Capítulo 14
5 de enero de 2024
En vísperas de su boda, Gunther era un mar de nervios, lo que a Max divertía sobremanera, hasta que se pensó a sí mismo en esa situación y lo comprendió al instante. Él, sin duda, se sentiría igual, ¿acaso ya no estaba nervioso por una mujer? "Ella". A la que no veía desde hacía dos días, por decisión propia, haciendo de su vida un verdadero infierno.
—¿Qué tal? —Gunther se paseó por el salón en su inmaculado traje de etiqueta.
—Te queda perfecto.
—Vaya, ¡qué entusiasmo! —Rio Gunther—. Ya sé que no soy tu tipo, pero al menos podrías estar más concentrado y mentirme diciéndome que, si no fueras heterosexual, te parecería demasiado atractivo...
Max soltó una carcajada, y Gunther también rio con ganas. Luego el príncipe lo observó con más detenimiento y le aseguró que estaba muy guapo y que Vera se sentiría muy feliz cuando lo viera esperándola en el altar. Acto seguido, no pudo evitar pensar en Kitty y en que ella nunca podría vivir esa experiencia, nunca podría decirle que se ve guapo... Y algo como eso, tan simple, volvió a ensombrecer su ánimo de manera definitiva.
Gunther entró tras un biombo a fin de cambiarse de ropa. Se hallaban en el vestidor de su casa, un amplio salón en donde Max estaba acomodado en una butaca de factura antigua.
—¿Llamaste a Lisa? —le preguntó Gunther desde su sitio.
A su mejor amigo no había podido esconderle sus planes, así que enseguida le contó que ya tenía el número de la doctora.
—No —respondió.
—Estabas muy decidido...
—Lo sé, pero luego me pregunté qué le diría y mi mente se puso en blanco.
—Eso depende —replicó Gunther —. Si te interesara Lisa en un plano romántico, podrías decirle que no ha pasado nada con su hermana y que tan solo son amigos. Si es Kitty la que realmente te interesa, pues le dices a Lisa que, a pesar de la bonita cita que tuvieron y de la química tan buena, es su hermana quien está en tus pensamientos. La pregunta es muy sencilla —repuso el hombre saliendo ya vestido tras el biombo—. ¿Lisa o Kitty?
Y la respuesta de Max fue tan rápida y convincente, que él mismo se sorprendió de la certeza de sus sentimientos.
—Kitty.
Gunther le sonrió y batió palmas.
—Bueno, pues ya lo sabes. Es bien fácil entonces.
—Llevo dos días sin ver a Kitty, porque yo mismo lo decidí así. Creía que la distancia me haría ver con claridad lo que siento por ella. Tenía la impresión de que está costumbre que había desarrollado de pasar tiempo con ella era la responsable de mi apego. Lo cierto es que en estos dos días no he dejado de pensar en ella y siento que me voy a volver loco si no voy a visitarla... —confesó.
—¿Y por qué no se lo dices?
—No creo que sea prudente. A veces creo que ella está sintiendo lo mismo por mí, pero luego me rechaza... No lo sé. Le prometí que sería siempre su amigo —añadió.
—Pues haz todo lo que un amigo enamorado haría y, cuando no tengas ya duda de sus sentimientos, la relación seguirá el cauce que esperas, con una Kitty segura y convencida de tus sentimientos.
—Yo no estoy enamorado —se quejó.
—Pues tienes un doble problema. El primero, el que no reconozcas que, si sigues así, terminarás irremediablemente enamorado. El segundo es que Kitty no aceptará nada contigo en otros términos. Ella no será una mujer más en tu vida y eso, amigo mío, es un riesgo que deberás asumir.
—¿Y crees que no lo sé? Kitty nunca ha tenido pareja —le confesó—, es muy difícil para mí asumir ese papel en su vida, sabiendo que probablemente no podamos estar juntos indefinidamente y que entonces terminaré haciéndole más daño. Porque de algo tengo la certeza, Gunther, y es que mi familia difícilmente acepte a Kitty como mi novia. Si esta relación progresara, tendría que librar el gran escollo de la Casa Real de Liechtenstein. Y créeme, no es poca cosa.
—Tu familia nunca se ha entrometido en tus relaciones, Max.
—Porque no han sido relaciones serias. Sin embargo, si Kitty fuese esa novia que nunca he tenido, esa que pueda acompañarme en actos oficiales y eventos, mi familia no tardará en reaccionar y, por muy maravillosa que Kitty sea, mi familia se mueve por otros moldes muy estrictos en los que me temo que Kitty no encaje.
