Sinopsis
La vida es un montón de ironías
Pero eso es algo que ya conocías.
Está bien, te diré algo que no. Siempre, desde que era la pequeña hija única de una madre soltera, he odiado profundamente bañarme con agua fría.
Pero, aquella noche, nada de eso me importaba.
Mientras caminaba por la arena, vi como un pequeño cangrejo caminaba a mi lado. Intenté agacharme para acariciarlo, pero aborté enseguida ese pensamiento: el sonido de las olas golpeando la costa me devolvió la conciencia sobre mi misión.
Apenas mi pie izquierdo tocó las frías aguas, quise devolverme pero no lo hice una fuerza sobrenatural me imploró a gritos que no me detuviera y así lo hice...
Mi cuerpo fue adaptándose por completo al agua de temperaturas casi gélidas y, cuando ya me llegaba a la altura de la cintura, no había ningún rastro de frío en mi cuerpo.
—Tenías razón, mamá —dije mirando al cielo, como si con eso ella pudiera escucharme—. Una vez que te acostumbras, nada más importa.
Seguí caminando, hasta que el agua me llegó al cuello y de allí, solo me hundí
La idea de irme nunca fue tan fácil de asimilar hasta que unos fuertes brazos, tus fuertes brazos, comenzaron a arrastrarme hacia la orilla.
—¿Acaso enloqueciste, Lorraine?, ¿Por qué lo hiciste?
Quería responderte, Gael quería decirte que me dejaras ir que lo hice porque, simplemente, ya no quería estar aquí, pero no pude. Mis ojos estaban cerrados y mis pulmones estaban llenos de agua, ¿Cómo hablar cuando apenas puedes respirar?
Luego sentí tus labios sobre los míos, tan cálidos y suaves como los recordaba, tal y como eran hacía ocho meses atrás, la última vez que los probé.
—¿Gael? dije, cuando recuperé el aliento.
Abrí los ojos pero tú ya no estabas allí, te estabas alejando mientras negabas con la cabeza, gesto que hacías cuando te enojabas conmigo.
—¿Para qué me salvaste si ya no me quieres aquí? —Grité a tu silueta.
Te diste vuelta y fijaste en mí el mar de esmeraldas manchadas de tu mirada por unos segundos, con un gesto cargado de dolor.
—No lo sé, Lorraine —gritaste de vuelta—. Honestamente, no lo sé, supongo que, no importa cuántas veces lo rompas, mi corazón sigue entrelazado al tuyo.
No supe que responder, ¿Qué yo te rompía el corazón? Gael, fuiste tú quien me dejó sola, fuiste tú quien estuvo ausente la última vez que hicimos el amor hacía más de un año atrás, fuiste tú quien, a pesar de dormir juntos en la misma cama, me hizo sentir que estaba a un millón de años luz de distancia, fuiste tú quien rompió los lazos conmigo, fuiste tú quien me engañó con mi mejor amiga en mi propia cama y la dejó embarazada... Por todos los cielos, fuiste tú quien, sin importarle que tuvo sexo conmigo hace poco más de ocho meses, cuando ya se había ido a vivir con la traidora número dos, me pidió el divorcio unas semanas después, ¿y ahora decías que tu corazón estaba entrelazado al mío?
Me quedé recostada en la arena, viendo cómo te alejabas sin mirar atrás, ignorándome, como cada vez se te hacía más fácil hacer.
—No es cierto, mamá —dije dándole vuelta a mi mirada y contemplando de nueva cuenta al cielo—. Aún si te acostumbras, nunca deja de importar.
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