5.El intruso
—¡Eso es trampa! —Jane gritó.
¿La razón? Pues ella había perdido por sexta vez en el juego de dauntless. Pasamos toda la tarde jugando algunos juegos de Nintendo, y en todos terminé como ganadora.
—Deja de quejarte y acepta que perdiste.
—Bueno sí —, sonaba resignada —pero aún no hemos jugado Overcooked. Estoy segura que en ese te ganaré.
Y ahí estaba de nuevo.
Era una chica muy competitiva.
—Lo mismo dijiste en los últimos cinco —le recordé.
—Pues este será diferente, te lo aseguro —dijo animada.
Comenzó a dar golpes al suelo con el pie derecho de manera consecutiva, no había perdido esa costumbre. Siempre que se sentía ansiosa comenzaba a hacerlo.
—Ya me aburrí de estar ganándote siempre —le molesté.
Molestarla era uno de mis pasatiempos favoritos, ella era una de las personas que se enojaba con facilidad. Ver sus reacciones era algo digno de admirar.
Bien hecho Laia, divertirte a costa de tu amiga.
¡Qué gran amiga que eres!
—Pues terminarás por seguir aburriéndote, porque esta vez seré yo quien te gane —anunció orgullosa.
—Sigue soñando panquesito. Mejor pidamos algo para comer.
Me puse de pie.
—¡Que no me digas panquesito! —se quejó —Y esa...es una mejor idea —siguió mis pasos.
Sonreí victoriosa.
—¿Comida china está bien?
Tapé la parte baja del teléfono para que no me escucharan al otro lado de la línea.
—Creía que después de todos estos años de amistad ya no preguntarías cosas como esa-se hizo la ofendida.
Sabía cuál sería su respuesta, pero como ya lo dije antes, sus reacciones eran muy entretenidas.
—Sabes que bromeo Jane. Además, ya pedí la comida—. Colgué el teléfono.
Fui hacia la cocina para tomar un vaso de agua, tenía la garganta seca de tanto gritar. Jugar con Jane a veces solía ser muy estresante.
Gritos y más gritos.
¡Vaya diversión!
—Oye Laia... me preguntaba si—
—¿Podrías quedarte en casa?
Terminé por ella. Me di la vuelta para mirarla, ella estaba con el cuerpo recargado sobre la encimera.
Ya había anticipado su pregunta, sabía que me pediría eso. Desde que llegó aquí, no hacía más que mirar el celular, y eso solo indicaba una cosa.
Había peleado nuevamente con su madre.
—¿Cómo supiste que iba a pedir eso?
—Por favor, tu misma lo dijiste Jane, somos amigas desde hace más de quince años, te conozco mejor que nadie—. Hice una pausa para tomar el líquido— A parte que, desde que llegaste, no hacías otra cosa más que mirar tu celular cada media hora —expliqué —. Ella no te llamará Jane, ahora mismo debe estar más que ocupada con ese hombre.
Siempre creí que la sinceridad era una de mis mejores cualidades. Bueno en realidad no, pero si se trataba de la mamá de Jane, sí que lo era.
—Lo sé, pero no quiero pensar que ese hombre es más importante que yo. ¡Soy su hija Laia! Y que ahora mismo esté metida en la cama con ese hombre en vez de buscarme o llamarme, hace que la odie. Y odiarla a ella hace que me odie a mí.
—No le des tanta importancia a una persona que no se lo merece. Sé que es tu madre, pero a esa mujer no le importa nada más que calentarse las bragas con cuanto hombre se le ponga en frente. Suena duro, lo sé, pero esa es la verdad.
—Si al menos tuviera algo que decir ante eso, lo haría. Pero tienes toda la razón.
La abracé, ella era una chica fuerte, pero si se trataba de su madre ella tiraba toda su fortaleza.
La amaba tanto, pese a todas las cosas que ella le hacía.
Esa mujer no merecía tener una hija como Jane.
—¿Tu madre no se molestará si paso unos días aquí? —se limpiaba las lágrimas.
—No creo que a ella le vaya importar, pero a mi si ¿Cómo haré para soportar tu presencia en casa durante varios días? —bromeé.
—No seas pesada -volvió a sonreír —¿Tienes algo de ropa para mí? Los pantalones comienzan a dejarme marcas.
