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Capítulo 37

Su propósito había sido claro: contar su amor por Kitty de la manera más bonita posible; crear una opinión favorable a su relación a través de una historia que hiciera simpatizar al pueblo de Liechtenstein con ella. Romper su sagrada privacidad, no obstante, había sido bien difícil para él. Kitty y él llevaban una buena vida y sabía que, hablar públicamente de su relación, se convertiría en un punto de cambio. Esperaba que para bien.

Maximilian estaba convencido de que un buen estado de opinión popular convencería a sus padres de que Kitty era una elección correcta. Aquella estrategia, más que otra cosa, lo había impulsado en esa dirección. Faltaban apenas días para Navidad y soñaba con que Kitty fuese invitada de nuevo al Castillo, como su novia. Estaban próximos a conmemorar un año juntos y él quería también, proponerle matrimonio.

Con esos objetivos, se presentó en casa. Supo de inmediato que las cosas no estaban tan bien como deseaba. Fue su madre quien lo recibió. Tenía el ceño fruncido y se notaba en extremo nerviosa, algo que no era habitual en ella.

—Tu abuelo y tu padre te esperan en la biblioteca —le dijo antes de darle un beso y acompañarlo.

Debía reconocer que estaba preocupado. Sabía que su familia se molestaría por la nota en el diario, aunque tampoco tenían la total certeza de que la hubiese mandado a publicar él mismo.

En el diván de cuero, rodeados por antiquísimos libros, aguardaban las dos figuras más importantes de la monarquía en Liechtenstein: su abuelo, el soberano; su padre, el príncipe Regente. Pocas veces en su vida lo habían esperado con semejante formalidad para hablar de algo, lo cual le indicaba que era en extremo serio.

Max entró con su madre y cerró la puerta tras de sí. Encima de la mesa estaba el consabido diario y, al lado, una misteriosa carpeta de la cual ignoraba su contenido.

—Max, ¿tienes algo que ver con lo que se publicó en el diario sobre Kitty y tú? —preguntó Louis sin preámbulos.

—Sí —respondió con sinceridad—. Por supuesto que no lo redacté yo, pero sí filtré la noticia y proporcioné las fotos.

Louis se puso de pie, con evidente fastidio y decepción. El abuelo permaneció en silencio, en apariencia más calmado.

—Conoces muy bien que somos personas en extremo discretas; ¿qué objetivo perseguías con una publicación de esa naturaleza? Entiendo que hubieras querido darle cierto reconocimiento a Katherine y a las gafas deportivas, como un acontecimiento destacable, pero hablar de su relación es algo inaceptable.

—Lamento que lo tomen de esa manera —respondió Max—, pero era preciso que se hablara de una vez la verdad sobre nosotros. De cualquier manera se sabría, así que preferí contarlo yo, bajo mis propias reglas y en el momento más oportuno.

—¿Qué ganas con todo esto? —insistió Sofía, quien tenía miedo de semejante estrategia con los medios.

—Preparar al pueblo de Liechtenstein —respondió—, para que no les sorprenda ni a ustedes tampoco, que dentro de un tiempo les solicite la autorización para casarme con Kitty.

—¡Oh, Max, eso no! —Sofía se llevó las manos al rostro.

—Eso es imposible, Max —le dijo su padre.

—¿Por qué? —replicó, confiado en poder convencerlos—. Kitty es maravillosa. Es una mujer increíble, ejemplo de resiliencia y valor, que ha demostrado que puede estar a la altura de los deberes públicos. Deportista de Liechtenstein; inteligente, capaz, de una excelente familia. No hay nada que puedan objetarle.

—En efecto, Katherine es todo eso —aceptó su padre—, pero lo peor es que no quiere hijos.

—Sé que cambiará de opinión —aseguró.

—No creo que cambie de opinión, Max —dijo Sofía esta vez—, por su condición de salud está siendo responsable al no desear tener hijos.

—¿Qué quieres decir? —saltó Max—. El que sea invidente no la invalida para tener hijos. Sé que ella se rehúsa porque cree que no será capaz de cuidar de un bebé, pero tendrá todo el apoyo del mundo durante su maternidad, incluyendo, por supuesto, al mío.

—¡Es cómo suponía! —prorrumpió Sofía alarmada—. Oh, Max, tú eres el verdadero ciego... ¡Ella te ha estado engañando! No te ha dicho la verdad sobre su condición, esperando a que te enamores irremediablemente y cometas la locura de casarte con ella renunciando a todo, incluyendo a formar una familia.

—Sofía, por favor, no digas cosas que no nos constan —se apresuró a decir Louis—. No creo que Kitty lo esté engañando deliveradamente, puesto que le ha dicho desde el principio que no quiere hijos. Sin embargo, Max, lo que sí es cierto es que te ha ocultado parte de la verdad.

—Sigo sin comprender... —Max tenía un mal presentimiento sobre aquella charla.

—Hijo, ¿sabes por qué Kitty es invidente? ¿Por qué no quiere hijos?

—No —reconoció—. Sé que es un asunto doloroso para ella y no le gusta hablar de ello. He respetado su silencio sobre ese tema, esperando a que llegue el momento oportuno en el que me lo confíe.

Louis le tendió la carpeta que tenía encima de la mesa. Max la tomó, todavía sin comprender.

—Cuando advertimos que esta relación iba en serio, nos dimos a la tarea de investigar a Kitty más a fondo —explicó con cierto pesar—. Es una muchacha excepcional, en eso te doy la razón; pero lamentablemente tiene una enfermedad genética que la hizo perder la visión en su adolescencia y que irremediablemente transmitirá a sus hijos con una probabilidad no despreciable de que estos también queden privados de su visión cuando arriben a cierta edad. Es por eso que Kitty no quiere hijos: teme que padezcan lo mismo que ella.

Max cayó en un sillón, derrumbado con aquella razón que lo arrastraba a una desesperación nunca antes conocida. Su cabeza era un hervidero y sus ojos estaban llenos de lágrimas al comprender la gravedad de sus circunstancias. Se llevó las manos a la cabeza, intentando hallar una solución para ellos, sin suerte.

—Dios mío, no puede ser...

Sofía se asustó, nunca lo había visto así: tan fuera de sí. Se acercó a él y le pasó el brazo por la espalda.

—Lo siento mucho, mi vida —susurró—. En verdad lo lamento.

—Lo siento, Max —añadió su padre—, pero ahora comprenderás el motivo por el cual no podemos darte la autorización para casarte con ella. No puedes unir tu vida a la de una mujer que no te dará hijos, cuando la lógica de la vida y de esta institución a la que perteneces, es precisamente tenerlos.

—Tienes que romper esa relación de una vez, Max —insistió Sofía besando su cabeza.

Él se apartó de su madre, con cierta brusquedad.

—¡No pueden pedirme eso! ¡La amo! —exclamó desesperado. Ni siquiera la realidad de la condición de ella lo hacían renunciar al amor tan grande que le profesaba.

Sus padres no sabían qué decirle; sentían pena de él. Esperaban que el momento fuese duro para él, mas no avizoraban tamaña conmoción. Al parecer, Max estaba enamorado de verdad. Fue su abuelo quien finalmente habló:

—Maximilian, tienes una obligación con tu familia y con tu país desde que naciste —inició—. Has sido educado para suceder a tu padre y, hasta ahora, siempre he creído que eras la persona ideal para desempeñar esa responsabilidad que pesa sobre tus hombros. No tenemos nada en contra de Katherine, por favor, compréndelo. Sin embargo, la familia no podrá autorizar nunca un matrimonio donde no se engendrarán hijos. Como sabes, constituye una obligación tener hijos propios, por ley no pueden ser adoptados... Si no te separas de Katherine pronto, e insistes por el contrario en en casarte con ella, no te quedará otra alternativa que renunciar a tus derechos sucesorales. Espero que seas razonable, Maximilian.

Max permaneció en silencio. Su abuelo percibió la indecisión en su rostro y añadió, a fin de obligarlo a decidir:

—Te daré tres meses para que lo pienses —remató—. Al cabo del tiempo o te separas de Katherine o renuncias a tus derechos sucesorales. No hay otra alternativa.

Max se enfureció. Lo estaban colocando contra las cuerdas.

—¡Es inconcebible que me presionen así! ¿Por qué me hacen algo cómo esto? —preguntó cada vez más molesto.

—Porque ya estás en edad de casarte y tener hijos —respondió el abuelo—. Y no podemos esperar indefinidamente a que te decidas. Tienes tres meses. Comprende que, si cometieras la insensatez de renunciar, habría que preparar a Winston como sucesor de tu padre y, por como se han desarrollado las cosas, es preciso que la decisión no se prolongue demasiado.

Max tenía el rostro enrojecido, como si estuviese a punto de explotar. Salió de la estancia sin decir nada más, con la carpeta aún en sus manos.

Se sentó en su auto e intentó leer los términos médicos, pero no podía concentrarse ni entender una palabra. La tiró al suelo y dio un puñetazo sobre la pizarra del coche, con el puño cerrado, haciéndose daño. Luego, se echó a llorar, frustrado y herido, sin saber qué hacer. Todo había salido demasiado mal.
Con el corazón aún destrozado, tomó su teléfono y llamó a la única persona que podría ayudarlo.

—¿Lisa? Soy Max. Yo... Por favor, necesito hablar contigo en privado. Es... Es grave y urgente. Por favor, no le digas a Kitty que hablé contigo. Estaré en unos minutos frente a la casa de tu madre. Gracias. —Y cortó.

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Lisa se había quedado preocupada con la llamada de Max, aunque creyó que se trataría únicamente acerca de la publicación en el diario. En casa dijo que se encontraría con el príncipe, pero todos acordaron mantener a Kitty ajena a ello, hasta que supieran el motivo de la urgente y extraña plática. La esquiadora se encontraba en su habitación aún, muy abatida, así que no se percató de cuando su hermana se marchó.

En cuanto Lisa divisó el auto de Max aparcado en la calle, bajó a verle. Se sentaron en la parte posterior y, nada más observarlo, la doctora supo que se encontraba muy mal.

—Dios, Max, ¿qué sucedió? ¿Es por la nota del diario? —preguntó ansiosa—. Te adelanto que Kitty está casi segura de que es obra tuya y está muy ofuscada. Te está esperando para hablar contigo, ella... Ella quiere contarte algo importante —dijo al fin.

—Sé que tenemos que conversar, pero no he querido hacerlo hasta comprender mejor todo esto que está sucediendo —expresó atormentado—. Mis padres me dieron esto —añadió entregándole la carpeta—, y solo tú, que eres su hermana y además médico, puedes explicarme. Yo ya no entiendo nada. —Max volvía a tener lágrimas en sus ojos, él que no solía emocionarse con casi nada.

—Entonces ya lo sabes. —Lisa abrió la carpeta y lo corroboró—. Lo siento mucho, Max. Por los dos. Y siento que lo descubrieras así. Kitty, al saber de la nota del diario, se derrumbó y llegó a la conclusión de que debía decirte toda la verdad cuanto antes. Te está esperando para eso. No es fácil para ella decírtelo, compréndelo.

—Hubiese preferido que me lo dijese ella realmente. Sin embargo, ahora mismo no puedo verla así, estoy muy mal con todo esto. Creo que es mejor que tú me expliques qué significa este expediente médico.

Lisa suspiró.

—De acuerdo —aceptó—. Kitty tiene una condición que se denomina: neuropatía óptica hereditaria de Leber. Es una condición genética rara, más frecuente en hombres, como consecuencia de cambios o mutaciones en genes del ADN mitocondrial. Kitty tuvo la mala suerte de estar dentro del grupo de mujeres afectadas con esta enfermedad que produce atrofia del nervio óptico y, en consecuencia, afecta la visión causando ceguera de manera permanente.

—Dios.

—Cuando era adolescente comenzó a perder visión de un ojo rápidamente —prosiguió Lisa con voz queda—. Perdió agudeza visual, comenzó a ver opaco, los colores se le presentaban desvanecidos... Luego le comenzó a suceder lo mismo en el otro ojo. Tras varios estudios se determinó que parecía de esta condición. Al año y medio de los primeros síntomas, ya presentaba una ceguera profunda y permanente.

—¡Pobre Kitty! Debe haber sufrido mucho.

—Sufrió mucho, sí —le contó Lisa con la garganta apretada—, y aún sufre. La neuropatía de Leber se transmite de la madre a todos sus hijos. Los hijos varones, no obstante, no pueden transmitirla a su descendencia. Mamá tuvo a una tía abuela y a un primo que perdieron la visión de jóvenes, pero estaban mal diagnosticados en cuanto a su enfermedad y nunca se pensó que podría sucederle lo mismo a Kitty, hasta que comenzó con los síntomas y se descubrió el origen genético de su condición. Por eso, cuando mi hermana comprendió que podía transmitírselo a sus hijos, renunció a toda idea seria de matrimonio y de descendencia.

—¿Significa eso que si tuviera hijos con Kitty, a ellos les sucedería lo mismo? ¿Quedarían ciegos en la adolescencia?

—No —explicó Lisa—. No necesariamente. Tendrían la mutación genética, pero eso no implicaría obligatoriamente la perdida de visión. Se sabe que más del 50% de los hombres con una mutación y más del 85% de las mujeres con una, no la pierden. Aún se desconoce el motivo, pero es así. Sin embargo, Max, no hay manera de saber que tu hijo o hija no la perderá. Hay formas de prevenirlo, por ejemplo con suplementos vitamínicos o con algunos medicamentos nuevos que se recetan al momento de inicio de los síntomas, pero no hay claridad de cómo evitarlo con certeza. Siempre se correría un riesgo, Max.

—Ahora comprendo por qué Kitty se niega a tener hijos... No quiere sentirse culpable de transmitirle a un hijo suyo una condición así y que después pierda la visión como mismo le sucedió a ella.

—Exacto. En tu caso, Max, no eres un hombre cualquiera. Kitty sabe que estás obligado a tener un hijo varón que te suceda. De tenerlo con ella correrías el riesgo de que padezca la enfermedad por su sexo, ya que como te dije la neuropatía de Leber es más frecuente en hombres. Lo único bueno es que los hombres no pueden transmitirla a sus descendientes, porque el ADN mitocondrial proviene de la madre. Una hija con Kitty, por otra parte, tendría menos probabilidades de perder la visión, pero a su vez transmitiría la mutación a sus hijos y, además, como mujer no podría gobernar en Liechtenstein.

—¿Qué quieres decirme? —dijo Max con pena de sí mismo—. ¿Qué tengo todo en contra?

Lisa suspiró.

—Por eso Kitty siempre ha dicho que es la mujer incorrecta para ti; por eso también se afectó tanto cuando descubrió que salí contigo  —le confió con cierta vergüenza de tocar ese tema de nuevo—. Como yo no soy hija biológica de mi madre, no tengo la mutación del gen. Solo Kitty. En ese momento se sintió la mujer equivocada. Sin embargo, ella te ama, Max, y yo sufro mucho de verla tan indefensa, sin poder ayudarla de ninguna manera. Cuando las personas se aman, como ustedes, no hay nada incorrecto en el sentir que se profesan.

—Gracias, Lisa. Ahora lo comprendo todo... —murmuró perdido en sus pensamientos—. Y yo también la amo, no me imagino un futuro sin ella.

—Lo sé, pero la vida te pone en una gran disyuntiva, Max, en dónde ningún camino es fácil y dónde los dos están sufriendo mucho. Mi hermana sobre todo. Es por esa razón que ella no quería enamorarse de ti... Sin embargo, ahora sabes la verdad, ahora tienes todos los elementos y, en algún momento, tendrás que determinar qué es lo más importante para ti: si Kitty o el principado; si tener hijos biológicos o construir una vida con Kitty, bajo sus condiciones. Yo soy su hermana, siempre desearé que apuestes por ustedes, pero todos en la familia estamos conscientes de que es una decisión muy difícil. No obstante, aún tienes tiempo para pensarlo. Nada te obliga a tomar una decisión ahora... ¿Acaso no eran muy felices viviendo juntos antes de que esto se supiera? Nada obsta para que su relación cambie, Max. Al menos no por el momento. Yo sé cuánto la amas.

Max asintió, incapaz de contarle a Lisa acerca del ultimátum que le había dado su abuelo. "Tres meses". Aquello destruiría más a Kitty si lo descubriera.

—Gracias por todas tus explicaciones y cariño, Lisa. Creo que estoy en mejores condiciones para hablar con Kitty.

—Mucha suerte, Max.

Sabía que la iba a necesitar.

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