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et Spiritus Sancti

Yuuji es arrodillado en medio de un enorme lugar, sabe que es así debido al eco de las voces de Nobara y Nanami.





Siente el aroma a viejo y guardado, constantemente se retuerce y pierde en segundos la conciencia, entre su ropa sabe hay sellos de contención, mismos que queman la piel donde la tocan, hacen que llore de dolor, que imploro porque acaben su tortura, pero no es su voz la que abandona se garganta, en el; es Sukuna.

Yuuji no lo ha visto, pero en sus muñecas y rostro tiene marcas grises que crecen a negras en algunas zonas. Escucha la suave voz de Okkotsu cuando llega al lugar y es entonces cuando sus ojos son despojados de la venda.



Ve con dificultad debido a la luz mortecina como a su alrededor hay personas rezando en voz baja. Los murmullos que llegan a sus oídos hacen que su piel pique y que la sonrisa descarada que nace de su mejilla ria atronadora, insulte y lance maldiciones.

Yuuji reza también, reza en el fondo de su mente do de se haya atrapado porque su martirio termine.

Dentro de su mente su cuerpo se halla húmedo y cansado. No recuerda cuando fue la última vez que durmió bien, que se alimentó o se bañó adecuadamente.

No le gusta mirar su piel o siquiera sentirla, no le gusta ver las marcas donde sabe que casi ha sido profanado.



—¡Yuuji es mío almas perdidas! ¡¡Ya no pueden salvarlo!!—



Yuuji tenía sus ojos en blanco, intentando con todas sus fuerzas permanecer en su conciencia, evitar que Sukuna se elevara a la superficie, que hiciera su voluntad con su cuerpo.



—Pero estas cansado, dolorido, déjame aliviar tu dolor—



Yuuji grita cuando siente los sellos con marcas de la diócesis ser plantados en su piel, siente el agua bendita como ácido que le quema.



Un Dios que no te escucha Yuu- ji





El susurro se mueve por dentro de su mente, en su alma manchada, en su corazón dolorido y cansado. Yuuji quiere rendirse en el fondo. Está cansado, sin fuerzas y no hay convicción que le ayude a seguir.

¿Qué puede en el mundo humano anclarle a la vida?





El susurro se mueve por dentro de su mente, en su alma manchada, en su corazón dolorido y cansado. Yuuji quiere rendirse en el fondo de su mente. Está cansado, sin fuerzas y no hay convicción que le ayude a seguir.

¿Qué puede en el mundo humano anclarle a la vida?

Esta solo, considerado una vasija contenedora peligros a la cual exterminar. No tiene un futuro, amigos o algo que lo haga continuar.



Sukuna tiene razón, no tiene a nadie, nada. Solo a él.



Yuuji escucha pasos a sus espaldas, escucha el goteo constante de agua caer en la caverna en la que se encuentra, siente el aroma característico de la sangre, su estomago hambriento se contrae, siente bilis reptar por su garganta pero logra soportarlo. Una calido abrazo llena su cuerpo desde la espalda e incapaz de ver nada solo baja la mirada.



El tacto se siente concilador, tranquilo y que llena de alegría.



—¿Gojo-san?— pregunta en un susurro



—No Yuuji, a el no le interesa salvo el hecho de ser lo que eres—



—No, eso no es... no es así—



—Entonces porque solo te veía cuando había una parte de mi cerca, como es que solo estaba al pendiente de ti cuando yo era motivo de peligro—





La voz de Sukuna se escuchaba como miel de abeja, dulce y conciliadora, como una promesa sincera. Yuuji dejo que el calor de sus brazos llenara poco a poco su corazón, su mente, todo de sí. Dios sabía que necesitaba de ese contacto, de esa familiaridad que nadie más le había dado.

Era cierto que en elconvento Nobara se había comportado como una amiga, como una confidente y que Fushiguro escuchaba su dolor, sus miedos y sus rezos, que Nanami le decía como debía rezar, le había enseñado como pedir por su alma, como matar ese demonio que acechaba sus noches pero; ninguno se quedaba, eran ciertamente deberes que Gojo les había indicado.

Veía como Nobara siempre estaba en guardia, como Fushiguro le decía a Gojo cada fallo y como Nanami acechaba por las noches como una sombra a la espera d su descontrol.



—Ellos no te cuidaban, te vigilaban, ellos no son tu familia, son tus ejecutores Yuu-ji—



Las palabras del demonio son dulces como la miel Yuuji, no debes de escucharlas, no debes analizarlas, porque no saldrá nada bueno de ellas—



Yuuji siente la gran mano de Sukuna levantar su rostro, haciendo que le viera a los ojos, vio como el demonio se acercaba y le daba un tierno beso en la frente, acariciando su húmedo cabello y acariciando también su mejilla con el dorso de su mano, sentía tanto dolor, en sus muñecas atadas, en la forma en la que sus débiles piernas colgaban de las ataduras, de los golpes de los látigos de puas en sus espaldas.





—Pídemelo Yuuji y evitare tu dolor—



Las lágrimas que bajaron de su rostro fueron rojas como la sangre, Yuuji ya no podía más con la tortura y el anhelo de la salvación era palpable, a solo centímetros a su alcance, la mano del demonio se cerró sobre su mandíbula haciendo que levantara su rostro, Yuuji vio como este se acercaba, como sus labios tomaban los suyos, como esa lengua húmeda, caliente y pecaminosa invadía todo su interior, le hacía gemir de placer, le hacían sentir cosas que no eran dolor.



