Antes
Muchas personas inician el día del comienzo de sus estudios universitarios hechos un manojo de nervios, llenos de una inmensa emoción.
Yo, Lorraine Watson, no era como todo el mundo.
Estaba por iniciar el primer año de mis estudios de finanzas en una pequeña universidad local. El campus, pequeño y agradable quedaba a solo quince minutos de mi hogar, lo que era una absoluta ventaja, podía ir y venir a mi casa sin problemas y no tenía que vivir en una costosa residencia.
Creo que eso era lo único que me gustaba de estudiar allí.
Era gracioso, cualquier persona estaría encantada con la oportunidad que tuve: ser aceptada en una universidad cuando ya faltaba poco tiempo para terminar mi último año de preparatoria.
Pero no era la universidad a la que quería ir.
Y, para más detalles, tampoco era la carrera que quería estudiar.
Toda mi vida quise estudiar Literatura, una carrera absolutamente poco práctica diría mi madre, pero era el estudio universitario que quería seguir y por el que tanto me sacrifique cuando estaba en preparatoria. Envíe ensayos a varias universidades de Nueva York, Boston y Washington, confiada de que mi alto promedio académico me asegurarla mi futuro universitario en alguno de esos campus, sin embargo, el resultado de todos aquellos ensayos fue el mismo: una carta, enviada por la coordinación de ingreso de esas universidades, agradeciendo mi interés de querer continuar mis estudios en su escuela, pero, lamentablemente, no había sido aceptada.
Ni siquiera me daban la opción de una lista de espera, no, nada, así que tenía que conformarme con hacerle caso a mi madre y postularme a la pequeña Universidad de Alabama para estudiar finanzas.
—Una vez te recibas y comiences a trabajar —dijo ella—, podrás ir a una escuela privada para que te enseñen a escribir libros.
—No es solo aprender a escribir libros, mamá—repliqué—, es comprender como funciona el mundo literario y editorial actual, como editar, saber distinguir que cosas pueden publicarse y cuales no ella colocó los ojos en blanco. Da igual, mamá —continúe—, voy a graduarme de finanzas, y quizás con el trabajo, termine amando esa carrera.
—Ya sabes lo que siempre digo, Lori —dijo— «Una vez que te acostumbras...»
—«...nada más importa» —completé yo.
Terminé de prepararme para ir a la universidad . Me vestí con un jean oscuro, zapatos de tacón rojo y la camisa azul de mi uniforme como mesera en un restaurante local.
—Hija, ¿si sabes que puedes volver a casa y cambiarte para ir a trabajar?
—Patricia Watson —comencé—. No te preocupes. Todo el mundo me conoce, todos saben que trabajo en ese restaurante, conozco a medio campus así que no va a ser extraño que me vean con mi uniforme, deja de preocuparte, antes que eso, tienes que irte, se te hace tarde para ir al trabajo.
Mi madre negó con la cabeza, sabía que no podía enfrentarse a mi testarudez, así que sabía que tenía que conformarse con abrazarme y darme un beso en la frente antes de toma sus cosas e irse a trabajar. Ella era la mejor madre de todas. Sabía que esas palabras eran un eufemismo, algo que cada hijo dice de su madre, sin embargo, para mí era una aseveración de lo más válida. Y no, no era porque mi madre decidió continuar con mi embarazo a pesar de que mi padre la había abandonado y ella no tenía dinero, estudios universitarios ni un trabajo estable, después de todo, eso es algo que pasan las madres solteras o al menos la gran mayoría. Mi madre era la mejor del mundo pues decidió tenerme a pesar de saber que eso implicaba perder todo contacto con su familia y ser desheredada.
En cuanto llegué a la universidad, salude a un par de caras conocidas y me fui directo al aula donde tendría mi primera clase. Era una mujer con un plan: a pesar de odiar mi carrera, a pesar de que ese no era ni por error lo que esperaba cuando imaginaba mi futuro en una universidad, iba a ser la mejor estudiante de mi generación, aún si eso implicaba con no poder disfrutar de una nutrida vida social, eso no me importaba, tenía que ser la mejor y lo sería, no solo por mí sino por mi madre. Nada ni nadie podía detenerme, era una chica en llamas.
Lástima que todo ese plan se fue al garete cuando lo conocí.
Cuando llegué al salón, este se encontraba vacío, supongo que era porque había llegado unos buenos quince minutos antes. Aproveche entonces esa oportuna soledad para arreglar mis cosas con calma y, aparentemente, tan entretenida estaba que no me percate que no estaba del todo sola, y solo me enteré de eso cuando un carraspeo me sacó de mi nube de distracción.
—Uhm... Lorraine —comenzó una voz que sonaba varonil y al mismo tiempo ligera—, ¿puedo sentarme a tu lado?
Levanté mi vista lentamente para encontrarme, para mayor asombro, con un chico completamente desconocido... un desconocido un poco más alto que yo, de aparente cuerpo atlético, cabello castaño oscuro, ojos de color esmeralda con algunos ribetes pardos, piel blanca con algunos lunares, hoyuelos en las mejillas, sonrisa enigmática y, lo mejor, labios tentadores enmarcados con una pequeña barba prolijamente arreglada.
En resumen: un desconocido que usualmente se podría cruzar contigo si fueras una súper modelo y compartieran con él una portada de revista de modas parisina, y, sin embargo eras afortunada de encontrarlo en una pequeña Universidad de un pueblo alejado de todo y de todos.
—Uhm... hola... me parece que hay muchos más lugares.
Era una perra fría la mayor parte del tiempo, lo admito, pero esta vez mis acciones sí que tenían una razón de ser: tenía que mantenerme enfocada y, para eso, tenía que estar a salvo de los ataques de esa verde mirada y esa brillante sonrisa.
