Capítulo 10
“Su casa”. Kitty no podía creerlo, pero había escuchado perfectamente. Max la ayudó a salir del auto con cuidado y en el estacionamiento tomaron un ascensor privado directo hasta el último piso.
—¿Te sientes mejor?
—Un poco —contestó, aunque el dolor no había cesado.
—Este es mi departamento —comenzó él a manera de presentación cuando llegaron a su destino—. Tiene un salón principal, en donde estamos ahora. A la izquierda encontrarás una puerta que conduce a mi estudio. Si sigues recto, a la derecha, hallarás un corredor que conduce a los dormitorios y a la izquierda, el comedor y la cocina. Al final está la terraza.
Kitty asintió. A pesar de las condiciones en las que se hallaba, le agradecía que le describiera el lugar. Una de las cosas que más la hacían sentir insegura era encontrarse en un lugar desconocido, donde no pudiera hacerse una representación mental. Era increíble que Max, con apenas unos días y sin que ella se lo dijese, pudiese comprender tan bien la sensación de desprotección que se experimenta cuando se está privado del sentido de la vista.
—Ven conmigo, te llevaré a una habitación de huéspedes. —Kitty contó la cantidad de pasos en su mente, mientras se dejaba conducir por él. Max la había tomado de la mano y esa calidez de su palma la hizo sentir mejor—. Ya llegamos, es la segunda habitación después de la mía. Esta puerta te conduce al baño —le dijo Max llevándola hasta allí—. Aquí está la cama —añadió cuando estuvieron al lado de la enorme cama con dosel.
Kitty se dejó caer con cuidado. Debía reconocer que estaba muy cómoda en esa posición. Debió quedarse dormida, pues no sintió nada más hasta que Max regresó y escuchó sus pasos. El delicioso olor la hizo incorporarse.
—Te he traído un emparedado y zumo de manzana.
—Gracias, huele estupendo.
Max le acercó la bandeja y Kitty comenzó a comer. En realidad, estaba bastante hambrienta.
—¿Lo has preparado tú?
—Sí.
—Está muy bueno.
—Me retaste hace unos días a que cocinara algo para ti. No puedes quejarte. Lo he hecho —sonrió Max—. El servicio no me esperaba hoy por aquí, así que estamos solos.
“Solos”. Kitty no supo la razón, pero aquella palabra la ponía un poco nerviosa. Terminó de comer e intentó levantarse, pero Max se lo impidió.
—Por favor, Kitty, descansa. Estuviste cuatro horas en el auto en la misma postura mientras conducíamos hasta aquí. Luego, durante la reunión, también estuviste sentada. Estoy convencido que esa postura comprimió tu nervio y agravó tu neuropatía. Necesitas descansar y lo sabes.
—De acuerdo —asintió ella—. Lamento mucho haber arruinado nuestros planes. Antes de esto era un día perfecto.
—Es un día perfecto. Y no arruinaste nada —la corrigió—. ¿Olvidas que estás así por mi causa? Porque yo no lo olvido.
Ella negó con la cabeza.
—Olvida ya el accidente. Te puede parecer tonto lo que te voy a decir, pero hoy, mientras te escuchaba hablar del dispositivo, me alegraba incluso de que hubieses chocado conmigo. De no haber sido así, no te habría conocido, Max… —No entendía la razón, pero la voz se le quebró—. Y si de algo estoy agradecida, es de conocerte. No me importa el dolor, ni siquiera pienso ya en el Mundial, pienso en la suerte de que nuestros destinos se cruzaran. Eso vale más que cualquier medalla.
Las palabras de Kitty, dichas con esa emoción, lo hicieron estremecer como jamás imaginó. Nunca antes nadie se había sentido así por conocerlo. Querían acercarse al príncipe, ser merecedores de su atención y estar a su lado de cualquier manera, pero Kitty hablaba de otra cosa: se refería a él como persona y eso, en sus circunstancias, tenía un valor incalculable. Él le tomó una mano y se la llevó a los labios.
—Es lo más lindo que me has dicho desde que nos conocimos. Es lo más bonito que me han dicho nunca —sentenció.
—Es que a veces, y solo a veces —recalcó con una sonrisa—, no eres un idiota como yo pensaba y te vuelves esta persona maravillosa que estoy segura que muchos ignoran que existe. Lo que hiciste hoy, Max, fue increíble… —añadió un poco más seria—. El obsequio de las gafas ya era maravilloso, pretender dárselas a los niños del principado también es sumamente generoso, pero tu proyecto para el deporte es innovador y eso, sobre todas las cosas, me hace admirarte mucho más.
—Gracias, Kitty, pero es nuestro proyecto. De no haber sido por ti, por tu inspiración, no se me habría ocurrido. En ti pienso para desarrollarlo. Quiero que seas parte de esto, de cada fase, de cada opinión.
—¿Por qué haces esto, Max? —le preguntó un tanto nerviosa.
—Porque amo el esquí alpino tanto como tú, y porque quiero que tu legado en el deporte sea algo más que una presea que lleves al cuello, que no es poca cosa. Sin embargo, si esto sale bien, estaremos ayudando a muchas personas, y estarás cambiando la historia del deporte que amamos para siempre. Y ese tipo de impacto, Kitty, es el que deja huellas en la historia.
—Lo pienso y me sobrecojo por la magnitud de esto —reconoció—, y por el hecho de que seas tú quien haya soñado algo así. Gracias, Maximilien.
Él volvió a tomarle la mano.
—No me lo agradezcas más. Descansa, Kitty.
Ella asintió y volvió a acostarse con cuidado. Max le dio un beso en la frente antes de llevarse el plato vacío y desaparecer.
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No supo cuánto tiempo había transcurrido, pero despertó sin dolor alguno y con la sensación de haber estado soñando con Max todo el tiempo... Se incorporó en la cama con cuidado. Le tomó unos segundos comprender que se encontraba en la casa del príncipe en Ginebra. ¡No podía creerlo! Tomó de la mesa de noche las gafas y, con ellas, descubrió el color de la pared de su dormitorio y revisó los mensajes en su teléfono. Luego fue al baño y, cuando estuvo lista, tomó por el pasillo con cuidado, recordando la cantidad de pasos que había dado.
—Hola… —La melodiosa voz de Max le dio la bienvenida cuando llegó al salón principal—. ¿Quieres ayuda?
—Creo que puedo llegar hasta ti sin dificultades.
Auxiliada por su bastón, Kitty se aproximó a él. Max no dejó de hablarle así que la guio también con su voz hasta que la tuvo a su lado en el sofá. Las gafas le indicaron que estaba frente al “Príncipe Maximilien”.
—¿Te sientes mejor?
—¡Mucho mejor!
—Me alegra escuchar eso. Has dormido tres horas.
—¿Tanto? ¿Qué hora es?
—Casi las ocho —respondió Max consultando el Rolex que llevaba en la muñeca.
—Es muy tarde, creo que debemos irnos.
—Kitty, yo… —No sabía cómo decírselo—. Pienso que lo mejor es que regresemos mañana. El viaje serían unas cuatro horas, llegaríamos en la madrugada a Vaduz y tengo miedo de que el dolor vuelva a ti si no realizas un reposo más prolongado.
—Pero Max, ¿dónde voy a dormir?
—Aquí, conmigo —respondió él, como si fuese lo más natural del mundo—. Mañana regresaremos, te lo prometo.
Kitty se removió en el asiento, inquieta.
—Dios mío, ¿qué pensará mamá?
—Creo que se alegrará de que no conduzca de noche. Tu seguridad es lo primero.
—Pero Max, no he traído nada de ropa conmigo…
—Le he pedido a Vera que envíe algo para ti, pienso que son la misma talla. Le pedí, sobre todo, un pijama a cuadros, creo que te sentirías cómoda con él —bromeó.
Ella sonrió.
—Creía que las mujeres que traías aquí no utilizaban pijama a cuadros… —Kitty enrojeció nada más terminar la frase, al comprender las implicaciones que podía tener.
Max soltó una carcajada.
—¿Sin pijama entonces? —le preguntó divertido—. Eso lo decides tú…
Ella se llevó las manos al rostro, muy sonrojado.
—Eso no fue lo que quise decir…
—Ya. —Max la observó sonriente. Por alguna extraña razón ella le encantaba cuando se mostraba así, tan nerviosa—. Para tu información, eres la primera mujer que visita mi casa. Sin contar a mi hermana y a Vera, por supuesto.
—Es bueno saber que solo tus amigas entramos aquí —respondió ella, incluyéndose en ese grupo con todo propósito.
Max le sonrió.
—Creo que es demasiado pronto para saber si eres mi amiga o no…
Ella frunció el ceño, no estaba muy segura de qué querría decir Max con eso, pero no preguntó. Él esperaba que lo hiciese, pero Kitty controló tanto su curiosidad, que Max terminó frustrado.
Tocaron a la puerta y el príncipe recibió de manos de Karl, su guardaespaldas, una bolsa que Vera había enviado.
—Llegó tu ropa. Déjame revisar… Sí, aquí está el pijama —soltó una risita—. Uy, ropa interior nueva… ¿En serio Vera compra estas cosas? Gunther, Gunther… —suspiró.
Kitty se puso de pie y acertó a quitarle la bolsa de las manos, con una precisión que Max pensó que lo estaba observando. La joven tomó las prendas, pero muy pronto encontró una delicada pieza de seda y encaje. Kitty no se percató que, al tocarla, la cámara de las gafas estaba activa:
—“Su color es rojo”.
—Tan roja como tu rostro ahora mismo —dijo Max dejándose caer en un sillón frente a ella.
—Dime que esto no ha sido idea tuya… —comentó nerviosa.
Max soltó una carcajada.
—Reconozco que esto es demasiado. Yo no le hubiese pedido algo así —reconoció—. No sé en qué estaría pensando Vera… Solo le pedí ropa para ti.
—Esto es diminuto —señaló Kitty, con la prenda colgando de su índice. Max no podía contener la risa. ¿Acaso no imaginaba ella lo sexy que podía verse haciendo eso? Y, aunque por supuesto que le atraía la escena, se divertía muchísimo también.
—Te aseguro que te servirá. Sin embargo, ¿crees que podrías guardarla? Así, en tu mano, me hace imaginar muchas cosas…
Kitty se puso de pie, ofendida en parte, aunque tampoco pudo contener la risa.
—Sigues siendo un idiota, Max. Iré a darme un baño.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó él, esta vez más serio—. Me preocupa que te lastimes. Puedo indicarte y luego dejarte sola.
—Estaré bien. No soy de porcelana. Sobreviví a tu intento de homicidio. Después de eso creo que puedo sobrevivir a cualquier cosa…
—De acuerdo. Pediré la cena. ¿Qué quieres comer?
—Sorpréndeme, como con la ropa —soltó Kitty antes de desaparecer hacia el corredor. Max no pudo evitar soltar otra carcajada.
Su madre se sorprendió cuando supo que aún estaba en Ginebra y que se quedaría en casa del príncipe. Charlotte no estaba molesta, sino más que nada preocupada. Kitty le dijo la verdad: le habló de las maravillosas gafas, del proyecto que tenían entre manos y que eso les había robado bastante tiempo. Luego le contó que tuvo algo de dolor y que se quedó dormida. La tranquilizó asegurándole que ya estaba mejor, pero que Max opinaba que era mejor regresar al día siguiente. Sobre ese último punto Charlotte estuvo de acuerdo.
—Kitty, ¿entre Max y tú…?
—No, mamá —la interrumpió—. No sucede nada.
—¿Me lo dirías?
—Claro que te lo diría, solo somos amigos. —Pero ella sabía que no solo eran amigos. Al menos ella lo sentía como algo distinto a su relación con Rudolf. No obstante, era absurdo pensar que podría suceder algo entre ellos. Max jamás se fijaría en ella y ella tampoco lo permitiría.
—Por favor, llámame si te vuelves a sentir mal…
—De acuerdo, pero te aseguro que estoy bien.
Kitty suspiró. Había sido más fácil de lo que imaginaba. Luego de hablar con su mamá, sintió un cosquilleo en el estómago por pasar la noche con Max. No pensó más en ello y entró en la ducha con cuidado. El largo baño de agua caliente no la relajó todo lo que desearía. Salió del agua y se puso la consabida ropa interior. Max tuvo razón al decir que le serviría. Aunque en la bolsa se hallaba un pijama de dos piezas como las que acostumbraba a utilizar, también había un vestido. Con sus gafas pudo conocer que era también rojo. Sin pensarlo dos veces, se lo colocó. No podía verlo, pero le sentaba como un guante. Era ajustado y le llegaba hasta por encima de las rodillas. De su bolso tomó un cepillo para cabello y se peinó, así como un bálsamo labial que colocó en su boca.
Ansiosa, salió de la habitación. El recorrido ya comenzaba a aprendérselo, así que se sintió con más confianza cuando apareció en la estancia principal. El olor del conocido perfume de Max llegó a sus fosas nasales. Él estaba allí…
Max se quedó sin palabras cuando la vio. Pese al discreto maquillaje, Kitty se veía hermosa. Sonrió, sin duda Vera estaba haciendo aquello a propósito…
—Dios, a veces la odio —murmuró.
—¿A quién? —preguntó Kitty extrañada.
—A Vera.
—¿Por qué?
—Estás demasiado bonita esta noche —respondió con sinceridad. Kitty se ruborizó.
Nunca esperó despertar ese interés en alguien, mucho menos en Max. Apenas si articuló un “gracias”, pero estaba muy nerviosa.
—Ahora lamento haber pensado en esta idea loca para la cena —prosiguió él—. No puedo creer que me prive voluntariamente de mirarte.
—Max, no entiendo nada.
—Vayamos a cenar y te lo explicaré.
Max la tomó de la mano y la llevó consigo. Kitty se hizo una representación mental de dónde estaban.
—¿Nos encontramos en la terraza?
—Sí. ¿Cómo lo sabes?
—Me describiste la casa, y sé que no podemos estar en el comedor.
—Me maravilla lo inteligente que eres.
—¿Cómo es tu terraza?
—Es bastante grande, rodeada de cristales. Quítate los zapatos.
Kitty se descalzó. Anduvieron por encima de una mullida alfombra. Max la hizo sentar encima de un almohadón.
—Delante de ti hay una caja. A la derecha está una mesa cristal con dos copas de vino para cada uno. Y la cena.
—¿Qué has pedido?
—No tengo ni la más remota idea —respondió riendo—. Le he pedido a Karl que ordene por nosotros distintos platos de un restaurante de comida internacional que sea bueno. No he visto la comida.
—¿Y por qué?
—Abre la caja que tienes delante, por favor…
Kitty siguió su comando. Era una caja larga y estrecha. Dentro tenía, ¿una corbata?
—¿Es una corbata? —Rio—. ¿Qué piensas hacer con esto?
—Bueno, es lo que tenía a mano para cubrirme los ojos. Quiero cenar contigo a “ciegas”.
—¿Qué?
—Hace unos días dijiste que las citas están siempre enfocadas hacia el sentido de la vista. Quiero cenar contigo potenciando otros sentidos. He puesto música clásica en volumen bajo, para los dos. La textura de la alfombra y los almohadones, contribuyen al tacto… Tenemos velas de vainilla encendidas, para el olfato y la cena nos sorprenderá el sentido del gusto.
Kitty sonrió.
—Es lo más ingenioso que he escuchado, y me sorprende que hayas pensado en esto, pero no estamos teniendo una cita…
—Será una no-cita si quieres, pero quiero que la pasemos bien. Es una experiencia totalmente nueva para mí. He leído que existen restaurantes que tienen este concepto y que ofrecen una experiencia culinaria totalmente distinta. Nosotros la tendremos, a nuestra forma.
Max se puso la corbata en los ojos y acto seguido le tendió una copa a Kitty con sumo cuidado, otra para él. Lentamente fueron develando el contenido de cada uno de los empaques de comida. Degustaron fondue con galletas, salmón a las finas hierbas, algo de cordero con patatas, una ensalada…
—Tengo la impresión de que he terminado con los pantalones sucios…
Ella se rio.
