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XXXII - Ser mancillado

XXXII 

Vendería mi alma al diablo. Por supuesto que lo haría, y serían las veces que sean necesarias. Sacrificaría machos cabríos y llevaría las gallinas escuálidas del establo al bosque como ofrenda para Satanás. Todo con tal de volver a sentir los labios de Jimin sobre los míos.

No puedo creerlo, no puedo creer que pasó lo que hace años deseé. Mierda.

No dejo de soñar despierto en mi cama, imaginando todos los posibles futuros escenarios utópicos. Cuando Jimin me besó, mis sentimientos revivieron de su tumba y azotaron mi corazón sensible. Sin embargo, no supe qué hacer, jamás creí llegar tan lejos con el chico que me ha gustado desde antes que él supiera mi existencia.

Toco mis labios y sonrío embobado, agradezco estar solo en la cabaña, no soportaría tener que lidiar con la reacción de Jimin, o con su arrepentimiento. Ni siquiera pude verlo a los ojos ese día, ni siquiera pude decirle que yo también quería ese beso. Sólo salí de ahí con la cola entre las patas como un cobarde.

No me preocupé por sus emociones, sólo partí asustado por la cantidad brutal de angustia que me azotó. Me encantó su beso inexperto e inocente, algo muy acorde a su personalidad. Incluso me sentí no merecedor de tener esa experiencia con él. Alguien contrario a mí.

Bostezo.

Quiero ir con él.

Decirle que yo siento algo muy grande y honesto hacia él y que no es necesario que me acepte, pero sí que me escuche. De preferencia mientras nos damos otro beso.

Le extraño, pero mis piernas se reúsan a ir hacia él, no al menos hasta que mi corazón deje de latir tan rápido cuando respiro su mismo aire o cuando veo sus pequeñas manos acariciando a su gatito.

Oh, voy a morir.

Moriré y no podré besar a Jimin nuevamente.

Llevo mis manos al pecho y es como si pudiera tocar mis sentires, incluso lloraría, pero me niego a despertar con dolor de cabeza.

Creo...

Creo que estoy cayendo por él. Rápido, sin paracaídas y golpeándome contra el pavimento.

Pese a tener sueño, no puedo dormir, la emoción no me deja, la punta de los dedos me cosquillean, el estómago me da vueltas y mis ojos no se cierran. Joder, no pensé que Jimin pudiera causar tanto en mí sólo con un simple roce.

La puerta de la cabaña rechina sacándome de mis ensoñaciones y acepto mi realidad, una muy alejada de Park Jimin y sus frondosos labios. Me quedo estático, fingiendo dormir, importándome poco quién es el que entró.

—Hola —saluda con voz pringosa y acaricia mi pie—. Despierta, tienes bastante sin ir a visitarnos —toca mi pantorrilla, su mano me irrita y se escabulle bajo la sábana—. No te duermas tan temprano, me lo debes.

—¿Qué haces aquí? Lárgate —ordeno molesto y harto del olor repugnante que despide Kim Hajoon.

Ríe un poco y soba mi rodilla.

—¿Estás enojado? —no logro verlo, pero sé que sonríe con esos dientes amarillos y sucios que me causan repulsión—. No te he molestado desde que te follé en el pueblo —hace referencia a cuando llevamos herido a Jimin.

Yo usaría la palabra hostigar, en lugar de molestar.

—Lárgate. Le diré a mi padre que viniste aquí, sabes que no le gusta que vengan a mi cabaña —digo, pero mi tono se vuelve tremuloso conforme hablo.

—Cariño, él está aquí —se ríe y yo me destapo, viendo los ojos oscuros y cabello lacio de Kim Hajoon, siempre me costó ver su nada estético rostro. Sin embargo, lo que llama mi atención es ver a mi padre sentado en la cama de Jimin observándome con sonrisa socarrona.

—Mañana iré, hoy quiero dormir —miento porque en realidad quiero ir a ver a Park Jimin, el chico preso junto a un gato en el establo.

—¿No crees que has dejado de lado a Hajoon, hijo? —ahora mi padre luce serio, como si estuviera en una misa a punto de dar un sermón sobre los Siete Sellos.

Hago silencio, sintiéndome impotente y angustiado.

—Hoy no quiero. Estoy cansando.

Hajoon voltea a ver a mi padre buscando ayuda para convencerme.

—¿Hijo, estás desviándote de nuevo? El hermano Hajoon necesita de tu ayuda para liberar sus pecados. Él será condenado a la perdición si no exime sus pecados capitales en ti.

Y eso es lo que Kim Hajoon se merece. Dejé de creer en Dios hace mucho, pero sé que hay un infierno y que no está bajo tierra rodeado de bruma y fuego eterno. El infierno está aquí, y Satanás está personificado ante mí.

No recuerdo bien mi edad, pero sé que fue cerca de los trece años, poco más de un año después de cuando mi padre fue enviado al pueblo para ser el Pastor de la congregación. Iniciamos en un lugar nuevo, siempre fui aislado y tímido. Callado.

La primera vez fue en la iglesia. El lugar que había sigo un resguardo para mí se volvió sombrío. Mi padre acaricio mi cabello cariñoso y me llevó ante Shin Daejung, un hombre viejo de rumbo a los sesenta años, con cabello canoso, labios finos y mirada pequeña cubierta por unos anteojos de aumento. Era esbelto y bien vestido.

Mi padre me recordó que él era el director de los pastores de nuestro distrito, que había ido de visita y que hizo bastantes aportaciones monetarias para mejorar la infraestructura de la parroquia. No recuerdo las palabras exactas, pero ese hombre era un tipo con dinero y poder en nuestro medio.

Yo ni siquiera podía verlo a los ojos después de la muerte de mi madre. Cuando ella murió sentí que todo se desencadenó. Sólo éramos mi padre y yo.

Era la segunda vez que lo veía, nuevamente el señor Shin se presentó cordial, con una reverencia y diciéndome que seguía muy lindo y parecido a mi madre. Yo agradecí porque amaba a mi padre, pero mucho más a mi madre. Y siempre que me decían que era su retrato, mi corazón latía rápido y me sentía pleno. Ahora no es así.

Estábamos en una especie es despacho, un lugar que le servía a mi padre para organizar y guardar todo el archivo de la iglesia, pero que también fungía como lugar de descanso personal, con un par de sillones, una ventana pequeña, un librero y un escritorio acompañado de su silla acolchada.

«Tocaste muy bien, me dejaste impresionado», esa era mi segunda semana en el coro y sinceramente ese halago me hizo sonrojar, no estaba acostumbrado a ellos. Mucho menos esperaba ser elogiado por alguien ajeno a mí. No recuerdo mis palabras exactas, pero seguramente agradecí modesto.

«¿Hijo, recuerdas lo que te conté sobre los pecados capitales?». Yo respondí asintiendo con ojos curiosos. «El señor Shin es poseedor de algunos y necesita tu ayuda».

Yo me asusté sin saber por qué mi padre me decía eso, incluso sentí miedo de Shin Daejung, un anciano que me miraba con ojos brillosos y una pequeña sonrisa.

«Sólo obedece lo que él te diga». «Recuerda lo que te enseñó del Cordero de Dios». Fue una orden directa de mi padre y yo asentí dudoso, sin querer depositar mi confianza en alguien extraño, pero confiando profundamente en mi padre.

Y durante meses tuve los recuerdos muy borrosos. Incluso llegué a pensar que perdí mi virginidad con alguien más, pero no, fue con Shin Daejung, ese anciano de gemidos sucios, uñas afiladas y traje bien planchado. Durante el abuso sólo lloré por el dolor físico, pero después sentí vergüenza. Sobre todo porque mi padre estuvo viendo durante todo el acto, simplemente estaba sentado en el sillón contrario mientras vea a su hijo ser deshonrado.

