa, por una parte, y la necesidad que experimentaba de darle un poco de paz y de no causarle más problemas.
—No quiero estar sin ti, Kitty. Te amo como no te imaginas.
Ella se separó un poco y se enjuagó las lágrimas.
—Es mejor que nos separemos ahora, Max. Te suplico que no me busques más... Necesito estar sola.
—No puedes estar hablando en serio. Kitty, hasta ayer mismo estábamos haciendo planes...
—Eso fue antes de comprender la situación tan grave en la que te encuentras frente a tu familia. De cualquier manera, yo siempre supe que esta relación no podía ser, así que esto me ha dado el valor que necesitaba para dejarte ir —dijo con voz ahogada.
—Por favor, amor —le suplicó—, sé razonable. No puedes dejar todo solo por la presión de mi familia...
—No es solo por eso, Max. Soy yo... Yo estoy rota. Por dónde quiera que analices la situación esta relación no tiene sentido. Te pido que no me lo hagas más difícil. Yo regresaré a casa de mamá en Vaduz. Puedes hablar con ella directamente para llevarte algún día a Julie. Ella no tiene la culpa de que nos separemos y sé que te va a extrañar.
—¿Y tú no?
—Yo... Prefiero que no nos encontremos más por algún tiempo, Max. Necesito estar sola, por favor... Será lo mejor para los dos. Estoy consciente de que vendrán semanas muy difíciles, pero que en algún momento nos sentiremos mejor y seguiremos adelante con nuestras vidas. Esto será un bonito recuerdo y...
Él no pudo continuar escuchando. La volvió a tomar en sus brazos. Kitty lo aceptó, estuvieron unos segundos en silencio, sin decirse nada. Max creyó que habría recapacitado cuando le aceptó un beso, pero Kitty se separó de él una vez más lentamente y se sentó encima de la cama.
—Cierra la puerta cuando salgas, por favor.
Max no podía creerlo. Aquellas palabras le parecieron las más frías del mundo. Casi como un autómata, la obedeció y cerró la puerta tras de sí.
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