—¿No quería experimentar, Su Alteza? ¿Qué tal experiencia?
—Ha estado increíble. Por una parte, uno siente un poco de temor por no saber lo que se llevará a los labios, pero luego concentra todos los sentidos en el disfrute de la experiencia. La comida me ha sabido mejor. No sé explicarlo…
Kitty suspiró y se acostó sobre la alfombra, con el cojín en la cabeza.
—¿Te sientes bien?
—Sí, solo que deseaba recostarme. Estoy muy cómoda aquí en tu alfombra. Deberías probarla.
Él hizo a un lado la mesa y se recostó a su lado. Al hacerlo, advirtió que había quedado muy próximo a Kitty. El cabello de ella le acariciaba un brazo y podía escuchar su respiración. La música que se reproducía era Rachmaninov.
—¿Continúas con la corbata en los ojos?
—Sí. Para esto ha servido una corbata de Dior sin estrenar…
Ella rio un poco.
—Ha tenido una utilidad distinta. Sin embargo, cuando te la quites volverás a ver y me alegra que así sea. El mundo es demasiado bonito como para que te prives de verlo…
—Hoy me privé de verte a ti —dijo él—, aunque creo que estoy aprendiendo a verte de otro modo. Mi cabeza es capaz de imaginarte, con las manos extendidas a cada lado de tu cuerpo —le tomó la mano más próxima a él—, con tu cabello negro extendido sobre la alfombra… Y esa imagen me gusta.
—Puedes imaginarme porque me has visto y al menos esa recreación tiene una base bastante real —respondió ella, permitiendo que Max continuara sujetando su mano—. En cambio yo, desde que te conozco, solo tengo la descripción que mi madre me hizo de ti, y creo que no te hace justicia. Quisiera tanto verte, Max…
Max se estremeció con sus palabras, pero aún más cuando sintió que Kitty liberaba su mano. Creyó que se había molestado, mas se sorprendió cuando sintió su diestra, con algo de torpeza, subiendo por su pecho… Ella se había girado hacia él, colocó su cabeza en el hombro del príncipe, mientras que con una mano exploraba su rostro. Se detuvo en su mentón, se deslizó delicadamente sobre su incipiente barba, tocándolo de una manera que parecía una caricia. Sintió sus labios con las yemas de sus dedos y cierto temblor de su boca, producido por la audacia de su tacto. Rodeó su nariz y ascendió por ella hasta toparse con la corbata que los escondía. Levantó con cuidado la prenda, pero Max no abrió los ojos, quería seguir disfrutando de la magia de la oscuridad… Ella acarició sus párpados cerrados y su caliente frente, que le parecía afiebrada. Quiso decirle que se lo imaginaba guapo, hermoso, que explorar su rostro había sido una experiencia única, pero tuvo miedo. Las palabras no le salían de los labios…
Max entonces se volteó hacia ella. Uno frente al otro, con los ojos cerrados, sintiendo la respiración del otro, muriendo de deseos por dar un siguiente paso que no tenían certeza de a dónde los llevaría. Max colocó una mano a la altura de su cintura. Kitty dejó escapar una expresión de sorpresa cuando sitió que él la sujetaba, aunque con suavidad. Aquel contacto le permitió al príncipe acercarla más a él, si acaso era posible. La mano temblorosa de Kitty había despertado algo en él demasiado fuerte, que jamás había vivido de esa manera.
No sabía si había sido por tener los ojos cerrados, pero jamás se había sentido tan vivo con el tacto de una mujer. Ella le había parecido seductora y preciosa en su exploración casi infantil. Lo que había comenzado como un juego, ahora lo tenía por completo subyugado.
—Kitty… —susurró y besó la punta de su nariz—. Kitty… —volvió a decir con voz profunda, rozando una mejilla con sus labios—. Kitty… —se dijo a sí mismo, como preámbulo antes de besar sus labios.
Y ella, que avizoraba la cercanía de un beso, sabía que tras él podían cambiar demasiado las cosas. Dividida entre el exacerbado deseo y la cordura, Kitty tomó una decisión que, para bien o para mal, definiría el rumbo de ambos esa noche.
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