Servidumbre
Nota: esta historia está estrechamente relacionada con mi fanfic "¿enemigos o aliados?" Por lo que seguramente habrá alguna información o escenas que también se encuentren allí (planteadas de distinta manera), junto a personajes míos y otros que me han prestado algunos usuarios.
Amanecía un nuevo día en el distante planeta Yresh. Un día alegre y despreocupado para los más afortunados y un día gris como otro cualquiera para el más común de los ciudadanos. Y Rubí, una joven que en aquel entonces contaba con sólo dieciséis años de edad, se encontraba en ese último grupo de gente, teniendo que servir como criada para la familia real durante la mayor parte de la jornada y desde que tan solo era una niña de diez años, cuando fue entregada por su padre como castigo por un delito que él mismo había cometido, al sustraer varias gemas preciosas que había extraído de la mina en la que trabajaba para venderlas de forma ilegal y así poder dar sustento a su familia.
-Amat, te he hecho venir hasta aquí porque resulta que un compañero tuyo te ha descubierto robando algo que no te pertenece y ha acudido a mí para denunciarte-le había acusado el rey, mirándole con severidad cuando las autoridades le arrastraron a la fuerza al salón principal del palacio-¿sabes lo que eso significa no?-
-Sí, majestad-El hombre de pelo rojizo y ojos ámbar se inclinó ante el rey- No me importa perder la vida si con eso los míos consiguen salir adelante
-Yo no me refería a eso-el monarca negó con la cabeza, sin perder su eterna seriedad- dado que ésto es considerado un delito menor, podrás seguir conservando tu existencia. Sin embargo, y para asegurarme de que no vuelves a causarme ningún problema, te exijo que me traigas a tu primogénito para que pueda servir a mi familia desde hoy hasta el último día de su miserable vida.
-¿qué?- exclamó el acusado abriendo los ojos de par en par, horrorizado-con todos mis respetos, Majestad, pero mi Rubí es todavía una niña pequeña. ¡No puede ocuparse de esas labores tan complejas! ¡Apenas sabe valerse por sí misma!
-Tu hija pagará el precio de tu delito, y esa es mi última palabra. Esta misma tarde quiero que me la traigas aquí y te despidas de ella para siempre.
-¿para... para siempre? ¿No voy a volver a verla nunca más?
-Evidentemente- los ojos plateados del gobernante de Yresh parecían emitir luz propia en aquel momento. Una luz malévola y despiadada- si te permitiera reunirte con ella ¿qué clase de castigo sería ese? Por no hablar de que tal vez se te pudiera ocurrir la estúpida idea de intentar ayudarla a escapar. No, eso no va a pasar, así que te aconsejo que vayas a aprovechar las pocas horas que te quedan para disfrutar de ella.
-Como usted ordene, mi señor-el hombre se levantó y se dirigió a la salida, acompañado por un séquito de guardias que no se dignaron en dirigirle la palabra en ningún momento.
Amat caminó despacio por el sendero que llevaba a su pequeña casa, situada en las afueras de la capital del reino, acariciándose su barba roja y pensando en cómo podría darle la noticia a su esposa y sobre todo, a su hija. Sus iris dorados se llenaron de profunda tristeza al pensar que aquel día sería el último que podría compartir con ella. Nunca la vería crecer hasta convertirse en toda una mujer, y tampoco podría volver a divertirse con su carácter travieso y extrovertido. Todo eso se había acabado. Para siempre.
-¡padre!-una voz infantil resonó próxima a él cuando llegó a su hogar, apareciendo poco después una niña corriendo alegre hacia donde el hombre se encontraba mientras su melena rojiza, ondeaba al viento. Una sonrisa resplandeciente brillaba en su rostro redondeado, lo que provocó que Amat se sintiera todavía peor de lo que ya estaba.-¡hoy has tardado mucho en venir! ¿Podemos continuar con nuestro juego hasta que la comida esté lista y así pasamos un rato divertido los dos juntos?- Ella le miró implorante y le tiró de la manga de su camisa al menos en un par de ocasiones al darse cuenta de que su padre no estaba prestándole ninguna atención.
-Sí... por supuesto que sí Rubí- él volvió en sí y se forzó a mostrarle la mejor de sus sonrisas para no angustiarla antes de tiempo y empezó a perseguirla mientras ella se escondía en los alrededores. La chiquilla era la mejor a la hora de pasar desapercibida y casi parecía ser capaz de camuflarse por completo en el ambiente y monetizarse con la naturaleza. Sin embargo, aquel día, Amat apenas conseguía disfrutar del juego porque la voz cruel del rey no hacía más que aparecerse en su cabeza una y otra vez, recordándole su castigo.
-Rubí, ven conmigo-le ordenó él mientras la niña salía del interior de un arbusto, con cierta inquietud al percibir un tono de voz seco por su parte .
-¿He hecho algo mal, padre?-le preguntó la pequeña pelirroja, temerosa de que pudiera caerle una regañina.
-Tú no... -suspiró el hombre- escúchame. Esta tarde voy a llevarte al lugar donde vive nuestra familia real. Tendrás que quedarte con ellos una buena temporada.
-¿Qué?-exclamó ella sin comprender nada de lo que le estaba diciendo Amat-¿y eso por qué?
-No puedo decírtelo-su padre no fue capaz de revelarle la verdad. No quería que ella supiera lo que había hecho para evitar defraudarla aún más de lo que ya lo estaba haciendo en aquel instante.
-¡Yo no quiero ir a ese lugar-gritó la niña aterrorizada-¡yo quiero quedarme en casa!
-Lo siento, mi niña. No puedo hacer otra cosa. No tengo más alternativas- sentenció Amat cogiéndole de la mano y llevándola a su casa para poder disfrutar de su última comida juntos, pero con el corazón partido en pedazos al ver que ella había estallado en un llanto desesperado con el que le rogaba que cambiase de opinión para no tener que abandonar a su familia, misma situación que se repitió más tarde cuando el pelirrojo se vio obligado a dejarla en la puerta del palacio, donde la miró por última vez con sus iris dorados empañados por la tristeza.
-Lo lamento muchísimo Rubí, espero que algún día puedas perdonarme-y sin hacer caso de la llamada desesperada de su hija que forcejeaba para librarse del firme agarre de los guardias para ir en su busca, Amat finalmente desapareció de su vista y de su vida, sin que ella volviera a saber nunca nada más de él ni del resto de sus seres queridos, tal y como ordenó el rey de Yresh, dejándola a cargo de una despótica familia que desde el primer día se encargó de dejarle bien claro lo mal que se lo iban a hacer pasar y lo poco tolerantes que eran, por lo general, con cualquier persona ajena a ellos y a su elevado estatus social.
-Aquí tienes, tu nuevo ropaje-le informó de mala gana la reina Ámbar, una mujer insolente y desagradable, haciéndole entrega de una túnica raída y desgastada que apenas si calentaba-confórmate con esto. Es más de lo que te mereces-
Rubí agarró la ropa y asintiendo con la cabeza se marchó de allí cabizbaja, en busca de su nuevo dormitorio. Sin embargo, la reina no estaba dispuesta a dejarla ir sin más y de aquella manera tan descortés.
-¿Es que no piensas darme las gracias? ¿Qué clase de educación has recibido en tu... casa?-
-Probablemente una mejor que la tuya, víbora-pensó la pelirroja, aunque no se atrevió a expresarlo en voz alta por temor a sufrir un castigo de aquella horrible mujer.
-¿y bien? ¿Vas a quedarte como un pasmarote sin decirme nada? ¿Acaso no sabes que cuando uno te está hablando, por cortesía tú debes responderle?
-Muchas gracias por este bonito detalle que ha tenido conmigo, Majestad-Rubí se forzó a dedicarle una sonrisa cordial acompañada por una reverencia algo exagerada a Ámbar, que sólo entonces sonrió satisfecha.
-Eso está mucho mejor. Por cierto, un último detalle, aunque no por ello menos importante. No quiero verte pulular cerca de mi hijo Zaebell ¿entendido? No eres una compañía digna de él- la reina la despachó de allí con una voz tan gélida como el hielo mientras la analizaba de arriba abajo con desdén-ahora lárgate y espera a recibir instrucciones para tu nuevo trabajo.