—Todo lo que es mío, es tuyo. Así que ve a buscar la ropa que quieras.
—¡Te adoro!
Se fue de inmediato hacia mi habitación. Retorné a la sala y encendí el televisor para distraerme un poco mientras ella volvía.
—¡La comida! —mi amiga gritó desde el segundo piso al oír el timbre.
Me puse de pie y fui a recibir la comida, comenzaba a saborear el aroma de la exquisita comida china.
—Un poco más y mi estómago comenzaría a ru—
No terminé la frase. Miré por todos lados al abrir la puerta, pero no había nadie en el exterior de la casa.
Cerré la puerta y volví a lo que estaba haciendo, la distracción siempre funcionaba ante la paranoia, y durante las últimas horas, no hacía otra cosa más que pensar en lo que pasó la noche anterior. Me aterraba la idea de saber que allá afuera había personas buscándome, claro, si se los podía llamar así.
Ellos no eran nada más que unos locos psicópatas, aún no sé por qué no llamé a la policía. Bueno quizá sea porque a ellos no les interesaría una chica como yo, que nada más tiene un pequeño relato como evidencia.
¿Qué iba a decir?
«Oiga oficial, ayer por la noche me interceptaron dos grupos de personas vestidos de negro en un pequeño callejón, iba a ser asesinada, pero le di un golpe en la mejilla a uno de ellos y me dejaron escapar»
Solo sonaría como una estúpida, se burlarían de mí una vez que empiece a hablar, si no hicieron nada luego de ver todas esas muertes, mucho menos harían algo ahora que aún estaba con vida.
Vuelve cuando te hayan matado y tengas prueba de ello.
Imaginaba al coronel Smith diciéndome eso. Conocía mi temperamento, si lo escucha decir aquellas palabras terminaría tras las rejas por homicidio.
No soportaba las malditas leyes.
—Creí que la comida había llegado.
Jane entraba vestida con uno de mis pijamas a cuadros, ese había sido uno de mis favoritos en su momento, pero ahora era mi amiga quien lo usaba siempre que se quedaba en casa.
—Aún no. Solo fue... el hijo de la señora Anna quien vino a.... dejar una invitación —mentí.
No se me ocurrió otra cosa más que decir, era muy mala inventando excusas, aunque esta no era precisamente una excusa, sino más bien una mentira.
—¿Invitación para qué? —me miraba curiosa.
—Una pequeña fiesta ¿de jardín?
—¿Aceptaste?
—¿Por qué lo haría?
—¡Vamos Laia! Desde que terminaste con el niño ese de primaria, no has tenido algún otro novio ¿Piensas quedarte en esta casa con tu madre para siempre?
—Aún no he pensado en eso.
—¿Lo estas considerando si quiera? No puede ser. ¡Estás peor de lo que imaginaba!
—Es mi madre Jane. Ella es mi prioridad por ahora, si tengo que pasar el resto de mi vida, encerrada en esta casa con ella, lo haré.
Durante los últimos años, mi vida amorosa había sido algo que hice a un lado, luego de la decepcionante historia de amor que tuve en la primaria no volví a tener otro novio. Veía muy alejada la posibilidad de entablar nuevamente una relación con alguna otra persona.
Y ahora estaba más lejos aún, no tenía cabeza para otra cosa que no fuera mi madre, y los locos que venían tras de mí.
—Bueno, lo que tú digas.
Me quedé en silencio mirando el televisor, las palabras de Jane rondaban una y otra vez por mi cabeza, ¿ella pensaba en realidad, que dejaría a mi madre por alguien más? Definitivamente no.
La amo tanto, como para dejarla sola, y menos ahora, ella necesita de mí.
El timbre volvió a sonar nuevamente, esta vez fue Jane quien salió a recibir la comida. Un par de risas comenzaron a escucharse luego de unos minutos tras la puerta.
Ahí iba ella otra vez, coqueteando con el chico del delivery.
Puse el cronómetro en mi celular y me dediqué a leer un poco mientras la esperaba, su conversación iba para largo, así que tenía un par de minutos para mí.
Uno por uno iba pasando los capítulos a medida que leía, no sabía cuánto tiempo había pasado desde que ella salió. Miré la parte inferior del libro antes de cerrarlo nuevamente, el número cuarenta se mostraba en aquella hoja, inicié con el treinta y terminé diez capítulos más.
Fue un gran avance.
—Veinte minutos —pausé el cronómetro —tardaste menos que la última vez.
—¿De nuevo controlándome?
Jane iba entrando con las bolsas de comida.
—Lo veo necesario, considerando que me debes un favor por cada minuto que tengo que esperarte.
—¡Era un chico atractivo Laia! No podía perderme la oportunidad.
—Si mal no recuerdo, también dijiste que el chico de las pizzas, la comida italiana, el de los helados, la tienda de gomitas y—
—Sí, sí, entiendo tu punto —interrumpió —pero tienes que admitirlo, todos ellos tenían lo suyo. Si sabes a lo que me refiero ¿no?
«Los ojos se hicieron para ver»
Esa era la frase que ella me repetía siempre que le hacía algún reclamo cada vez que se quedaba embobada con un chico.
—Tienes que dejar de—
El sonido de una ventana rompiéndose me interrumpió. Miré a mi amiga para asegurarme de que ella al igual que yo lo había escuchado, su desconcierto me aseguró de que también fue así. Ambas subimos hacia el segundo piso ya que era de ahí de donde había provenido el sonido.
—Iré a la habitación de mi madre y tú vas a la mía —dije mientras subíamos las gradas.
Abrí la puerta de golpe, la habitación de mi madre estaba en completa oscuridad, encendí la luz para tener una mejor visión, pero justo en el momento que lo hice se volvió a cortar la electricidad.
¿Por qué justo ahora?
—¿Mamá?
La llamé. No hubo respuesta.
—¿Mamá?
Intenté nuevamente. Pero tampoco hubo respuesta.
Caminé como pude hacia la cama, recordando el camino que seguía día a día mientras le llevaba el desayuno. Sentí que mis pies chocaron con algo y bajé mis manos para tocar la cama.
Estaba vacía.
La luz de la luna entraba por la ventana iluminando un pequeño espacio en el que mamá solía estar sentada por las tardes. La silla de madera estaba posicionada en el centro, pero al igual que la cama, aquel objeto también estaba vacío.
Un segundo estallido volvió a escucharse cerca de donde me encontraba, otra ventana había sido rota.
Salí rápidamente de aquel cuarto y me dirigí hacia mi habitación, Jane estaba ahí, el pensar que ella podía estar en peligro me aterraba, yo la había mandado a mi habitación, sería yo la culpable si algo le llegara a pasar.
—¿Jane dónde estás?
El silencio fue mi única respuesta en aquella habitación.
—¿Jane?
Miré por todos lados, al igual que en la anterior habitación, solo se podía observar un pequeño espacio que era alumbrado por la luz de la luna, pero a diferencia del otro, en este estaban pequeños trozos de cristal esparcidos por la habitación.
Recordé que tenía una linterna guardada en uno de los cajones de mi escritorio, y me dirigí hacia ella. Comencé a palpar con ambas manos todos los objetos que había en el interior, reconocí la figura de aquel objeto y lo saqué con cuidado.
Presioné el botón de encendido, pero la linterna no respondía, lo apagué nuevamente y volví a encenderlo, pero tampoco obtuve nada, repetí la misma acción una y otra vez, pero de igual manera no encendía.
¡Las pilas!
Recordé que la última vez que lo había usado no quedaba mucha batería, tenía un par de pilas de repuesto en el interior de mi armario. Avancé de manera cautelosa hasta llegar al otro extremo y regresé a mi búsqueda.
Saqué la envoltura de plástico de manera cuidadosa, una a una las fui poniendo en el lugar indicado hasta terminar con el proceso.
Volví a encender el objeto nuevamente y esta vez tuve éxito, la luz de aquel objeto no era muy potente como para alumbrar toda la habitación, pero sí lo hacía en pequeños sectores. Apunté de un lado a otro alrededor de la habitación y no había rastro de Jane por ahí.
Alumbré el camino hacia la puerta antes de empezar a caminar, di unos cuantos pasos y solté el objeto que tenía en manos luego de escuchar un ruido proveniente del pasillo. El sonido de unos pasos acercándose, hacían que mi cuerpo se estremezca, me arrodillé para alcanzar la linterna y apunté nuevamente hacia la puerta.
Pegué un grito.
Alcé la vista, y frente a mi estaba aquella figura.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro