core of existence
núcleo de la existencia.
❝ándate con cuidado cuando vayas a expulsar a tus demonios, no vayas a desechar lo mejor de ti.❞ — friedrich nietzsche.
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[advertencia: muchísimos tópicos disparadores, cosas raras y detalladas, gore, surrealismo, soft horror.
playlist disponible en spotify, link en comentarios.]
—¿Y qué pasó luego?
Ella tenía las piernas alzadas sobre la silla donde estaba sentada, las abrazaba por su pecho y mordía sus uñas. La única luz del lugar titilaba blanca como la luna llena de aquella noche, ¿o era de día? Ahí dentro nunca se sabía. La habitación era grande aunque la oscuridad en las esquinas impedía ver hasta donde llegaba. Solo eran ella, la mesa y el hombre. Sus ojos negros se movían de un lado a otro, notando los arañazos en la esquina de la mesa y la pata arqueada como si un animal salvaje hubiera chocado por ella.
Sus uñas destrozadas ya no le dolían ni siquiera cuando mordía y se arrancaba un pedazo de su carne. El hombre frente a ella suspiró, dejando de lado la carpeta en donde escribía pero no se atrevió a tocarla para que deje de hacerse daño. Ella tenía la vista fija en el arañazo pero poco se podía asegurar si eso había llamado su atención o estaba vagando en su cabeza, movió sus ojos hasta la oscuridad, dejándola ahí por otro lado y luego finalmente se dió cuenta de la otra presencia. El hombre parecía hablar, su boca se movía, sus dientes eran blancos como perlas, más aún así opacos, como huesos recién pulidos que un roedor acaba de lamer. Su cuello tenía una cicatriz en forma vertical, como un gusano rosado que se apretaba a su piel. Le estaba hablando a ella.
—¿Qué? —Habló por primera vez, su voz sonaba rasposa como si no hubiera usado sus cuerdas vocales desde hace mucho, grave incluso.
—Pregunté qué pasó luego —repitió su pregunta nuevamente con una paciencia abrumadora, él tenía los ojos claros, ¿verde? No, azules. Muy azules. Demasiados azules que con la luz blanca parecía no tener iris, ella así pensaba, ella pensaba mucho. Escondió la mitad de su rostro detrás de sus piernas, su cabello negro como el alquitrán cayó a sus lados.
—Ellos lo golpearon, una y otra vez, luego me llamaron al escenario —relató, su mirada no soportó sus ojos lechosos por mucho tiempo y se fijó en el medio de la mesa, donde la luz se reflejaba y formaba un óvalo—. Entonces salí sin importar lo que ví, es mi trabajo, debo lucirme. —llevó una mano pálida con uñas rotas y dibujó un patrón invisible sobre el mueble de metal, frío como su tacto.
—¿Y al regresar qué pasó? —Sus dos dedos simularon un pequeño baile, tomando su tiempo en contestar. Por un momento paró, viéndose aterrada y retiró su mano de la superficie fría, se aferró a sus piernas con más fuerza—. Cindy, ella estaba vestida como yo, tenía mi cara y… y ella… abrió su garganta.
Soltó un sollozo llevando su mano para tapar su rostro, este se desfiguró en un estado alerta, como aquella vez que gritó y la sangre inundó su camerino. Su pulso se aceleró sin saber a dónde mirar, errática. Sus memorias la llevaron a aquel día de verano cuando su mejor amiga asesinó a su novio, tenía su cara, era como verse en el espejo, o era ella. No, fue ella, con el cuchillo insertándose en el pecho de Billy que resonó en sus oídos, cortando la carne y torturándolo de la misma forma que él hizo con ella. No, no fue Cindy. Fue ella. No, fue Cindy. Ella era inocente. La habían incriminado. ¡Cindy era una asesina!
—¿Y por eso me mataste?
Ella se quedó estática, con la vista fija en el metal, viendo el reflejo de su antigua amiga Cindy por esta, su cabello castaño corto, la sombra que ocultaba sus ojos y la garganta abierta, su vestido naranja estaba empapado de sangre. Alzó la vista aterrada solo para tener que observar esa imágen de mejor forma, el vestido tenía un escote en forma de corazón que dejaba ver también el cuchillo incrustado en su pecho, las burbujas de sangre seguían saliendo su herida y podía ver el hueso de su cuello expuesto.
