Capítulo 33
Algunos meses después.
4 de agosto de 2024
Era una mañana de agosto preciosa. Julie se subió en la cama y despertó a Max y a Kitty con saltos y pasándole la lengua a ambos. Max le acarició la cabeza y la bajó. Kitty le dio un beso a Max y luego se arrodilló en el suelo para recibir el cariño de su niña de casi nueve meses. Había crecido mucho y era muy cariñosa e inteligente. Asimismo, estaba siendo entrenada como perro de asistencia y hasta la fecha había aprobado todas las evaluaciones.
—¿Quién es la Julie linda de mamá? —preguntó mientras la acariciaba.
Max sonrió ante la tierna imagen. Adoptar a Julie había sido la mejor de las decisiones y, sin pretenderlo, había desarrollado en Kitty una especie de amor maternal que le agradaba. Por supuesto que no era igual que tener a un bebé, pero Kitty había descubierto que no tenía realmente impedimentos para cuidar de ella personalmente.
Los meses que habían pasado juntos no podían haber sido mejores. Kitty y él se llevaban de maravillas, y apenas nada ensombrecía la cotidianidad de su amor. En ocasiones Max debía viajar por cuestiones de trabajo y de su vida pública, y Kitty lo esperaba en casa.
Ella, a su vez, estaba muy involucrada con el trabajo de CamVision. Había realizado campañas y anuncios publicitarios para la firma, así como charlas y entrevistas sobre la utilidad de las gafas para invidentes. La esquiadora había encontrado un gran espacio de desarrollo profesional con la compañía para la cual trabajaba como asesora.
Asimismo, habían desarrollado ya varias juntas con motivo de las gafas deportivas. Estaban trabajando con un prototipo inicial, que se probaría en pistas azules o verdes de menor riesgo, una vez que pasara por las pruebas de seguridad correspondientes. Todavía faltaría algo de tiempo hasta diseñar unas gafas para competición de élite, pero Kitty sabía que este era el primer paso.
CamVision tenía pensado lanzar las gafas deportivas en el año 2025, así que previo a ello, Kitty haría una demostración de su utilidad, ya que era su esquiadora estrella y modelo oficial de la marca. Max no podía estar más orgulloso y Rudolf también.
El pelirrojo había sido parte activa en las juntas, aportando todo su conocimiento como experto guía, a fin de lograr el mejor de los diseños. Lisa, quien había regresado de Sudáfrica unos meses atrás, ya vivía con Rudolf y eran muy felices.
Charlotte también compartía su vida entre Vaduz y Ginebra. Su segunda oportunidad con Alex estaba siendo buena y, aunque no tenían prisas, tanto Lisa como Kitty estaban muy contentas de que todo estuviera resultando para ellos.
—Amor, ¿desayunamos ya? —La voz de Kitty despertó al príncipe de sus cavilaciones.
—Sí, tienes razón, cariño. Se nos hace tarde.
La pareja se dirigió a la cocina. Les aguardaba un día intenso y muy importante. El príncipe en especial intentaba minimizar su ansiedad. Finalmente se haría realidad su deseo de entregarles a los niños y jóvenes invidentes de Liechtenstein un dispositivo CamEye, como el que Kitty poseía, libre de costo. Asimismo, Kitty tendría un lugar importante en ese día, pues compartiría con el grupo de chicos su experiencia con el uso de las gafas y les hablaría de su historia personal, vinculada al deporte.
—Desde que te conocí, tuve la idea de que hicieras esto. Luego surgió la oportunidad de entregarles la CamEye, así que me siento muy contento de poder estar viviendo esto juntos.
—Estoy algo nerviosa —confesó la esquiadora mientras comía—. No soy muy buena hablando en público.
Max le tomó la mano.
—Todo saldrá excelente, amor. Confía en ti, como yo lo hago. Además, tendrás al mejor de los auditorios. Podrás inspirarlos con tu historia de vida, de eso estoy seguro.
—Max, no es que tenga una historia muy extraordinaria...
—¡Claro que sí! Eres Campeona del mundo. Además, pasaste de no tener citas a ser mi novia y a vivir conmigo. Eso es extraordinario, aunque por supuesto llevó una dosis de fuerte convencimiento por mi parte.
Ella le sonrió y sujetó aún con más fuerza su mano.
—Es cierto, pero de esa parte no debemos hablar...
—Aún no.
Max había invitado a algunos periodistas conocidos de renombre; su relación con Kitty aún no era pública ya que, en general, la familia real de Liechtenstein era muy discreta y Kitty no había participado de ninguna celebración oficial. Ni siquiera los conocía aún.
Para los padres de Maximilian era como si Kitty no existiera. Por supuesto que estaban al tanto de que vivían juntos, pero no preguntaban por ella. Era una manera de evitar el "problema". Por eso Max quería darle una vez más visibilidad a su novia en una actividad donde estuvieran los dos presentes, aunque aún no expusieran su verdadera relación. No obstante, era solo cuestión de tiempo para que se supiera y él quería controlar cada detalle.
Por fortuna, Caroline y Kitty eran bien cercanas y hablaban con frecuencia. Su hermana pensaba viajar pronto y pasar algo de tiempo con su familia durante el verano, así que ya probablemente volvieran a reunirse muy pronto.
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Se habían reunido en la escuela para niños y jóvenes invidentes con sede en Vaduz. En total eran quince los beneficiarios de las gafas: ocho menores de doce años y siete adolescentes. Max pretendía que toda la población invidente se hiciera de aquel maravilloso dispositivo, pero comenzarían por los más jóvenes.
En el local se hallaba Justin, con parte de su equipo de rodaje. El cineasta había participado de cada junta con CamVision y hecho entrevistas a distintos miembros del equipo, inclusive a Max y a Kitty. En el lugar también se encontraba Mark Larson, el CEO de la empresa, quien ya se había vuelto un amigo cercano de la pareja. Rudolf también ya había llegado, pues no quería perderse un momento tan importante para su amiga.
Max hizo entrada y detrás de él Kitty, del brazo del pelirrojo. Era necesario guardar el protocolo lo cual suponía cierta distancia entre ellos.
—¿Cómo son?
—El auditorio está lleno —comentó el pelirrojo mientras andaban—. Están también sus padres acompañándoles y algunos profesores. Hay chicos de todas las edades, son todos muy monos aunque es posible apreciar cierta expectación y hasta un poco de tensión en sus rostros.
Kitty se sentó en la primera fila junto a Max y Rudolf. Fue el señor Larson el encargado de oficiar de maestro de ceremonias, junto a una profesora del colegio.
—Buenos días a todos —dijo la profesora Verónica, una mujer de mediana edad—. Hoy es un día muy especial para nosotros. Nos acompaña el príncipe Maximilian, quién ha tenido la gran gentileza de poner a disposición de ustedes unas gafas inteligentes que les facilitarán la vida diaria a nuestros estudiantes. Para este momento, nos acompaña también la dupla deportiva, Campeones del Mundo en Para Esquí Alpino, Katherine y Rudolf. Ella les contará cómo ha sido su vida tras contar con las gafas y qué retos ha enfrentado en el deporte, para llegar a la cima de su carrera. Pero antes de ese momento tan importante, démosle una cálida bienvenida también a este caballero que hoy me acompaña, Mark Larson, CEO de CamVision y quién también ha hecho posible la maravilla de CamEye.
Los aplausos fueron el preludio oportuno de la intervención de Larson quien, luego de agradecer, se dispuso a explicar las bondades del dispositivo y todo lo que permitía hacer.
—Agradezco mucho a Su Alteza, el príncipe Maximilian, quién ha hecho posible que hoy estemos aquí, presentándole estas gafas que los ayudarán de disímiles maneras. También quiero agradecer a quien se ha convertido en un miembro esencial del equipo, por su inspiración y conocimiento. Por eso quiero darle la palabra a Katherine Meyer.
Nuevos aplausos se escucharon. Max se puso de pie y la encaminó hasta el pasamanos de la escalera por la cual se accedía al escenario.
—Todo estará bien.
Larson la recibió y le entregó el micrófono.
Kitty no podía negar que estaba un poco nerviosa. Escuchaba los flashes de las cámaras e inclusive la voz de Justin, dando algunas orientaciones a la cámara.
—Buenos días a todos —comenzó—. Me siento profundamente privilegiada por estar hoy aquí con ustedes. Nos hermana una condición especial que nos ha convertido en personas más valientes. Estoy consciente de que no siempre ha sido así. Es perfectamente natural que en algún momento de nuestra existencia hayamos sentido miedo, que creamos que no somos capaces de lograr algo, que no estamos en las mejores condiciones para alcanzar los sueños que albergamos en nuestros corazones... Y la verdad es que cualquier persona puede tener miedo. No solo una persona ciega. La verdad es que los sueños pueden parecernos a todos inalcanzables, pero la voluntad y el trabajo, así como la confianza en nosotros mismos, son las claves para convertirnos en esa persona de la cual podamos sentirnos orgullosos. Hace unos meses, antes de que CamEye llegara a mi vida, yo también me sentía más insegura. El deporte era mi único espacio de realización personal, pues no me gustaba salir mucho ni relacionarme con personas. Mi casa y la pista, eran mi hogar y mi razón de ser. Luego mi vida cambió. —Max se emocionó al escucharla porque sabía que se refería a él y no solo a las gafas—. Agradezco desde el fondo de mi corazón al príncipe Maximilian y al señor Larson cuya generosidad hizo posible que pusieran en mis manos este dispositivo que ha hecho más cómoda mi vida y que me ha brindado más confianza en mí misma. Poco tiempo después, mi compañero Rudolf y yo nos convertimos en Campeones del Mundo. Después de eso, creo fervientemente que los sueños pueden hacerse realidad. Por eso el príncipe Maximilian, el señor Larsen y yo, confiamos en que estas gafas sean solo el comienzo de un largo camino en el que la tecnología impulse el deporte y la vida en general de las personas invidentes. Una vida que sea digna —recalcó—, plena, pero sobre todas las cosas, feliz. Porque es, en definitiva, la felicidad, la que nos brinda la verdadera luz.
Todos se pusieron de pie para ovacionar a Kitty por sus emotivas y hermosas palabras. Max, desde su sitio, también lo hacía. Esa mañana tuvo el convencimiento de que había encontrado a una perfecta compañera para sus obligaciones públicas. A una oradora increíble y a un mejor ser humano para compartir su vida. Para Max, Kitty era la princesa de Liechtenstein perfecta. "Y una muy, muy hermosa princesa" —añadió su corazón.
Rudolf fue en búsqueda de Kitty al escenario. Cuando retornó al lado de Max, este le susurró lo orgulloso que estaba y lo increíble que había estado. Ella solo le sonrió, con las mejillas sonrojadas, aún nerviosa.
La parte más bonita de la jornada, fue cuando les entregaron a cada niño y joven su dispositivo. Conocerlos a cada uno, recibir su cariño y agradecimiento, hicieron a Kitty sentir que estaban haciendo algo demasiado importante.
La prensa captó las emociones de aquel momento y todas las noticias publicadas y consecuentes espacios televisivos, elogiaron la generosidad del príncipe Maximilian y la inspiradora participación de Katherine Meyer. Unidos sus nombres por una noticia hermosa y de excelente repercusión social e institucional, Max se sintió con el valor suficiente de dar el siguiente paso.
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7 de agosto de 2024
El Castillo de Vaduz era más hermoso con su hermana y su familia allí. Max fue a su encuentro en el hogar oficial de la familia y estrechó en sus brazos a su querida Caroline. Se hallaban en el salón principal del Castillo.
—¡Te extrañaba!
—¡Estoy muy feliz de verte, Max! —exclamó la aludida.
Luego Max abrazó a la pequeña Alisha, quien jugaba con una muñeca encima de un diván de cuero de color marrón, y después saludó a Luan, su amigo y cuñado. El bebé Lucas dormía plácidamente en su mecedora.
—Supongo que debo felicitarte —le dijo Luan—. He visto las noticias acerca de Kitty. Se está hablando de ella en los medios y muy bien. Enhorabuena, está funcionando tu estrategia.
—Gracias, sí. Solo que ella todavía no lo sabe ni los medios conocen aún que es en realidad mi novia. Ahora viene el momento más difícil: hacer las presentaciones. Quiero que Kitty me acompañe en el Día Nacional.
Para esa fecha faltaba poco, ya que era el 15 de agosto.
—Me parece una idea estupenda —repuso Luan—. Yo conocí a tus padres precisamente en ese marco.
—Lo sé, tiene cierto simbolismo y espero que me vaya tan bien como a ti.
—Entonces todo marcha excelente entre ustedes —comentó su hermana.
—Sí, no pueden ir mejor las cosas. Estoy muy enamorado de Kitty y sé que, si todo sale bien con nuestra familia, ella se animará a casarse conmigo dentro de un tiempo.
—Max, ¿y el asunto de los hijos? —Volvió a preguntar la princesa.
—Estoy casi convencido de que Kitty sí quiere una familia; sin embargo, tiene miedo por su condición. No obstante, si hemos avanzado hasta este punto, nada impedirá que logremos ese otro sueño.
Carol lo abrazó.
—Cuento con eso.
—Gracias, Carol. Por cierto, ¿irán mañana a casa? Kitty está deseando saludarlos.
—Sí, iremos —confirmó el sudafricano—. Gracias por la invitación.
Max asintió, sin embargo interrumpió la plática para dirigirse al despacho de su padre. El príncipe Luis se encontraba redactando su discurso para el Día Nacional, pero no tuvo a menos recibirlo.
Se sentó frente a su padre, intentando mantener la calma.
—He visto a Caroline, a Luan y a la niña. Me da gusto que ya estén aquí.
—A nosotros también. Justo a tiempo para la Fiesta Nacional.
—Sobre eso, hay algo que quiero pedirte —dijo al fin—. Quiero que Katherine venga conmigo.
Louis frunció el ceño. Cruzó las manos y lo miró escrutadoramente antes de responder.
—Conoces bien que el Día Nacional es una celebración pública y que todo el pueblo está invitado al Castillo. Ella forma parte del pueblo.
—Ella forma parte de mi vida —le rectificó el príncipe más joven, con suma autoridad—. Y cuando te solicité que viniera, me refería a presentárselas, a que la conocieran. En definitiva, toda la familia estará reunida y es la circunstancia ideal para que conozcan a Kitty.
—Max, ni tu madre ni yo nos hemos querido inmiscuir en esta relación por respeto. No tenemos nada que objetar sobre Kitty, más allá de lo obvio, y de que sobre tus hombros está la responsabilidad de sucederme a mí en el cargo.
—Kitty es una mujer extraordinaria. Llevamos seis meses viviendo juntos y estamos enamorados. Ahora mismo no me estoy refiriendo a mis deberes institucionales, solo soy un hijo frente a su padre, pidiéndole que conozca a su novia. Por favor —insistió.
Louis suspiró.
—De acuerdo. Conoceremos a Kitty. Solo te recuerdo que estás en el deber de tener hijos y, hasta dónde he escuchado, porque no es un secreto, Kitty no quiere tenerlos.
—Es demasiado pronto para que hablemos ella y yo sobre este tema —confirmó—, pero confío en que cambie de opinión. ¿Has estado al tanto de las noticias? Kitty lo está haciendo muy bien. Puede cumplir perfectamente con las exigencias de una esposa de la familia real.
El padre le sonrió esta vez.
—Sí, he estado al tanto de las noticias y he podido apreciar que tienes una estrategia entre manos. Sin embargo, Max —dijo con mayor seriedad—, solo estoy aceptando conocerla. Nada más. Quiero que eso te quede muy claro.
—Por ahora es suficiente. Gracias, papá —respondió Max y le estrechó la mano.
Salió del despacho casi corriendo. A Caroline le narró lo sucedido con voz entrecortada, un tanto agitado, mas luego salió a toda prisa.
—¡Nos vemos mañana! —atinó a decirle.
Max condujo de regreso a Ginebra por cuatro horas. Halló a Kitty en el sofá, con Julie encima de ella, mientras escuchaban un audiolibro.
La border collie saltó sobre él, ladrando, llena de alegría. Kitty se acercó también y le dio un beso.
—¡Qué bueno que ya estás aquí! ¿Viste a tu familia?
—Sí, Carol, Luan y los niños vendrán mañana para verte y... —Max se interrumpió de golpe, de nuevo agitado—. Kitty, el 15 es la celebración por el Día Nacional.
—No te preocupes, lo sé. Ya imaginaba que tuvieras compromisos para ese día. Yo lo pasaré en casa con mamá, probablemente, si está en Vaduz esa semana.
—No, no me estás entendiendo. Tú vas al Castillo conmigo ese día. Irás a conocer a mi familia —le contó al fin.
Kitty permaneció en silencio, en shock por unos minutos.
—No puedes estar hablando en serio...
Max le enmarcó el rostro con ambas manos antes de besarla en la punta de la nariz.
—Sí —repitió—. Conocerás a mi familia. Papá te espera y... Esto es muy importante para mí. Para nosotros.
Kitty, nerviosa, solo pudo abrazarlo. Ambos eran conscientes de que acababan de ganar una batalla demasiado grande, aunque aún faltara lo más difícil.
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