Sus manos se sintieron livianas, su cuerpo fue tomado entre esos cuatro grandes brazos, el calor que Sukuna desprendía hacia que su hábito se pegara a su piel, que los sellos se quemaran y aunque eso pasaba su piel no dolía, Sukuna evitaba que eso sucediera.



—No siento dolor— le dijo al separarse —No siento nada—



—Así debe ser, deja que yo sea tu dios y solo sentirás placer—



Yuuji fue acomodado entre las aguas oscuras, no eran altas por lo que no había peligro de hundirse o ahogarse y el contacto de su frialdad le daba una sensación exquisita a su piel caliente, haciendo que se mojara más de lo que el sudor ya había hecho, su ropa fue arrancada de una manera feroz, que pecaminosamente hiso estragos en su cuerpo, este estaba manchado ¿Qué más le daba ya si se ensuciaba un poco más?



Yuuji intento cubrirse pero Sukuna no se lo permitió, saboreo su cuerpo con su boca cuanto pudo, lamio beso y marco cada centímetro, riendo desquiciadamente cuando sus marcas negras aparecían como signo inequívoco de la posesión por fin lograda.



Se lanzó a esos pequeños pezones rosados y erguidos, abusándolos para causar dolor y placer. Yuuji se retorcía bajo el demonio, llorando encantado por cada nueva sensación, por el alcance de lo que a su cuerpo le había negado, gemía el nombre completo del devastador de legiones, de quien había mostrado compasión por su alma.





—Oh dios ¡Sukuna, Sukuna!— gemía con la garganta dolorida



—Si, eso soy ahora, tuyo ¡Tu dios!—



Yuuji grito cuando un par de dedos entraron de forma violenta en su agujero, alzo las rodillas hacia su rostro, moviendo su cabeza de un lado a otro presa de un creciente placer que se arremolinaba en su vientre, mismo que estallo como cuerdas blancas de semen que se espacian por sus abdominales, cuando justamente un cuarto dedo llenaba su interior.



—Un alma exquisita que devorar la tuya Yuuji, estarás en un altar como mi concubina, como siempre y desde el principio debió ser—



Yuuji se hallaba perdido en la dicha del placer, de la necesidad de complacer a Sukuna, quien se hacía cargo poco a poco de su conciencia.



—Más... necesito sentir más...—



Sukuna maniobro su cuerpo como si se tratara de lana, de una hoja que volaba alto al viento, como una muñeca que solo existía para su placer. Se hundió de una sola estocada hasta el fondo, echando la cabeza hacia atrás por la sensación de estreches, a sabiendas de que le había arrebatado a su enemigo su más preciado ángel entre los ángeles.





El alma de Itadori Yuuji ahora le pertenecía a él, a Ryomen Sukuna.



Sukuna tomo ambas muñecas con un par de sus manos, con el otro se aferró a las tiernas caderas de su amante, se movió adentro y a fuera, gruñendo como un animal desquiciado por la sensación placentera que envolvía su miembro duro y húmedo, tomando todo el placer que podía, que le era entregado de buen gusto.





—Mi pene desaparece dentro de tu agujero Yuuji, deberías verlo—



Sukuna perseguía su propia liberación, a sabiendas de que en cuanto ocurriera seria su triunfo, pero queriendo alargar un poco más de ello.



—Los sonidos que haces son tan dulces y provocativos, vamos Yuuji, esfuérzate y más y déjame escucharlos... vamos, esfuérzate—



Yuuji se hallaba desconectado, lagrimas escurrían de sus ojos como cataratas, saliva de su boca abierta. Era verdad, esos sonidos pecaminosos que salían de su garganta eran la muestra de lo bien que se sentía, del placer que le era entregado por el enorme miembro del demonio.



Es demasiado grueso— pensaba — Está dando en el punto justo yo... yo... moriré—



Yuuji escuchaba los sonidos húmedos que hacían el movimiento del agua, el sonido de piel contra piel y lo enloquecia, era algo que ahora amaba. Entonces sintió algo mas acercarse a su entrada, eran un par de dedos de Sukuna que abrían su interior, que lo expandias aun mas si era posible.



—No... n-no por favor Suk... ahhh... moriré—



—Eres mio, se que podras con esto—



Yuuji gimió ronco cuando esos dedos se colaron dentro, las manos en sus caderas desaparecieron, pues los dedos de la mano que no se hundía en su interior tomaba su duro pene, masturbándolo con fuerza, haciéndolo gritar cuando una húmeda lengua se formó en la palma y le daba vigorosas lamidas, haciendo que se corriera al instante.



Sukuna aprovecho el pico más alto del placer de Yuuji, saliendo de su apretado agujero pero entrando sin consideración nuevamente pero esta vez con ambos de sus penes. Yuuji no pudo evitar sentir arcadas por la intensidad de las sensaciones que llegaban a todo su cuerpo, sentía que su respiración era escasa, que su interior era llenado de tal manera que lo hacía enloquecer. Yuuji se desmayó en con la venida de un último orgasmo que le hizo gritar el nombre del demonio, sofocado por el placer y la depravación.

Sukuna vio como las alas antes blancas de Yuuji aparecían, de un blanco color dar paso a uno apagado y marchito, no dudo en tomarlas de su espalda y arrancarlas de tajo, haciendo que gruesos chorros de semen inundaran el interior de Yuuji por el éxtasis de su acto.





—Ahora eres mi ángel caído Yuuji—











Fuera de la mente de Yuuji, Ryomen Sukuna hacia acto de presencia en un lugar devastado, donde pocos quedaban vivos.

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