Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 23

14 de enero de 2024

La pista de Barcelona había abierto en los años 50' y se llamaba así porque en ella se disputaba un torneo de esquí que llevaba el nombre de la ciudad catalana. Esta pista era catalogada como "negra" gracias a la ampliación de la telecabina de La Molina, con el nombre de Cadí-Moixeró, que permitió, a su vez, alargar algunas pistas, sumando kilómetros esquiables desde la cima de La Tosa.

Las noticias sobre este hecho habían dejado claro que: "Habrá que estar en forma para hacerse entera la nueva pista negra de Barcelona de La Molina, que no solo es muy larga, sino que además está homologada por la FIS, lo que sin duda le otorga un grado más de dificultad".

Y a esa dificultad tan grande se enfrentaría Kitty esa mañana. Por fortuna, se encontraba de buen ánimo y gran concentración; el día anterior tuvo una larga conversación con su hermana Lisa, y se disculpó con ella por no haberla escuchado en su momento y haber pensado lo peor. Lisa le quitó importancia al asunto, y le dijo riendo que: "Max es un príncipe muy guapo y encantador, pero yo prefiero a los pelirrojos, y el príncipe, por su parte, ha perdido la cabeza por una Meyer que no soy yo...".

A pesar del buen ánimo, Kitty sabía que la relación entre Rudolf y su hermana no estaba en el mejor de los momentos tras la discusión que habían sostenido previamente a causa del malentendido respecto a Lisa y Max. Aquello era algo que debía ser resuelto, por lo que Kitty haría el esfuerzo de ayudarlos, como mismo ellos la habían ayudado en el pasado.

Sus padres y Max, le desearon muchos éxitos esa mañana en el hotel. Aunque la relación fluía bien y Kitty estaba cada vez más loca por él, no habían tenido demasiados momentos para disfrutar de aquel amor en ciernes. Max había evitado distraerla y, las veces que él la visitaba, siempre había alguien más presente que les impedía dejarse llevar por el deseo creciente que sentían el uno por el otro.

Después de su beso de buena suerte, era momento de separarse. Los padres de Kitty y el príncipe se dirigieron al estadio Lluís Breitfuss, situado en la pista de Barcelona, que sería el escenario de la competición. El estadio llevaba el nombre del famoso esquiador catalán que recientemente había fallecido a los 54 años después de una larga enfermedad.

La nueva pista Barcelona-Estadio Lluís Breitfuss, partía desde la cima de La Tosa con un recorrido de 4750 metros y 859 metros de desnivel positivo. La prueba de descenso era de velocidad y la más larga, por consiguiente, de las más atractivas para el público.

El estadio se hallaba concurrido; Max tomó asiento mientras esperaban que iniciara la competencia. Esa mañana, competirían diferentes tipos de esquiadores: los que eran totalmente ciegos (B1); los que conservaban algún resto de visión (B2 y B3), inclusive aquellos que esquiaban de forma adaptada ya fuera sentados (por ser parapléjicos) o con un soporte ortopédico de apoyo, cómo los esquiadores con una extremidad amputada. Al presentarse tan disímiles competidores en circunstancias físicas diversas y ser determinante el tiempo en el descenso para los puestos, se aplicaba un factor de compensación de tiempos entre unos y otros, a fin de seleccionar de manera justa a los ganadores.

Kitty era la primera en competir, eso disiparía un poco la ansiedad que todos tenían, aunque por otra parte habría que aguardar a los resultados de los otros competidores para saber si su tiempo era lo suficientemente bueno para un título.

Kitty y Rudolf se prepararon para su cometido. Él le describió una vez más la pista y repasaron las condiciones del exigente trazado. Partirían desde el refugio del Niu de l'Aliga hasta la base de la estación con 859 metros de desnivel y un 66% de pendiente máxima.
Iniciaron la bajada a buen ritmo; Rudolf daba las indicaciones habituales y precisas mientras sobrepasaban el primer tramo de pendiente importante, en el cual debieron realizar ciertos giros que ponían a prueba su técnica; las puertas en las pruebas de descenso eran espaciadas pero no podían escapárseles ninguna.

Kitty disfrutaba del ejercicio, sobre todo de esa sensación de romper la nieve todavía fresada de la mañana, mientras se dirigían al primer muro, por un tramo de pendiente suave. Superaron el tramo complejo, Kitty seguía las huellas que Rudolf iba dejando sobre la nieve fresca. Terminaron el segundo muro y se encaminaron a un tramo llano de delicada pendiente. Kitty no pudo evitar sentirse emocionada, mientras intentaba mantener la concentración. En un instante, pensó en Max y eso la impulsó a continuar, guiada por la voz de su compañero.

Pronto llegaron al último muro, entraron en la gran pendiente, con la adrenalina circulando, los esquíes derrapaban y las piernas se sentían el esfuerzo en el control; llegaron abajo, el corazón de Kitty se desbordó al escuchar cómo Rudolf le indicaba que eran los últimos metros, que se avecinaba la última puerta y, tras ella, el final del descenso.

El cronómetro marcó poco más de dos minutos para un tramo de 4.7 kilómetros. Kitty estaba feliz, sonreía nerviosa, sabía que era una excelente marca y los aplausos del público la acompañaron en su alegría... Allí estaban sus padres, Max... No lo veía, pero lo sentía muy presente en su corazón.

Rudolf se acercó a ella, y la abrazó orgulloso:

—¡Lo hemos hecho muy bien!

Max se puso de pie para aplaudirla; la emoción que sintió durante esos dos minutos no podía describirse con palabras. Estuvo en vilo mientras la observaba avanzar venciendo cada obstáculo y esquiando de una manera impecable. Kitty había hecho una marca estupenda y estaba orgulloso de ella, de su valentía y magnífica técnica. Era una experta del esquí de velocidad, era una mujer increíble...

Miró a sus padres, aplaudiendo; inclusive Alex tenía lágrimas en sus ojos:

—Ha estado fabulosa, increíble —expresó Max conmovido también—. Deben estar orgullosos, Kitty ha sido una verdadera princesa de los Pirineos.

Era su princesa, la princesa de la nieve.

❄️🏔️❄️🏔️❄️🏔️❄️🏔️❄️🏔️❄️🏔️❄️🏔️❄️🏔️

Al final de la competencia, se corroboró lo que ya imaginaban, que Kitty era la campeona del mundo en esquí alpino, modalidad de descenso, una prueba de velocidad disputada en una pista exigente y técnica.

La joven no podía creerlo; tenía lágrimas en sus ojos y deseos de, al término de la premiación, besar a su familia y a Max, con los que aún no se había reunido.
Las medallas las otorgaron un rato después en la nieve del estadio: emotivo colofón para un día intenso y retador.

—Tienes una sorpresa —le dijo Rudolf al oído.

Ella no sabía a qué se refería, hasta que anunciaron a las personas presentes para la premiación. Para su sorpresa, el príncipe de Liechtenstein iba a entregar algunas de las medallas junto con otros miembros de la Federación Internacional de Esquí.

Rudolf y ella fueron los últimos en recibir su medalla de oro. Max intentó dominar sus sentimientos mientras le colocaba la medalla a su novia al cuello.

—Muchas felicidades, Katherine, no imagina la felicidad y el honor que siento de entregarle esta medalla, por lo que significa para usted, para mí y para Liechtenstein. Felicidades, Rudolf, ha sido una competencia magnífica y este logro también es suyo.

Ella se estremeció cuando estrechó su mano. La electricidad que sintió con aquel simple gesto le indicó lo mucho que deseaba un beso en los labios.

—Muchas gracias, Su Alteza —expresó temblando. Era demasiado para ella.
Rudolf también le agradeció. Luego, las notas del himno nacional de Liechtenstein se escucharon en todo el recinto y fueron entonadas, con devoción, por los nacionales de aquel país, incluyendo al príncipe y a Kitty. El público observaba, con solemnidad, la emotiva ceremonia sin imaginar que el futuro Jefe de Estado de Liechtenstein y la Campeona del Mundo, se amaban.

❄️🏔️❄️🏔️❄️🏔️❄️🏔️❄️🏔️❄️🏔️❄️🏔️❄️🏔️

Maximilian la había invitado al chalet privado donde se alojaba: un sitio elegante y discreto. Rudolf iría un poco más tarde, luego de conversar con Lisa. En realidad, lo que quería era dejarles algo de tiempo a solas a la pareja. Kitty se lo merecía.

—Estoy muy orgulloso de ti —le confesó el pelirrojo dándole un abrazo—. Luego de tanta ansiedad y sufrimiento en silencio, supiste sobreponerte, y eso solo lo hacen los campeones. Tú lo eres, querida amiga.

—Gracias, Rudolf. —Ella estaba conmovida—. No hubiese podido hacerlo sin ti. Me alegra compartir contigo este momento. Lo mereces tanto como yo.

La charla se interrumpió cuando tocaron a la puerta: era el chofer que Max enviaba a buscarla. Kitty se marchó, no sin antes hacerle prometer que iría a la cena.

—Lo haré por ti —respondió Rudolf riendo.

Maximilian había tenido la deferencia de invitar a sus padres y a Rudolf a cenar también a su chalet; sus padres no podían estar más encantados y el pelirrojo, al parecer, haría su esfuerzo por limar cualquier aspereza entre ellos.

Karl, el guardaespaldas, guió a Kitty hasta la puerta del chalet cuando llegaron. Fue el propio Max quien le abrió, con una amplia sonrisa. No había dado ni dos pasos dentro de la estancia cuando él la tomó en sus brazos y la besó apasionadamente. Era el beso de la victoria, ese que no habían podido compartir hasta ese momento.

—Mi Campeona del Mundo... —susurró, mientras la dejaba caer en el sofá.

Kitty sonreía, le tomó la mano y no pudo evitar preguntarle cómo se las había ingeniado para darle la medalla él mismo.

—Tengo relaciones con muchas personas, incluyendo a la directiva de la FIS. Cuando me vieron en La Molina me invitaron a la competencia, y yo sugerí que estaría encantado de participar en la premiación. Y al ganar, mi querida Kitty, fue incluso más que lógico que le entregara la medalla a la esquiadora nacida en el principado. Lo que ignoran es que la campeona es mi novia -añadió con una sonrisa.

Ella lo abrazó.

—¡Estaba tan feliz y tan nerviosa de saberte ahí! Y qué deseos de darte un beso... —confesó ruborizada—. Aunque hubiese sido todo un escándalo...

Max se rio.

—En algún momento las personas sabrán que estoy saliendo contigo. No pienso esconderme, aunque por otro lado, te aseguro que no hay nada como preservar la intimidad.

—Lo sé, también quiero privacidad.

—Como la que tenemos ahora... —insinuó.

—Max, mis padres llegarán de un momento a otro...

—La verdad es que no —respondió riendo—, los cité una media hora más tarde que a ti...

—¡Max! —exclamó Kitty, aunque en realidad le había parecido demasiado tierno.

Él no la dejó escapar, la besó despacio, avivando todos sus deseos, reclamando su cariño mientras la seducía con la suavidad de su tacto y la pasión de sus convincentes labios. Kitty se sentía extasiada con él, sin reprimir lo que espontáneamente Maximilian hacía nacer en ella...

El tiempo se les fue volando, al punto de que se separaron a regañadientes cuando sus padres llegaron; Rudolf lo hizo unos minutos después.

—Rudolf. —Max le tendió la mano—. Muchas gracias por venir.

—Gracias por la invitación.

La velada fue más que agradable para todos; la felicidad reinante rompió las rivalidades entre Rudolf y Max, así como los resentimientos de Charlotte por su marido. Incluso Lisa llamó por unos minutos a su hermana, uniéndose a la celebración desde la distancia. La naturalidad con la que aquella llamada se desarrolló, borró cualquier inseguridad o incomodidad del pasado.

—Kitty, ¡estoy tan orgullosa de ti! He visto la competencia después en la página de la FIS y no puedo estar más feliz! —le había dicho Lisa—. Rudolf, también estoy muy orgullosa de ti... Ojalá pudiera celebrarlo con ustedes.

Él le sonrió, al parecer las cosas comenzaban a estar mejor. Aunque no lo dijo, también le echaba de menos.

Kitty y Max eran, sin duda, los más felices aquella noche, los más conversadores y alegres. De la plática sostrnida, se decidió que, en unos días, Kitty viajaría con Max a Pretoria; la esquiadora le suplicó a Rudolf que los acompañara. Algo como eso sería más que especial para Lisa. El pelirrojo no puso demasiadas objeciones y aceptó.

—De acuerdo, pero no le digan nada. Quiero darle una sorpresa.

—Estupendo —repuso Max—. En unos días, cuando mis padres regresen, volveré a solicitarles el avión y haremos el consabido viaje.

—Vaya, viajaré en avión privado... Qué maravilla.

El comentario con cierta ironía de Rudolf hizo reír al príncipe, quien prefirió no tomárselo a mal.

—Es una lástima que el trabajo me impida acompañarlos —dijo Alex.

—Yo tampoco puedo —respondió Charlotte, quien compartió una mirada con su exmarido.

Max se preguntó si pasaría algo entre aquellos dos o solamente era su delirio de enamorado.

Unas horas después, y tras pasarlo muy bien, Max despidió a sus invitados, incluso se despidió de Kitty, a quien no vería con la frecuencia esperada hasta después de su segunda competencia.

—Estoy segura, querida mía, que todo saldrá excelente en la Super G —le dijo en un momento de privacidad.

—Gracias por tu cariño y confianza, Max.

—No puede ser de otra manera. Solo piensa que, cuando todo acabe, podremos disfrutar con más libertad de esto bonito que está sucediendo entre los dos...

Ella se ruborizó, dividida entre el deseo y el miedo a lo desconocido.

—Eres más retador que una ruta de descenso... —Rio ella, para disimular sus temores.

—Y estoy seguro de que en esto también alcanzarás el oro, como hoy en la nieve.

Y, como era de esperar, Kitty ganó oro también en la Super G, tres días después. Con las metas en el deporte cumplidas, era tiempo de que la esquiadora estrella se centrara en algo que la hacía sentir tan feliz como nerviosa: su creciente amor por el príncipe de Liechtenstein.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro