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DESPUÉS

Cuando le dije a Sarah que mi viaje seria en dos días, le había mentido de forma grosera. En realidad, tengo una semana completa para marcharme a Nueva York y un par de semanas más antes de que me hagan la evaluación para saber si puedo hacer el diplomado o no, por eso sé que con todo lo que compré ayer, puedo pasarme encerrada en casa todo el tiempo que quiera, así que nadie podrá darse cuenta en si de verdad me marcho dentro de dos días o dentro de dos meses.

Desvío mi camino y me dirijo a una agencia de viajes, deseo que no me sea difícil conseguir un vuelo que se dirija a la gran manzana. Aunque siempre he soñado hacer este viaje por carretera, sé que hacerlo sin la compañía de Gael, mas que liberador, seria en extremo deprimente.

¿Desde cuándo deje que mi felicidad dependiera de Gael? No lo sé, pero estoy segura que, el hecho de que él se convirtió en mi única familia una vez mi madre falleció, tiene todo que ver.

Ya con mi ticket de avión en mi bolso, me dirijo rumbo a una agencia de alquileres de auto. No  es que dejar mi escarabajo en este sitio me agrada mucho, en especial porque fue lo primero que me compré con mi propio dinero cuando me gradué  de la universidad, pero es algo que tengo que hacer. Probablemente, si Sarah no me hubiera traicionado, la hubiera dejado a cargo de mi bien más preciado pero, debido a las actuales circunstancias, sacarle algún rédito financiero a mi auto me  parece la única opción viable que tengo.

Al salir de la agencia de autos, y con el firme propósito en mente de cerrar todos mis asuntos pendientes antes de dedicarme a hibernar dentro de mi casa, pido un taxi que me deja en el centro comercial. Ya en ese lugar, me compro un par de de abrigos calientitos pues siempre he escuchado que los inviernos de Nueva York no se caracteriza por ser los mas cálidos, paso por la óptica y me adapto unos anteojos pues, aunque me negaba a usarlos, sé que con todo lo que  voy a hacer dentro del diplomado no voy a poder seguir disimulando que, gracias a mi miopía, estoy más ciega que un topo y, por último, me hago un retoque de mi corte de cabello pues no pienso hacerlo en la gran manzana para que me cobren como si yo tuviera la cuenta bancaria de Jennifer López.

Salgo del centro comercial y, como sé que me queda relativamente cerca de casa, decido irme caminando a mi lugar. Mientras lo hago, no puedo evitar rememorar cada pequeña cosa que he vivido durante mis veintiséis años de vida y es que, aunque nunca he  sido una amante de Alabama, no puedo evitar la nostalgia que se viene a mi mente sabiendo que será de las últimas veces que recorreré estas calles.

Me siento en un parque cercano a casa para descansar mis pies y no puedo evitar que las lágrimas hagan su aparición. En un sitio parecido a este, que era el parque del campus de la universidad, Gael se arrodilló frente a mí y, tendiéndome el anillo que pertenecía a su madre, me propuso matrimonio.

—Existimos hombres idiotas que rompen un corazón pensando que al hacerlo no rompemos el nuestro.

Me giro rápidamente y noto que el sujeto que dice estas palabras es un indigente que, en medio de mi distracción, se sentó a mi lado, sin que me percate de ello, tomo mi bolso con rapidez y lo aferro a mi pecho, antes, cuando era niña, era demasiado confiada con esta clase de personas, pero ver a mi madre discutiendo con un hombre de la calle cuando tenía nueve años, me llenó de prejuicios acerca de estas personas.

—No voy a hacerte daño, mi niña —dice el hombre con un poco de ¿tristeza? En su voz—. Yo también he sufrido mucho, ¿sabes? Pero sé que mi sufrimiento es poco comparado al dolor que le hice pasar a la mujer que más he amado.

Observo fijamente a mi interlocutor y no puedo evitar detallarle. Si no fuera por sus ropas desaliñadas y su aspecto sucio, podría decirse que en algún momento fue un hombre atractivo, lo que más me sorprende es el color de sus ojos: ojos grises, tal y como mi madre dijo que era el color de ojos de mi padre.

—Yo le di todo de mí a mi ex esposo —me sorprendo a mi misma al notar cómo le he contado esto a este sujeto—. Lo único que no pude darle, sin embargo, es lo único que él quiere tener en este mundo, por ello, aunque trato, no puedo culparlo de haberlo buscado en brazos de quien yo creí era mi mejor amiga.

—Eso no justifica sus acciones, mi niña —dice—. Si él quería hacer eso, debía ser sincero y confesártelo antes de fallarte, pero bueno, no puedo criticar la cobardía de ese hombre cuando yo mismo he sido un cobarde...

—Si quiere, puede contarme —le digo—. Tal vez hacerlo le ayude a sanar.

El sujeto suspira y permite que lágrimas salgan y surquen sus mejillas.

—De nada me sirve curar mis heridas, niña, no cuando sé que el amor de mi vida ya no está  en este mundo y que, si es que acaso pudo nacer, el fruto de nuestro amor ni siquiera sabe que existo.

No puedo evitar que mi corazón se arrugue al escuchar las palabras del hombre, verlo así tan decaído me recuerda a mi misma los días posteriores al descubrimiento de la traición de Gael e incluso  me recuerda a la mirada llena de dolor  que Gael me dedico desde los ventanales de la que fue mi oficina.

—Tome —digo sacando de mi cartera un billete de veinte dólares—, vaya y cómprele un ramo de flores y pídale perdón a esa mujer tan especial y el resto del dinero, úselo para comprar cualquier cosa que necesite, siempre que no sea drogas o alcohol.

—Gracias, niña, es usted un ángel —dijo mientras se ponía de pie para después arrodillarse frente a mi—. Siempre he querido regalarle a mi amada un ramo de rosas blancas que eran sus favoritas pero nunca he podido hacerlo. Gracias, de corazón, muchas gracias.

El sujeto toma el dinero, rozando fugazmente mis dedos y un escalofrío recorre mi cuerpo: las rosas blancas también eran las flores preferidas de mi madre.

~*~

Llego a casa y comienzo a hacer mi equipaje; se que aún faltan siete días para que me vaya a Nueva York pero no puedo evitar adelantarme en este paso, me conozco y, con lo distraída que soy, sé que, si lo dejo para último momento, algo se me va a olvidar.

Me dirijo a la cocina y lleno un vaso con tequila. Al no tener a Skylar cerca, sé que puedo por fin emborracharme y ahogar mis penas en alcohol, enciendo al radio a volumen bajo y dejo que un especial de música de finales del siglo pasado e inicio de este me hagan compañía.

Así es que al ritmo de Backstreet Boys, Christina Aguilera, Britney Spears y Nsync hago mi equipaje.

Como si fuera obra del destino o de mi mala suerte, justo cuando me encuentro en el fondo del armario uno de los suéter que Gael usaba en la universidad  y que yo había «tomado prestado» en algún momento para usarlo como pijama, la canción Everytime de Britney comienza a sonar y no puedo evitar verme reflejada en la letra de la misma. Así como dice la canción, cada vez que trato de volar, caigo de rodillas y me siento pequeña, tal vez sea que porque aun necesito a Gael  junto a mí, o al menos necesito de su abrazo para saber que lo que estoy haciendo es lo correcto.

Meto la dichosa prenda en mi equipaje sin mirar atrás. Sé que en algún momento debo dejar que los lazos que me unen a él se disuelvan pero aún no, y es que, a pesar de que soy yo quien está poniendo miles de kilómetros de distancia de por medio, no soy capaz de dejarlo ir.

Una vez que mi equipaje está listo, tomo un baño y comienzo a preparar todo lo necesario para hornear pizzas caseras al mejor estilo de mi madre.

—Ya que me voy a dedicar a hibernar en este lugar el tiempo que me queda aquí en Alabama —me digo— puedo aprovechar el tiempo y hornear algo con lo que pueda alimentarme en estos días sin que tenga que volver a cocinar, estoy segura que Gael y mi madre harían lo mismo.

Algo que comparto con mi madre  y con el propio Gael es el amor a la cocina, por ello durante el tiempo que trabaje con Skylar en su primer restaurante, tuve la oportunidad de ayudar en las cocinas y algunos de los platos que aún se preparan en la cadena de locales de mi amigo se hacen siguiendo mis recetas.

—Debo buscar restaurantes donde pueda trabajar en Nueva York —reflexiono—. Gracias a la recomendación que Skylar me obligó a colocar en mi currículo, no me será difícil hallar un empleo.

Ya llevo dos tandas de pizzas preparadas  y el timbre de la puerta de mi casa comienza a sonar con desesperación. Por un instante pienso en dejar que quien sea que toca la puerta se canse y se marche por donde vino, pero sé que el sonido de la música me delata y no puedo fingir que no hay nadie en casa.

—¡Voy! —grito al escuchar como la persona no se conforma con tocar el timbre sino que también comienza a azotar la puerta— ¡vaya a un baño público si es que se siente mal del estomago!

Nunca he sido tan grosera, lo admito, pero no estoy del todo con mis cinco sentidos activados, después de todo, no me he tomado media botella de tequila para mantener la sobriedad.

Abro la puerta sin antes asomarme por la mirilla y al instante pienso en  cerrarla de nuevo: Sarah esta fuera de mi casa, con una mirada que imita a la perfección la mirada asesina de Ted Bundy.

—Si vienes a insultarme, puedes irte por donde viniste Sarah —le espeto dándole la espalda y caminando rumbo a la cocina—. Estoy muy ocupada cocinando como para tener que soportar tus estupideces.

—¡Qué raro! —dice ella en tono burlón—, con razón estas tan gorda, si no dejas de comer como un puerco.

—¡Ya basta, Sarah! —grito, dándome vuelta para enfrentarla—. Tú más que nadie sabe que mi peso se debe a mis tratamientos con hormonas, ¿o acaso olvidas que, antes de mi cáncer, quien tenía más pretendientes era yo?

No estoy mintiendo. Antes de enfermarme, cuando estaba en mis tiernos catorce años, yo era la amiga atractiva del dúo. Si bien no era la más delgada, mis curvas más prominentes no se encontraban en mi abdomen sino en mis pechos y trasero y mi cabello castaño oscuro rozaba mi cintura con sus delicadas ondas, en cambio Sarah era la típica rubia flacucha de piernas largas. Un año y medio después yo pase a ser la niña gorda y de cabello opaco y sin vida mientras que Sarah había florecido. Lo único bueno que me quedó fue que  mis pechos habían pasado de ser unos ya prominentes talla C a ser talla D; no es de extrañar que Gael nunca haya dudado en ser extremadamente codicioso con respecto a ellos cuando hacíamos el amor.

—Eso fue hace mucho tiempo, Lori —dice ella—, ¡qué triste que tengas que valerte de los recuerdos para levantar tu ego!

—¿Qué quieres, Sarah? —pregunto exasperada—. Como te habrás dado cuenta, tengo cosas más importantes que hacer que estar perdiendo mi tiempo contigo.

—Vengo a exigirte que me entregues las llaves del departamento de Nueva York de Gael. Hoy me fijé que faltaban esas llaves y cuando le pregunté a Gael donde estaban, me dijo que tú le exigiste que te las diera y te cediera el departamento…

—¿Y como se supone que yo voy a exigir que Gael me de su departamento cuando ni siquiera sabía que existía? —le interrumpo—. Te conozco,  Sarah, sé que viniste a quitarme las llaves porque tienes miedo de que Gael vaya a verme allá en Nueva York, pero tengo que decirte que no te preocupes: Gael no ha vuelto a esa ciudad en más de ocho años ni siquiera para visitar a su madre, así que ¿de verdad crees que va a cambiar eso para ir a verme? Gracias, pero no creo merecer tanto crédito de tu parte.

