Capítulo 38
Max ingresó a casa de Kitty con el corazón en un puño, acompañado por Lisa. Fue ella quien se encargó de poner a la familia al tanto, en voz baja, de la situación:
—Ya Max está enterado de la condición de Kitty. Su familia de alguna manera lo descubrió y lo puso al corriente. Yo me he tomado la libertad de, como médico y hermana, explicarle todo lo que necesitaba saber.
—¡Dios mío! —Charlotte temblaba como una hoja—. Lo siento mucho, Max. Le dijimos siempre a Kitty que debía contarte, pero era un secreto que le pertenecía a ella y no teníamos el derecho de quebrar su intimidad. Por lo general, a Kitty le cuesta mucho hablar de esto, ya que por su condición ha debido renunciar a muchos sueños y supongo que pensaba que, una vez que te lo dijera, se vería obligada a renunciar a ti también.
—No se preocupe —le aseguró Max intentando mantener la calma—. Lo entiendo perfectamente y ustedes no son responsables de nada. Kitty tampoco. Ella nunca me engañó, yo simplemente no quise ver la verdad y creí que las cosas serían un poco más fáciles de lo que en realidad son.
—Max, ella está muy alterada con esta situación —intervino Alex—, me preocupa que tome una decisión precipitada sobre ustedes o que tú... —se interrumpió—. Sé que la condición de Kitty probablemente cambie tus planes sobre el futuro y en sentido general, las cosas entre ustedes. Quiero que sepas que, cualquiera que sea tu decisión, la entenderemos.
Max le puso la mano en el hombro.
—Gracias —respondió—, entiendo su legítima preocupación, y agradezco el cariño que todos me profesan, pero le aseguro que mis sentimientos por Kitty siguen siendo exactamente los mismos. Solo necesito hablar con ella, por favor.
Alex asintió y lo escoltó hasta la escalera. Max subió hasta su habitación con el corazón en un puño. La encontró sentada en la butaca, dónde mismo lo recibió la primera vez que la vio; en esta ocasión ya no tenía el cuenco de palomitas, sino una caja de pañuelos desechables. Su rostro enrojecido le indicaba sin duda alguna que había estado llorando. Fue en ese instante que Max supo que Kitty era, sobre todas las cosas, su prioridad.
—¿Max? —Algo delató su presencia, probablemente fuera su perfume, pues Kitty no llevaba las gafas puestas.
Él se acercó y la cobijó en sus brazos, con fuerza.
—Hey, todo estará bien —le susurró mientras le daba un beso en la mejilla—. Lamento no haberte dicho antes lo del artículo. Tienes razón al suponer que está mi mano detrás de todo esto, pero quería que el mundo supiera acerca de nosotros. Tenemos una historia de amor preciosa que debía ser conocida.
Kitty se apartó un poco de él, intentando encontrar el valor.
—Max, yo... No estoy molesta ni triste porque las personas sepan de nosotros; es cierto que me importa nuestra intimidad, y que quizás a partir de ahora no contemos con tanta privacidad, pero ese no es el motivo por el cual me hallo tan afectada —le explicó atropelladamente—. Lo que me sucede es que me siento culpable de que sacaras a la luz una relación que no tiene futuro.
—Claro que lo tiene.
—No lo tiene, Max —replicó llorando de nuevo —, y me duele no haber sido más clara contigo desde el comienzo. Tengo una enfermedad genética que me hizo perder la visión en mi adolescencia; de tener hijos, ellos tienen una probabilidad no baja de desarrollarla también. Es por eso que no puedo tenerlos y que, en definitiva, nuestra relación está destinada a terminar.
Se hizo un silencio de algunos segundos en los que Max intentó hallar las palabras más correctas.
—No vamos a terminar, Kitty.
—Max, ¿no me has entendido? Es preciso que te alejes de mí.
—Por supuesto que te he entendido, pero no lo haré. Sé todo lo que debía saber ya de la neuropatía hereditaria de Leber y no me parece, ni de cerca, un buen motivo para abandonar a la mujer que amo —respondió con convicción.
Kitty se derrumbó y se dejó caer al suelo, llorando desconsoladamente de nuevo. Sin duda esperaba otra respuesta suya. Creía que Max se alejaría de ella, así que todavía no podía creer que él estuviese actuando así, a pesar de conocer a lo que renunciaba. Él se arrodilló a su lado para estrecharla en sus brazos.