»¿Por qué me hiciste esto? Mira lo que me hiciste. ¡Mírame! —Su grito llenó la habitación, sus dientes estaban podridos y desde las sombras de su flequillo bajaron dos lágrimas rojas como el color del resto de su cuerpo. Cuando alzó la cabeza ella rasguñó sus piernas con sus uñas rotas. Cindy no tenía ojos, fueron arrancados de manera brutal. La carne colgaba, cortada y machucada como si los cuervos la hubieran picoteado hasta intentar alcanzar los fluidos de su cerebro. Ella bajó la cabeza al instante—. ¡Mírame, asesina! ¡Mírame! ¡Mírame! ¡MÍRAME! ¡MÍRAME! ¡MÍRAME!
Se llevó la mano a sus oídos intentando ahogar los sonidos agudos, de la voz que se descomponía con cada palabra, de las voces que surgieron de las voces y se unieron más exigiendo un precio por sus pecados, por la sangre coagulada que se derramaba por sus bocas. Cerró sus ojos y gritó con fuerza. Gritó hasta que la habitación se volvió blanca y la Cindy de vestido naranja se disolvió como el humo, dejándola en otra habitación más pequeña con paredes de tela de seda, la mesa tenía el mismo rasguño de antes.
—¿Qué es la vida para ti? —preguntó una voz masculina, al levantar la cabeza notó al mismo hombre de ojos lechosos, mirándola con calma pero no transmitía nada de ese sentimiento. La analizaba como un animal enjaulado, analizaba sus próximos movimientos y se apenaba cuando hacía algo erróneo, como un dueño decepcionado de su mascota pero también la miraba como si fuera una singularidad, una mirada que significaba que ɹoɹɹǝ un ɐíqɐɥ, rorre nu aíbah…… ######?????!??
—El sentido de la vida es solo la percepción de esta —respondió tranquila, como si fuera la oratoria de un examen de una materia favorita, la mesa estaba manchada de un color carmesí, eso no lo notó—. La percepción es diferente para todos, la normalidad también.
—¿Qué es para ti la normalidad?
—La normalidad no existe, lo que para una araña es normal, para una mosca es el caos. —Ladeó la cabeza bajando sus piernas finalmente, sus pies tocaron el frío piso de seda, acariciaron sus dedos como manos delicadas—. Nada en esta vida tiene sentido, ¿venimos para la normalidad o para el caos? El humano tiene el instinto del caos, de la conquista, de ser héroes y víctimas a la vez, peleas, peleas y peleas. Nacemos, vivimos y morimos, en un ciclo redondo que se repite y se repite hasta que dejemos de existir y nadie nos va a recordar.
La sangre flotaba en el ambiente y la actitud de esta noche debía ser la rectitud nihilista. Blanca como los ojos de él, como las paredes y la vestimenta que ella usaba.
—¿Entonces para qué vivimos?
—¿Qué es real?
—¿Perdón?
—¿Qué es real, Benny? ¿Qué es real para ti?
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Dime que es real para ti, ¿qué es la realidad? —alzó la vista hasta el techo que se iluminaba por completo, como una ventana a una estrella blanca, fría y preciosa—. ¿Qué es real? ¿Somos reales?
—Somos reales, nuestras vidas son reales —contestó, ella volvió a verlo, sus ojos decepcionados reflejaban que no le había gustado lo que escuchó—. ¿Cómo sabes mi nombre?
—¡Benny! ¿No recuerdas que me lo dijiste? Pensé que éramos amigos, ¿no eres mi amigo? —sonrió tocando la superficie de la mesa con sus dedos sin nada de fuerza ni emoción.
—No.
La sonrisa que decoraba su rostro se desvaneció, sus uñas rasguñaron el metal y el chirrido llenó la habitación, dejando los rastros de sangre que salían de sus heridas autoinflingidas. Su mirada no era igual a la de hace unos minutos. Una sombra cruzaba su rostro, sus ojos se oscurecieron y todo rastro de la mujer asustadiza se esfumó, ¿había estado ahí al menos? ¿Había estado…? Ladeó la cabeza y esta vez era ella quien tenía la mirada analítica que le había robado al hombre.
—La mentira es una condición de la vida. —Se recostó por su asiento y lo miró desde ahí con la misma mirada seria, tan perturbador junto al resto de su apariencia, su cabello negro resaltaba ante tan brillante sala como una mancha que, aunque pequeña, causaba una imperfección como tal. Como la materia oscura del espacio que ni siquiera las mentes más modernas podían descifrar su composición, su orígen o el por qué de su existencia. Pero ahí estaban, vastas y aisladas de toda luz, las tragaba, las absorbía y dejaba el manto estrellado imperfecto con su energía—. Una persona debe mentir para tener relaciones estables, le mientes al niño de cuatro años, le mientes a la niña de quince en la otra habitación, le mientes a tu esposa y a la chica con la que la engañas. —Sonrió mientras bajaba su mentón y veía desde ahí como el hombre la miraba sin una luz en sus ojos pero ella podía notar el sudor en su frente. Ella miró directamente—. Pero no puedes mentirme a mi.
El silencio reinó en la sala blanca mientras las dos presencias se miraban fijamente, esperando el próximo movimiento del otro. Los ojos lechosos del hombre temblaron, sus pupilas se dilataron y parpadeó cuando vió que la cabeza de la chica había sido reemplazada por una esfera negra con tentáculos, dimensional, fuerza oscura. Solo fue un segundo cuando la chica volvió, un segundo en el que desvió los ojos hasta un costado, su cuerpo estaba quieto, pero sus ojos miraron algo, pidieron algo hasta una pared acolchada. Las pupilas de ella se dilataron al mismo tiempo y del núcleo de su singularidad fue lo único que necesitó. Se tiró por encima de la mesa hasta el hombre que no había sido lo suficientemente rápido en moverse y se abalanzó por él.
Sus manos lo sujetaron de sus hombros y el peso de su cuerpo causó que ambos cayeran hasta el suelo, no se escuchó sonido alguno, solo la de sus dientes perforando la garganta de la presencia masculina y el grito ahogado de este. Porque al final seguía siendo una materia viva. Se escuchó algo, una voces, unos chillidos, un mueble siendo arrastrado y de una esquina de las paredes, una puerta se abrió y la luz celeste invadió el espacio. Ella levantó el rostro, en su boca llevaba el hueso de la garganta del hombre, la carne que le arrancó junto a ella cayendo y deslizándose, la sangre salpicando, manchando su mandíbula, su propio cuello y su vestido blanco. De la puerta entraron otras presencias, hombres con batas, se precipitaron a ella como leones salvajes y mientras la separaban del cadáver del hombre de ojos lechosos escupió la carne y el hueso. Y sonrió con dientes afilados rojos carmín.
Entonces sintió un piquete, una aguja en su cuello y una sustancia entrando en su sistema. Soltó una carcajada viendo el rostro del cadáver y sus ojos, la iris había desaparecido y el blanco de la esclerótica era lo único que podía verse. El cuerpo del hombre muerto comenzó a tener una reacción, tembló y convulsionó en el suelo como si le estuviera corriendo electricidad. La agarraron de los brazos y la arrastraron hasta la puerta con luces celestes. La oscuridad se fundió en ella una vez más cuando cruzaron el marco, la puerta, hacia otro lado. Su vista se volvió doble, en vez de dos hombres, la llevaban cuatro idénticos, con batas y lentes. Había pantallas en este lugar, todas una encima de la otra con lecturas que no lograba comprender. Su sonrisa nunca había abandonado su rostro, en cambio, bajo esa vista solo se había hecho más grande.
Se sentía flotando, sobre nubes frías y bajo pantallas que la apuntaban y a las demás presencias en esta habitación que tenían sus ojos en ella. De pronto se imaginó sobre nubes reales viajando en un mundo devastado pero hermoso. Hasta que fue lanzada hasta otro cuarto oscuro, miró las siluetas del otro lado cuando la puerta fue cerrada, dejándola sola.
