Capítulo 35
17 de agosto de 2024
Estaban en casa de su padre. Debía reconocer que tenía curiosidad acerca del motivo del almuerzo familiar. Hasta el momento, de lo único que se había hablado, era de su visita al Castillo el Día de la Fiesta Nacional. Maximilian estaba contento y optimista. Sus padres le habían dicho después que Kitty era "una muchacha buena, inteligente y bonita". Aunque no se habían pronunciado expresamente sobre la conveniencia de un matrimonio, Max creía que Kitty había causado una buena impresión y que solo sería cuestión de tiempo hasta que se acostumbraran a la idea y dieran su aprobación.
Por su puesto, aún faltaría la autorización de su abuelo, quien solo recibió a Kitty por breves instantes. También era preciso hablar con Kitty, quien sería la más difícil de convencer. No obstante, tenía pensado que, cuando llegara el momento, presentaría primero la solicitud frente a su familia, para proponérselo a Kitty solo después que contara con la autorización familiar. Eso la terminaría de convencer de dar el siguiente paso, o al menos eso quería creer.
—Tengo la impresión de que hay algo que no nos están contando —le dijo Kitty bajito—. ¿Tienes idea del motivo del almuerzo?
—Estoy tan ajeno como tú, amor.
Su madre daba vueltas por la habitación, terminando de poner la mesa, mientras Alex le ofrecía a Max una copa de vino.
—Lisa y Rudolf han demorado un poco —comentó.
—Seguro que no tardarán demasiado en llegar —expresó Charlotte. Y, como si le dieran la razón, el timbre de la casa sonó—. Yo atenderé la puerta.
Unos minutos después, Charlotte regresaba escoltada por la pareja. Lisa y Rudolf saludaron con cariño a todos.
—Lisa, ¿sabes algo de lo que está sucediendo? —preguntó Kitty con una sonrisa después—. Estamos muy intrigados.
—Creo que sí sé —admitió ruborizada.
—¡Dios, entonces creo que somos nosotros los únicos ajenos, Max!
—Bueno, yo creo que acabo de percatarme del motivo de esta reunión —intervino el príncipe, también sonriendo, al ver el anillo en la mano de Lisa—. Debemos entonces darles la enhorabuena, ¿eh, chicos?
Kitty no sabía qué decir, pero Lisa le tendió la mano para que lo comprendiera.
—Rudolf me lo propuso hace dos días.
—¡Lisa! —Kitty la abrazó con genuina alegría, después de tocar con la yema de su índice la delicada prenda—. ¡Estoy tan feliz por ustedes!
—Muchas gracias, Kitty.
La esquiadora también abrazó a su colega. El pelirrojo la besó en la frente.
—¿Por qué no me dijiste nada?
—Ya sé que debí haber solicitado tu permiso. —Rio Rudolf—. Sin embargo, estabas un poquito nerviosa con la Fiesta Nacional y queríamos aguardar a reunirnos todos para decirte. Oficialmente ya no podré casarme contigo, preciosa —bromeó.
—Más te vale que no. —Fue Max quien habló con una sonrisa amenazante—. O tendrías un grave problema conmigo. —Rudolf soltó una risita—. Por cierto, muchas felicidades.
Finalmente el príncipe y el pelirrojo se dieron un abrazo.
—¿Cuándo será el gran acontecimiento? —preguntó Kitty, sentándose en el sofá junto a Max.
—Queremos que sea para diciembre o enero. Será algo sencillo —explicó Lisa—. Pensamos hacer una recepción en un hotel aquí en Ginebra para los amigos más cercanos y luego irnos de Luna de Miel.
—Cuenten con que Kitty y yo les obsequiamos el viaje de novios —se apresuró a decir Max—. Solo digan a dónde y nos encargaremos de organizarlo.
—Gracias por su apoyo —dijo Rudolf, quien no se atrevió a contradecirlo porque sabía que el regalo venía con muy buena voluntad y cariño.
—Gracias. Sin embargo, hay algo más que tienen que saber... ¿Papá? —Lisa miró a Alex quien se tomó de una vez su segunda copa de vino, para tomar valor.