Shin terminó rápido, subió sus pantalones y acomodó sus gafas. Yo sólo estaba sentado en el frío suelo recargándome en el sofá y tratando de tomar aire.

«Lo hiciste muy bien, eres un buen cordero». Aduló Shin mientras palmeaba mis cabellos, pero yo ni siquiera pude despegar la mirada del piso. Estaba confundido por la realidad, me sentí traicionado por mi padre y sobre todo un sentimiento contrario empezó a nacer.

La desconfianza hacia mi padre, pero la culpa por sentirla.

Y un miedo nació ese día, un miedo que se revive cada vez que de nuevo me acuesto con un tipo asqueroso. El miedo a que se repita nace después del abuso y muere cuando está pasando de nuevo. Es el ciclo en el que he estado envuelto desde que tengo memoria.

Por eso cuando Kim Hajoon entró a la cabaña, ya sabía lo que buscaba. Siempre con la misma justificación. Liberar su lujuria en mí por miedo a ser enviado al abismo.

Suspiro mientas regreso a la realidad, una realidad donde la rutina sigue y mi padre ve sin expresión en su rostro a su hijo siendo mancillado por uno más de la congregación con los mismos pretextos; grandes pecados, mucho dinero y buenas influencias.

Mi pijama fue removido hace algunos minutos.

Después de escuchar el plástico romperse cierro los ojos y me abrazo a la almohada mientras siento las manos gruesas y oleosas de Kim Hajoon tocar mis glúteos y separarlos para penetrarme de un solo y desesperado movimiento.

Mis cejas se juntan e intento pensar en mi canción favorita en piano, en mi comida favorita de la tienda de conveniencia o en mi libro favorito, pero es imposible. Todo se mancha por los gemidos erráticos de Kim Hajoon.

Él está pidiéndole a Dios, lo escucho rogarle por su entrada al Cielo.

Mi cuerpo reacciona poco al pene de Hajoon, el lubricante del preservativo es suficiente para ese encuentro tan furtivo y rápido. Respondo poco al cuerpo de Hajoon, su panza cuelga sobre mis nalgas y sus piernas están enterradas entre las mías, no hay ni la más mínima atracción de mi parte.

Sólo me da repulsión ser tan fácilmente profanado por ese hombre.

Agradezco que su resistencia sea pésima y lo siento eyacular en el condón después de unos minutos de erráticos movimientos.

Toma aire pesadamente y sale de mí sin cuidado.

—No te costaba nada, hijo —escucho la voz seria de mi padre y me niego a voltear a verlo. Ya no soy un niño, pero él sigue viéndome ser mancillado. Pareciese disfrutarlo.

Me cubro con la sábana y escucho a Hajoon ponerse la ropa y después reírse.

—Estás tan apretado como el primer día —suelta morboso mientras camina por la cabaña—. ¿Te dejé exhausto? —se burla sintiéndose un súper compañero de cama, intenta tocar mi hombro, pero me remuevo inmediatamente.

Escucho atentamente el calzado de los dos. Ya lo sé diferenciar. Hajoon sale dando un desinteresado portazo.

—Lo hiciste bien —remueve lento mi cabello y sigo estático—. Eres un buen cordero de Dios —deja un casto beso en mi cabeza parcialmente cubierta por la sábana y sale de la cabaña.

Y con cientos de sentimientos rondando mi cabeza, me niego a llorar o gritar. Siento que perdí muchas reacciones con el pasar de los años. He cambiado mucho, pese a seguir en las mismas circunstancias. A veces es Hajoon, otras veces es el hijo de no-sé-quién, y otras tantas es alguien que no vuelvo a ver y que supuestamente vino exclusivamente por asuntos de la congregación.

Los perpetradores del acto cambian, pero el beso de Judas otorgado por mi padre siempre permanece.

🐑

Jaja, sigue alguien aquí? 👋🏻,

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