—Tampoco lo hacía Luan, tu cuñado. Un científico sudafricano no era la pareja ideal para Caroline, a ojos de la familia, y sin embargo, dieron su aprobación.
—Porque Caroline nunca será Jefa de Estado, pero yo sí. Conmigo serán mucho más estrictos.
—¿Quieres un consejo? Vive el presente, Max. No pienses tanto en el futuro. Tu abuelo aún es Jefe de Estado, tu padre es el Príncipe heredero, quizás cuando te corresponda acceder al cargo tengas unos sesenta años y ya no importe con quien estés casado... El mundo cambia constantemente. Ya no es necesario escoger a un miembro de la nobleza para casarse, ni siquiera tiene por qué ser europea. ¿Quien diría que Camilla de Cornuelles sería Reina consorte de Reino Unido y que Diana de Gales moriría tan joven? España tiene a una reina que, antes de volverse princesa de Asturias, era divorciada; la princesa heredera de Noruega era una madre soltera cuando conoció al príncipe; Luxemburgo tiene a una Gran Duquesa cubana y Holanda a una reina argentina... ¿Por qué Liechtenstein no puede tener a una princesa invidente?
—Cuando te escucho hablar así —le respondió Max conmovido—, me percato de por qué eres mi mejor amigo...
Gunther le dió unas palmaditas en la espalda.
—Vive tu vida, Max. Arriésgate, ama, haz lo que quieras, pero no pienses tanto en la Casa Real. Que con Kitty sea lo que tenga que ser.
—Lo que tenga que ser —repitió Max despacio.
En ese instante, su teléfono vibró en el bolsillo de sus pantalones.
—¿Es Kitty? —preguntó Gunther curioso.
—No, es Lisa.
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—Por favor, pasa —le dijo Charlotte hablando en voz baja—. La noto algo triste, creo que es por Maximilien. Hace dos días que no viene...
—Mamá, soy ciega, no sorda —respondió Kitty quien se estaba comiendo un cuenco de galletas ella sola—. Te seguro que estoy bien.
—Más te vale que sea cierto, preciosa, porque el lunes nos vamos a Malbun —anunció Rudolf caminando hacia ella.
Kitty se puso de pie y salió corriendo a su encuentro. El pelirrojo la abrazó.
—¿Estás bien?
—Sí.
—Tú que eres abogada, dime algo: ¿sería un magnicidio si asesino a Max?
Kitty se echó a reír.
—Por favor, no le hagas nada.
Se sentaron juntos en el sofá y Rudolf le quitó el cuenco de galletitas para comérselas él. Charlotte los dejó a solas.
—¿Es cierto que te tiene triste?
—No —mintió, aunque era verdad que no había dejado de pensar en él y que la falta de noticias la estaba desesperando—. Maximilian ha sido increíble conmigo, Rudolf. Es cierto que... Bueno, pensé que vendría, pero es lógico que tenga cosas de las cuales ocuparse.
—Muéstrame las gafas.
Kitty se las puso y le tomó una foto a su mejor amigo. Luego le demostró algunas de sus bondades.
—Nada más que por darte esto, me agrada un poquito...
—Me alegro. —Rio Kitty—. ¿Y qué me dices de las gafas deportivas?
—Opino que te quieres deshacer de mí...
—Oh, nunca. —Kitty volvió a abrazarlo.
—No te preocupes, me parece que es una idea maravillosa y me encantará contribuir.
—Sabía que podía contar contigo.
—¿Crees que estarás lista el lunes para entrenar? No quedan demasiados días...
—Estaré lista, no te preocupes. Por cierto, ¿has hablado con mi hermana?
—No pienso responder eso —dijo Rudolf riendo.
—¡Eso significa que sí!
—No pienso afirmar ni negar nada, Kitty. Nos tienes tan ajenos a tu relación con el príncipe que no pienso contarte nada de la nuestra...
Kitty se llevó una mano a los labios, sorprendida.
—¡Hay algo! ¡Lo acabas de confirmar! En cuanto a Max y yo, debo decir que solo somos amigos.
—Y eso es tan poco cierto como que yo no le hablo a tu hermana todos los días —confesó callando a Kitty con su índice—. Y eso es lo máximo que pretendo contarte, así que no me preguntes más.