—Lo sé, Lorraine —dijo— pero no me decido a tomar esa alternativa.
Y así fue que supe que lo mejor que podía hacer era encogerme de hombros y dejarle un lugar para que se siente a mi lado, a lo que el contestó sonriendo y sacando sus cosas de su bolso con una emoción que solo podía comparar con la de un niño la mañana de navidad cuando descubre debajo del árbol está el regalo que anheló durante mucho tiempo.
—Uhm... a todas estas —dije rompiendo el silencio que se había impuesto en el lugar—, ¿cómo sabes mi nombre?
Levantaste tu mirada en mi dirección para luego apuntar el lado izquierdo de tu camisa mientras sonreías.
—Oh —dije mientras miraba hacia ese lado de mi propia camisa y veía mi nombre bordado en ese lugar —, ¡disculpame, creo que estoy medio dormida todavía!
—No te preocupes —respondiste—, no pasa nada.
—Igual —dije mientras extendía mi mano en forma de saludo—, soy Lorraine Watson, aunque todos me conocen como Lori.
—¿Lori? —preguntaste al tiempo que enarcabas una ceja—. Uhm, me gusta más como suena Lorraine, Lorraine. Soy Gael, por cierto
—dijiste mientras tomabas mi mano, correspondiendo así a mi saludo.
Es justo decir dos cosas, la primera es que nunca me había gustado tanto el sonido de mi nombre hasta el momento que lo escuché de aquellos labios, y la segunda es que ese simple roce de su piel contra la mía había logrado colapsar mis sentidos desde el dedo chiquito de mi pie hasta la última neurona de mi cerebro.
—Bonita sonrisa, Lorraine —al parecer el embotamiento que me habían causado sus recientes acciones habían quedado en evidencia cuando él hubo mirado en mi dirección y observó como sonreía distraídamente—, bonita sonrisa.
Iba a responderle cuando ingresó al salón un tropel de estudiantes y entonces preferí llamarme al silencio.
Momentos después entraron el resto de los alumnos antecediendo al ingreso del profesor Bowers, quien sería el encargado de impartir la asignatura de Fundamentos Administrativos. Todo transcurría de forma normal y, hasta me atrevería a decir que un poco aburrida cuando, media hora antes de que terminara la clase, Gael colocó su brazo por encima de mis hombros, en un inesperado abrazo.
—¿Te molesta que te abrace? —quiso saber Gael con un susurro, supongo que al darse cuenta del sobresalto que dicho abrazo me había ocasionado.
—No, no, para nada —respondí en voz baja mientras acomodaba nerviosamente un mechón de cabello detrás de mi oreja—, es solo que me tomaste desprevenida.
Sonrío el muchacho ampliamente y dejó entonces su brazo sobre mi hombro.
Ese fue el momento en que lo supe, no importaba lo estúpido que sonará aquella afirmación pero resultaba imposible simular lo contrario: yo, Lorraine Watson, se había enamorado perdidamente de aquel muchacho de orbes esmeraldas moteadas con tonos pardos.
Al término de aquella clase comencé a preparar mis cosas con la finalidad de dirigirme a mi próxima clase, Introducción a la Contabilidad, la cual sería en otro módulo del Campus.
—Bien, creo que tengo que irme —dije cuando terminé de alistar mis cosas— ¿Vienes o te quedas? —Completé con una sonrisa esperanzada; si al menos iba a tener a semejante espécimen masculino haciéndome compañía, ya no me resultaría tan aburrido mi porvenir como estudiante de finanzas.
—No, me quedaré aquí —dijo, minando un poco mi alegría—. Tengo clase de Introducción al Derecho en esta misma aula.
—Okey —dije, sonando un poco menos alegre de lo que había estado en todo el día; conocía a muchas de las chicas que pertenecían a la escuela de Derecho de la Universidad de Alabama, mi amiga Sarah incluida, y sabía que no había manera en que alguien tan simple como yo pudiera competir por la atención de ese muchacho. —Nos vemos por ahí, supongo —dije mientras terminaba de tomar mis cosas y comenzaba mi camino a la salida de dicha aula.
—¡Espera! —Dijo al tiempo que me alcanzaba en el pasillo— ¿qué vas a hacer hoy a la salida de clases? ¿te gustaría almorzar conmigo? Lo digo porque así nos podríamos poner de acuerdo para la primera asignación que dejó el profesor Bowers, ¿qué opinas?
Mi lado responsable me decía que le dijera que no podía, que tenía que irme a trabajar y que de todas maneras en el restaurante me iba a estar esperando mi amigo Skylar con mi almuerzo preparado, listo para que le cuente los detalles de mi primer día de clases y dispuesto a prestarme sus conocimientos para las asignaciones que tendría pendientes, por estar él un par de semestres más avanzado.
—Está bien —respondí, muy al contrario de lo que yo misma hubiese esperado, mandando al carajo al lado responsable de mi mente—. Nos vemos en la cafetería a la hora del almuerzo.
Me dedicó una de esas sonrisas marca registrada que tenía y yo retomé de nueva cuenta mi camino al otro módulo, mi plan de chica en llamas y súper puntual completamente trastocado.
—¡Espera, Lorraine! —Gritó de nuevo, haciendo que yo me diera vuelta de nuevo, sonrisa en mi rostro pintada.
Luego de eso, los eventos comenzaron a producirse en cámara lenta, y en mi mente el resto de los estudiantes y profesores que pasaban por aquel pasillo desaparecieron, dejándonos a nosotros dos como únicos habitantes. Gael extrajo su celular del bolsillo de su pantalón y, sin que yo hiciera nada para evitarlo, terminó tomándome una fotografía.
—Bonita sonrisa, Lorraine —dijo, mientras grababa la imagen tomada—, bonita sonrisa.
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