Capítulo 2
Max salió de su habitación. El suave perfume francés que llevaba llegó a las fosas nasales de su mejor amigo, quien lo miraba desde el diván con una expresión reprobatoria, pero a la vez divertida.
—Tiene que ser realmente linda cuando nos vas a abandonar esta noche —se quejó Gunther, un hombre de treinta años de castaña barba—. ¿No estábamos celebrando mi despedida de soltero?
Max rio, mientras se acomodaba la bufanda negra que llevaba al cuello, antes de salir.
—Esquiamos en la tarde y cenamos juntos. Creo que he cumplido con mis deberes de amigo y padrino. Y, sobre tu pregunta, sí, es muy linda.
—¿La conozco?
—No, recién la conocí esta mañana, pero compartimos un momento especial.
—Muy bien, estás perdonado. Espero que sientes cabeza y quizás esta chica sea tu acompañante durante la boda.
—Tal vez. —Max se encogió de hombros y salió.
Se estaban alejando en un lujoso chalet privado, que no se hallaba lejos del Hotel Galina donde se hospedaba Lisa. Él mismo se bajó y fue a recogerla al lobby. Su guardaespaldas mantuvo una distancia prudente.
Max miró con curiosidad la estancia: muchas personas estaban congregadas alrededor de la chimenea; era un sitio acogedor, decorado para Navidad, en tonos rojos y verdes. Al voltear hacia la dirección contraria, justo al lado del enorme árbol, la vio aguardando.
Lisa le sonrió y se acercó a él. Llevaba un abrigo de color rojo vino, un pantalón gris y unas botas negras.
—Buenas noches.
—Me alegra mucho que no me hayas dejado plantado.
Ella rio.
—Lo consideré, pero me gustaría volver a visitar Liechtenstein en el futuro, y me temo que, de dejarlo plantado, me declararían persona non grata.
—Oh, por supuesto. Me temo que eso sucedería. Has sido muy sabia al aceptar salir conmigo —bromeó—. Entonces, por tus palabras, intuyo que no vives aquí, aunque vienes con frecuencia.
—Viví por unos años en Vaduz, cuando era pequeña, pero desde hace años me mudé a Suiza y ahora resido en Ginebra.
Max miró por encima del hombro a su alrededor, nadie los estaba observando, pero tampoco quería despertar la indiscreción ajena. Debían irse ya.
—¿Nos vamos?
Lisa asintió, aceptando el brazo que él le brindaba y salieron al exterior donde aguardaba el auto de Max.
Hicieron el trayecto en silencio, aunque en realidad no fue demasiado largo. Max la llevó al hotel donde se hospedaba, por un momento cuestionó internamente sus intenciones, pero no se detuvo ni le preguntó nada. Tomaron el ascensor hacia el último piso. Entraron a un mirador que estaba cerrado para el resto de los huéspedes. El enorme cristal tenía una vista envidiable hacia la montaña, aunque lo más destacable era la Luna llena que dominaba buena parte del ventanal. Las luces estaban apagadas, pues se hallaban iluminados exclusivamente por la luz de la Luna y apenas unas velas. Frente a la ventana, un columpio de madera de dos piezas los invitaba a sentarse.
—¡Qué vista tan bonita! —repuso mientras se sentaba en el columpio de frente a la ventana.
—Creí que sería una buena idea disfrutar de esta Luna llena, a fin de que realice su magia.
Ella se rio.
—Eso no funcionará conmigo.
Max lo imaginaba, así que tan solo sonrió. Se dirigió a una mesa contigua donde reposaba una botella de excelente vino tinto y dos copas y le entregó una a ella. Luego se sentó a su lado; por el peso, el columpio alcanzaba cierto ángulo que les permitía ver mejor hacia la ventana. En ocasiones daba la impresión de que estaban en el aire, justo en frente de la Luna. Sin duda era una experiencia muy especial, pero a la vez sencilla.
—Ojalá que todos en Malbun estén disfrutando de una vista como esta —le comentó Max a su lado—. Para mí no hay nada mejor. Sería una pena que las personas no disfrutaran de las cosas simples.
