Después
Esta noche, como muchas otras, las paso en blanco, dando vueltas en la cama, recordando. Y el ligero roce de Gael en mis mejillas cuando tenía el ataque de asma, tampoco me ayuda, ¿qué pretende Gael?, ¿Qué gana con confundirme? Si tanto se preocupa por mi como dice, no me hubiera engañado con Sarah, ¿o me equivoco?
Cansada de estar acostad, asumo lo evidente y me pongo de pie, dispuesta a arreglar la casa. Comienzo por limpiar la sala, recogiendo los destrozos que hice con el jarrón que le lancé a la puerta cuando Gael se había ido, continuo limpiando la cocina, ordenando el desorden que Gael había hecho cuando buscaba mi inhalador y termino por mi habitación, donde saco mi ropa y aparto lo que estoy convencida de donar.
El vestido blanco que usé para el matrimonio civil con Gael sin dudas encabeza la lista.
Una vez termino y cuando estoy segura que no tengo nada más que hacer, enciendo mi teléfono y me arrepiento al instante: un millón de mensajes de Jenny, con una crisis nerviosa por mi decisión de dejarla a cargo de mis clientes en la firma y otro millón de mensajes, esta vez de Sarah, mejor conocida como la traidora número dos, reclamándome que Gael no había llegado a casa, que ella sabía que estaba conmigo y que si él no regresaba, se las iba a pagar, ¿qué se cree esta tipa? Para comenzar, Gael dejó muy en claro que yo no le importo en lo más mínimo y segundo, ¿Qué yo se la iba a pagar?, ¿acaso se le olvida que Gael sigue siendo mi esposo?, ¡soy yo quien debo reclamarle por haberse abierto de piernas para ofrecérsele a mi marido!
Cierro la aplicación de la mensajería y me dirijo a mi buzón de correo electrónico. Suscripciones, spam, mensaje de los clientes que debo reenviarle a Jenny me dan la bienvenida y, justo cuando me dispongo a salir del Internet para volver a dormir, llega un mensaje, uno que tiene el potencial de cambiar mi vida... uno que representa la ventana que necesitaba que se abriera, en respuesta a la puerta cerrada de mi matrimonio fallido.
˜*˜
Son las nueve de la mañana y tengo que dejar de hacerme la tonta: mi estómago gruñe y se retuerce, reclamando que lo estoy torturando por ya tener seis días sin tener una comida decente.
Decido dejar entonces la huelga de hambre. Me levanto, tomo un baño y comienzo a buscar algo que ponerme, decidiéndome al fin por un jean oscuro, sudadera con capucha, botas deportivas y lentes oscuros. Cuando me miro al espejo, una risa brota desde el fondo de mi garganta, parezco una delincuente que trata de pasar desapercibida ante las cámaras de seguridad de la ciudad.
Cuando me calmo, salgo de la casa y me subo a mi auto. —Tal vez no soy una delincuente —me digo—, pero sí que soy una fugitiva—. Sonrío y me pongo en marcha, un helado de chocolate me está esperando.
Carnes, vegetales, frutas, queso, helado, cereales, leche, salsas, aceite, mayonesa, mostaza, jabón de tocador y para lavar la ropa, desinfectante, champú y tampones colman mi carrito; hago compras que durarían dos semanas si Gael viviera conmigo pero que, al estar viviendo sola, tal vez duren un mes o un poco más. Justo cuando estoy pasando por el área de licores, donde me debato entre tomar una botella de vodka o una de tequila, me reencuentro con una persona de la que he estado huyendo desde el momento en que pasó lo de Gael y Sarah.
—¿Lori? —mi amigo Skylar me mira, sorprendido de verme en esa área específica del supermercado, la última vez que nos vimos fue hace cuatro meses y aún llevaba en mi vientre al último intento que tendríamos Gael y yo con la fertilización in vitro —¿Gael está organizando una fiesta y te envió a hacer las compras?
—No —le contesto, decidiéndome al fin por la botella de tequila—. Todas estas cosas son para mi.
—Okey —dice él, con la duda tiñendo su voz—. Yo pensaba que en tu estado no podías beber.
Lo miro a los ojos y no puedo evitarlo, me lanzo a llorar en sus brazos. Extraño tanto tener a mi lado a mi amigo, extraño sobretodo que él siempre parece dispuesto a protegerme.
—Mi Kimi —Me dice, acariciándome lentamente la espalda— ¿Qué pasó?, ¿por qué está tan derretido tu muro de hielo?, ¿Qué sucedió?
Miro a mi alrededor y veo que personas nos miran, asombrados algunos, con desaprobación otros y decido que debo calmarme: lo que menos quiero es que quienes no saben que mi matrimonio con Gael fracasó, crean que Skylar es el culpable de eso.
—Aquí no —le digo—. Paguemos y vamos a casa, se va a derretir el helado y hay muchos chismosos aquí, dispuestos a arruinarnos.
—Me la sudan los chismosos, Kimi —dice—. Lo que me preocupa es el helado.
Sonrío y nos dirigimos a la caja, pagamos y salimos del estacionamiento. Skylar me ayuda a guardar las cosas en el maletero de mi auto y me mira, tal vez sorprendido al no ver que Gael esté por allí.
—Kimi —dice— ¿Qué te hizo Gael?, no creo que te haya visto antes venir sola a hacer las compras y no creo que tú hayas comprado antes algún tipo de licor.
—En casa te cuento —respondo—. Solo te adelanto que, desde hace un par de semanas, he dejado de ser una mujer de hielo.
Mi amigo me mira con los ojos bien abiertos pero no dice nada más. Sabe que algo malo debe estar pasándome. Ni cuando falleció mi madre yo estuve tan mal como para derribar mi iceberg emocional.
Nos vamos en autos separados y recorremos la distancia que nos separa de mi hogar, en mi caso, recordando el porqué del apodo por el que me llama mi amigo. Skylar es un fanático enfermo de la Fórmula Uno, de esos que madrugan para ver cualquier carrera y hubo una ocasión, cuando apenas estaba comenzando mi relación con Gael, que él y yo discutimos porque él estaba seguro de haber escuchado a Sarah decir que iba a quitarme a mi novio, yo, cegada por mi amistad como estaba, no le creí y le dije que, si eso pasaba, no me importaba, que Gael hiciera lo que le diera la gana. Skylar me dijo entonces que me parecía a Kimi Räikkönen, un piloto de ese deporte, a lo que yo le pregunté porque y él solo dijo «Kimi y tú son iguales, tratan de ser parcos y distantes, pero al final, son más dulces que un helado de chocolate, algo que ambos aman, por cierto».
De haber sabido que Skylar todo el tiempo tuvo razón sobre Sarah, tal vez me hubiese mostrado más emocional y menos racional, tal vez eso me hubiera ayudado a evitar que ella invadiera mi matrimonio, tal vez así hubiera evitado que Gael busque con ella lo que seguro cree que no tiene en casa.
˜*˜
—No, deja eso ahí, Kimi —en cuanto llegamos a casa, Skylar me ayuda a sacar las cosas del maletero del auto y, después de ordenar las compras, me serví un shot de tequila, mismo shot que ahora mi amigo me quita de las manos—. No te he visto beber desde que estudiamos en la universidad y, si no recuerdo mal, la bebida y tú no se llevan muy bien. Mejor esperas que se vuelva a congelar el helado y te sirves una taza.
—No me entiendes, Skylar —me quejo—. Solo sé que necesito anestesiar a mi cerebro y, ¿Qué mejor anestésico que el tequila?
—En primer lugar, ¿para qué necesitas anestesiar a tu cerebro?
Y es allí cuando le cuento todo. Le cuento que, precisamente el último día que nos vimos, que coincidía con la fecha en la que cumplía cuatro meses de embarazo, perdí a ese bebé, bebé que sería el último intento de Gael y mío para tener un bebé pues ya los ahorros de la venta de la casa de mi madre se habían agotado y, sin ellos, no podía someterme nuevamente a la fertilización in vitro, le cuento que después de eso, Gael había estado distante y ausente, cosa que asumí que era mi culpa porque después de la pérdida, entré depresión.
