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ANTES

—¿Puedo bajar?

Gael y yo habíamos llegado a mi casa después lo que parecía una reconciliación. Me negaba a darle ese título a lo que pasó entre nosotros pues, ¿Cómo te puedes reconciliar con alguien si ni siquiera teníamos una relación en primer lugar?

—No lo sé —dije, dubitativa—. Mi madre no está en casa, no creo que sea lo correcto…

—¿Y eso?, ¿Por qué no está tu madre en casa?, ¿pasó algo?

Suspiré. Esa era una de las razones por las que no quería volver a casa esa noche. Como siempre ha sido mi costumbre, prefería huir de las cosas que me dañaban antes que tener que enfrentarlas.

—Mi madre está en el hospital —dije, conteniendo las ganas de llorar—. Hace tres días ella y yo dormíamos tranquilamente y luego la escuché quejarse. Me levanté corriendo, entré a su habitación y tuve que correr en su ayuda: había tenido un infarto.

—Cielos, Lorraine, lo siento —dijo él mientras me tomaba de las manos—, ¿y cómo esta ella?, ¿está bien?

—Sí. Afortunadamente la socorrí a tiempo. Mañana le dan el alta. Por eso estoy aquí, de hecho. Ella me pidió que durmiera aquí en casa para que pudiera prepararle algo rico de comer.

—Pues —dijo él, sonriendo—. No sé si te lo dije pero… soy casi un chef profesional —alardeó, haciendo un gesto gracioso con las manos que me hizo reír—. Hablo en serio, Lorraine. Mi madre y su pareja pasan mucho tiempo fuera de casa, así que me tocó aprender a cocinar sino quería morir de inanición.

—No lo sé, Gael… no creo que sea correcto que tú y yo estemos solos…

Tenía mis razones. Es decir, entre Gael y yo había demasiada tensión sexual, era bastante obvio para quien nos mirase que, para ese momento, nuestros cuerpos ya no solo se conformaban con el roce de nuestros labios, nuestras hormonas pedían más, mucho más, y no me sentía lo bastante fuerte como para resistirme a caer rendida ante ese impulso.

—No haremos nada, Lorraine —rogó él, adivinando el rumbo que tenían mis pensamientos—. Solo te ayudaré a preparar lo que necesitas para esa comida y después me iré a casa, lo prometo.

Comencé a debatirme en mi mente si era correcto o no, y no era porque pensaba que Gael no iba a ser capaz de cumplir su promesa, mi problema era que no estaba segura de querer que él la cumpliera.

—Está bien, Gael —dije, con mi voz llena de resignación.

La sonrisa que él me dedico era más que suficiente para decirme que había tomado la decisión correcta: sonrió como un niño en la mañana de Navidad.

Entramos a mi casa, coloqué mi bolso en el sofá y guié a Gael rumbo a la cocina.

—¿Y bien?, ¿Qué vamos a hacer? —preguntó él.

—No lo sé —contesté—. Mi madre me dijo «cocina algo rico», el problema es que su definición de algo rico no coincide para nada con lo que su cardiólogo recomienda para su salud.

—Uhm… vamos a ver —dijo él mientras caminaba alrededor de la mesada—. Necesitamos lechuga, rúcula, mango, rabanitos, tomates cherry, mostaza de Dijon, vinagre y miel, ¿lo tienes todo?
Le pedí que me repitiera de nuevo los ingredientes a medida que los buscaba, afortunadamente, teníamos todo eso en casa.

—Listo —dije mientras colocaba todos los ingredientes en una cesta.

—Perfecto —contestó él—. Con eso puedes preparar una deliciosa ensalada que queda perfecta como plato de entrada.

Lo miré, sorprendida. No lo había querido creer, pero de verdad las decisiones que había tomado sonaban como las de un cocinero profesional.

—Genial —dije, una vez salí de mi estupor inicial—, ¿crees que ese plato combina bien con una pizza vegetariana o combina mejor con unas milanesas de pollo con ensalada de lechugas mixtas?

—Pizza —dijo él, rápidamente—. Sin duda, pizza.

Sonreí. No me gustaba alardear, pero era bastante buena horneando pizza.