Tan sola como podían. Habían cometido otro ɹoɹɹǝ, rorre 01100101 01110010 01110010 01101111 01110010……
Se sentó en el espacio mirando la puerta, no supo cuánto tiempo pasó, ¿horas, días, semanas, meses, años? Pudo haber estado ahí una eternidad si así lo creía pero el tiempo era relativo, lo que para ella fue un siglo, para ti, navegante… solo fueron 3 segundos.
La manija giró sola y lentamente, la puerta chilló como un grito solitario en un bosque a medianoche cuando se abrió dejando el pasillo y el otro lado libre. Una bienvenida de la que había esperado hace tiempo. Se puso de pie, sus articulaciones dolieron y su cabello —aún más largo— se sacudió del polvo que se acumuló en ella. Cuando cruzó el marco, cambió. De repente se vió a sí misma, ya no tenía sangre y su vestido fue reemplazado por una vestimenta negra de pies a cabeza. Las puertas negras pasaron a ser grises, ella sonrió llevando su cabeza hacia atrás y abriendo sus brazos, recibiendo aquello.
Tomó impulso y recorrió los pasillos silenciosos en un baile, moviéndose al ritmo de una canción que solo sonaba en su cabeza y resonaba en las paredes dándoles color. Rojo, azul, amarillo, verde, blanco, todos juntandose como un viejo arcade, mientras las sombras bailaban a su lado y abrían las puertas a habitaciones vacías y dimensiones monstruosas, enfermas y… singulares. Con pacientes agradecidos por esa liberación llevó sus pasos hasta la oscuridad en la fue sumergida y se encontró a sí misma sentada en una habitación grande, con las esquinas oscuras porque la luz no llegaba a ellos.
La única luz se balanceaba encima de la mesa de metal sin rasguños, solo eran ella, la mesa y el hombre de ojos lechosos.
—¿Y qué pasó luego?
Ella no dijo nada, se quedó mirándolo como si no fuera nada más que una parte de la oscuridad. Él escribía algo en su libreta, en su letra legible y perfecta hasta que su pulso tembló, las palabras se arrastraron junto al papel a rayas. El hombre alejó el bolígrafo viendo el temblor incontrolable en su mano, el lápiz siguió el mismo movimiento hasta que no fue capaz de sostenerlo y cayó al suelo, fue seguido por la libreta. El hombre no entendía qué le sucedía, observaba sus manos con rostro pétreo, temblando, agonizando, convulsionando, teniendo… Su piel, su mano fallaba, como si fuera una televisión antigua.
Fue poco tiempo después cuando todo su cuerpo sufrió espasmos, una gota de sangre se deslizó de su nariz, luego la siguieron más y más, la sangre escapaba de su boca y de sus ojos como lágrimas envenenadas. Ella seguía mirándolo de la misma forma, viéndolo como si pudiera ver más allá de su piel y ropa, más allá de los músculos y sus órganos que comenzaban a sufrir lesiones. Ella lo estaba viendo, realmente lo estaba viendo.
—La existencia es desagradable pero nos aferramos a ella como pestes —habló ella mientras sus ojos no abandonaban lo que estaba enfrente. La sangre salpicó la mesa y él levantó las manos temblorosas, rasguñando el metal y haciendo rechinar la habitación. Finalmente mostró signos de ahogamiento, apretó su garganta y un sonido agudo salió desde el fondo de esta—. ¿Qué es normal para ti en este pequeño cosmos? Insignificante y divertido. Cuando una estrella muere y explota, hay otra naciendo. Singularidad y realidad.
Ella miró más adentro, la piel del hombre se extendió como si fueran pequeños globos, él buscó una salida, sus piernas golpearon lo que podían. Golpeando la pata de la mesa hasta que quedó curva. Sus ojos se desorbitaron y su cabeza explotó. Su torso, brazos y parte de la mandíbula cayeron a la mesa y la sangre comenzó a escurrirse por el metal. Ella dejó de verlo a él.
Volteó entonces hasta una de las paredes, ahí donde la oscuridad estaba más presente y las máquinas detrás de esta, las televisiones puestas unas encima de la otra cambiaron sus lecturas y un gran ojo negro se poso contra ellos. Ella miró en esa dirección. Hacía ellos. Hacia ti. Ella te miró a ti.
—¿Qué es real, lector?
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