Capítulo 19
Se encerró en su habitación, todavía temblando. Aún no podía comprender cómo fue capaz de mantener el aplomo frente a las Müller y responder que: "su hermana era muy celosa de su vida privada, y que solo podía hablar de la amistad del príncipe Maximilian". Y decir su nombre así, unido al de su hermana y con tanto autocontrol, le rompió el corazón en mil pedazos.
Comió con esfuerzo el resto de la velada, rechazó el postre y, alegando estar bien cansada, terminó marchándose de allí. En la soledad de su dormitorio no sabía qué pensar ni qué creer. Sin embargo, lentamente, comenzó a comprender las tres verdades que de todo ello se derivaban... ¡Grandes y dolorosas verdades!
La primera: Max había salido con su hermana Lisa. Él era el hombre misterioso del que le había hablado ella; ahora comprendía por qué, a pesar de quedarse muy impresionada con él, Lisa le había confesado que era una relación bien difícil y casi imposible de sostener. Sin embargo, también le había respondido que: "siempre había esperanza", lo cual le indicaba que sí le había gustado Max y podría decir lo mismo respecto al príncipe.
Conocía a su hermana lo suficiente como para saber que era maravillosa y capaz de deslumbrarlo; Lisa siempre fue la más linda y la más talentosa y a ella jamás le había importado que lo fuera; la quería y admiraba y, de haber sabido antes la verdad, jamás se hubiese involucrado con Maximilian. Lisa podría darle todo a él, hasta la descendencia que tanto necesitaba el principado. Lisa era la adecuada para ser princesa de Liechtenstein, no ella. Al pensarlo, sus ojos apagados se llenaron de lágrimas...
La segunda cuestión era también muy clara para ella: tanto Lisa como Max le habían ocultado la verdad deliveradamente.
En cuanto a su hermana, debía haber descubierto su vínculo con el príncipe justo cuando su madre le contó del accidente... ¿Por qué no le había dicho entonces que Maximilian fue su cita? Quizás el entusiasmo de su madre la convenció de que algo pasaba entre ella y Max y no quiso interferir. ¿Fue por eso que le dió esperanzas a Rudolf en lugar de a Max después? ¡Pobre Rudolf!
Respecto al príncipe, no podía estar segura de cuándo lo descubrió. Tal vez lo supo desde siempre y por eso se acercó a ella, cómo hermana de Lisa, independientemente del aciago y casual accidente que los presentó. Sin embargo, si era Lisa quien le interesaba realmente, ¿por qué había jugado con ella entonces? ¿Lo habría hecho por despecho tras el rechazo de Lisa? ¿Estaba intentando darle celos a ella coqueteando con su hermana? Quería confiar en Max, pero muchos elementos la hacían dudar de él. A fin de cuentas, hacía muy poco que lo conocía y le constaba que jamás había tenido una relación seria con nadie.
Algunos indicios la hicieron desconfiar más. ¡En varias ocasiones Max le había preguntado por la relación de Rudolf y Lisa! Asimismo, recordaba la plática que sostuvieron en el auto, luego de conocer a su padre, cuando indagó más acerca de su hermana. Era imposible que no lo supiera entonces... ¡Y qué avergonzada se sentía ella por todo lo que le había contado, en su ignorancia e ingenuidad! Le había hablado de lo maravillosa que era Lisa, de que era la mejor de las dos, y Max solo mantuvo silencio, sin decirle que ya la conocía, sin confesarle que le había encantado ella como mujer, que la había invitado a salir y que fue por ella al hotel Galina... ¡Y precisamente por aquella cita con su hermana, Max sabía dónde se alojaba Kitty! Fue así que se apareció esa noche inesperadamente y, cuando ella le preguntó, una vez más fue incapaz de contarle la verdad: "Un príncipe siempre tiene sus medios y métodos, esos que no le revela a nadie". Y, nada más de recordarlo, se sentía furiosa.
La tercera verdad también era devastadora para ella: Maximilian y Lisa se hallaban en la misma ciudad. Sintió un escalofrío. ¿Irían a encontrarse? ¿Max realmente tendría algún problema o viajó decidido a encontrarse con Lisa? Tal parecía que había huido de ella tras el beso. Sin embargo, quería confiar en él. ¿Qué buscaba entonces confesándole que deseaba estar con ella? ¿Por qué le había enviado rosas si se estaba burlando de ella? Era tan grande su ofuscación, que Kitty corrió al salón de estar, tomó el ramo y lo echó a la basura.
Lloraba, lloraba desconsoladamente en silencio mientras se preguntaba en dónde estaría la verdad. ¿Quién la estaba engañando?
Dispuesta a hacer una prueba, llamó a Lisa. Al ser de noche en Pretoria, era muy probable que su hermana estuviese disponible.
—¿Kitty? ¡Qué alegría escucharte! ¿Todo bien? ¿Está bien Rudolf? —preguntó.
—Sí, y Rudolf está mucho mejor. No sé si estabas al tanto de que estuvo enfermo...
—Lo supe, justo por eso te preguntaba —admitió—, me alegra que esté todo bien.
—Sí, mañana volaremos para Cataluña.
—Te deseo muchos éxitos, Kitty.
—Gracias. —No sabía cómo soltarlo, pero se animó a hacerlo—. Max ha tenido que marcharse a Sudáfrica. Adivina a dónde ha ido...
Lisa se tensó en el acto, no se esperaba que Kitty hablara de ese asunto de manera tan descarnada y mucho menos conocer que Maximilian estuviese es Sudáfrica.
—No —respondió—. ¿A dónde ha ido?
—Está en Pretoria, o llegando a Pretoria.
—Oh, ya veo.
Kitty conocía lo suficiente a su hermana como para advertir que estaba nerviosa.
—¿Todo está bien entre ustedes? —se atrevió a preguntar la doctora.
—Honestamente, no lo sé. Reconozco que su intempestivo viaje, sin un motivo aparente, me deja pensativa. Sin embargo, entre él y yo no hay nada más que una amistad y quizás esté esperando más explicaciones de las que me merezco.
—Te mereces todas las explicaciones del mundo, Kitty, y estoy segura de que Max te las dará...
—No lo conoces como para decirme eso... —soltó y se hizo un largo silencio del otro lado de la línea.
—Solo quiero tu felicidad, Kitty —respondió Lisa al fin—, por lo que espero que esta situación que te atormenta se aclare pronto. Descansa y que tengas un buen viaje mañana. Un beso.
—Gracias. Otro.
Kitty estaba tan afectada, que apenas si podía hablar. Quería confiar en su hermana, pues sabía cuánto la quería, mas no podía hacer lo mismo con respecto a Max. ¿Acaso le constaba que Maximilian no había viajado para ver Lisa? Y, si su hermana en realidad ignoraba su inminente visita, la había puesto sobreaviso.
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Pretoria, 11 de enero de 2024
Llegaron a Pretoria en la madrugada y fueron trasladados en un auto hasta el hospital privado Louis Pasteur, donde se hallaba Caroline. En un salón individual, solo para ellos, hallaron a Luan sentado en una silla. En cuanto el sudafricano vio al grupo entrar, se puso de pie al instante. Fue Max, su amigo y cuñado, quien primero le dio un abrazo, con cierto cuidado a consecuencia de su hombro dislocado.
—¿Cómo está ella?
—Recuperándose —respondió—. Aún no me han permitido verla, pues tuvo preclampsia y fue necesario adelantar su cesárea, aunque todo salió bien. Lucas ya nació, es un niño sano, gracias a Dios. Espero que en unas horas podamos ver a Caroline.
Los padres de Carol saludaron también a Luan y mostraron interés por conocer a su nieto, quien se hallaba en el área de neonatos.
—¿Y Alisha? —preguntó Sofía.
—Está bien, se ha quedado en casa con mis padres.
Los príncipes también tenían muchos deseos de ver a su nieta mayor, aunque probablemente tuvieran que esperar un poco.
Una enfermera les permitió conocer al recién nacido en el cunero, a través del cristal. Max no pudo evitar que su corazón se llenara de amor al ver a su sobrino. Era lo más pequeñito y tierno que había visto y, a juzgar por lo que podía observar desde la distancia, se parecía a ambos padres.
—Felicidades, Luan —le dijo de corazón mientras le pasaba un brazo por la espalda—. Ya sé que han sido horas muy tensas y que estuvieron en peligro, pero todo estará bien.
—Muchas gracias por venir, Max. Carol se pondrá muy feliz cuando los vea...
—Debía estar aquí —respondió convencido, aunque a su cabeza llegó la imagen de Kitty y las circunstancias en las que la había abandonado: justo a las puertas de su competencia y con los temores propios de un amor en ciernes.
Sus padres determinaron ir a descansar al hotel y regresar en la mañana para ver a Caroline. Aunque a Max le hacía falta algo de descanso también, prefirió quedarse con Luan en el hospital. No sé permitiría estar lejos de Carol y su cuñado, y la conversación de Luan siempre le resultaba agradable.
Todavía recordaba la primera vez que lo vio, en Ciudad del Cabo y cómo su intervención fue decisiva para lograr la reconciliación de la pareja. Desde el primer día, supo que Luan era un hombre íntegro y admirable, y no se había equivocado. Casi seis años después, la pareja continuaba muy enamorada y para Max eran un verdadero ejemplo, como mismo lo eran Gunther y Vera.
Sentados en el mismo salón privado, se harían compañía esperando cualquier información sobre la salud de Caroline. Luan aprovechó para desahogarse con su cuñado, narrándole las circunstancias del accidente y la zozobra en la que había vivido en las últimas horas. Max lo escuchó, compartiendo la angustia que Luan había experimentado y que también él sintió cuando conoció de lo sucedido. Por fortuna, aquellos malos momentos parecían quedarse atrás.
La madrugada se les hizo bien larga, aunque Max no había dejado de pensar en Kitty. Estaba inquieto, como si tuviese un presentimiento, aunque se convenció de que estaba paranoico.
—Es la décima vez que revisas tu teléfono, ¿sucede algo? —le preguntó Luan.
Max miró a su cuñado. Era un gran observador, con una agudeza casi felina. Tenía muy bien puesto su nombre, que significaba "león" en afrikáans.
—Esperaba noticias de alguien, pero no he tenido ninguna.
—Llámala.
—Lo haré, pero esperaré a que sea más tarde. Debe estar durmiendo. ¿Cómo sabes que es una mujer? —preguntó de pronto.
Luan le sonrió condescendiente.
—Solo un hombre se comporta así, y es cuando está enamorado.
—Yo no estoy enamorado —replicó.
—Te confieso que Caroline se ha mantenido al tanto de tu relación con esa muchacha: Kitty, ¿no?
—Sí, Kitty. —Saboreó la dulzura de aquel nombre en sus labios y por un momento evocó sus besos—. Sin embargo, yo no le he contado mucho a Caroline sobre esto, solo lo necesario.
—Pero como imaginarás, tus padres están velando tus pasos en ese sentido y han mantenido a Carol al corriente de las últimas noticias. Ella, por consiguiente, también me ha contado a mí.
Max sonrió.
—Ya veo que mi vida privada no es tan privada...
—Tus padres están algo alarmados, por la condición de ella, aunque creen que es demasiado pronto como para saber si la relación va en serio.
—Va en serio —respondió el príncipe convencido.
—Caroline está de tu parte, como mismo tú estuviste siempre de la nuestra. Yo también te apoyo, aunque sé que las cosas no serán fáciles para Kitty, y lo dice alguien que sabe lo que es ser parte de la familia real por matrimonio.
—Lo sé, muchas gracias, Luan. Respecto a mis padres, sé que no tienen nada en contra de Kitty, incluso la admiran; pero estoy consciente de que, como mi pareja, serán varias las objeciones —reflexionó—. No obstante, es demasiado pronto para preocuparme por esa batalla, y confío en que, llegado el momento, todo salga bien. En definitiva, mis padres son buenas personas.
—Lo sé, gracias también a su buena voluntad y palabra pude casarme con Caroline y traerla a vivir a Timbavati. Estoy seguro de que, cuando las circunstancias se lo indiquen, sabrán apostar también por tu felicidad. Te gusta mucho ella, ¿verdad?
—Sí —reconoció ruborizado—, y me marché justo cuando comenzábamos a tener algo de verdad, y sin explicarle debidamente, ya que la condición delicada de Caroline debía permanecer secreta hasta el anuncio oficial del alumbramiento. No obstante, espero que ella me comprenda cuando le explique. Kitty es una mujer increíble y realmente nunca me había sentido así por nadie. Sin embargo, si esto progresara, habrá muchas cosas en contra: mi familia y hasta la propia Kitty. Estar con ella significaría renunciar a dos cosas importantes: matrimonio e hijos, porque ella no quiere —confesó—, y aunque lo respeto, eso es incompatible con mi rango, mi destino en la vida y hasta mis propios deseos como persona...
—No pienses en eso, apenas si están comenzando.
—Lo sé, pero ella misma opina que tendremos un fin inevitable. En realidad nunca me había importado algo así. He tenido muchas relaciones cortas en mi vida, sabiendo que serán precisamente efímeras. Pero con Kitty me molesta que lo sea —admitió—. Iniciar algo con ella sobre esas bases, me duele. Creo que ella se merece de mí el mayor de los compromisos, pero no soy libre para darle esa seguridad, ni estoy convencido de renunciar a formar una familia.
—Y no obstante, sabiendo todo eso, te involucraste con ella.
—Sí, fue inevitable. Empecé una amistad con Kitty como consecuencia del accidente; eso me permitió estar cerca, creyendo que no pasaría de un simple coqueteo por mi parte, pero cuando me percaté, no podía dejar de pensar en Kitty cuando estaba lejos de ella. Fue esa necesidad extrema la que me hizo comprender que estaba en problemas.
Luan le sonrió.
—Sí que estás en problemas, amigo mío.
—Y no sabes lo peor —dijo Max al fin—, salí con la hermana de Kitty antes y ella aún no lo sabe. Ignoro cómo lo tomará...
Max se liberó de aquel peso con su cuñado; escuchó sus consejos y, antes de que se hubiese dado cuenta, ya había amanecido.
Luan convenció al príncipe de acudir a la cafetería a comer y tomar algo. Max lo aceptó de buen grado, pues realmente tenía hambre. Karl, su guardaespaldas, los acompañó. Por fortuna Max no era conocido en Sudáfrica, así que pasaba por completamente desapercibido para el personal médico, pacientes y acompañantes; excepto para alguien que sí podía reconocerlo.
Y entonces le entró un mensaje a su teléfono:
"De todos los hospitales de Pretoria, te apareces justamente en el mío".
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