—Nos falta el postre —dije mientras bostezaba por accidente. Tantas noches de mal dormir sumado al cansancio de ese día me estaban pasando factura—. Lo siento —me disculpé.

—No te preocupes —dijo él mientras me acariciaba la mejilla—, ¿Por qué no vas a cambiarte y a quitarte el maquillaje? Tal vez eso te ayude a despejarte un poco, yo mientras tanto pienso en que postre podemos hacer, ¿te parece?

Sonreí y le di la razón. Eso era justo lo que necesitaba.

Salí de la cocina, tomé mi bolso para guardarlo en mi habitación y, al escuchar algunos ruidos provenientes de la cocina, volví sobre mis pasos, para encontrarme con Gael, caminando alrededor del lugar, revisando la heladera y la despensa como si eso fuera lo más común del mundo. No pude evitar preguntarme si así  seria mi vida si él decidía quedarse a mi lado.

—Ve a cambiarte, Lorraine —dijo él sin dejar lo que estaba haciendo—. Hazlo si no quieres que yo me vaya a quitarte lo que llevas puesto.

En ese momento enfocó su mirada en la mía y no pude evitar hiperventilar: sus pupilas dilatadas brillaban más que las estrellas que adornaban el cielo nocturno de esa noche.

Caminó en mi dirección  y, sin que yo pudiera evitarlo, unió sus labios a los míos en un beso desesperado y urgente.

—No sabes lo que provocas en mi, Lorraine —susurró mientras colocaba sus manos en mis caderas.

Solté un gemido y él aprovechó eso para hacer más profundo el beso.

Me separaré de él porque me faltaba el aire y coloqué mis manos en su pecho mientras que él apoyaba su frente contra la mía.

—¿Sabes lo que estoy pensando en este momento? —preguntó.

—No —respondí en un susurro.

—Pienso que me gustaría mucho que esta cocina no fuera solo tuya y de tu madre, sino que también fuera mía… pienso que ni en la casa de mi padre me siento tan feliz como me siento aquí y eso es solo porque este es tu lugar… te quiero, Lorraine… te quiero y ya no puedo imaginarme mi vida sin ti.

Apoyé mi cabeza en su pecho y me dejé embriagar por el ritmo acelerado de su corazón, ritmo que me decía que las palabras que salieron de sus labios se habían vestido de sinceridad.

—Gael… siento que esto es demasiado…

—Si... es demasiado… porque siento demasiadas cosas por ti, Lorraine.

Enfoqué su mirada, tratando de buscar el mas mínimo rastro de falsedad pero no pude hallarlo.

—Me voy a cambiar —dije, evitando el tema, como siempre—. Ya regreso.

Me separé de él y me fui casi corriendo a mi habitación.

—¿Qué te pasa, Lori? —Me regañé— ¡Contrólate, tú no eres así!

Apoyé mi espalda en la puerta de la habitación. Las cosas habían ido demasiado lejos y todo era mi culpa.

—¿Qué pensabas, Lori? —Seguí cuestionándome—¿pensabas que él quería venir a jugar a las cartas contigo? ¡Tonta, tonta, tonta!, Es obvio lo que él quiere…

Me metí en el baño, me lavé la cara y después me cambie de ropa. Decidí usar un pantalón de chándal y un suéter ancho, me liberé de mis zapatos de tacón y decidí quedarme descalza, desordené mi cabello y lo sujeté después en un recogido desprolijo.

Tomé dos respiraciones profundas y salí rumbo a la cocina. Una parte de mi esperaba que Gael me siguiera esperando pero una parte aún más grande estaba convencida de que él se había marchado sin despedirse.

Ninguna de las dos partes estaba preparada para lo que vi cuando volví a la cocina: No solo Gael me estaba esperando, sino que estaba tarareando una melodía que me hacia recordar la canción Yellow de Coldplay mientras preparaba una masa para tartas.

—Pensé que el postre podía ser un pie de limón —dijo él, sin mirarme— ¿te gusta?

Gael levantó la mirada y enfocó sus ojos en mi.

—¡Wow! —dijo él mientras dejaba lo que estaba haciendo a mitad de camino para cortar toda la distancia que nos separaba— ¡wow!

Unió sus labios a los míos y el mundo entero se detuvo. No me importaron mis prejuicios, no me importó el qué dirán, no me importaba siquiera si él se iba después de ese instante, no me importó si él quisiera alejarse para siempre… no me importó nada más que él y solo él.

—¿Dónde estuviste toda mi vida, Lorraine? —susurró él mientras besaba mi cuello y jugaba con el borde de mi sudadera.

—Estaba justo aquí —respondí con los ojos cerrados, totalmente embriagada por sus besos, palabras y caricias.

—Y ahora estás conmigo, Lorraine Watson —dijo mientras sus caricias traviesas se aventuraban a recorrer el camino hacia mis pechos—. Desde ahora y para siempre, mi amor.

Salimos de la cocina y casi como si flotáramos en una burbuja invisible nos dirigimos hacia mi habitación sin cortar el beso.

—Se que no estás lista, mi vida —dijo el al notar el temblor de mi cuerpo una vez que me recostó delicadamente en la cama—. Por eso hoy solo voy a besarte, ¿me dejas?

—Si —respondí sin titubear—. Quiero que me beses.

Gael sonrió y se recostó a mi lado para volver a besarnos. Nunca lo pensé, nunca lo imaginé, pero sus besos y caricias se sintieron desde ese momento como lo único que me hacía falta en la vida para ser feliz.

—¿Te imaginas, Lorraine? —preguntó él una vez que dejamos de besarnos y nos encontrábamos uno al lado del otro, yo con mi cabeza apoyada sobre su pecho y el dibujando patrones inconexos en mi espalda—. Tu y yo, viviendo juntos, planeando nuestras comidas para después cocinarlas, haciendo juntos el resto de los quehaceres, criando a nuestros hijos…

Ante la mención de los niños, mi mente dejó de imaginar ese mundo idílico que él me estaba dibujando…

—¿Hijos? —dije, tratando de esconder mi rostro en el hueco de su cuello.

—Si —susurró él, estremeciéndose por culpa de lo que mi respiración le produjo cuando mordí levemente el lóbulo de su oreja—. Quiero hijos, Lorraine, mínimo dos…

Su voz cambió y pude notar la melancolía haciéndose camino.

—Verás —continuo—. Cuando paso lo de Charlotte me prometí a mi mismo que me iba a asegurar de intentar tener una relación con alguien que estuviera en el mismo lugar que yo, que quisiera las mismas cosas… todavía me parece tan injusto lo que ella hizo, quitarme la oportunidad de ser padre, sin siquiera preguntarme si yo quería hacerme cargo del niño, porque, te lo juro, yo estaba dispuesto a pedirle que diera a luz y después se podía ir adonde quisiera, sin siquiera tener que pensar en que había dejado a su hijo atrás…

—No muchos harían eso —dije—. Mi padre, por ejemplo. Mi madre me cuenta que lo primero que él le dijo cuando ella le contó que estaba embarazada fue «supongo que no piensas tenerlo, ¿o me equivoco?». La única respuesta que mi madre le dio fue asestarle una bofetada e irse corriendo de ahí, sin importarle que afuera el cielo parecía a punto de caerse a pedazos con toda la lluvia que estaba cayendo.

—Lo siento, mi amor —dijo él mientras me acariciaba la mejilla.

—Gael —le dije, con temor a lo que él me fuera a responder—. Si se llegara el caso, o sea, si nuestra relación logra alcanzar ese nivel y descubrimos que yo no puedo tener los hijos que tanto anhelas, ¿Qué harías?

Se quedó en silencio. Pude ver los engranajes de su cabeza trabajando a toda velocidad.

—Si lo descubrimos mientras lo estamos intentando, te apoyaré en todo lo que quieras hacer y ya como última opción, aceptaría que tengamos que recurrir a la adopción. Pero, si tu sabes desde ahora que no puedes tener hijos, necesito que me digas la verdad pues, aunque suene egoísta de mi parte, no me siento capaz de desarrollar una relación con alguien con quien no puedo obtener lo que más deseo en la vida.

Cerré los ojos. Los cerré con fuerza. Sabía que en algún momento de mi vida iba a odiar a mi cuerpo por ser completamente inútil para concebir, pero no sabía que ese momento llegaría justo después de mi primera sesión de besos con un chico del que estaba segura me estaba enamorando.

—¿Pasa algo, mi amor? —Le oí decir mientras que yo reprimía las ganas de llorar—. Te quedaste callada, ¿está todo bien?

—Si —respondí, tragando el nudo que se acababa de formar en mi garganta—. Es solo que ya es tarde, creo que deberías irte a casa, tu padre debe estar preocupado…

—Soy un adulto, Lorraine —dijo con suficiencia—. Somos adultos, mejor dicho. Estoy bastante seguro que puedo llegar a la hora que quiera a mi casa.

—Me gustaría decir lo mismo pero no —le digo—. Mi hora de toque de queda es a las once de la noche, ni un minuto más.

—¿Toque de queda?  —Se separó de mí y me miro con diversión bañando sus ojos—. Dime algo, Lorraine, ¿eres real? Digo, nunca nadie te ha dicho lo hermosa que eres, tienes un toque de queda que me permite intuir que nunca has ido a una fiesta, por eso te pregunto, ¿eres real?

Comencé a reír. La forma en que me miraba y la pregunta que me hizo me hacía sentir como una especie indescifrable ante su mirada.

—Acertaste en dos cosas, tengo una hora de toque de queda, algo que al parecer es muy extraño y no, nunca he ido a una fiesta, pero si hubo un chico que me dijo que era hermosa alguna vez…

—¿Ah sí? —preguntó, alzando una ceja—. Como me dijiste que no te gustaban los cumplidos, pensé que nunca habías estado en una relación…

—Pues te equivocaste —le dije antes de acariciar la punta de su nariz—. Se llama David Leiva. Lo conocí mientras estaba luchando con mi cáncer de ovario y él también, en su caso, un cáncer de hígado. Su vida estaba en un punto muy oscuro cuando nos conocimos: Le reclamaba a su padre que lo dejara de intentar, que lo dejara abandonar el tratamiento y lo dejara vivir lo mucho o poco que le quedara bajo sus propios términos así como lo había hecho su madre un par de años antes.

»Escuché su conversación por accidente y me propuse ayudarle a recuperar su fe y sus ganas de vivir. Me hice su amiga y poco a poco nos fuimos enamorando. Nuestra relación no tuvo un punto final, él se recupero lo suficiente para irse a Nueva York a vivir con su tía justo cuando, por complicaciones con el tratamiento, me habían tenido que inducir a un coma. Lo último que recuerdo de él fue su voz diciéndome que era hermosa.

No pude evitar sentirme nostálgica. David fue al único chico a quien le dije mis temores sobre que jamás iba a poder tener hijos y él me dijo «que no puedas ser madre no te hace menos mujer o menos especial de lo que eres, Lori, porque lo eres. Eres demasiado especial».

—¿Debo ponerme celoso? —la voz de Gael me sacó de mis pensamientos, sin querer me había quedado colgada del recuerdo de David.

—No —le dije—. No porque no somos nada —me burlé de él y me levanté de la cama. Sabía que esa era la única forma de hacer que él se fuera a su casa.

—¿Ah sí? —Me preguntó él , alzando una ceja—. Por si no lo sabes, desde hoy eres mi novia —dijo, recalcando el pronombre posesivo.

—No, no lo soy —dije—. No lo soy porque aún no le has pedido permiso a mi madre.

Salí de la habitación y caminé hacia la cocina, necesitaba con urgencia un vaso con agua. Sentí a Gael imitando mis pasos.

—¿De verdad tengo que pedirle permiso a tu madre? Preguntó, ante lo que yo me limité a asentir—. Definitivamente, tú no eres real —dijo con una risita socarrona.

—Así soy —refuté—. Me tomas o me dejas…

—Pues… te tomo… —dijo, desafiándome con la mirada—. Prepara un plato mas, mañana vengo a almorzar con ustedes.

—¡No! —chillé— ¡tú no vas a hacer eso!

—Nos vemos mañana, futura novia —dijo él, saliendo de la cocina y caminando hacia la sala.

En cuanto salió de mi casa, solté el aire que no sabía que estaba conteniendo, ¿yo siendo novia de alguien que deseaba algo que nunca podría darle? Eso no tenía ninguna forma de salir bien, ninguna.

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