Y, por último, le cuento que hace dos semanas Sarah llegó temprano a casa y Gael me dijo que ese día no iría a la oficina, que se quedaría trabajando con Sarah. Le cuento que, me despedí de él y me fui a la oficina pero que, al llegar, recuerdo que dejé unos documentos importantes en la encimera de la cocina, y que llamé tanto a Gael como a Sarah para pedirles el favor de que me lo alcancen, obteniendo de ambos una no respuesta de la llamada... le cuento que entonces no tuve más remedio que volver a casa, solo para encontrarme con Gael y Sarah, casi desnudos, besándose en mi cama...
—Malditos, hijos de... —Skylar estalla, hecho una furia—. Yo te lo había dicho, Kimi, Sarah era una mala persona, te lo conté desde siempre, ella quería meterse en el medio de su relación y Gael... él es un imbécil... mira que hacerte eso cuando sabe a la perfección que al final de cuentas es tu única familia.
—Lo sé, lo sé —digo—. Y ahora Sarah me reclama, que porque Gael no llegó anoche a casa, que se las iba a pagar, ¿puedes creer su descaro?, ¿acaso se le olvida que, para bien o para mal Gael sigue siendo mi esposo? Además, si, él estuvo aquí ayer buscando sus cosas, pero discutimos y él se fue, no es como si pudiera saber dónde está o con quién.
—Y ahora, ¿Qué vas a hacer? Digo, trabajas con ambos en la firma, no es como si puedas dejar de verlos aunque quisieras.
—Ayer renuncié —le digo—. Lo estuve pensando desde que los encontré aquí y, aunque ayer traté de hacerme la fuerte y fingir que no me importa, la verdad es que aún me duele demasiado lo ocurrido, así que decidí que lo mejor para mi salud mental es irme de la firma y dejar a Jenny, mi asistente, a cargo.
—Si quieres dejo de disfrutar los servicios de la firma y comienzas a trabajar directamente para mi...
Skylar había estudiado finanzas al igual que yo pero en cuanto se graduó, un par de semestres antes que yo, el dueño del restaurante en el que ambos trabajábamos en nuestra época de estudiantes le dejó el negocio a mi amigo y él lo aceptó con gusto. Usó sus conocimientos y los aplicó para cambiar el modelo de negocios de la empresa, convirtiendo así al pequeño restaurante en una rentable cadena de restaurantes que tenía sucursales en un par de estados vecinos. Cuando supo que Gael y yo íbamos a crear una oficina jurídica contable, no lo dudó por un instante y le entregó a la firma la administración de su empresa, convirtiéndose así en el cliente más antiguo e importante de Wattson & Phillips Holding.
—No voy a sabotear a la firma, Skylar—digo—.Te conozco y sé que no te va a costar decirle a tus conocidos que se retiren de la firma y eso la dejaría muy mal parada, no pienso ser la responsable de que Wattson & Phillips fracasé, Jenny es una chica muy inteligente y eficiente, confío a ciegas en ella y sé que puede manejar mi cartera de clientes mejor de lo que yo lo he hecho, además...
—Y además, no quieres arruinar a Gael —me interrumpe—. Te conozco, Lori. Sé que no quieres que abandone la firma porque le arruinarías el sueño a Gael, ¿o me equivoco?
Como si lo hubiésemos invocado, Gael usa las llaves de la casa y, tambaleándose, entra a mi lugar, como si eso fuera lo más común del mundo, como si no me hubiera abandonado hace dos semanas.
—¿Vas a quitarle a la firma la administración de la empresa de tu amigo, Lorraine? —Gael enreda las palabras, evidentemente no pasó la noche en casa con Sarah porque estuvo muy ocupado emborrachándose—, ¿es por eso que te vas de la firma, verdad?, Cómo nuestro matrimonio fracasó ahora quieres sabotear a la firma, ¿ese es tu plan, no es así?