—Yo también tengo miedo —le confesó—, pero ahora mismo lo único que sé es que te quiero y que un hijo hipotético no me separará de ti. Ya encontraremos la manera: buscaremos a un buen consultor genético, la mayoría de los casos con una sola mutación no pierden la visión —le dijo como un versado en la materia—; también podemos fecundar otro óvulo e implantarlo en ti, para que tengas a nuestro hijo o adoptar, Kitty. Hay maneras, existen soluciones, salvo que terminemos. Al menos no por ese motivo. Siempre podrías enamorarte de otro príncipe y dejarme abandonado... —añadió.
En medio de su dolor, Kitty no pudo evitar sonreír.
—Así me gustas más. —Maximilian le dio un beso en los labios.
—Te confieso que estaba preparada para romper —le dijo con mayor gravedad.
—Para eso nunca se está preparado, amor. No vale la pena que te tortures con eso, pensando en una decisión que no hará feliz a ninguno de los dos. Tenemos una relación muy linda y no voy a permitir que nada se interponga entre nosotros. —Ni "nadie", pensó en su familia, pero no lo externó.
—Creí que te molestarías conmigo por no haberte dicho la verdad desde el principio, ni cuando me lo preguntaste.
—Siempre fuiste clara conmigo, Kitty, desde el comienzo, incluso antes de que tuviéramos una relación. Fui yo quien no quiso pensar en una razón como esta. Nunca me mentiste, así que es imposible que esté molesto contigo.
—¿Y cómo lo supiste? —recapacitó ella de pronto. Al hablar con Max le había parecido evidente que ya estaba enterado de su diagnóstico.
—¿Recuerdas que bromeabas acerca de tu expediente en el Castillo? Pues hoy descubrí que también hay uno médico sobre ti. —Él intentó restarle importancia al asunto, pero tampoco quería engañarla, así que optó por contarle.
—Oh, no. ¿Qué dice tu familia entonces?
—Solo querían hacerme saber sobre tu condición, ya que creían que no estaba al tanto. Lo hicieron porque están conscientes de que lo nuestro es algo serio, aún más luego de darlo conocer al público. En definitiva ellos acatarán lo que yo decida. Y yo decido por ti.
—¿Y el principado?
—Ya veremos —contestó más evasivo sobre ese tema—. Por el momento no tengo que suceder a mi padre, gracias a Dios. Ya la vida dirá.
—Max, sigo pensando que es irresponsable de mi parte continuar contigo...
—¿Tú me quieres?
—Te amo —respondió enseguida.
—Entonces olvídate de lo demás y no vuelvas a hablarme de separación, mucho menos por causa de mi familia.
Max había decidido aguantar la presión. No iba a permitir que lo obligaran a dejar a Kitty ni a renunciar a sus derechos solo por un capricho familiar. No había razón alguna para renunciar tan pronto y, en el caso de que realmente lo conminaran a ello, no sería ni el primero ni el último en renunciar a sus derechos sucesorales o en abdicar, según fuera el caso.
—¿Nos vamos a casa? —le interrogó Max con ella recostada en su regazo.
—Pensé en no hacerlo, en quedarme aquí de una vez. Estaba dispuesta a eso; creía que era lo más justo para los dos. Sin embargo luego llegasts tú y echaste por tierra mis decisiones... Nunca esperé, Max, que con una bomba como esta explotando sobre nosotros actuaras de la forma en la que lo hiciste. Estoy realmente impresionada.
Él le acarició la cabeza y le besó en el hombro.
—Supongo que es porque estoy muy enamorado de ti y valoro mucho lo que hemos construido como para renunciar.
—Gracias, Max, aunque no sé si en verdad tengamos un futuro juntos...
—No vuelvas a decir eso, Kitty.
—Por favor, déjame continuar —le imploró ella tomando su mano—. Te decía que no sé si tengamos realmente un futuro juntos, pero jamás olvidaré al Max de hoy y la manera en la que te has comportado conmigo. Me has hecho sentir valiosa y digna de ti.
—Eres valiosa y digna, Kitty. Yo siempre lo he sabido. Entonces, cariño, ¿regresamos a casa?
Lo dijo un una dulzura que terminó de convencerla.
—De acuerdo. Regresemos —respondió Kitty al fin.
Julie abrió la puerta del cuarto con la cabeza, como quien sabe que ya puede romper la intimidad de la pareja. Corriendo alegre, se fue a lamer los rostros de Max y Kitty, quienes aún estaban sentados en el suelo.
