Capítulo 32
18 de febrero de 2024
Llevaban un mes completo sin separarse ni un día. Un mes durmiendo juntos todas las noches. Un mes entre Pretoria, Timbavati, Ciudad del Cabo, Ginebra, Verbier... Un mes maravilloso en cual adoptaron un león, fueron a la playa, se tiraron en paracaídas y esquiaron juntos. El mejor mes de sus vidas.
La burbuja explotó cuando debieron separarse. El viaje a Verbier había concluido, luego de unos increíbles días en la nieve, en los que Kitty se dejó guiar por Max en las pistas. Su nivel de sincronía no era solo en el deporte; Kitty jamás se había sentido tan plena y se maravillaba de que pudiese desearse tanto a una persona. Todo el tiempo. Sin embargo, notaba lo mismo en Max, y eso disipaba sus temores haciéndola mostrarse tal cual era.
Max llevaría a Kitty a Vaduz, a reencontrarse con su madre. Luego él regresaría a Ginebra pues tenía algunos compromisos.
—Te echaré de menos —le dijo él cuando llegaron a la puerta de su casa. Y era verdad.
Kitty se inclinó sobre él y le dio un beso.
—Yo también a ti.
—Pasaré a saludar a tu madre —expresó Max tomándola del brazo antes de entrar.
Para sorpresa de ambos, Charlotte tenía a su exmarido sentado en el sofá. Algo tan raro que hasta Kitty quedó sin palabras cuando escuchó la voz de su padre.
—¡Kitty, no te esperaba hoy! —exclamó Charlotte—. Oh, perdona, Max, qué falta de delicadeza de mi parte. Eres bienvenido.
Charlotte le dió un abrazo a su hija, luego saludó al príncipe. Alex se puso de pie y realizó lo mismo.
—Me alegra mucho verlos a los dos —comentó el hombre—. Yo ya casi me iba, ha sido una bonita sorpresa. ¿Qué tal de viaje?
—Hermoso —respondió el príncipe. Charlotte y Max se miraron cómplices ante la palabra que había utilizado—. Lamentablemente debo regresar a Ginebra por algunos compromisos, pero me alegra mucho haberlos saludado.
—A nosotros también, Max —contestó Charlotte.
Max se despidió de ellos y Kitty lo escoltó de regreso hasta la puerta donde compartieron el último beso.
—Te raptaré en la madrugada —le dijo Max al oído.
—¿Olvidas que me llegó el período? Ahora mismo no soy la mejor compañía para ti.
—¿Y quién ha dicho que eso me importa? Tú siempre serás la mejor de las compañías.
Kitty se alzó sobre las puntas de los pies para alcanzar sus labios. Max siempre sabía qué decir y, con sus palabras, solo podía enamorarse más de lo que ya estaba.
Cuando Kitty retornó al salón, luego de una despedida que se extendió diez minutos, sus padres estaban ansiosos por tener más detalles acerca de su relación con el príncipe.
—Todo está bien —respondió Kitty dejándose caer en el sofá—. Max es increíble y no nos puede ir mejor. Esa es la verdad.
—¡Estoy muy feliz por ti! —exclamó Charlotte. Su alegría era genuina.
—Yo también estoy muy contento por ustedes —añadió Alex.
—Gracias a los dos. Sin embargo, eso no significa que... En fin, yo sigo siendo yo. Y esto durará lo que tenga que durar —repuso con voz más apagada—. No obstante, no puedo vivir siempre con miedo. Quiero ser feliz un poco; aunque sea un poco —recalcó.
—Max se aprecia muy enamorado —apuntó su padre—. Si es inteligente, como creo, no te dejará ir tan rápido.
Kitty iba a protestar, pero su madre la interrumpió para darle la razón a Alex.
—Quizás Maximilian nos sorprenda a todos. Hay dos cosas muy importantes en esto, Kitty. La primera, es que seas muy sincera con Max. Aún te quedan cosas por decirle. Y, lo segundo, es que lo dejes decidir. Él tiene todo el derecho a elegir qué hacer con su vida.
Kitty frunció el ceño.
—Hace un tiempo no pensabas así.
—Estaba equivocada —reconoció—. Puede que Max haya sido educado para ser Jefe de Estado, pero pasarán muchos, muchos años hasta que eso suceda y, en última instancia, él es quien decidirá sobre su vida. Así que disfruten de su amor, que algo así no se encuentra todos los días.
Kitty lamentablemente no pudo apreciar la mirada que compartieron Alex y Charlotte, recordando su propio amor, ese que hasta hacía muy poco consideraban extinguido por completo. La vida, no obstante, a veces sorprendía a las personas, inclusive a ellos que jamás hubiesen creído que tendrían una segunda oportunidad.