—Yo... —tartamudeaba—. Kitty, yo también le propuse matrimonio a tu madre de nuevo —dijo al fin—. Los chicos insistieron en que sería muy bonito que hiciéramos una boda doble, así que nosotros también nos casaremos el mismo día que Lisa y Rudolf.
Kitty no podía dejar de sonreír, se llevó la mano a los labios y se puso de pie para ir en búsqueda de su madre.
—¡No puedo creerlo!
—Yo tampoco. —Rio Charlotte—. En realidad no le he dicho que sí, pero el asumió que mi ataque de risa era una respuesta afirmativa.
—Estabas muy feliz —repuso Alex—. ¡Por supuesto que era una respuesta afirmativa!
Max se puso de pie.
—Yo también estoy muy feliz por ustedes. El obsequio del viaje de novios también es para ustedes, por supuesto —dijo el príncipe—. Creo que esto merece un brindis.
El propio Max se encargó de entregarles una copa de vino a los que no tenían.
—Max, hazlo tú —pidió Alex—. No todos los días un miembro de la familia real estay disponible para desearnos buena suerte en el amor.
—Muchas gracias por la deferencia, Alex. Sin duda somos hombres muy afortunados en el amor. Así que solo me queda desear que esta felicidad de hoy continúe en el matrimonio. ¡Enhorabuena!
Kitty se preguntó si Max estaría pensando en el suyo. No quiso atormentarse con aquella idea, por lo que se limitó a elevar su copa y a brindar por la felicidad y el amor.
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Kitty acompañó a Lisa a la cocina, en búsqueda de otra botella de vino que su padre guardaba en un gabinete a guisa de cava. El almuerzo había estado realmente agradable, mientras discutían algunos temas organizativos de la futura boda y destinos para la Luna de Miel.
—Aún me parece increíble que vaya a acontecer una boda doble en nuestra pequeña familia —dijo Kitty—. No puedo estar más contenta por mamá y por ti.
Lisa dejó la botella sobre la encimera y abrazó a su hermana, en la intimidad que les ofrecía la cocina.
—Gracias, Kitty. Te confieso que teníamos miedo de cómo lo tomarías... Por eso quisimos aguardar a decírtelo hoy.
—Lisa, eres mi hermana y te adoro. ¡Por supuesto que estoy feliz por ustedes! ¡Y por mamá también! ¿Por qué no lo estaría?
Lisa no respondió, no podía. Kitty no obstante sabía el motivo, su rostro se ensombreció un poco.
—No soy egoísta —volvió a decir—. Que yo no vaya a casarme con Maximilian no significa que no sea feliz por ustedes. Max y yo estamos bien, es lo único que me importa.
—Sé que eres una persona maravillosa, Kitty. Gracias por tu cariño incondicional. Solo me siento inconforme de que tú misma te limites así. Si hubieras visto la manera en la que Max te miraba cuando realizaba el brindis sobre el matrimonio...
—Max está obligado a tener hijos. Yo no quiero, no puedo... Tú lo sabes.
—Max puede perfectamente renunciar a sus derechos sucesorales para casarse contigo. Te confieso que, durante nuestra cita...
Kitty la interrumpió haciendo una mueca.
—¡Bah! No me recuerdes eso...
Lisa no pudo evitar soltar una carcajada.
—Bueno, lo que quería decirte es que Max siempre ha tenido este destino como una gran limitante y carga sobre sus hombros. Esa noche me lo confesó. Es cierto que es duro renunciar a algo por lo cual te has preparado toda tu vida y decepcionar a tu familia con una decisión de esa naturaleza, algo que también me dijo. Sin embargo, Max tiene hermanos hombres que se han formado a la par en los deberes públicos y que podrían sustituirle. Lo que quiero decirte es que Max tiene el derecho de elegir, pero para hacerlo tiene que tener todos los elementos.
—No es momento para eso. Nunca pondría a Max en la posición de elegir. Él seguirá su destino y yo el mío. Por separado —añadió con amargura—. Así que no quiero hablar de esto ahora, por favor.
Lisa no quiso insistir. Respetaba su dolor, sus decisiones que se le antojaban absurdas, pero también estaba en el deber de respetar a su hermana. Sin más que decir, tomó la botella de vino y regresaron ambas al salón de estar.
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Max aprovechó la oportunidad de reunirse con su suegro en el balcón. Álex le agradaba; además, no era tan sobreprotector como Charlotte y sentía que, con él, podía expresarse con mayor libertad.
—Se necesita mucho valor para casarse de nuevo con la misma mujer con la cual no resultó la primera vez.
Alex rio.
—Para ser príncipe eres bastante irreverente —se quejó esbozando una sonrisa de medio lado—. Pero tienes razón. Se necesita mucho valor para casarse, porque la vida en pareja lleva esfuerzo y el matrimonio se edifica todos los días. Yo fallé hace más de diez años. Le fallé a mis hijas, a mi esposa. Lo peor fue cuando, a la crisis de nuestro matrimonio, se le sumó la pérdida de visión de Kitty —confesó—. Reconozco que fui un hombre cobarde. Permití que mi esposa y mi hija, en medio de su depresión, se fueran de casa, y me aislé en mi propio dolor. No quería que Kitty apreciara cuánto sufría al verla así, sin darme cuenta de que debía sobreponerme a mis emociones y comportarme como un adulto que le ofrece todo el amor y el apoyo a una hija en una circunstancia así. Hoy me siento agradecido de haber recuperado a mi familia y le prometí a Charlotte que esta vez lo haré bien desde el principio y que, aunque me equivoque en algún momento, no permitiré que el costo de mi error sea de nuevo mi familia.
—Sabias palabras, admiro que haya podido evaluar sus errores y reconstruir las cosas a pesar de lo sucedido. ¿Le digo algo? Kitty aún no ha querido contarme cómo perdió la visión. La he respetado y evadido el tema por ahora. Nadie más ha querido contarme.
—No me pidas entonces que lo haga yo.
—No se lo pediré. Sé que ella me lo dirá a su debido tiempo. Tendré paciencia. Sin embargo, hay algo más que quiero decirle.
—Adelante.
—Esta circunstancia de los próximos matrimonios me ha llevado a considerar con más fuerza mi deseo de casarme con Kitty.
Max apreció cómo Alex se sorprendía sobremanera, aunque no dijo nada.
—No tome esto como una petición en toda regla —se apresuró a decir—. No soy un hombre por completo libre y necesitaría de la aprobación de mi familia para dar un paso como ese. Le confieso que me encantaría poder tener la capacidad de decidir algo así de manera tan fácil como lo puede hacer Rudolf o usted mismo. No obstante, quería que supiera que desde hace algún tiempo todo lo que hago por Kitty, cumple con la estrategia que me he trazado para poder casarnos. Quiero que ella sea mi esposa.
—Me emociona que digas eso, aunque admito que por otra parte siento miedo. Nada me haría más feliz que ustedes se casen. Sin embargo, llevo tanto tiempo sabiendo que Kitty no quiere una familia que me preocupa que sus motivos o su obstinación la hagan perder tu amor y lo que han construido juntos.
—Yo también tengo miedo; pero sé que me quiere y, si hemos llegado hasta este punto, es porque, aunque no lo reconozca por temor, ella también sueña con lo mismo.
—En todo caso, Max, te deseo mucho éxito y a ambos que sean muy felices juntos. De más está decir que cuentas con mi bendición.
—Muchas gracias, Alex —respondió Max y estrechó la mano de su suegro—. Gracias.
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La felicidad hogareña se resumía esa tarde a tener a Kitty acostada sobre él en el sofá y Julie a sus pies. Luego del almuerzo en casa de sus padres, no habían hablado seriamente más del tema "matrimonio", más que para augurar que las dos parejas serían muy felices. Max pensaba en silencio que Rudolf y Lisa llevaban prácticamente el mismo tiempo juntos que Kitty y él. Aunque cada relación tenía su propia madurez y tiempos, él deseaba esos mismos planes para ellos. Pensando en sus próximos pasos, Max besó la frente de Kitty y le acarició su mejilla.
Ella iba a decirle algo cuando el teléfono de Max vibró.