La atrape en su trampa. Después de tanto tiempo de amistad, conozco muy bien los  gestos y artilugios que usa Sarah cuando esta celosa, es obvio que las llaves son solo una excusa para hacerme creer que Gael me había acusado de chantajista.

—¿No me crees? —pregunta ella alzando una ceja—. Espera y le marco para que veas que no miento.

Saca su teléfono y comienza a llamar a Gael. Yo tomo la botella de tequila e ingiero un trago directo del envase: si Sarah está diciendo la verdad, voy a tener que emborracharme más rápidamente para olvidar que alguna vez me case con alguien tan cobarde.

—Dime, Sarah —contesta Gael al quinto tono—. Estoy donde el mecánico arreglando la camioneta.

—Solo te llamaba para que me dijeras si de verdad Lori te exigió que le des tu departamento de soltero.

—Sí, lo hizo, Sarah —contesta el y yo siento que el alma se me cae a los pies—. Ya te lo dije, Lorrraine me obligó a darle las llaves para poder firmar el divorcio sin dilaciones en cuanto esté listo, fue por eso que te pedí que no la llames ni la molestes mas, mi amor, para que nos deje ser felices…

No puedo seguir escuchando. Corro a mi habitación, saco las llaves de mi bolso, vuelvo a la cocina y le entrego las mismas a la rubia.

—Son tuyas, Sarah —le digo—. No las necesito, ni a ellas ni a nada que provenga de Gael ni de ti. Ya veré como me las arreglo cuando esté en  Nueva York.

Y aquí estoy yo de nuevo, dejando que Sarah se salga con la suya.

—¿Viste Lori? Gael quiere ser feliz conmigo… conmigo y con su hijo que llevo en su vientre —dice y se coloca las manos en esa zona.

—Ya me quedo claro, Sarah —dije mientras la tomaba del brazo y la sacaba de mi cocina—. Si no tienes nada más que hacer por acá, por favor, solo vete.

Ella comienza a reírse a carcajadas mientras que recorre el camino que la lleva a la puerta de mi casa.

—Sarah —la interrumpo antes de que se vaya—. Dile a Gael que muchas gracias por prestarme su departamento y que no se preocupe, en cuando esté listo el divorcio, yo voy a ser la primera interesada en firmar ese maldito papel.

—Gracias, Lori, gracias —dijo ella con ironía y dándome un beso en la mejilla, un beso que se sintió más hipócrita que el beso de Judas—. Gracias por ser tan amable y por comprender que ni en esta ni en  otra vida Gael va a poder ser tan feliz contigo como lo es conmigo.

Me tomo lo que queda de la botella de tequila de un sorbo mientras veo alejarse de mi casa a quien por mucho tiempo fingió ser mi mejor amiga. Me duele saber la magnitud de la traición de Gael y de ella, pero prefiero dejar que este dolor se ahogue con el alcohol que está quemando mi garganta.

—La vida te va a dar lo que te mereces, Gael —me digo—. Yo por mi parte, renuncio a ti. Renuncio porque no pienso permitir que ni tu ni nadie se interponga entre mis sueños y yo, ya no más.

No sé si es el alcohol que corre en mi sistema o son las cosas que he vivido hoy, pero de algo si estoy segura: la Lorraine Wattson de este momento no es la misma Lorraine de esta mañana, la que se sintió mal al ver el rostro de Gael a través de las ventanas de mi antigua oficina.

—Gael dijo alguna vez que quería seguir conociéndome por mucho tiempo —reflexiono—. Pero estoy segura que ni él ni Sarah van a querer conocer este nuevo lado de mí.

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