Él quería mostrarse tal y como era: un hombre sencillo y refinado, pero no pensó en que sus palabras le hicieran pensar en su hermana, quien no podría apreciar esa maravilla.
—El sentido de la vista es un privilegio —comentó Lisa—, y a veces lo damos por garantizado, cuando es en realidad de los regalos más preciados que puede tener un ser humano.
—Tienes razón.
Permanecieron unos segundos en silencio, mirando a la Luna y degustando a sorbos la copa de vino. Allí también tenían queso, frutos secos y chocolate.
—¿Qué dice tu amigo de que lo hayas abandonado en su despedida de soltero? —Lisa lo miró con una sonrisa burlona, tras probar un bombón. Max se quedó por un momento hipnotizado con ella, observándola…
—Supongo que, al principio estuvo un poco decepcionado, pero luego se conformó. Lleva tiempo pidiéndome que le confirme el nombre de mi acompañante para su boda y aún no le he dado ninguno. Tiene la corazonada de que esa puedas ser tú…
—Me siento halagada, pero tengo que declinar esta invitación.
—Qué pena, creía que te agradaba —soltó—, es que soy irresistible.
—Y no lo dudo, Su Alteza, pero en breve me marcho a Sudáfrica por unos meses a trabajar como médico.
—Oh, ¡eso es increíble! No sabía que eras médico. Estoy impresionada, pero a la vez siento que te marches… —dijo de corazón—. No es por mí —aclaró—, es que te la hubieses pasado genial en la boda.
Lisa soltó una carcajada, le encantaba su sentido del humor. Esa era una de las cosas que también le gustaban de Rudolf. Y en ese momento negó con la cabeza, sorprendida de aquel pensamiento intrusivo en mitad de una cita con el príncipe de Liechtenstein.
—Lamento mucho perderme la boda, era de mi mayor interés.
—Lo imagino.
—Ahora cuéntame, ¿por cuánto tiempo te quedarás en Malbun?
—Muy poco, esta es mi última noche.
—Qué bueno que es una noche larga, al menos —le dijo guiñándole un ojo—. ¿Qué harás en Sudáfrica?
—Trabajaré con un grupo de médicos ortopédicos que realizarán varias cirugías de prótesis de rodilla y cadera, a fin de devolverle la movilidad a muchas personas, incluso jóvenes.
—Eso es estupendo. Muy loable. —Max se sentía en verdad muy orgulloso de ella y, a su lado, creía que aquella doctora tenía muchos más méritos—. ¿Eres ortopédica entonces?
—Lo seré, estoy en el último año de mi residencia, pero decidí realizar una pausa y acompañar a este grupo de profesores a Sudáfrica. Mi papá no lo tomó bien, alega que me voy a atrasar, pero yo opino que es justo la oportunidad que precisaba para aprender y hacer algo bueno. No lo cambiaría por nada en el mundo —sentenció.
—Te admiro. Agradezco mucho que la vida me diera la oportunidad de, al menos, reparar tu coche.
Ella se ruborizó, estaban muy cerca el uno del otro. Max era una persona muy agradable y se sentía muy bien con él, cuando lo miraba a los ojos, sentía que podía perderse en ellos, pero no estaba segura de que hacerlo fuera una buena idea.
—Quizás no lo sabes —prosiguió Max—, pero mi hermana Caroline vive en Sudáfrica, cerca de Pretoria, en la reserva natural de Timbavati. Fue allí en 2018 a grabar un documental y terminó enamorada del sitio y de mi cuñado, Luan.
—Qué bonito, es sorprendente que una princesa se quedara a vivir en Timbavati, un lugar tan distinto a lo que está acostumbrada.
—Es que es un lugar maravilloso y Caroline también lo es, justo el tipo de persona que agradecería un cambio como ese. Estoy muy feliz por ellos. Mi hermana dará a luz muy pronto a mi segundo sobrino. Es casi seguro que viaje a Sudáfrica el año próximo para no perderme ese acontecimiento y, si fuera así, te buscaré.
—Dudo mucho que te acuerdes de mí en unas semanas, quizás meses —le retó.
—Ponme a prueba. —Max acarició por un instante la mejilla sonrojada de su acompañante—. Te sorprendí arreglando tu coche, puedo sorprenderte en todo lo demás.
Max continuaba mirándola con fijeza.
—No lo dudo. —La voz de Lisa sonó algo confundida y extraña—. Lo cierto es que conozco la fama que le precede, Su Alteza y, en ese punto, no me siento tentada a engrosar su estadística del año.
—Madre mía. —Max se separó un poco, riendo—. Te aseguro que esa fama es exagerada y además, el año se está acabando...
Ella rio.
—¿Qué expectativas tienes para esta noche, Max? —Su nombre en los labios de ella se escuchaba muy bonito, reconoció él antes de concentrarse en la pregunta.
—¿Expectativas? Ninguna. O todas —rectificó—. Eso depende de cuál respuesta te espante más. Quédate con la que te haga permanecer conmigo unas horas más, por favor.
Ahora entendía la razón por la cual Maximilien era un conquistador nato. Su discurso funcionaba, sin duda.
—Me quedaré, solo porque no tienes ninguna expectativa —respondió para molestarlo. En cierta medida Lisa le estaba respondiendo que no pasaría mucho más esa noche entre ellos. Max sonrió, resignado, pero lo aceptó.
—De acuerdo.
Lisa se inclinó y se rellenó la copa. Luego se recostó de nuevo en el columpio, mirando al frente. La Luna llena continuaba allí, como un testigo de aquella conversación. Lisa se relajó un poco y recostó su cabeza en el hombro del príncipe.
—Dime algo que nadie sepa —le pidió ella de pronto.
Él se quedó pensativo por unos segundos.
—Hay algo muy extraño y bonito en confiarle a una desconocida un secreto, a riesgo de que salga publicado en los tabloides.
—Puedes confiar en mí, no publicaría nada sobre ti. Aunque no lo creas, no eres el centro del universo y a muchos ni nos importan los tabloides —replicó, una vez más burlándose de él—. No obstante, es justo que tengas reparos en hacer una confesión de la nada.
—Comienza tú. Dime algo que nadie sepa, confiando en que quedará guardado para siempre en este desconocido.
—Ya no eres un desconocido.
—Pues mejor. —Max acarició su frente por un instante.
Lisa permaneció callada por unos instantes, sin saber qué decirle exactamente.
—Amo a mi padre, pero nunca he podido perdonarle que me apartara de mi madre y hermana. Es un dolor que siempre llevaré conmigo.
—¿Cómo te apartó?
Ella se encogió de hombros.
—Se divorciaron y yo tuve que irme con él a Suiza a vivir. Quizás algún día te lo explique, no quiero echar a perder esta noche con esos detalles.
—De acuerdo.
Max se quedó también mirando a la Luna, hasta que finalmente externó algo que no le había dicho a nadie.
—Nunca he querido gobernar. Para mí es un suplicio saber que llegará el día en el que tendré que asumir ese puesto. Habré de casarme, tener hijos, ya que de mí dependerá la sucesión… Quizás por eso me compenso a mí mismo viviendo al límite el presente, haciendo todo aquello que en un futuro tendré vetado por mi posición. Cuando era niño soñaba con que la Constitución del país cambiara y fuera mi hermana Caroline, quien es mayor que yo, la que tuviese esos derechos sucesorios. Ella lo hubiese hecho genial, estoy seguro. Luego, cuando comprendí que eso era imposible y que era yo el destinado a tal puesto, deseé con todas mis fueras que mi abuelo y padre tengan una vida larga y productiva, no solo porque los quiero, sino para acceder al cargo cuando sea ya un viejo que haya vivido una vida plena.
—Supongo que sea muy agobiante saber que en algún momento de tu vida tendrás que asumir todas esas responsabilidades —reconoció Lisa—. Te agradezco que lo hayas compartido conmigo. Es cierto que cuando uno piensa en la Casa Real lo primero que se viene a la cabeza son los privilegios, que no son pocos. Pero también es verdad que al cargo le es inherente un deber de servicio público. Lo importante es que te has ido preparando para ello toda tu vida y que desde tu posición puedes hacer grandes cosas por la gente.
—Es cierto, es eso lo que me impulsa. Aunque luego me topo a personas como tú, que también hacen grandes cosas por la gente, y me cuestiono si estaré haciendo suficiente —respondió con sinceridad.
—Supongo que debas replantearte tu función y lo que haces por las personas. Tener un propósito en la vida, más allá que disfrutar al límite lo que esta te ofrece, es lo que nos hace sentirnos productivos y mejores seres humanos. Sin embargo, conozco demasiado poco de ti como para enjuiciarte en ese sentido. Sé que lo harás bien, y que la vida te brindará todo aquello que estabas buscando. Es un puesto sacrificado, pero opino que quizás la mujer que esté a tu lado en un futuro tenga que hacer un sacrificio mayor, si es que viene de un mundo muy distinto al tuyo. Abandonar su profesión y lo que ama deberá ser bien difícil para ella. Yo no podría, por ejemplo —añadió con normalidad—, amo demasiado ser médico.
Luego miró a Max, comprendiendo que en cierta forma lo había rechazado. Era cierto que apenas se acaban de conocer y que el futuro para ellos era una página en blanco, pero la manera en la que habló había sido muy clara.
—También por ello creo que nunca me he enamorado en realidad —aceptó él—. Si amara a alguien que no estuviese dispuesta a asumir esta responsabilidad conmigo, me pondría en una posición muy difícil.
—Tendrías que abdicar. Tienes hermanos, ¿no?
—Hermanos menores, que no han sido preparados como yo para esto. Pero supongo que es una posibilidad. De cualquier manera, aunque me queje, creo que no me sentiría bien decepcionando a mi familia y hasta a mí mismo. Por eso creo que nunca me he hallado en la posición de bajar la guardia con nadie, a riesgo de que no resulte por ninguna parte: por mi familia, porque se nieguen si no la consideran adecuada; o por ella, si no estuviese de acuerdo en convertirse en la esposa del príncipe heredero. ¡No puedo creer que te esté contando estas cosas! —exclamó de pronto, riendo.
—Ahora mismo creo que somos mejores amigos —se burló ella.
—Créeme que ese no fue el objetivo con el cual te traje aquí —respondió de nuevo seductor mientras le acariciaba la mejilla otra vez. Max se quedó mirando sus labios, detenidamente. Habían tenido un acercamiento muy bueno y pocas veces se había sentido así con alguien. Su rostro bajó unos centímetros hacia ella, pero Lisa volteó el suyo y se llevó la copa a los labios.
Max suspiró, nunca lo habían rechazado así. Permanecieron en silencio por unos segundos.
—Me marcharé por varios meses —dijo Lisa de pronto—, así que mi cabeza racional me impide dar un paso hacia ti, sabiendo que sería un placer demasiado efímero, que engrosaría tu estadística y me rompería, a la larga, el corazón. Entonces es mejor despedirnos ahora —prosiguió tocando su rostro con una mano—, ahora que todo pudo ser y, sin embargo, no fue.
—Te prometo que…
—No hagas promesas que no puedas cumplir. Que la vida nos sorprenda, si tiene que suceder. Y si no, guardaré muy bonito recuerdo de esta noche, en el que he sido tu mejor amiga y confidente. —Él le sonrió.
—Tienes gran arte para rechazarme. Ese debe ser tu talento, además del de sanar. Y aunque no quieres promesas, estoy seguro de que nos volveremos a ver. —Max hurgó en su pantalón y de su cartera extrajo una tarjeta, que tenía su número privado—. Puedes llamarme cuando lo desees. Yo desearé que me llames siempre.
—Gracias, Max.
Permanecieron una hora más conversando. Sin embargo, ya no era igual. Aunque Maximilien había quedado más que impresionado con Lisa, ella le había puesto un alto, y eso significaba respetar su decisión por más frustrado que pudiese hacerle sentir el hecho de dejarla marchar sin siquiera un beso.
Cuando la dejó en su hotel, a las tres de la mañana, fue ella quien le besó la frente, luego la punta de la nariz y, tras sonreírle, se despidió al fin. Max se quedó un rato más en el auto con una sensación de vacío indescriptible, hasta que finalmente se marchó.
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