Nuestros lazos
Golpeó el tercer cigarrillo de la mañana contra el borde de la ventanilla del coche. Llevaba cerca de cuarenta minutos estacionado en la séptima avenida, aguardando por el tren que llegaría a la Estación Pensilvania de la calle 34, con el hermano de su novia. Las veredas eran un hervidero de personas que caminaban a prisa en ambas direcciones. Y el Madison Square Garden, que ocupaba toda una esquina, tenía el tránsito de un hospital.
El teléfono comenzó a sonar de repente. Tiró el cigarrillo, bajó de su Civic negro y contestó.
—Sí, Nathan, ¿seguro que bajaste bien?... ajá, bueno, cuando salgas verás un coche negro estacionado frente al Capital One Bank, justo detrás de ti —se recargó sobre la parte trasera del coche.
No había tenido tiempo de arreglarse; una ducha rápida, peinó hacia atrás su cabello azabache, se colocó un traje oscuro y salió, con los lentes de sol ocultando las ojeras. Había peleado con Judith; había dormido en el sillón. No por pedirle que su hermano se quedara a vivir en su apartamento mientras cursaba sus estudios terciarios, sino que por informarle de eso un día antes de lo arreglado sin su consentimiento. Pudo cruzar algunas palabras con ella antes de que se fuera a trabajar; aceptó las disculpas a pesar del enojo, trató de entender sus razones, y por eso también tuvo que salir de apuro a buscar al muchacho.
—Voltea... —sugirió, viendo al joven sostener su móvil mientras arrastraba una enorme maleta negra.
Nathan se dio la vuelta de inmediato, encontrándose con la figura de un hombre alto que avanzaba con una sonrisa. Ambos colgaron. Los dorados cabellos rebajados hacia su delicado rostro le recordaron a Judith, cuando amanecía despeinada. Era sorprendente el parecido entre ambos. La gran diferencia estaba en las pecas de su nariz, bajo la expresión aterrada de dos preciosos ámbares.
—Bien, voy a extrañar demasiado Cooperstown —comentó él, tratando de no estorbar en el paso.
—Con el tiempo te acostumbras. —Lo ayudó con el equipaje, colocándolo en el baúl—. Podemos ir a comer algo si quieres, tu hermana no llega hasta la noche, ¿almorzaste?
—No, no tuve tiempo, en realidad estaba demasiado nervioso por el viaje. —Se encogió de hombros—. Todavía lo estoy.
Darrell alborotó el cabello del chico con una mano. Según Judith, tenía dieciocho años; para él no era más que un niño. Le daba nostalgia de sus primeros días en St. Luke's, cuando todo le parecía nuevo y aterrador. Sería difícil para un muchacho que había vivido toda su vida en las afueras de Cooperstown, tan alejado de la ciudad, adecuarse al ajetreado ritmo de la misma. Se compadecía de él. Por otro lado, era un joven apuesto, seguramente encajaría de maravillas en cualquier Universidad, estaría dentro del grupo de los populares, como alguna vez lo estuvo él. Sonrió por ello. Encendió un cigarro y cruzaron la calle rumbo al McDonald's.
—¿Cómo es Cooperstown? —preguntó mojando una papa frita en kétchup.
Luego de ordenar, se sentaron en una mesa cerca de la ventana.
—Aburrida, es siempre más de lo mismo. Me gustaba montar a caballo con mis amigos cuando hacía calor —paseaba la mirada por la séptima avenida—. Qué cantidad de gente.
Darrell se quitó los lentes, masajeándose los ojos para luego dedicarle una mirada cansada a su acompañante. Nathan volteó al sentirse observado, encontrándose con aquellos afilados ojos color plata que lo inquietaron, y prosiguieron a ponerlo nervioso.
—Siempre es así, es la vida que llevan muchos. Algunos lo llaman "correr tras un sueño", otros dicen que es supervivencia, como sea, lo cierto es que cuando hay trabajo nunca se para.
El muchacho terminó de comer su hamburguesa, se limpió la boca con una servilleta y rió.
—Entonces nunca tienen sexo —espetó bromeando.
Darrell soltó una carcajada, no esperaba un comentario de ese tipo.
—¿Qué?, claro que sí. Bueno, a veces. ¿De verdad quieres saber? —alzó una ceja divertido.
—¿Tú y mi hermana?, no, gracias —hizo una mueca de disgusto—. Por favor, qué asco.
Pasaron un buen rato conversando, tonteando.
Darrell debía pasar por su oficina a recoger unos documentos antes de volver a Brooklyn, así que luego de pedir un helado se dispusieron a volver al coche. Condujo por la séptima avenida hasta Viles MA. Sus asistentas lo saludaron cordialmente como siempre cuando ingresó al edificio. Fueron hacia los ascensores y subieron hasta la oficina. Nathan se maravilló ante la decoración, le gustaba ese estilo maduro que tenía el diseño contemporáneo. Se dejó caer sobre un sillón mullido de color blanco que bordeaba una esquina, examinando las botellas del elegante bar de salón que se acoplaba a la pared.
—Tu apartamento tiene que ser un palacio si esta es tu oficina —se recostaba sonriendo, admirando una copia de "La batalla de Anghiari" que colgaba sobre su cabeza —. Da Vinci —aseveró.
Darrell disfrutaba de un acompañante informado; le robó una media sonrisa mientras guardaba unos ficheros.
—¿Quieres un trago?
—O dos —aceptó sin más —. ¿Eres aficionado del arte?
Se enderezó y cruzó la pierna con una sonrisa. Darrell no advirtió aquella imagen que se le hizo tan familiar, se sintió algo incómodo de revivir tales recuerdos en ese momento. Desvió la mirada dirigiendo su atención a los vasos de la fina estantería de vidrio del bar, tomó dos, les colocó hielo y sirvió Martini.
—Me gusta la simbología de ese cuadro en especial: el hombre que lucha para vencer sus miedos —llevó ambos vasos hacia donde estaba el muchacho y se sentó a su lado, ofreciéndole uno.
—¿Has tenido que vencer tus miedos?
Agitó el hielo con un ligero movimiento de muñeca y se ladeó, apoyando el brazo en el respaldo del sillón. El morocho se sonrió observando hacia el frente, admirando el cielo a través del gran ventanal detrás de su escritorio.
—Puede que... —se interrumpió al oír el tono de llamada—, disculpa, enseguida vuelvo.
Sacó el celular del bolsillo, atendió y salió por la puerta.
Nathan se levantó con el vaso en la mano, acercándose a la biblioteca que estaba del otro lado de la sala. Encontró títulos interesantes, la mayoría eran libros de economía e historia. Sacaba uno aleatoriamente; ojeaba el contenido y lo devolvía. Se detuvo en un libro de lomo oscuro, no tenía ninguna aclaración en el, así que lo tomó entre manos y lo abrió al centro, donde halló una fotografía dada vuelta. Se llevó una gran sorpresa al mirarla; era un muchacho el que besaba a Darrell, un joven muy apuesto de cabello cobrizo. Volvió a ver la parte de atrás, sólo había una firma que decía "Colin Hawk" con un corazón; databa dos años atrás en el extremo inferior. Le extrañaba que aún la conservara tan guardada, quizá un antiguo amor cuya foto quedó olvidada en aquel libro. La dejó en el lugar, cuidando que quedara todo tal cual estaba.
No le molestaba la idea de que Darrell fuera bisexual, prefería pensar eso que irse por las ramas e imaginar que engañaba a su hermana por ocultar las apariencias. Volvió al bar para servirse dos medidas más, y algo mareado se fue a caer al sillón, preguntándose qué tanto hacía él; sin poder alejar la imagen de la fotografía de sus pensamientos.
Darrell paseaba por el pasillo de un lado al otro.
—No entiendo cuál es el capricho de volver a firmar con él, bien sabes que no estamos liberando puestos. Tenemos demasiado trabajo: sesiones, comerciales, desfiles. ¿Quién está comunicándose con él?, averigua eso y vuelve a llamar. No tenemos más lugar —sentenció y colgó.
Guardó el celular y llevó ambas manos a su cabeza. Comenzaba a dolerle el estómago. No podía pretender ignorar lo que sucedía en su interior cuando recordaba a esa persona. Creyó haber superado lo de Francia años atrás; prometiéndose no volver a pensar en nada referido al tema. Respiró hondo y volvió a su oficina.
Halló a Nathan dormido con el brazo colgando sobre el sillón; parecía un ángel devuelto a la tierra por capricho de fuerzas mayores. Se acercó, se sentó a su lado y corrió los mechones que se esparcían desordenados sobre su frente; tenía muchísimas ganas de llorar.
El sentimiento de soledad de aquel entonces golpeaba a la puerta de su corazón, doliendo como nunca. De pronto se le ocurría odiarlo, podía hacerlo; juzgarlo por haber roto sus promesas. No entendía qué buscaba tratando de regresar después de tantos años de espera, de astillarse hasta quebrarse con cada día que pasaba sin siquiera una llamada. Todavía juntaba sus pedazos para ver si podía compartirlos con alguien más.
—Darrell... —llamó con la voz ronca al notar la figura del hombre sentado a su lado.
Lo sujetó firme del brazo cuando notó que se levantaba con los ojos llenos de lágrimas; no dijo nada más, lo abrazó. Se aferró de su cuello, arrodillado sobre el sillón. Darrell se quebró. Rodeó su pequeño cuerpo con ambos brazos y lloró en silencio.
—¿Quieres hablar? —preguntó tímidamente luego de unos minutos.
Darrell se separó de él con una sonrisa. Sacó un pañuelo del bolsillo interno de su chaqueta y se limpió el rostro. Negó con la cabeza.
—Volvamos a casa —sugirió—, tu hermana volverá en unas horas, quiero darte lugar para que te instales, arregles tu cosas, te des un baño; lo que se te ocurra.
—Está bien, ¿ya está todo arreglado?
Se levantó tomando los vasos para llevarlos de vuelta al bar.
Verlo llorar le había dejado una terrible sensación de desasosiego; se veía tan roto cuando indagó en esos profundos ojos grises, que tan sólo se impulsó a abrazarlo. ¿Qué pensaría Darrell de él?, que era un niño tonto e impulsivo, un atrevido; así se sentía.
—Sí, ya está —confirmó el mayor, arrancándolo de sus pensamientos.
Condujeron de vuelta a Brooklyn tras recorrer algunos de los salones más bellos de Viles MA.
La radio transmitía Blame de Calvin Harris, ocupando la atmósfera del coche. Entraba un relajante calor árido por la ventanilla; cerró los ojos disfrutando aquella brisa que despejaba su rostro y zumbaba sobre sus oídos. Bajaba el sol y las luces se encendían paulatinamente por las calles de Manhattan. Darrell no solía hablar cuando conducía, le gustaba estar atento al alocado tránsito. Nathan se abandonó a sus pensamientos sobre él; la curiosidad no paraba de insistir sobre esas lágrimas derramadas en su hombro. El día fantástico que había pasado con aquel completo extraño se terminaba, repleto de misterios que no podía desentrañar con preguntas. De pronto le importaba demasiado.
Cruzaron el puente, y con la mente volada a un montón de ideas confusas, se vio detenerse frente a un edificio alto, rodeado de un bellísimo jardín.
—Llegamos —anunció Darrell—, ¿te dormiste?
—No, estaba pensando cosas. ¡Woah! —exclamó sacando la cabeza por la ventanilla—, ¿es tuyo?
—¿Mío? —Rió—. No, vivo en el piso cuarenta y dos.
Bajaron del auto, sacaron la maleta del baúl e ingresaron al edificio. El portero los recibió con una sonrisa. Le entregó la llave del coche indicándole que lo estacionara donde siempre y subieron por el ascensor hasta su apartamento.
Judith estaba esperando sentada en uno de los sillones de la sala, viendo televisión. Su rostro se iluminó al escuchar la puerta; se levantó a prisa para recibirlos. Nathan dejó la maleta a mitad de camino y corrió a abrazar a su hermana. Ver aquel cuadro le generó una gran satisfacción, lo llenó de nostalgia.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro