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Capítulo 31

14 de febrero de 2024

No fue fácil para Max separarse de su hermana, cuñado y sobrinos; ellos eran su familia más cercana. Kitty también extrañaría a Lisa, aunque quedaba menos tiempo para reencontrarse de nuevo, la próxima vez en Ginebra. La esquiadora abrazó a Caroline y le agradeció antes de partir por todas las atenciones que habían tenido con ella. También se despidió de Luan y de los pequeños. A Alisha le prometió que, cuando la visitaran en Europa, le enseñaría a esquiar. Aún era muy pequeña, pero Kitty confiaba en que pudieran reunirse en algún tiempo en los Alpes. Se sorprendió haciendo planes que involucraban a la familia de Max.

Por supuesto que Kitty ya estaba más tranquila sabiendo que no estaba embarazada. El segundo test le reafirmó el resultado negativo. Lisa le aseguró que debía bajarle en unos días y que: "Mejor que demore un poco, para que disfrutes de San Valentín a plenitud". Y las palabras de su hermana la hicieron reír, a pesar de lo nerviosa que había estado con ese tema.

Luego de un largo viaje de regreso en el avión privado, arribaron a Ginebra el día 13. Rudolf fue a casa de su padre, mientras la pareja recuperaba fuerzas en el departamento de Max.

A la mañana siguiente, Kitty despertó con el olor del desayuno. Unos exquisitos cannolis con crema batida, chocolate y fresas fueron su delicioso inicio de San Valentín. También había fruta, tostadas y jugo.

—¡Feliz día, amor! —le dijo Max con un beso. Su primer San Valentín con una relación estable. Eso era completamente nuevo para él. Sabía que también para Kitty.

Kitty probó un dulce, que estaba exquisito. Luego le reciprocó el beso del tal manera que Max degustó el chocolate en los labios de Kitty y apenas si escuchó el "felicidades" que se ahogaba en una creciente pasión matutina.

—Tengo planeado un viaje para nosotros —le contó Max cuando recuperó el aliento—. Es mi regalo para ti. No te preocupes, no iremos muy lejos.

—¡Me intrigas! Y, por cierto, yo también tengo un regalo para ti... —le dijo nerviosa, con el rostro sumamente ruborizado.

—¿Es en serio? —Max no podía creerlo. También era la primera vez que recibía un regalo por un día tan especial—. Creía que el romántico era yo. ¿Qué es?

—Cuando me decida a dártelo, ya lo verás —sonrió Kitty, todavía muy ruborizada—. Primero tengo que ganar valor —confesó.

—¿Pero qué es? —insistió Max, cada vez más curioso.

—No preguntes más, espero que te guste. Luan me ayudó.

Max frunció en ceño, rebosante de ansiedad por descubrir cuál sería aquel regalo que Kitty le tenía, para el cual debía "decidirse". Por un momento pensó en que le compartiría su historia, que le diría finalmente cómo perdió la visión, aunque sentía que no era eso. En medio de su nerviosismo, la notaba feliz, así que no podía tratarse de eso. Sin pensar más en ello, el desayuno quedó en segundo plano, pues había placeres más exquisitos en la vida que la comida, y Max y Kitty lo sabían.

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Se hallaban en Verbier, donde se encontraba la mejor estación de esquí del mundo, según los prestigiosos premios World Ski Awards. Verbier se situaba en los 4 Vallées de los Alpes suizos y contaba con 410 kilómetros de pistas esquiables, desde las rutas más empinadas y difíciles, como las 10 pistas negras; hasta otras más sutiles, como las 24 azules o de dificultad media como las 39 rojas.

—¿A dónde me has traído? —preguntó Kitty, quien ignoraba su destino.

—Estamos en Verbier.

—¡Max! —exclamó—. ¡Y yo sin mi equipo para esquiar!

—¿Qué te hace creer que no lo trajimos? —preguntó el príncipe riendo—. Soy un hombre muy precavido.

Fue entonces que Kitty descubrió que Max había organizado todo con el apoyo de Rudolf e inclusive de su mamá, para llevar su equipo de Vaduz a Ginebra primero, y luego hacia Verbier.

—Eres un novio increíble. ¿Me vas a guiar?

Él la besó.

—¿Cuándo no lo he hecho? No obstante, esta vez solo en pistas azules, pues quiero relajarme contigo...

—Pues yo quiero adrenalina —repuso.
Max rio y le acarició la mejilla a su novia.

—De acuerdo, pero no será en la nieve. ¿Te lanzas en paracaídas conmigo?

Ella estaba por completo desconcertada.

—No puedes estar hablando en serio... —Kitty se estremeció con esa propuesta.

—Lo he hecho muchas veces y es una de las atracciones que ofrece Verbier. ¿Te da miedo?

Kitty sonrió.

—No es como que me pueda dar miedo ver la altura...

—¡Qué simpática! No imaginas cuan extrema se siente una caída así. Además, el descenso es de apenas 40 segundos. Te prometo que estarás bien y que nunca lo olvidarás.

"Como si pudiera olvidar algo de lo que he vivido contigo" —pensó, pero no lo externó.

—De acuerdo, no lo voy a pensar más. Confío en ti —dijo la esquiadora en voz alta dándole otro beso—. ¡Hagámoslo!

Max habló con su chofer quien lo llevó hacia Alpskydive, la compañía que dirigía un amigo con la cual había hecho muchos saltos. El príncipe realizó las presentaciones, pero Kitty no podía negar que estaba nerviosa y solo podía pensar en la locura que estaba a punto de cometer.

—Estoy completamente loca —murmuró cuando se subió al helicóptero con Max.

Llevaba un traje térmico y un casco. Contó el tiempo que estuvieron en el aire hasta ascender lo suficiente. Fueron unos quince minutos hasta alcanzar la altura de 3 mil metros.

—¿Están listos? —preguntó uno de la compañía.

Kitty se puso de pie, le temblaban las rodillas.

—Procura que esa mierda se abra... —soltó.

Max soltó una carcajada.

—No le hagan caso, es su primer salto. ¿Segura que quieres hacer esto? —preguntó Max más serio, acariciando de nuevo su mejilla de manera protectora.

—Sí —respondió escuetamente. Esperaba no tener que arrepentirse de ello.

Kitty iría delante, Max tras ella, sujetos ambos. Les repitieron el protocolo que Max ya conocía de memoria. Se pararon en la puerta del helicóptero, esperando el comando.

—Un paso y saltas al vacío —le dijo Max en su oído—. A la cuenta de tres. ¿De acuerdo?

Kitty podía sentir el aire fuerte golpeando en su rostro. La sensación de peligro por el salto al vacío la invadía por completo, como si pudiese ver la altura que la retaba. Su cerebro era capaz de aportarle esa imagen, sin necesidad de verla realmente. Todo su cuerpo percibía la inminencia de aquel desafío. Su corazón comenzó a latir aprisa.

—Uno...

"Mierda".

—Dos...

"La culpa es tuya por haber dicho que sí..."

—Tres...

"Dios nos ampare".

Kitty saltó, temblando, pero confiando en Maximilian quien estaba tras ella, protegiéndola. Fue la sensación más liberadora que hubiese experimentado en la vida... La caída libre. Gritó de emoción al descender. Su cuerpo se dejaba llevar, sentía la presión, el frío, el viento... Abrió los brazos y Max le tomó las manos mientras caían.

Sus oídos le indicaron que el paracaídas se estaba abriendo.

"Por favor, que se abra bien".

—Ya abrió, amor —apenas si podía escuchar a Max, pero se tranquilizó un poco al saberlo.

Él le indicó cuando estuvieron muy cerca de tierra. El descenso fue con la misma violencia que si saltaran del techo de una casa. Terminaron en el suelo, pero sin hacerse daño. Max se liberó del paracaídas, nervioso. Al ver a Kitty sentada en la nieve, pudo apreciar que ella estaba más que emocionada.

—¡Max! —le dijo abrazándose a él, temblando como una hoja, de miedo y de frío, pero aún con la adrenalina circulante, lo cual la hacía sentirse eufórica—. ¡Es lo más maravilloso que he hecho! Estás completamente loco...

—Por ti —respondió él antes de darle un apasionado beso—. Por ti —repitió contra sus labios, como si no hubiese quedado claro desde la primera vez.

Y a la par de su creciente amor y de aquel beso que los elevaba de regreso al cielo, Maximilian sabía que nunca había conocido a una mujer más valiente y admirable que ella.

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Su maravilloso día no había terminado aún. La pareja se trasladó en la nieve con unas raquetas en los pies hasta que hallaron a otro amigo de Max que les tenía organizado un paseo en trineo por la ladera de la montaña.

Kitty se acercó a los perros, tenían los arreos puestos y los acarició con sus manos mientras le lamían la cara.

—Creo que deberíamos tener un perro —soltó Max de pronto—. Luego de un león, un cachorro. ¿Qué dices?

Aquello se sentía como una gran responsabilidad, pero Kitty se encontraba demasiado feliz como para dejarse ganar por el miedo.

—Amo los perros, tuve uno de servicio cuando perdí la visión. Fue mi lazarillo por algunos años. Luego se fue poniendo viejo, la agencia quiso buscarme otro pero yo estuve con él hasta el final. Enfermó y murió hace poco. Aún lo extraño.

—Lo siento. —Max le pasó el brazo por la espalda—. Podríamos tener uno y entrenarlo, que no sea especialmente por una agencia durante un par de años, sino que esté con nosotros desde el principio. A fin de cuentas, las gafas son un apoyo adicional que antes no tenías y sería bonito tener un cachorro.

Kitty le sonrió.

—Sería muy bonito. ¿Con quién viviría? ¿Contigo o conmigo?

—Con nosotros —respondió Max. Y, con esa frase, lo quería decir todo.

Subieron al trineo que se deslizó por las suaves pendientes en un viaje delicioso que duró unos minutos. Max abrazó a Kitty todo el tiempo y, cuando llegaron a su destino, la esquiadora descubrió que tenían proyectado un picnic como almuerzo en un sitio especial.

Fueron recibidos por un mayordomo. Max le narró a Kitty la escena: estaban prácticamente solos, en la nieve, rodeados por los Alpes. El príncipe la acercó a la "mesa" del picnic, rebosante de los más exóticos platos como caviar, ostras y otros manjares. La joven descubrió que se trataba de una mesa labrada en hielo. Sus manos exploraron la obra maestra con cuidado.

—¿Una copa de champagne, señores? —preguntó el mayordomo.

—Sí, muchas gracias —respondió Max quien acto seguido le colocó la copa a Kitty en su mano—. ¿Un brindis? —propuso.

—Adelante.

Él quiso brindar por "el futuro", pero sabía que eso la asustaría, era mejor brindar por el presente, aunque era imposible que él no deseara más. No podía explicarlo, pero sentía que había perdido la cabeza por Kitty y que solo quería estar con ella, a su lado. Embriagado por ese sentimiento, realizó al fin su brindis:

—Porque el amor y la nieve siempre nos unan —dijo con la voz muy ronca.

—Por el mejor y más increíble de los accidentes —sonrió Kitty, aunque estaba muy emocionada por sus palabras y la habían decidido a dar el siguiente paso.

—Eso también. —Rio Max.

Chocaron sus copas y luego un beso selló aquel picnic nevado que era la antítesis del calor que los envolvía y hacía latir sus anhelantes corazones.

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Max le describió el lodge privado de madera donde se alojarían por los siguientes días. En medio de la nieve, rodeado por abetos, parecía salido de una postal de Navidad. En su interior el ambiente era muy acogedor, gracias a una enorme chimenea encendida que se llevaba toda una pared y que completaba la decoración rústica y pintoresca que los rodeaba.

La pareja estaba agotada, luego de tantos ejercicios y de un día muy intenso. Sin darse cuenta, se quedaron profundamente dormidos en la habitación que se encontraba en el piso superior.

Kitty despertó al cabo de unas horas con un beso de Max. Se estaba acostumbrando demasiado al cobijo que le ofrecía su regazo.

—¿Estás lista para mi regalo? —le susurró el príncipe al oído.

—Creía que tu regalo era todo este día increíble, que ya es mucho más de lo que pude haber soñado hace unos días—respondió ella abrazándose aún con más fuerza contra su cuerpo.

—Queda algo más, sin contar la cena de esta noche. He previsto que sea aquí, para contar con mayor intimidad.

—Me parece estupendo.

Max se puso de pie y fue en búsqueda de su obsequio. Tomó una bolsa y se la entregó a Kitty en las manos. Ella extrajo una cajita de madera que era en realidad una caja de música y a la vez un alhajero. Al levantar la tapa, la melodía de Bocelli se escuchó. Max la hizo tocar la diminuta figura de una esquiadora que se deslizaba apenas par de centímetros por la superficie hacia adelante y hacia atrás.
Kitty sonrió.

—Oh, Max, ¡es precioso! Muchas gracias.

Él pudo apreciar que la joven estaba realmente contenta.

—Hay algo más dentro —repuso el príncipe. Y de inmediato le dejó caer en sus palmas una bolsita de terciopelo rojo que estaba también dentro de la caja de música.

Kitty extrajo de ella una cadena que tenía un dije en forma de corazón.

—Tiene nuestras iniciales —le explicó él mientras le levantaba el cabello negro para ponérselo. Luego le dio un beso en la nuca que la hizo estremecer.

—Gracias por algo tan bonito. La llevaré siempre conmigo.

"Siempre"—. La palabra una vez más quedó flotando entre ellos como presagio de un amor que, en contra de los pronósticos, se mantendría firme.

—Por cierto, ¿y mi obsequio? —preguntó el príncipe con una sonrisa en sus labios.

Kitty se puso de pie, nerviosa.

—Te lo daré ahora, creo que es justo —anunció—, pero no lo abras hasta que haya bajado.

—¿No quieres esperar a saber mi reacción? —indagó con el ceño fruncido.

—Estaré abajo —repitió Kitty—. Lo prefiero. Esto es como tirarse en paracaídas de nuevo. Probablemente tenga que explicarte luego lo que significa mi regalo —aclaró enigmática.

Kitty quería ganar algo de valor. Max no sabía a qué se refería hasta que ella se marchó y pudo tomar de encima de la mesa una hermosa caja de color blanco y negro, con una cinta roja. En su interior halló un brazalete de cuero negro trenzado, en el medio constaba de una pieza de plata que tenía su nombre grabado: "Maximilian". Al tomarla, descubrió que por la parte trasera tenía un bajorrelieve. Los puntos metálicos representaban el lenguaje Braille.

Max examinó la delicada pieza con sus dedos. Había estado aprendiendo un poco sobre el Braille y, tras comprobarlo en Google, descubrió que Kitty le había grabado una sencilla, pero poderosa frase en francés: "J  t'aime".

El príncipe sintió en ese momento que ya no tenía miedo de confesarle a Kitty, al fin, que él también la amaba. Inconmensurablemente.

Bajó la escalera a la velocidad de la luz con la pulsera en su muñeca izquierda. Encontró a Kitty sentada en el suelo, frente al fuego, en apariencia apacible.

—¿Qué te hace pensar que no he aprendido un poquito de Braille en estos días? —preguntó mientras se arrodillaba a su lado, sobre la alfombra—. ¿Qué te hace pensar que no puedo comprenderte? O, mejor aún, corresponderte en cada palabra...

Ella se sorprendió, estaba casi segura de que no lo descubriría tan rápido. Quiso decir algo, pero Max la silenció colocando un dedo sobre sus labios.

—Moi aussi je t'aime —le dijo Max. La dulzura de su: "Yo también te amo" disipó cualquier atisbo de anterior temor.

Kitty buscó sus labios y lo besó lentamente, deleitándose con la magnitud de esa frase que los unía en el más improbable de los amores; en el más peligroso de los desatinos. Allí, con él en sus brazos, alcanzando la unión más perfecta sobre la alfombra y temblando bajo su enardecido cuerpo, Kitty sentía que nada podría terminar sus sentimientos por el príncipe. Quizás la relación tuviese un final, algún día, pero su amor por Maximilian, nunca.

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