—No sé de qué me hablas —digo, evitando su verde mirada que se fija en mí, acechándome.
—Jennifer me contó todo —dice—. Me dijo que le pediste que tomara tu puesto en la firma, ¿acaso enloqueciste, Lorraine? Esa chica apenas acaba de dejar de ser una simple pasante, ni loco le daré tu lugar como socia de la firma...
Comienza a caminar en mi dirección y, por instinto, me refugio detrás de Skylar. No he visto a Gael tomado jamás, y no estoy dispuesta a comprobar si es de los borrachos que tienen mal temperamento o no.
—No te acerques a Lori, amigo —amenaza Skylar, apretando los dientes—. No voy a dejar que la lastimes, suficiente con que no estuve allí para salvarla de tus infieles garras.
Ambos se retan con la mirada y en la piel comienzo a tener la sensación de que, si no hago algo para evitarlo, este par se va a romper la cara, y eso no es algo que me genere muchas ganas de ver.
—¡Basta, chicos! —Grito, poniéndome en medio de ambos—. Skylar, gracias por lo que hiciste hoy por mí, pero debes irte...
—¿Qué? —pregunta mi amigo—, ¿estás segura?
—Si —contesto—. Gael solo viene a buscar sus cosas y después se va, ¿cierto?
Gael baja la mirada pero no dice nada.
—Está bien —dice Skylar, t ras unos buenos segundos de debate interno—. SI me necesitas, llámame, ¿de acuerdo?
Asiento y él se va de mi casa, no sin antes chocar su hombre intencionalmente con Gael, quien lo mira con ira contenida pero sigue sin hablar.
Cuando mi amigo se va y solo somos Gael y yo, comienzo a caminar rumbo a la cocina, de repente siento que se me baja la presión y quiero creer que una taza de cereal y una banana me ayudaran a sentir mejor.
—Y bien... —comienza Gael, quien me ha seguido a la cocina.
—¡¿Qué haces aquí, Gael?! —grito—. Sé que no es por la firma y, además, ¿Cómo entraste?
Saca las llaves de la casa del bolsillo del pantalón y las coloca sobre la encimera.
—Eres una pésima mentirosa, Lorraine —comienza—. En cuanto me dijiste ayer que habías cambiado las llaves de la casa, supe que estabas mintiendo.
Corta el espacio que nos separa y, sin que yo lo pueda prever, estampa sus labios contra los míos, en un beso necesitado, hambriento y desesperado. Al comienzo, dejo que mi cuerpo se rinda ante el tacto de su boca contra la mía y suelto un gemido, acción que él usa para tomar ventaja e intensificar el beso, barriendo sus manos sobre mi cuerpo, ante lo cual reacciono y lo alejo de mí, maldiciendo a mis hormonas por ser tan débil ante él.
—No quiero que me vuelvas a tocar —espeto, dándole una bofetada que deja mi mano ardiendo y su mejilla enrojecida—, ¿me escuchaste, Gael?, ¡te prohíbo que me vuelvas a poner una mano encima!, ¿te queda claro?
Él me mira de pies a cabeza y yo comienzo a hiperventilar, me preocupa que me vuelva a dar un ataque de asma pero me planto fuerte frente a él, intentando que no note la forma en que sus esmeraldas manchadas me están afectando.
—Ya te lo dije, Lorraine —comienza—. Eres una pésima mentirosa.
Vuelve a unir sus labios a los míos y yo me rindo.
Me rindo porque lo necesito. Me rindo porque su amor es una jodida droga, una que necesito demasiado mal.
Me rindo porque, en cuanto nuestros cuerpos están desnudos y sus caderas se estrellan contra las mías, no hay música más bonita para mis oídos que la que produce el choque de nuestros cuerpos.
Si, lo acepto, me rindo porque Gael Phillips es mi debilidad, mi Kriptonita... y ni su infidelidad, su desprecio ni su falta de amor me importa cuando lo escucho decir mi nombre entre gemidos y, aunque él haya pasado toda la noche tomando, aquí la única borracha soy yo, una jodida borracha de su piel y de sus besos.
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