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La familia de Kitty observó con sumo alivio cómo ella, el príncipe, y Julie, bajaban la escalera juntos. Aunque se apreciaba que Kitty había estado llorando mucho, se notaba más tranquila.
—Ya nos vamos a casa —anunció Max—. ¿Ustedes se quedan?
—Oh, no, también nos vamos a Ginebra, bueno no sabíamos si... —Por un momento Charlotte creyó que tendría que acompañar a Kitty en Vaduz si ella y el príncipe terminaban separándose. Por fortuna no había sido así—. Nos vamos, nos vamos.
Alex se acercó a Maximilian.
—Me alegra que todo se haya aclarado. —Le dio un abrazo a Max y un beso a su hija.
Rudolf y Lisa hicieron lo mismo, contentos de que al menos los dos se hubiesen entendido y que continuaran juntos. Aquello decía mucho del hombre que era Max y de la sinceridad de sus sentimientos y todos los que querían a Kitty estaban agradecidos por ello.
—Si antes te odiaba un poco —le dijo Rudolf en voz baja solo para que él escuchara—, hoy definitivamente has ganado a un amigo.
Max le sonrió y le tendió la mano.
—Gracias, amigo.
Las tres parejas se marcharon al fin. Rudolf y Lisa lo hicieron en el Porsche de Alex mientras Kitty y Max se fueron solos con Julie. El príncipe puso algo de música para que se relajaran durante el trayecto.
—Estaba pensando en que deberíamos hacer un viaje en enero también, mientras tus padres y Lisa y Rudolf están en su Luna de Miel. ¿Qué dices?
Kitty le sonrió. Apreciaba que Max continuara deseando hacer planes con ella.
—Sería muy bueno. No obstante, debemos preguntarle a Justin sobre la fecha de estreno del documental. No debemos faltar.
—Cierto, es importante. No importa, luego de la boda y del estreno nos marcharemos por un buen tiempo.
—¿Y tus deberes?
Él se encogió de hombros.
—Manejaré mi agenda. —No lo dijo, pero Max estaba pensando en pasar lejos del principado los tres meses de plazo que le había dado su abuelo—. Quizás sea bueno pasar una temporada con Carol y los niños.
—¡Me encantaría! —El rostro de Kitty se iluminó. Recordaba los días en Sudáfrica con mucha ilusión.
Max se alegró de su reacción. Tenía la sensación de que, si quería proteger a Kitty, debía alejarla de su familia.
Al llegar a su departamento los estaban esperando varios fotógrafos. La noticia de su relación ya había trascendido. Sin embargo, Max se las ingenió para aparcar en su estacionamiento privado a dónde no podía acceder la prensa.
—¿Estás bien? —le preguntó Max cuando llegaron finalmente a casa.
Ella asintió y se abrazó a Max, todavía con el dolor de quien pensó que lo perdería.
—Estoy feliz de estar de regreso —confesó.
Max reciprocó el abrazó, la levantó en aire y se apoderó de su boca para darle un beso. Él también debía recuperarse de todo lo que había vivido ese día. Con Kitty a su lado se sentía capaz de seguir adelante, desafiando la autoridad de su abuelo y el deseo de su familia.
Se dirigieron a su habitación para amarse lentamente; era una entrega que tenía aún un halo de tristeza, pero que a su vez representa el compromiso tan grande que tenían el uno con el otro. Un compromiso que, por parte de Max, no se dejaría abatir por las incomprensiones y reglas de su familia. Kitty tembó con el tacto de sus manos y pensó por un instante en lo mucho que extrañaría a Max si... Negó con la cabeza y continuó amándolo con el corazón, en esa dimensión que era únicamente de ambos y en dónde no existía nada imposible para su amor.
En los días venideros no se habló más de la condición de Kitty. Intentaron llenar sus agendas de planes y proyectos juntos, de pequeños detalles que los hicieran sentir felices.
La prensa había continuado publicando instantáneas de la enamorada pareja. Los padres de Max descubrieron así que, no solo no se habían separado, sino que se apreciaban cada vez más unidos. Para colmo de males, el príncipe no había confirmado su asistencia a la cena de Nochebuena ni a las festividades por Navidad, que eran sagradas para la familia real. Al parecer, Maximilian ya había hecho su elección y no había necesitado ni siquiera de los tres meses que le habían concedido. El príncipe Maximilian había escogido, sobre la corona, a la mujer que amaba.
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