XVI - Intentar huir
XVI
Park Jimin no ha dejado de llorar, piensa que estoy dormido y por eso deja escapar sollozos más sonoros. Cuando llegamos después de las duchas, Jimin ni siquiera pudo articular palabra, largándose a llorar mientras abrazaba su manta, negándose a rezar y a charlar sobre lo ocurrido.
Es normal que esto sea tan impactante para él. Es su primera vez aquí.
Escucho como su llanto para y se remueve en la cama, me cubro para que no note que llevo observándolo desde hace horas.
Sus movimientos son rápidos y apostaría que torpes, escucho como limpia sus ojos y nariz y después escucho sus pisadas rápidas sobre la madera húmeda.
¿Él está...?
Veo por el recoveco que hace mi cobertor y observo su figura guardar algunas cosas en su maleta más pequeña; una mochila negra. Sus pisadas son más fuertes, indicando que ya se puso su calzado.
¿Él va...?
¿Él va intentar huir?
Y tan pronto como lo pienso, lo hace.
Me destapo y lo que mis ojos cansados alcanzan a ver es a Park Jimin saliendo de la cabaña con mochila a sus espaldas.
—No, no —digo mientras me coloco los tenis.
Es sorprendente lo rápido que avanza Park Jimin, bajo la niebla y leves luces titilantes, Jimin se desplaza rápidamente dirigiéndose al gran portón por donde entramos en el camión el primer día.
No hay gente afuera de las cabañas, todos duermen. Apuesto que son las tres o cuatro de la mañana, hace un frío del carajo y el aire irrita mis pulmones, seguramente como lo está haciendo con Park.
Corro rápido, tanto que Jimin se alerta y gira en mi dirección con rostro aterrado.
—¿Qué mierda haces aquí, Park? —tomo aire, hace mucho que no hago ninguna actividad física.
—Qué haces tú aquí —alega mientras se afianza a una de las tiras de su mochila.
—A dónde vas —exijo saber.
—Me largo de aquí —su voz sale acuosa, como si estuviera por llorar—. No soportaré que me traten como una basura.
Suspiro, poniendo especial atención en el rostro rojo e hinchado por llorar. La luz defectuosa cercana a la salida ilumina sus pomposas y rosas mejillas.
—Jimin, vámonos a la cabaña, mañana piensas mejor las cosas.
—No —habla decidido.
—Con este frío puedes morir en el camino.
—No me importa —hace una pausa no muy convencida—, preferiría eso que quedarme aquí —dice esto contundente, se da la vuelta para seguir hacia el portón.
—Agh, mierda —rápidamente lo tomo de los hombros y le quito la mochila de un fuerte tirón que sé logra lastimarlo.
—¡Regrésamela! —jamás había visto esa expresión en Jimin, es molesta, pero también herida.
No la vi cuando un día su padre le gritó en un rincón de la iglesia pensando que nadie escuchaba, tampoco la vi cuando su madre un día contó en la congregación que pensaba que su hijo estaba enfermo de alguna desviación sexual. Mucho menos la vi cuando su padre dijo frente al mío que deseaba que fuera como yo; igual buen creyente.
Ver a Jimin enojado es algo... extraño. Siempre que lo pisotean no responde y lo sigue permitiendo.
—No. Tenemos que...
Me interrumpe el puño de Jimin azotando contra mi abdomen y sacándome el aire. Joder.
—Deja de molestar —me intenta arrebatar la mochila, casi lo logra, lo empujo y veo como se enfurece más y más.
¿Park Jimin ya había llegado a su límite? ¿Realmente quería irse?
Verlo tan... despierto y reactivo realmente es... extraño. Y no me desagrada.
—Te dije que...
—¡¿Qué hacen ustedes dos aquí?! —ambos giramos hacia esa voz, un coordinador acaba de encontrarnos—. Contesten, maricas —nos señala con una lámpara y me siento en un interrogatorio judicial.
Y de nuevo ese Jimin tembloroso y dubitativo.
Ese tampoco me desagrada.
—Estaba intentando huir —suelto y veo a Jimin querer hablar, lo interrumpo antes de que se le ocurra—. Mi compañero de cabaña vino por mí para que no lo hiciera.
—¿Tú huyendo? ¿Otra vez, Min? —protesta—. Pensé que ya estabas acostumbrado.
Mi historia es creíble, yo tengo la mochila.
—No, no —balbucea Park—, él no quería...
—El hermano Park sólo vino a detenerme, me escuchó tomar mis cosas y sólo vino a hacerme entrar en razón —digo convincente y con un tono de arrepentimiento que imita a uno verdadero.
—¿Sabes lo que pasará, no? —se dirige a mí con una risa jocosa—. Está prohibido salir de aquí, Min, no porque seas el hijo del Pastor te dejarán pasar esta.
Guardo silencio.
—Largo de aquí, Park.
El rostro lloroso de Jimin me hace tragar saliva, realmente no quería hacerlo sentir mal, pero no deja otra opción, si su temple se va abatiendo desde las primeras instancias, no quisiera ver su estado anímico al salir de la fosa.
Le otorgo su mochila y lo veo directo a los ojos, pidiéndole que ya no salga y que no lo intente de nuevo. Espero que Jimin entienda el mensaje.
Lo último que veo de Park es a él encerrarse en la cabaña.
El silencio es incómodo.
—Pensé que ya estabas acostumbrado a la dinámica aquí.
Yo sigo en mutismo.
—Hace mucho que no querías huir, pero quién diría que sigues siendo la misma sucia rata —al no ver respuesta en mí, decide continuar su monólogo—. Ya quiero escuchar tus gritos cuando estés en la fosa, maldita mierda.
—Te quedarás esperándolos —expreso altivo.
—¿Te atreves a responder? —me sacude con brusquedad del hombro.
Caminamos en silencio hasta acercarnos a unas zonas un poco alejadas. Cerca de la basura y mostrándose rodeada de algunas cucarachas, una gran y oxidada reja se revela. Su propósito inicial era ser una fosa séptica de dos cámaras subterránea con sólo una tapadera a raíz del suelo, pero al ver que no tenía mucho funcionamiento decidieron usarla para mantener ahí a los maricas que quebrantaban gravemente las reglas
Ahora la tapadera no era de madera como hace años, ahora es una reja de hierro, fuerte y afianzada con dos grandes bisagras y dos grandes candados.
—Ya quiero escucharte pidiendo clemencia —vocifera el coordinador mientras saca el juego de llaves para abrir la reja—. Entra, marica.
Sin rehusarme un poco, bajo por las escaleras desgastadas, la respiración se me acelera y la claustrofobia me invade, pero intento calmarme, no puedo tener una crisis en un lugar como este, sería mi condena.
—Que pases linda noche —se ríe y cierra la reja con sus respectivos candados sobre mi cabeza.
Este oscuro, maloliente, sucio y mojado lugar siempre me ha intimidado, hace bastante que no lo visitaba, sus cuatro paredes se extienden poco menos de un metro, haciendo imposible recostarme.
Simplemente permanezco ahí. Inherente como un objeto. Forcejeo con la reja sobre mi cabeza, pero es imposible, está bien cerrada.
Lo único que alcanzo a ver a través de las reja es a la luz luna cercana a cuarto creciente.
Serán días largos.
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