Kitty quería indagar más, por supuesto, pero tocaron a la puerta y se paralizó, creyendo que podría tratarse de Max. Charlotte fue quien atendió a la puerta y regresó con un paquete para Kitty.
—Lo envía Max —explicó la mujer dejando el paquete sobre las piernas de la joven.
Ella extrajo de la bolsa un vestido, que por las exclamaciones de su madre debía ser bastante hermoso. Era largo, pero con una figura que parecía amoldarse al cuerpo. Tenía un escote corazón y mangas de fino encaje. Era de color celeste, tal como Kitty quería. También le habían enviado un abrigo de color blanco. Era la combinación perfecta de sus colores favoritos: los colores de la montaña nevada.
—Hay algo más —dijo Kitty, extrayendo una caja plana, cuadrada, de textura aterciopelada. La misma venía acompañada de una tarjeta que leyó por sí misma gracias a las gafas. Estas reprodujeron en voz alta las palabras del príncipe.
"Querida Kitty: no te emociones demasiado. Las aguamarinas son de mi hermana Caroline. Le he dicho que eran para ti y accedió con sumo gusto a prestártelas. Lo demás, es tuyo. Hasta mañana, Max".
Era un juego de collar y aretes de delicadas aguamarinas que, según le dijo su madre, combinaban a la perfección con el vestido.
—¿Y por qué todo esto? ¿Van a salir? —preguntó Rudolf quien estaba algo ajeno.
—Kitty lo acompañará a la boda de sus mejores amigos, los mismos que pensaron en ella para las gafas —le explicó Charlotte, quien ya lo sabía.
Kitty estaba perdida en sus pensamientos, imaginándose el vestido con las yemas de sus dedos y acariciando las joyas que le había prestado la hermana de Max. "Le he dicho que eran para ti". ¿Max hablaba de ella? A pesar de lo nerviosa que estaba, no podía esperar a que llegase el momento de acompañar a Max a la boda.
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Lisa le había pasado un mensaje para coordinar una videollamada. "Hola, Max, soy Lisa. Espero que estés bien. Perdona que te escriba luego de tanto tiempo, pero necesito hablar contigo. Después de las 8pm (hora de Vaduz) estaré libre para hacer una videollamada. Agradeceré que me contactes".
Y allí estaba él, encerrado en su habitación, esperando a que fueran las ocho para realizar esa consabida llamada que le llenaba de curiosidad y de cierta tensión.
"El vestido no me sirvió. No podré acompañarte mañana" —le entró un mensaje de Kitty.
"¡No puede ser!" —escribió Max de inmediato.
"Lo siento, era broma. Me quedó perfecto y mamá dice que es precioso. Gracias por todo, y a tu hermana Caroline también. Por cierto, ahora que tengo tu atención y que sé que estás vivo —continuó Kitty—, aprovecho para decirte que te he echado mucho de menos".
Max no sabía la razón de por qué unas simples líneas tenían el poder de hacerlo sonreír como un estúpido y acelerar su corazón. Pero Kitty tenía esa facultad, esa manera de hacerlo perder el juicio, diciéndole algo que jamás imaginó que ella le confesaría.
Él le mandó un audio:
—No quiero que una voz robótica te diga lo que quiero decirte yo mismo: yo también te he extrañado mucho, Kitty. —Y la manera en la que se lo dijo, la hizo a estremecer a unos cuantos kilómetros del Castillo de Vaduz.
Volviendo a la realidad, Max se aclaró la garganta y realizó la videollamada cuando fueron las ocho en punto. Lisa la aceptó casi al instante. Tenía el cabello suelto y se veía muy bonita, a pesar de las ojeras que delataban lo mucho que estaba trabajando últimamente.
—Hola, Max. Gracias por aceptar llamarme.
—Hola, Lisa. ¿Cómo estás? ¿A qué debo esta sorpresa?
—Estoy bien, con mucho trabajo —respondió—. Te llamo a causa de Kitty.
Él asintió, ya lo imaginaba.
—Hace muy poco descubrí que era tu hermana. Realmente no lo sabía...
—Lo supuse.
—También descubrí que tú has estado al tanto de mi creciente amistad con ella y, sin embargo, no le dijiste que ya nos conocíamos.
—¿Tú se lo has dicho?
—No. Tampoco le he dicho nada. Reconozco que tengo miedo de hacerlo —admitió.
Lisa asintió.
—Eso me lleva a mi próxima pregunta —continuó ella—. ¿Te gusta mi hermana?
Max se removió, inquieto, en su asiento.
—¿Por qué me preguntas eso?
—Te lo pregunto, Max, porque supe que Kitty pasó toda una noche contigo. Para quien la conozca de verdad esto resulta algo desconcertante e insólito. Eso nos hace comprender que Kitty se está involucrando demasiado contigo, y yo no quiero que le rompas el corazón. Te estoy llamando, Max, porque las cosas se están volviendo un poco serias entre ustedes y, por el bien de mi hermana, quiero saber cuáles son tus intenciones.
—Es demasiado pronto para hablar de intenciones, Lisa, pero... Perdóname si esto te hace sentir incómoda, pero estoy loco por tu hermana —dijo al fin.
Lisa sonrió.
—No, no me hace sentir incómoda, Max. Tuvimos una cita muy linda y una química instantánea, pero solo eso. No estábamos destinados a ser y, te confieso, que me alegra que así sea. La felicidad de Kitty para mí es invaluable.
—¿Es por eso que nunca me llamaste? ¿Que no le has dicho nada sobre nosotros?
—Pensé en escribirte en algún momento, pero luego descubrí lo sucedido con Kitty y me prometí no interferir. Tenía una corazonada y, por lo visto, estaba en lo cierto.
—Eres una gran hermana —le dijo impresionado.
—No es la primera vez que decido a favor de ella. Nadie lo sabe, pero cuando Kitty comenzó a entrenar con Rudolf yo quedé prendada de él —dijo con las mejillas encendidas—. Me gustaba demasiado, pero imaginé en aquel momento que Rudolf sería la mejor pareja para Kitty y yo no podía hacerle daño a mi hermana. Luego el tiempo pasó y comprendí que Rudolf y Kitty se querían como hermanos, pero ya yo tenía novio y... No fue hasta ahora que volvimos a estar solos los dos.
—¿Entonces es verdad que hay algo entre ustedes? —preguntó Max sonriendo.
—Sí, así que me alegra que no haya sucedido nada entre nosotros, Max. Eres un príncipe increíble y un gran ser humano. Solo no lo arruines con Kitty o te aseguro que torceré tu real cuello.
Él se rio.
—De acuerdo.
—¿Me permites darte algunos consejos, Max?
—Sí, por supuesto.
—No le digas a Kitty sobre nosotros aún; conozco a mi hermana y sé que el saberlo constituirá un freno para ella.
—Lo he pensado, pero te confieso que no me gusta mentirle.
—A mí tampoco, pero espera unos días hasta que las cosas entre ustedes se definan. Quizás las mías con Rudolf también, y entonces nuestra cita pasará a ser únicamente algo del pasado de lo que podremos reírnos todos.
—Yo nunca me reiría de esa noche, Lisa.
Ella se ruborizó.
—Tienes razón. No fue la palabra más feliz.
—Pero sí se que podremos tomar esa cita como un bonito recuerdo del pasado. ¿Tienes algún otro consejo?
—Sí, ve muy despacio con Kitty. Demuéstrale tus sentimientos con acciones y no con palabras. Puede asustarse de escuchar que te gusta o la quieres; sin embargo se abrirá más fácilmente si advierte que puede confiar en ti. Solo eso será suficiente para que lo de ustedes progrese en el sentido que deseas.
—De acuerdo.
—Por último, no hagas planes con ella a largo plazo, al menos no se los digas. Vive el presente y tenle mucha paciencia. A Kitty no le gusta hablar del futuro; tiene decidido que no quiere casarse ni tener hijos.
—Lo sé, me lo dijo —asintió.
—Si cree que tienes planes con ella, te dejará ir, por miedo a hacerte daño a ti y a sí misma. Lo mejor es que construyan el presente cada día, y solo así podrán tener un futuro juntos, si en verdad lo desean.
—Gracias por todos tus consejos, Lisa. Te prometo que haré bien las cosas. Muchos éxitos en el trabajo y con Rudulf.
—Gracias, Max, mis mejores deseos para ustedes. Un abrazo.
—Otro. —Y Lisa fue quien terminó la videollamada con una sonrisa.
—Es una mujer increíble —comentó Max para sí mismo—. No me equivoqué al pensarlo cuando la conocí.
Sin embargo, ya sus pensamientos no eran para Lisa, sino para su hermana: otra mujer increíble en la que últimamente no dejaba de pensar. Muy pronto tomó su teléfono para releer las palabras de Kitty, ese "te he echado de menos", que le provocaba una inquietud hasta entonces desconocida.
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