—Es Gunther —anunció. Y con delicadeza dejó a Kitty en el sofá y se separó unos metros. No obstante, ella podía escucharlo perfectamente.
—Hola, amigo, ¿todo está bien?
Kitty oyó, unos minutos después, el gran entusiasmo que se reflejaba en la voz del príncipe mientras exclamaba:
—¡Felicidades! ¡No puedo estar más feliz! Muy muy feliz por ambos. Tenemos que vernos pronto. ¿Qué tal mañana? Dile a Vera que bajo ningún concepto aceptaré que otra persona sea el padrino de bautismo. Me ofenderían —bromeó.
Kitty se incorporó en el sofá, intuyendo la naturaleza de la plática.
—¿Van a ser padres? —preguntó cuando la llamada concluyó.
Max regresó a su lado, eufórico, y le dio un beso.
—¡Sí! —exclamó—. ¡Vera tiene seis semanas! ¡Estoy tan contento!
—Yo también, lo merecen —afirmó Kitty recostando la cabeza en el hombro del príncipe —. Los llamaré después para felicitarlos.
—Sí, se pondrán contentos de que lo hagas.
Se hizo un largo silencio. Max se relajó en el sofá hasta que se escuchó decir a Kitty, de pronto:
—Han sucedido bastantes cosas en un día —comentó con voz queda—. Supimos que Rudolf y Lisa se van a casar; mis padres también. Gunther y Vera serán padres... El mundo a nuestro al rededor está cambiando.
"Y nosotros no". —La frase murió en su boca, sin ser exteriorizada.
—¿Eso te pone triste, amor? —Max acarició su frente, con sumo cuidado.
—No, estoy feliz por ellos, de corazón. Lo que me pone triste es... —Kitty se interrumpió de golpe.
—¿Qué?
—Nada, no me hagas caso. —La esquiadora se incorporó en el sofá, no dispuesta a compartirle su dolor, porque sentía que no tenía derecho a sentirse así.
Max aguardó por unos instantes, pero Kitty no dijo nada más.
—Creo que puedo imaginarlo —se arriesgó Max—. Te pone triste suponer que nosotros no tendremos lo mismo que Lisa y Rudolf o que Gunther y Vera, ¿verdad?
Ella se estremeció. Una lágrima bajó por su mejilla.
—Tú sí lo tendrás, Max. En algún momento —dijo—. Pero no conmigo.
—Yo no lo quiero si eso supone estar sin ti —respondió con seguridad.
Ella se emocionó con sus palabras y se abrazó a él, como quien intenta no dejarlo ir.
—Entonces tenemos un problema, Max. Porque empezamos esto sabiendo lo que no tendríamos nunca y aceptamos que fuera así, por algún tiempo, ya que tus obligaciones son ineludibles.
—Dime algo, si no fuera por tus circunstancias o las mías, ¿sí querrías casarte conmigo?
—Sí —contestó con voz queda—. Te amo, ¿por qué no querría? Eres perfecto para mí, Maximilian, y soy muy feliz contigo, pero...
—Sin peros, Kitty —la interrumpió, luego de darle un beso—. También quisieras ser madre, ¿cierto? No estarías así tan triste ni vulnerable de no desearlo tanto como yo me imagino.
Ella sollozó.
—Eso es incluso más difícil, Max. Yo... Lo más sencillo es renunciar a tenerlos por mi condición.
—¿Te puedo pedir algo? —Kitty asintió—. No estés triste por nada, Kitty. Ya encontraremos la manera, te lo prometo.
—Tus padres no aceptarían que...
—No te preocupes, yo me encargo de esto. Suéñanos en un futuro donde todo pueda ser posible, amor. Y déjate guiar por mí, como en la nieve. ¿Alguna vez te he defraudado?
—No, siempre confiaré en ti. Siempre.
—Entonces no te atormentes más. Te amo, Kitty.
—Yo también a ti, Max.
Él la besó apasionadamente. Luego Julie se puso celosa y saltó entre ellos para buscar cariño. En medio de su delicada charla, la border collie era una fuente de alegría y distracción. No obstante, Max permanecía pensativo y sabía ya cuál era el siguiente paso en su estrategia.
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