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21 de febrero de 2024
Eran las siete de la noche. Max estaba acostado en su cama, mirando el techo, preguntándose por qué se sentía tan vacío sin ella. Los últimos días habían sido muy extraños; pese a las obligaciones que debió asumir como figura pública, no había dejado de pensar en Kitty. Aunque habían hablado, la añoranza solo crecía después del término de cada conversación.
Podía ser muchas cosas para distraerse, inclusive salir con amigos, hacer deporte o quedarse en casa leyendo, pero sus deseos para tales actividades era bajo y su concentración poca. Lo único que deseaba era estar con ella. Debía estar muy enamorado. Luego pensó en qué les impedía estar juntos y se percató de que no existía motivo alguno para esa separación.
Se levantó de la cama y le pidió a Karl que lo llevara a Vaduz. Al filo de la medianoche, ya se encontraba fuera de la casa de Kitty. Era un miércoles, Charlotte probablemente estuviese durmiendo; esperaba que Kitty no. La llamó a su teléfono y la esquiadora le respondió bastante rápido.
—¿Max?
—Hola. ¿Cuántos deseos tienes de darme un beso?
Ella se rio, sin saber cuán próximo estaba.
—Muchos —confesó al fin.
—¡Qué bueno! Entonces ábreme la puerta, porque estoy abajo...
Kitty no pudo responder, pues Max colgó enseguida. Bajó la escalera de inmediato y se abrazó a él en cuanto abrió. Max la levantó del suelo y se apoderó de sus labios mientras entraba al interior de la vivienda.
El príncipe la depositó sobre el sofá, con delicadeza.
—Te extrañaba —reconoció—. Me pregunté por qué estúpido motivo continuaba en mi casa solo y, como no encontré ninguno realmente convincente, me decidí a venir.
Ella escondió su rostro en el regazo de Max, siempre maravillada de las cosas que él le decía.
—Me alegra que hayas venido. Yo también te extrañaba...
—Si me lo hubieras dicho —repuso el príncipe acariciando su cabello—, hubiese venido mucho antes.
—Es que no quería interferir en tu rutina ni en tus compromisos... ¡Pasamos un mes juntos, Max! Es lógico que tengas muchas cosas que hacer.
—No interfieres, Kitty. Precisamente luego de pasar un mes contigo, cualquier otro plan que no fuera estar a tu lado me parece en extremo aburrido.
—Estás grave, Max. —Volvió a reír ella.
Él sonrió.
—Quizás tengas razón.
—¿Quieres subir?
—Me encantaría, aunque tengo un poco de vergüenza de hacerlo a causa de tu madre. No quiero escandalizarla —reconoció.
—¡Tonterías! Vamos.
Max no se hizo de rogar y subió a la habitación de Kitty. El primer sitio donde habló con ella, luego del accidente en la nieve. Aunque no había transcurrido tanto tiempo, a veces se sentía como si fuese otra vida.
Se acomodaron en la cama, que era mucho más pequeña que la del príncipe; Kitty colocó su cabeza en el hombro de Max y suspiró cuando el brazo de él la acercó aún más contra su cuerpo.
—Lo siento, estarás un poco incómodo...
—No puedo estar incómodo contigo. Aunque ciertamente, en casa, ando con menos ropa.
Kitty sonrió.
—Tendrá que adaptarse a las circunstancias esta noche, Alteza.
—Solo esta noche —convino—. Quiero que te mudes conmigo...
Al fin lo había dicho. No había sido fácil para él, pero se lanzó al vacío. Llevaba unas horas considerándolo y era lo que más deseaba.
—¿Me escuchaste? —Kitty permanecía sin responderle.
—Sorda no soy.
—¿Entonces?
—Max, no sé... Es un paso importante. Yo te dije desde un principio que...
—Yo sé lo que me dijiste. —Él la besó en la frente—. Pero esto que te estoy pidiendo no rompe con esas reglas. Solo no quiero tener que viajar cuatro horas para dormir a tu lado en una cama donde se me salen los pies... Y no es ni siquiera por eso. Es que te quiero conmigo.
—Te aburrirías enseguida... —razonó.
—Ponme a prueba. ¿Te parece que pueda aburrirme a tu lado?
—Prefiero pequeñas dosis tuyas a perderte demasiado pronto —confesó con la voz rota.
—No me vas a perder...
—Max, tú asumirás tu lugar como Jefe de Estado y...
—En unos veinte años o más, cuando quizás las reglas sean otras —volvió a interrumpirla—. No quiero pensar ahora en un futuro que no sea a tu lado. Tampoco quiero quedarme con las ganas de intentarlo.
—No sé cocinar...
Max soltó una carcajada.
—No tienes que hacer nada, más que seguir con tu vida. Además, quiero que te involucres con el proyecto de CamVision. Quieren hacer publicidad contigo y además tener una junta sobre las gafas deportivas. Justin también deberá ir a la junta por mogivo del documental. En fin, todo será más fácil desde Ginebra y tendrás muchas cosas que hacer.
—Sabes que, si acepto, lo haría por ti, no por todas las cosas que tendría para hacer.
—Lo sé —respondió él—. Y te amo por eso.
—De acuerdo. Hagamos la prueba. Unos quince días, ¿está bien?
—Muy bien. —Max le dio un beso a Kitty en los labios. Estaba seguro que, luego de esas dos semanas, la resolución de permanecer juntos no le parecería una locura.
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22 de febrero de 2024
Max se había marchado bien temprano para el Castillo. Kitty bajó a desayunar con su mamá, como siempre hacía.
—¿Durmieron bien? —preguntó Charlotte.
—¿Cómo...?
—Aún no estaba dormida cuando sentí las voces en el corredor —le explicó con una sonrisa—. Si me preguntas, era algo que ya esperaba. Me alegra que no haya podido contener sus deseos de venir a verte.
—Gracias. Yo también lo extrañaba.
—Y ahora me dirás —prosiguió Charlotte—, que quieren vivir juntos...
—¡Mamá! —exclamó Kitty dejando caer su tostada con mantequilla—. ¿Cómo lo sabías?
—Era de esperar, cariño. Llevan un mes juntos y además son adultos...
—¿Entonces no lo encuentras mal? —preguntó con cierta pena.
—Tienes veintisiete años y estás enamorada... Se nota que él también. Mal estuviera que te quedaras y no hicieses lo que ambos desean. Será bueno para los dos, sobre todo para ti.
—Pensé que me echarías de menos...
Charlotte se acercó y le dio un beso a su hija en la frente.
—Por supuesto que te echaré de menos, Kitty. Sin embargo, si las cosas con tu padre continuaran como hasta ahora, es probable que yo también me pase una temporada en Ginebra y estaremos de nuevo más cerca.
—¡Oh! —Kitty se llevó la mano una mano a la boca—. ¡Entonces es cierto!
—Sí, es verdad —reconoció—. Acordamos no decirles nada por el momento para no ilusionarlas, pero quiero que te vayas más tranquila sabiendo que no me dejas sola.
—Espero que papá lo haga todo mejor esta vez...
—Eso espero yo también, pero le estoy dando una oportunidad.
—Todo funcionará —le deseó Kitty, dándole un abrazo.
—También contigo, cariño.
—Yo solo me iré quince días. Es apenas una prueba.
Charlotte se rio.
—Me temo que será por mucho más tiempo.
Kitty negó con la cabeza, renuente a hacerse esperanzas. Subió a su habitación y preparó ella misma una maleta con sus enseres personales y ropa suficiente para esos quince días.
Max la recogió en la casa al mediodía. Se dieron un abrazo y él mismo ayudó colocar el equipaje en su auto.
—No puedo creer que me dijeras que sí... —comentó Max mientras conducía.
La canción "Perfect" de Ed Sheeran con Bocelli se escuchaba de fondo.
—Yo tampoco puedo creer que aceptara —respondió riendo.
—¿Qué dijo Charlotte?
—Pues ya se lo imaginaba y está contenta por los dos. Al parecer, no la dejo tan sola como creía, pues mi padre y ella lo están intentando de nuevo.
—Estupendo. Así las celebraciones familiares serán más distendidas y felices. Les deseo que todo funcione.
—Yo también. Por cierto, hablando de padres, ¿saben los tuyos que vamos a vivir juntos? —interrogó la joven, intentando restarle peso al asunto.
—La verdad es que no se los he dicho —reconoció—. Ellos se inmiscuyen muy poco en mi vida privada, salvo que haga algo terrible como intentar matar a una esquiadora en la nieve...
Kitty se rio.
—Has llegado demasiado lejos conmigo para evitar que te acuse en los diarios por eso...
—Oh, sí. —Él le siguió la broma—. He perdido mi libertad y hasta me he enamorado. Ha sido un accidente con un alto costo...
—Tonterías, soy lo mejor que te ha sucedido.
Kitty lo decía en broma también, pero Max colocó una mano sobre su pierna y le respondió simplemente:
—Es verdad.
Cuando arribaron a su departamento, Max pasó el umbral con ella en sus brazos, como si de una pareja de recién casados se tratase.
Y Max tuvo razón. Quince días después, estaban tan felices y acostumbrados a su nueva rutina en casa, que Kitty no habló más de marcharse y hasta tuvo que buscar más pertenencias en Vaduz.
Para celebrar aquella unión, llegó la pequeña Julie a sus vidas, la cachorra border collie que les brindaría, en lo adelante, una felicidad aún más grande que la que hasta entonces tenían. Los tres juntos conformaban una pequeña familia y el departamento de Max pasó de ser el refugio solitario de un príncipe soltero, a convertirse en un hogar rebosante de amor.
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