Capítulo 22
13 de enero de 2024
"Príncipe Maximilian".
Se quedó paralizada cuando lo escuchó, mientras se sujetaba del marco de la puerta, intentando procesar que él estaba allí.
—Kitty... —habló él—. ¿Puedo pasar?
Ella se hizo a un lado, permitiéndole el paso, aunque tenía la garganta demasiado apretada como para poder hablar.
—Señora Mayer, señor Meyer, es un gusto saludarlos de nuevo. Lamento aparecer tan tarde...
Era cerca de la una de la mañana; había sido un viaje demasiado largo y estaba extenuado a pesar de haber disfrutado de las comodidades del avión privado de su familia. Se acercó para estrechar las manos de los padres de Kitty y aceptó sentarse en el sofá. Ella lo hizo también.
—Me alegra verte, Maximilian —dijo Alex—, ¿has hecho un buen viaje?
—Sí, muchas gracias, aunque en los últimos días he tenido demasiadas horas de vuelo... Estoy cansado —reconoció.
Charlotte y Alex se pusieron de pie casi al mismo tiempo.
—Espero que nos disculpes, Max, no es porque hayas llegado, pero también estamos un poco cansados y nos iremos a nuestra habitación —anunció Charlotte.
Y, para consternación de Kitty, descubrió en ese momento que por falta de disponibilidad en el hotel, sus padres se vieron obligados a compartir la misma habitación. Aquello era tan raro, que no podía creerlo.
Max y Kitty se pusieron de pie para acompañar a los padres de ella hasta la puerta; unos segundos después, ya estaban completamente solos, salvo por Rudolf quien dormía en su habitación, a cierta distancia.
Ella le dio la espalda y se dirigió de regreso al sofá, dejándose caer. Continuaba sin decir ni una palabra. Sintió como él se sentaba a su lado y, por unos minutos, reinó el silencio entre ambos.
—¿Podemos hablar? —le dijo él al fin. Y aquella pregunta le sonó bien absurda cuando era más que evidente que había tomado un vuelo de más de diez horas para eso.
—Max, te agradezco mucho que hayas venido —comenzó Kitty—, y me apena que hayas dejado a tu familia para aclarar una situación que, por mi parte, ya está esclarecida.
Él comprobó que Kitty hablaba de manera contenida y muy despacio, como quien piensa en cada palabra. La charla se perfilaba difícil.
—¿Están bien tu hermana y sobrino?
—Sí, gracias a Dios. Kitty, yo...
—Ya lo sé todo —prosiguió ella—. No tienes nada que explicarme. Sé que tuviste una cita con mi hermana Lisa, que eras tú el hombre misterioso del cual ella me habló en diciembre, ese que le impresionó mucho pero que era casi un imposible; sé que te marchaste a Pretoria para asistir al parto de tu hermana Caroline y no para encontrarte con Lisa, como pensé erróneamente. Lamento si mi ofuscación te hizo regresar de manera intempestiva, no quería ocasionarte inconveniente alguno.
—Me estás hablando como si fuese un extraño al que le haces un resumen de los últimos acontecimientos de tu vida y le pides disculpas...
—No eres un extraño, pero...
—¿Recuerdas cómo quedaron las cosas entre nosotros cuando me fui de Malbun?
—Sí —susurró ella—. Eso fue antes de descubrir que saliste con Lisa. ¿Desde cuándo sabías que era mi hermana?
—Lo descubrí el día que conocí a tu padre; hasta entonces pasé por alto los indicios que hubo y no pensé que lo fuera, de verdad. A Lisa solo la había visto dos veces en un único día: cuando reparé el Porsche de vuestro padre y luego cuando salimos a conversar y a tomar una copa. Al término de la velada no sabía su apellido, no tenía su número, solo conocía su nombre, profesión y destino. Por eso, cuando escuché la conversación que sostuviste con tu padre en el estacionamiento, pude comprender que aquella doctora que se hallaba en Sudáfrica llamada Lisa y era tu hermana, solo podía ser aquella chica. La conversación que sostuvimos después, en el auto, me lo confirmó.
—¿Por qué no me lo dijiste en ese momento?
—Porque tuve miedo de perderte... —Kitty bajó la cabeza, ruborizada, y él aprovechó la circunstancia para acariciarle la mejilla—. Sabía que algo como esto tendría el poder para distanciarte de mí, y yo deseaba mucho estar contigo. Los momentos que había pasado a tu lado hasta ese instante, me hicieron percatarme de que, por más bonita que haya sido la cita con tu hermana, eras tú la persona que deseaba a mi lado... Ver la Luna y tomar una copa con ella no fue nada comparado a cenar contigo, a tientas, mientras descubrías mi rostro con tus manos... Esa fue, Kitty querida, la mejor cita de mi vida. Y fue contigo —añadió, como si ya no hubiese quedado claro quien era la preferida de su corazón.
Kitty suspiró, nerviosa, se llevó las manos al rostro, sin saber cómo actuar.
—Lisa es mejor que yo —objetó finalmente—, puede darte una vida normal, un futuro más adecuado... Hubiese preferido que la luz de la Luna de esa noche hubiese obrado esa magia, y no mis manos después. Yo no soy la persona correcta para ti. Lisa, por ejemplo, sí lo sería.
—Estás siendo obstinada, Kitty. No solo olvidas los sentimientos de tu hermana o los de Rudolf, lo cual me parece injusto para ellos, sino que también ignoras los míos y te crees con el derecho de dirigir los hilos de los destinos ajenos... ¿Acaso ignoras que pude haber dado con la identidad de Lisa antes, si hubiese querido? Me sobran los mecanismos para haberlo hecho. ¿Sabes por qué no lo hice? Porque te conocí a ti, y eso borró la impresión que pude haber tenido con Lisa anteriormente. Es cierto que tuvimos una cita hermosa, que nos llevamos bien, que la plática estuvo agradable, pero no sucedió nada entre nosotros. Incluso te hablé de ella en una ocasión, sin saber que era tu hermana. —Ella asintió—. Te confesé entonces que nada había ocurrido y que precisamente eso lo hacía especial. Tu hermana representa un bonito recuerdo, algo que no fue y nunca será. Ahora es una buena amiga y consejera, una amiga que me puso sobreaviso sobre lo que estaba sucediendo entre nosotros para que viniera lo antes posible a solucionarlo.
—¿Y qué sentiste cuándo la viste de nuevo? —indagó Kitty—. No ha pasado tanto tiempo desde la cita... No puedo creer que no sintieras nada.
—Experimenté confusión, sorpresa; no me lo esperaba —reconoció—. Luego me alegró verla, aunque terminé muy preocupado cuando supe por ella que algo te sucedía. Si estás esperando escuchar la gran confesión del reencuentro y de las emociones a flor de piel, estás equivocada. En realidad, ya había hablado con tu hermana a través de videollamada unos días antes; luego de descubrir que Lisa era tu hermana, ella me llamó y sostuvimos una conversación interesante. Los dos estábamos muy de acuerdo en que la cita era cuestión del pasado. Y le confesé entonces que estaba loco por ti. —Kitty se ruborizó aún más—. Así que en Malbun, cuando me besaste, las cosas entre tu hermana y yo estaban más que esclarecidas...
Kitty se puso de pie, nerviosa, dio unos pasos y se alejó.
—¿Por qué no me dijiste en Malbun sobre el parto de tu hermana? —Era más seguro preguntar eso.
—Cuando te dejé en Malbun yo no sabía lo que estaba sucediendo con Caroline; al llegar a Vaduz fui informado de que el auto en el que ella y su esposo iban, fue chocado. Caroline tuvo varias complicaciones y fue preciso realizarle una cesárea de emergencia...
—¡Dios mío! Lo siento mucho... ¿Ya está bien?
—Por fortuna sí, ella y el bebé están bien, cómo te comenté. No obstante, Carol aún tiene que recuperarse de algunas secuelas físicas, pero ya el peligro cesó. Como podrás imaginar, estuve muy preocupado cuando supe de esta noticia; mi hermana y yo somos muy unidos y pensarla en riesgo fue suficiente para que abordara un avión sin apenas pensarlo. Te mandé las flores y la nota creyendo que con eso sería suficiente, sin imaginar que descubrirías mi vínculo con Lisa y creerías que te estaba engañando. Por cierto, ¿cómo lo supiste?
—Una empleada del hotel me preguntó si eras novio de mi hermana. Entonces me confesó que te había visto con ella en diciembre, saliendo para una cita. Reconozco que fue demasiado para mí... Tenía tan poca información sobre el motivo de tu viaje que llegué a creer que habías ido tras ella.
—No pude decirte entonces la verdad porque, por protocolo, las informaciones de esta clase, respecto a enfermedades, compromisos o nacimientos, solo pueden ser anunciadas por el portavoz oficial de la Casa Real y, lamentablemente, todos teníamos miedo de que algo malo sucediera con Caroline y el bebé, por lo que la información pública se retrasó hasta que estuvieron estables. Hoy, precisamente, pudo darse la noticia.
—Lo sé, lo leí. No obstante, qué protocolo más absurdo...
Max se puso de pie y se acercó a ella.
—Pues es bueno que te vayas acostumbrando, si vas a ser mi novia...
Él sonrió cuando vio la expresión de sorpresa aflorar a su rostro.
—Max, yo... No puedes estar hablando en serio.
—Espero que no me hagas quedar mal frente a mi familia —prosiguió él divertido—. He tenido que suplicarle a papá para que me dejara el avión privado a fin de poder asistir a la competencia de mi novia. Sería triste que regrese para decirle que la consabida novia al final no me aceptó... —Dio un paso más hacia ella.
Kitty no pudo evitar reírse.
—Supongo que sea de pésimo gusto rechazar a un príncipe...
Él vio un poco de esperanza en sus palabras.
—Por supuesto, yo creo que lo más inteligente que puedes hacer es aceptarme...
Cuando Kitty reaccionó, ya Max estaba abrazándola. Ella sintió que se devanecía, así que se sujetó de su cuello.
—Max, sigo pensando lo que te dije en Malbun... Yo sé que esto no tiene futuro, pero...
—Calla. —Colocó su dedo índice en los labios de ella, lo cual la hizo estremecer—. Lo único que necesito de ti son dos cosas.
—¿Cuáles?
—La primera, es que confíes en mí...
—Confío en ti.
—No tanto, puesto que creíste que te estaba engañando, o burlándome de ti, cuando lo único que hacía era pensar en nuestro futuro.
—Lo siento, tienes razón. —Kitty buscó a tientas su mejilla y lo besó, aquello bastó para enardecer a Max, a pesar de su cansancio.
—Necesito que confíes en mí, como aquella mañana en Malbun, cuando descendimos por la montaña... Esto es igual, solo necesitas confiar y dejarte guiar por mí.
Ella asintió.
—¿Cuál es la segunda cuestión?
—Que me quieras —respondió—, solo preciso que me quieras, Kitty...
Y ella, que ya estaba más que conmovida con sus palabras, buscó sus labios como en aquella ocasión en la nieve, y lo besó con todas sus fuerzas, diciéndole de esa manera cuánto lo quería... Max reciprocó al instante, con una avidez que lo sorprendió, dio unos pasos con ella aún en sus brazos y luego la hizo recostarse en el sofá. El beso no terminaba, pero Max se hallaba mucho más cómodo que antes, inclinado sobre Kitty y disfrutando de la sensación de sentir su cuerpo junto al suyo. No pudo evitar el deseo de tocar la piel de Kitty, así que se decidió a deslizar una mano por debajo del sweater que ella llevaba.
Kitty soltó una expresión de sorpresa, al advertir que Max exploraba su abdomen.
Jamás había tenido una intimidad tan grande con nadie; la presión del cuerpo de Max encima del suyo la había dejado sin aliento, estaba pensando en la necesidad urgente de respirar, cuando unos pasos en el corredor hicieron que el príncipe se incorporara bruscamente en el sofá. Había olvidado que no estaban a solas... Y se sentía como un adolescente sorprendido.
—Buenas noches, Rudolf. —Max estaba tan agitado que apenas podía hablar.
—Son las dos de la mañana, su Alteza. Me alegra verlo por aquí y creo que, al parecer, por lo que he podido apreciar, las cosas entre ustedes se han solucionado. No obstante, Kitty tiene que entrenar mañana el descenso, es una única oportunidad para hacer todo el recorrido antes de la competencia y tiene que descansar.
—Rudolf... —Kitty estaba roja como un tomate y no podía creer que su amigo fuera tan inoportuno...
—No pasa nada, Kitty, él tiene razón. —El príncipe se puso de pie—. Ya tendremos tiempo para... —La expresión severa de Rudolf lo paralizó —, ... para hablar más.
—¿Tienes dónde pasar la noche? —Por un momento pensó en dormir en sus brazos y se lamentaba mucho de que Max se viera precisado a marcharse así...
—Sí, no te preocupes, tengo reservación en otro hotel cerca de aquí. Además, tienes que descansar y temo que pueda entorpecer tu sueño. —Apreció cómo Kitty se ruborizaba—. Éxitos en tu entrenamiento. Hasta luego, Rudolf.
—Hasta luego.
Kitty escoltó a Max hasta la puerta. Esta vez tenía una amplia sonrisa en su rostro, pues no podía creer que él la quisiera...
—Lo siento, no puedo creer que prácticamente te haya echado.
Max se rio.
—No acostumbro a ser echado, esa es la verdad. No obstante, supongo que Rudolf tiene varios motivos para odiarme —bromeó.
Kitty no pudo evitar reírse.
—No puedo creer que dijeras eso... Sigues siendo medio idiota.
Max la abrazó de nuevo.
—Debo gustarte mucho si te pones así de celosa...
—No soy celosa —protestó, pero sus palabras fueron silenciadas con un último beso.
Nunca había experimentado un cambio tan brusco en su estado de ánimo: de la desesperación y tristeza, a una felicidad tan desmedida. Kitty cerró la puerta sintiéndose la mujer más afortunada del mundo.
—Me alegro de corazón, Kitty —le dijo Rudolf quien la estaba esperando en el salón—. Supongo que, a pesar de dormir poco, esta alegría ayude a tu concentración y a que todo salga bien en la prueba. Recuerda que este ensayo es más que importante para la competencia.
—Saldrá muy bien, te lo aseguro. Ya lo siento así.
Esa mañana, Kitty realizó un ensayo perfecto de la prueba de descenso, tal como deseaban, mostrando que era una guerrera admirable. Y es que, hasta los más talentosos deportistas, necesitan de esa inspiración maravillosa que solo otorga el amor. Y Kitty, en esta ocasión, ya la tenía.
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