Capítulo 16
7 de enero de 2024
Los recién casados se despidieron de la fiesta a las cuatro de la mañana. Pasarían su primera noche en el hotel y luego partirían hacia su Luna de Miel entre Tailandia y Bali. Los invitados también se fueron retirando, por lo que Max y Kitty se dirigieron a un corredor lateral privado que conducía directo hasta el coche.
La madrugada estaba muy fría, al punto de que Kitty, entre el cansancio y que se le había roto un zapato, apenas se podía mover. A menos de tres metros del coche, y aprovechando que se hallaban en un sitio desierto del hotel, Maximilian tomó a Kitty en sus brazos.
—¡Estás completamente loco! —chilló ella, sorprendida, aunque no podía decirse que estuviera molesta.
—Apenas si puedes andar, Kitty —repuso él—, y puedo bien contigo. Es más, es un placer.
La verdad era que, pese al agotamiento de tantas horas bailando, tener a Kitty en sus brazos era un momento exquisito y revitalizante. Karl, su guardaespaldas, no pudo evitar sonreír al apreciar la escena desde cierta distancia.
Kitty suspiró cuando llegaron al auto. Se quitó los zapatos y se sentó con las piernas cruzadas, mientras se cerraba el abrigo y colocaba a su lado el ramo de flores. Max se acomodó y la miró por un instante, era una postura muy poco protocolar, pero la encantaba apreciarla cómoda y relajada.
—¿La has pasado bien? —preguntó.
—Sí, me he divertido mucho. Gracias por invitarme, Max.
—Reconozco que me has sorprendido sobremanera. Creí que te sería más difícil relacionarte con las personas y que tal vez estarías algo cohibida, ya que apenas conocías a nadie. Me dijiste que eras una ermitaña, pero creo que me has mentido —Rio.
Ella se quedó en silencio, por algunos segundos, hasta responder.
—Salgo poco, muy poco, eso que te dije es cierto. Sin embargo, hoy me sentí muy bien recibida por todos y supongo que eso contribuyó a redescubrir una parte mía que había dejado olvidada en el pasado. Hoy fui un poco más la Kitty adolescente de antes de la ceguera. Hoy me reencontré conmigo misma —confesó—. Y es extraño, porque no pensé que eso pudiera pasarme, mucho menos en este ambiente por completo desconocido. Sin embargo, tuve tu guía y estoy advirtiendo que, cuando estás conmigo, me atrevo a hacer más cosas que antes, por temor, no hubiese hecho. Bailar contigo me llevó de vuelta a otro mundo, Max, y fui muy feliz...
Él se emocionó mucho al escucharla. No había pensado en cuan diferente era la Kitty que conocía respecto a la jovencita llena de alegría que había perdido la visión. Le tomó la mano y se la llevó a los labios.
—Me encanta la Kitty feliz de esta noche...
Ella le sonrió.
—Hay algo más —admitió—. Tampoco quería que te avergonzaras de mí y que te arrepintieras de haberme llevado a la boda, mostrándome como un ser apático y abstraído, en mitad de una celebración tan hermosa. Intenté romper mi timidez y pasármela bien, y así fue. No obstante, como ya te dije, ayudó mucho la manera en la que me trataron todos. Son maravillosos y es muy agradable hallar personas que no te tienen lástima y que te hacen integrarte a ellos como si fueses una más.
—Mis amigos también quedaron encantados contigo, Kitty, aunque quiero que sepas que yo jamás me avergonzaría de ti.
—Gracias, creo que lo sé —respondió ella colocando su mano en el muslo de Max por un instante, mientras buscaba su mano—. Eres demasiado especial como para hacerme eso. Me lo has demostrado varias veces, aunque todavía me sorprenda que quieras pasar tiempo a mi lado o que me eches de menos cuando no estamos juntos.
—¿Y sabes por qué sucede eso? —le preguntó con la garganta apretada. De pronto sintió que de esa pregunta podrían derivarse muchas cosas.
Ella se quedó en silencio y no respondió.
—¿No quieres saber? —insistió él.
—No.
—¿Tienes miedo?
—Sí. —Ella finalmente le tomó la mano cuando la encontró.
—No debes sentir miedo de mí, Kitty.
—No es de ti, ni de mí, sino de nosotros... Pero no me hagas caso, estoy cansada y no sé lo que digo.
Kitty se acomodó en el asiento y Max se acercó a ella. Sin darse cuenta se habían abrazado y su mano se hallaba todavía junto con la de Kitty.
—¿Qué harás mañana?
—Iré a Malbun, con Rudolf. Comenzaré a entrenar. Falta muy poco para la competencia y, si no morí hoy después de bailar tanto, creo que no moriré en la nieve mañana tampoco.
Él sonrió.
—Lo harás bien, Kitty. Estoy seguro de eso. Además, me temo que, como no podré estar contigo, no estarás en peligro...
Él advirtió la expresión de sorpresa en su rostro y de cierta decepción.
—Lo lamento —se apresuró a decir—, tengo un par de compromisos a los que asistir en Ginebra y Zurich, pero prometo que en cuanto pueda iré a Malbun. ¿Estarás toda la semana?
—El jueves volaré a Cataluña, la inauguración del evento es el viernes.
—De acuerdo.
La conversación se interrumpió cuando el chofer comunicó que habían llegado a casa de Kitty. Ellos ni siquiera se habían percatado de que el auto se había detenido. Él se bajó del auto y la escoltó hasta la puerta.
—Gracias por acompañarme, Kitty.
—Gracias a ti por desear que te acompañara.
—Si fuera solo por desear —repuso él con voz grave—, yo desearía muchas cosas...
—Te echaré de menos —confesó ella.
—Yo también a ti.
—Intenta no estar malhumorado —añadió ella con una sonrisa.
—Tú tampoco. —Rio.
Ella dió un paso hacia y lo abrazó con todas las fuerzas que pudo reunir. Los brazos de Max se cerraron sobre su temblorosa figura, la que se estremecía no solo a causa del frío.
—Te daré un beso en la mejilla. —Ella asintió.
—Hasta pronto, Max.
—Hasta pronto, Kitty.
Cuando ella cerró la puerta, no podía entender por qué tenía tantos deseos de llorar.
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8 de enero de 2024
Llegaron a Malbun bien temprano. El tiempo que tenían para entrenar era realmente corto. Kitty se presentaría en el Campeonato del Mundo en las dos modalidades de velocidad: descenso y Súper G, que se llevarían a cabo en la estación de esquí de La Molina, en el Pirineo catalán. Generalmente la competición de descenso constaba de tres días: en el primero de ellos, los participantes examinan la pista y el trazado, para familiarizarse con ella; en el segundo día, tenían derecho a realizar un descenso como entrenamiento previo del tercer día, cuando se efectuaba la competición. Tanto en el descenso como en el Súper G, el objetivo era realizar la bajada en el menor tiempo posible, y solo se realizaba un descenso, a diferencia de otras pruebas que incorporaban dos. En el Super G, el descenso era más corto pero el trazado era más complejo, y como tal se entendía a las varas que, puestas en la nieve a cierta distancia unas de otras, constituían las "puertas" por las que debía pasar el esquiador; si obviaba una de ellas, quedaba desclasificado. Sin duda se trataba de una competencia muy técnica.
Después de un día de entrenamiento, Kitty se sentía bastante orgullosa de sí misma. Había podido entrenar sin problemas, prácticamente sin dolor. Eso la hacía sentir más confiada de que, llegado el momento, podría hacer un honroso desempeño en la Copa del Mundo. Rudolf estaba muy orgullosa de ella y también confiaba en que todo saldría bien.
Se estaban alojando en el Hotel Galina, como acostumbraban a hacer, ya que Charlotte era muy amiga de la anfitriona. Eran las ocho de la noche y recién habían terminado de comer. Rudolf y Kitty subieron a sus respectivas habitaciones, y Rudolf le dijo que se dormiría temprano. Kitty tenía la impresión de que probablemente iría a hablar con su hermana.
Sola en su habitación, Kitty comenzó a comerse una barra de chocolate, mientras escuchaba música. No había sabido de Max en todo el día, así que se atrevió a tomar su teléfono para dictarle un mensaje:
—Hola, Max, espero que estés bien. Solo quería que supieras que estoy de un humor terrible... —Era su manera de decirle que lo extrañaba mucho.
Sin embargo, Max no le contestó. Kitty no quiso escribirle más, imaginó que probablemente estuviese ocupado, así que se dió un largo baño y se colocó su pijama a cuadros, justo antes de terminarse la barra de chocolate que había dejado por la mitad.
Eran las diez, cuando tocaron a su puerta. Pensó que sería la amiga de su madre o el servicio de lavandería, pues había mandado a secar parte de su ropa de entrenamiento, humedecida por la nieve. No obstante, al abrir la puerta, un perfume más que conocido llegó a sus fosas nasales. Tenía las gafas puestas, y estas no dudaron en escanear el rostro y anunciar:
—"Príncipe Maximilian". —Y, al escucharlo, Kitty corrió a sus brazos.
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Había tenido un día bastante largo, ya que debió estar presente en la inauguración de una galería de arte en Ginebra y luego, en la noche, en una cena de negocios en Zurich. Y, aunque hubiese sido considerado una completa locura, Max terminó cancelando el compromiso del martes en la mañana y, tras terminar la cena, le pidió a su chofer que lo llevara a Malbun y, en una hora y media, llegó.
Durante el trayecto, recibió un mensaje de Kitty que le brindó la fuerza que necesitaba para continuar con aquella locura. Pensó en responderle, pero prefería darle una sorpresa. Así, guiado por un ansia demasiado fuerte que no sabía que podía llegar a experimentar, Max se vio en el hotel Galina, aquel en dónde había recogido a Lisa para su cita, pero esta vez era a Kitty a quien deseaba ver.
Fue así que se presentó ante su puerta, con un salto en el estómago y aquellas mariposas que le advirtieron que se podían llegar a sentir. Cuando lo abrazó, Max se sintió el hombre más afortunado de la faz de la tierra. La acogió en sus brazos, le dió varios besos en la frente, luego en la mejilla y, con ella todavía en su regazo, entró a la habitación buscando mayor privacidad.
Max la levantó del suelo y le dio otro beso, esta vez en la punta de la nariz. Debía hacer un esfuerzo casi sobrehumano para no besarla en los labios, pero tenía la impresión de que aún Kitty necesitaba algo de tiempo.
—Dime que ya estás lista para la Copa del Mundo.
Ella rio.
—No estoy tan mal como pensé, me encuentro en buena forma física. —Kitty se alejó un poco de él, buscando recuperar el aliento. Se sentó en el sofá—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Y tus compromisos?
—Los concluí todo lo rápido que pude para venir a verte; y el de mañana lo cancelé. ¿Ya te dije que extrañaba tu pijama a cuadros?
Kitty soltó una carcajada.
—Lo imagino. No deleitarte con mi pijama a cuadros te estaba poniendo de muy mal humor...
—A juzgar por el mensaje tuyo que recibí, no era yo el único malhumorado. —Rio mientras se sentaba a su lado en el sofá.
—¿Cómo sabías que me hallarías aquí? —preguntó Kitty de pronto.
Max no había reparado en ese detalle, pero no podía decirle la verdad.
—Un príncipe siempre tiene sus medios y métodos, esos que no le revela a nadie. ¿Y Rudolf?
—En su habitación, estaba algo cansado, aunque en realidad creo que está hablando con mi hermana.
—Interesante —comentó escuetamente—. ¿Ya comiste?
—Sí. ¿Y tú?
—También.
—Max, ¿viniste solo por la promesa que me hiciste? —preguntó Kitty de pronto.
—No solo por eso. —Él le acarició el rostro—. Vine porque tenía deseos de verte y por otras muchas cosas que sé que no quieres escuchar.
Ella se ruborizó.
—Y que por lo visto te imaginas... —insinuó él pasando su pulgar de nuevo por los sonrojados pómulos de Kitty.
—Solo somos amigos, ¿verdad?
—Hablando de nuestra amistad, no tengo dónde quedarme está noche... Tengo tres opciones: o regreso a Vaduz; o intento buscar alojamiento a esta hora o me quedo aquí contigo...
—Este es un gran atropello —respondió Kitty algo nerviosa—, pero supongo que no sea correcto privarle de alojamiento al futuro Jefe de Estado.
—Exacto. Muy bien pensado.
—Espero que te encuentres cómodo en el sofá.
Max rio.
—Tendrías que descubrirme con tus manos para comprender que es imposible que todo mi cuerpo se acomode en este sofá...
—En ese caso, confío en tu palabra —respondió Kitty poniéndose de pie, nerviosa—, pero no pienso tocarte. Si lo hago quizás se vaya al traste nuestra amistad...
Y la carcajada de Max no se hizo esperar.
Acostados en la cama, uno junto al otro, reflexionaban sobre lo cómodos que se encontraban con la compañía del otro. Max prefería, por lo general, dormir solo, y Kitty jamás había compartido el lecho con nadie, antes que con él. La diferencia, esta vez, era que el sueño no los había vencido y que eran muy conscientes de la presencia del otro, lo cual les generaba una inquietud indescriptible. Kitty colocó su cabeza en el hombro de Max. Era imposible alejarse de él, puesto que Max era, en efecto, demasiado alto. Él le acarició la cabeza con una mano, despacio, enredado sus dedos en el sedoso cabello negro de ella...
—¿Me creerías si te dijera que nunca antes había sentido, a la par, tanta paz y exaltación? —le dijo con voz grave.
—Te creo, porque yo también lo siento... —confesó, y no podía creer que hubiese dicho eso.
—¿Y entonces? —preguntó mientras tocaba el ángulo de su mandíbula con un dedo.
—Dame algo de tiempo, por favor. Necesito pensar —admitió, y nunca le había hablado con tanta sinceridad a nadie. No podía creer que estuviera siendo tan clara respecto a lo que sentía.
Max la besó en la frente.
—Esperaré, ansioso, la respuesta a tus cavilaciones. Hasta mañana, Kitty.
—Hasta mañana, Max.
En realidad, Kitty no tenía que pensar demasiado. Había sucedido lo que había intentado evitar: estaba completamente enamorada de Maximilian y, al parecer, el siguiente paso le correspondería darlo a ella.
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