~
La chica de ojos dorados, antes de empezar a realizar las tediosas tareas que le habían asignado para aquel día, se dedicó a mirar durante unos instantes a través del ventanal que daba vistas al vasto jardín, perdiéndose en los innumerables recuerdos de su pasado. Recuerdos que fueron interrumpidos por unos gritos coléricos que provenían del pasillo, justo al lado de la habitación en la que ella se encontraba
-¡Me ha desaparecido mi tiara de zafiros!-la voz de la temperamental reina resonó a sus espaldas, poco antes de sentir como un brazo tiraba de ella hacia atrás y la empujaba contra la pared.-¡y estoy casi segura de que la culpable eres tú, niñata!
-¿yo? ¡Pero si no me he movido de aquí en ningún momento!-protestó ella intentando desembarazarse de la monarca, con la que su relación había empeorado aún más con el transcurso de los años, si es que eso era posible -¡ni siquiera la he visto!
-¡mentirosa! ¡Desde el día en que llegaste no has hecho más que darnos problemas! ¡Dime ahora mismo dónde la has ocultado!-Ámbar la zarandeó con violencia, rabiosa y desesperada después de haber estado rebuscando como una loca por casi todos los rincones del palacio su preciada joya.
Rubí, por su parte, sintió cómo sus ojos se tornaban acuosos a causa del miedo y cómo un extraño y agobiante calor se extendía por todo su cuerpo, provocando que sus piernas empezaran a flaquear hasta el punto de que al intentar moverse para apartarse de Ámbar, ella se tropezó con sus propios pies, perdiendo el equilibrio. Y se habría caído de no ser por la repentina aparición de Zaebell, que por primera vez desde que ella vivía allí, decidió interceder a su favor para que saliera airosa de aquella situación tan peliaguda en la que se había visto envuelta.
-En realidad te olvidaste la diadema en mi habitación madre-le recordó el príncipe con una sonrisilla socarrona en el rostro, aún con la pelirroja sujeta entre sus brazos- viniste anoche para insistirme otra vez en que debía elegir pronto a una mujer adecuada para contraer nupcias y en un momento dado te la quitaste porque estaba empezando a incomodarte ¿es que no te acuerdas?.
La chica suspiró ante aquella aclaración sintiéndose algo más tranquila al notar como el férreo agarre de la mujer se volvía cada vez más liviano hasta llegar a desaparecer, mientras le agradecía al príncipe en su fuero interno ese único gesto de buena voluntad que había tenido con ella, a diferencia de la soberana, quien en lugar de disculparse por haberla acusado falsamente, la escrutó con sus duros ojos violáceos antes de señalarla con el dedo.
-Límpiame toda la ropa. Quiero que lo tengas todo listo antes de mediodía. ¡Deprisa, y que no te vea perdiendo el tiempo por ahí o tú y yo tendremos problemas de verdad!
Rubí, aún aterrada por la actitud de Ámbar, agradeció de todo corazón que ella desapareciera a través del portón de madera blanca, perdiéndose a través de los corredores.
Las lágrimas saltaban a través de sus ojos y corrían por sus blancas mejillas como un torrente fuera de control. Estaba agotada de aquel tratamiento tan degradante para con ella y lo único que deseaba ya era poder recuperar cuanto antes la libertad de la que la habían privado hacía años.
-Me pregunto si algún día lograré escapar de este infierno-pensó ella mientras la ligera brisa que se coló en la habitación al abrir la ventana, alborotaba su cabellera de fuego-estoy harta de vivir con esta estúpida familia. Estoy harta de obedecer órdenes y de que me traten con la punta del pie. En cuanto encuentre la oportunidad, me largaré de aquí y no volverán a verme nunca más.
Lo que no sabía es que precisamente su vida estaba a punto de dar un giro radical que cambiaría todo su mundo para siempre, y que le traería multitud de consecuencias inimaginables. Un cambio por el cual, ella empezaría a desfilar a través de un sendero de vasta oscuridad hacia un destino incierto.
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