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4.El encuentro


Poco a poco se iban acercando ambos bandos. Mi cuerpo temblaba. Estaba muy asustada y el pánico comenzaba a apoderarse de mí.

Todos se detuvieron a pocos metros de mí.

Con tan solo verlos me causaban terror. Cada uno de ellos tenía en mano diferentes objetos, suponía que ese era el material con el que asesinaban a sus víctimas. Los observé más a detalle, todos iban vestidos de negro, unos portaban una máscara en el rostro y otros simplemente llevaban un sombrero que no permitía ver su rostro por completo.

—Pero miren a quién tenemos por acá—uno de ellos comenzó a hablar acercándose a mí — ¿Estás perdida cariño?

No tenía planeado responder a sus preguntas, aunque tampoco es que pudiese, las palabras quedaban atoradas. El miedo no me permitía formar tan si quiera una sola palabra.

—Ya pasó mucho desde que tenemos un juguetito como tú por aquí —sus manos comenzaban a acariciar mi cabello—esperaba con ansias la visita de alguien como tu ¿Cuál es tu nombre cariño?

¿Para qué quería saber mi nombre? Si al final de cuentas terminaría matándome.

—¡Responde cuando te hablo!

Gritó.

—La..Laia —pude decir finalmente.

—Laia —parecía saborear cada una de las letras de mi nombre—. Me gusta. — comenzó a caminar a mi alrededor —Y dime, Laia, ¿qué haces por aquí? Digo, a estas alturas ya debes saber cuáles son las reglas de esta ciudad, ¿no es así? —me susurró al oído. Estaba tras de mí, con las manos sobre mis hombros.

Dejé de respirar cuando lo sentí tan cerca, un sin fin de sensaciones fueron provocadas en mi por su cercanía. No eran nada buenas por supuesto.

—Cariño, estoy perdiendo la paciencia contigo —se posicionó nuevamente frente a mí —¿Qué haremos contigo?

—Cortémosle la cabeza —habló otro de ellos.

Estaba aún más aterrorizada por lo que acababa de escuchar.

Siempre pensé que mi muerte sería por causas naturales. Morir en mi vejez, con algunos perros corriendo por toda la casa, esa era la imagen que yo había creado para mi muerte.

Cuán equivocada estaba.

—O podríamos cortarle los brazos y las piernas, cosemos ambos miembros a algún otro lugar de su cuerpo y listo. Sería toda una obra de arte —sugirió otro.

Hablaban de quitarme la vida como si se tratara de un juego muy entretenido. No quería ni imaginar que tipos de cosas hacían. Pero recordando la imagen de los cuerpos tirados en la calle ya me hacía una idea, todas esas personas debieron tener una muerte muy dolorosa.

Al igual que yo la tendría...

—O podríamos, pero...—

—¡Suficiente! —la voz del chico que se encontraba posicionado frente a mí, se volvió a escuchar, esta vez con más fuerza —Haremos algo mejor que eso.

Me miraba detenidamente, no lograba ver su rostro, la oscuridad cubría la mitad de su cara como lo hacía con el resto. Nuevamente se fue acercando, sentí su cuerpo muy pegado al mío. Yo seguía ahí sin realizar ningún movimiento, mi cuerpo estaba rígido, en la misma posición.

—¿Que... que harán... conmigo?

Entre el pánico y el miedo apenas pude decir aquello.

—No tengas miedo cariño, tan solo serán unas pequeñas cosas —hizo una pausa —cortaremos cada parte de tu cuerpo en pedazos, y.... se lo daremos a Lucifer —dio algunas palmadas. La felicidad yacía en su rostro tras decir aquello.

Una sonrisa amplia estaba formada en sus labios.

Todos comenzaron a soltar silbidos y parloteos. Les divertía toda la situación, pero menos a mí. Después de todo yo sería la que muy pronto terminaría muerta y no ellos.

—Empezaremos por tus pies...iremos cortando cada pedazo que tengas en él. Luego pasaremos por tus manos. Cada uno de tus dedos serán retirados de tu pequeña mano —a medida que hablaba, él iba acariciando suavemente cada parte que mencionada.

—Luego pasamos a la cabeza. Quitaremos esos hermosos ojos —continuó, su aliento golpeaba mi rostro y su cercanía me causaba aún más temor —la nariz, las orejas —susurró en mi oído al decir lo último —Y por último...coseremos esa deliciosa boca que tienes.

Pasó su lengua por mis labios. Aquel gesto me causó mucha repulsión por lo que reaccioné instintivamente. Mi mano terminó en su mejilla. Los susurros comenzaron a escucharse en aquel lugar. El giró su rostro tras recibir el golpe que le di. Uno de los otros intentó acercase hacia nosotros, pero él se lo impidió.

—Sí que eres valiente. Pero no debiste hacer eso cariño —volvió su vista hacia mi sin borrar esa sonrisa de su rostro.

No sabía porque había hecho eso. Mi cuerpo tan solo reaccionó de manera involuntaria. Sabía que eso solo me traería más problemas. El silencio se hizo presente, tanto los demás como yo nos quedamos asombrados por el derroche de valentía que había tenido.

—Cambie de opinión —anunció.

Nuevamente los murmullos se volvieron a escuchar, si hasta hace poco me tenía un destino aterrador, no quería ni imaginar que me tenía ahora que lo había golpeado.

—A partir de hoy inicia la cacería con el nuevo juguetito —se alejó ligeramente de mí. Esta vez ya no me miraba, tenía la vista en los demás. —Todo aquel que desee participar tiene permitido hacerlo.

—¿No hay regla alguna?

Alguien cuestionó, pero no supe reconocer de quien se trataba.

—No, no hay...regla alguna —me miraba fijamente mientras dijo eso.

Esta vez se hicieron más fuertes los silbidos, no comprendía a que se referían con todo eso, sentía las miradas divertidas de todos los presentes puestos en mi cuál si fuese un trofeo nuevo a obtener. Me inquietaba, y me aterraba ser el centro de atención de todos esos enfermos psicópatas.

—¿Qué esperas cariño? Comienza a correr. Huye cuanto puedas. Por qué iremos tras de ti y ninguno de nosotros descansará hasta matarte —acerco nuevamente su rostro.

—¡Hazlo ahora! —alzó la voz al ver que no me movía.

Su grito me sacó de aquel trance en el que me encontraba. Mi cuerpo volvió a reaccionar. Retrocedí un paso, miré a todos a mi alrededor y ellos abrían un pequeño espacio para que yo pudiese pasar. Temerosa, me acerqué hacia el pequeño camino. Pasé entre todas esas personas intentando no mirarlos, sabía que ellos lo hacían. Una razón más para no hacerlo.

Al salir de aquel callejón comencé a correr. No tenía idea de si alguno de ellos venia tras de mí, pero preferí no mirar para atrás y seguí con mi camino. El viento golpeaba mi rostro con mayor intensidad. Mis pies se movían a una velocidad impresionante, la adrenalina del momento me permitía correr de forma descontrolada.

Tenía que correr por mi vida.

Esta vez no se trataba solamente de una pesadilla, esta vez no era así porque ahora todo era real.

Si era atrapada ellos me matarían.

Por alguna razón me dieron la oportunidad de escapar, si tan solo mi vida dependía de correr y alejarme lo más que pudiese lo haría. Huiría de todo ese lugar.

A menos de una cuadra se encontraba mi casa, aceleré aún más el paso y entré como pude al interior de la casa. Estaba muy cansada, de a poco mi respiración se iba regulando, caminé hacia la ventana de la sala y miré hacia el exterior.

No había nadie.

Me sentí más aliviada al no ver a nadie fuera pero tampoco podía bajar la guardia. Si ellos no me habían matado aún era por alguna extraña razón, pero muy pronto lo harían. Tarde o temprano terminaría muerta al igual que el resto.

Ellos vendrían por mí.

Comencé a asegurar todas las puertas y ventanas de la casa. Subí a la habitación de mi madre para asegurarme de que ella estuviera bien. Ella descansaba en su cama, estaba dormida. Pasé a mi habitación y me encerré ahí. Estaba segura que no podría pegar un solo ojo durante el resto de la noche.

[...]

Pasé la noche entera deambulando por toda la casa para asegurarme de que todo estuviera en orden, no pude descansar ni por un minuto. Pasaba cada determinado tiempo mirando por la ventana para ver si alguien se encontraba fuera, pero para mí tranquilidad, nadie se había aproximado por los alrededores.

Como era de costumbre, antes de dar las seis, pasé a hacer el desayuno. Preparé lo mismo de siempre y cuando todo estuvo listo dejé la bandeja en la mesita de noche de la habitación de mi madre.

Los ojos me pesaban, el cansancio y el sueño comenzaban a cobrar factura. Al terminar de desayunar pase a la sala a ver un par de películas.

No supe en que momento pasó, pero terminé dormida.

Desperté agitada a causa de una pesadilla, miré la hora de mi celular y daba el medio día, dormí más de la cuenta.

El timbre de la casa sonó, me alarmé al escucharlo, no quería moverme, aún seguía asustada por lo que pasó ayer por la noche. Esperé a que se fuera quien sea que estuviese afuera, pero no lo hizo, nuevamente se volvió a escuchar el sonido del timbre.

Respiré hondo y caminé primeramente hacia la ventana, tal vez solamente era un simple vecino y no tenía por qué alarmarme. Abrí con cautela la cortina y pude una silueta femenina apoyada en la puerta.

Era Jane.

Solté el aire que había estado conteniendo y pasé a abrir la puerta.

—¿Son las doce de medio día y tú aún seguías dormida? —resopló — Bueno no importa. Traje las bolsas que dejaste ayer en casa —mostró lo que llevaba en manos- ¿me vas a dejar pasar? O piensas dejarme aquí parada.

—Lo siento —me hice a un lado.

Miré discretamente hacia el exterior antes de cerrar la puerta.

—Supuse que tendrías hambre así que traje algo de comida también.

—Gracias, me salvaste.

Ella siempre pensaba en todo, agradecía que al menos ella fuese así, yo solía ser muy despistada la mayor parte del tiempo.

—¿Tu madre aún sigue durmiendo? —su voz se escuchó desde la cocina.

—No pasé a verla desde la mañana, acababa de despertar cuando llegaste.

—Se ve que no pegaste un ojo anoche —me examinó al hacer presencia en la cocina —¡Estas hecha un desastre mujer! ¿Nuevamente las pesadillas?

—Si —mentí. No quería que se preocupara por mí—dejaré las pastillas —le informé.

—¡Enhorabuena! Ya te estabas tardando.

A Jane no le gustaba que tomara aquellas pastillas, decía que solo los enfermos lo tomaban. Pero ¿cómo no hacerlo? Era inevitable.

—Sirve la comida y llévala a tu mamá antes de que se enfríe —comenzó a jugar con su celular.

Hice lo que me pidió y llevé el almuerzo a mi madre. Ella se encontraba sentada en una silla frente a la ventana mirando a la nada. Al parecer, eso se había convertido una de sus actividades favoritas.

—Ellos están por venir —susurró.

Me quedé parada al escuchar su voz.

—¿De quienes hablas mamá? —dejé la bandeja encima de la cama.

—Ellos —apuntó con la mano hacia el exterior de la casa.

Miré el lugar al que señalaba, no había nada, simplemente se veía las casas de enfrente y la deshabitada calle.

—Deberías descansar un poco mamá, eso te hará bien.

Intente llevarla a la cama, pero ella se negó, no era la primera vez que decía ese tipo de cosas, de vez en cuando solía soltar comentarios como ese, mentiría si dijera que ya estaba acostumbrada, pero no era así, siempre terminaba sorprendiéndome, me causaba cierto temor cuando la oía.

Preferí dejarla sola en su habitación, así que bajé nuevamente hacia la sala.

—Ahí va otra familia más —Jane habló cuando me acerqué. Ella miraba por la ventana hacia el exterior de la casa.

—¿Quiénes son esta vez? —cuestioné.

—Son los Hands.

No era nada novedoso que alguna familia se mudara de la ciudad, ya muchos lo habían hecho a lo largo de este tiempo por todas las cosas que estaban sucediendo.

—Deberíamos reconsiderar la idea de mudarnos de ciudad —comentó.

—Sabes que eso no sería posible. Ni tu madre ni la mía aceptarían algo así.

Desde que todo había iniciado ya habíamos pensado en eso. Hace un par de semanas hablé con mi madre al respecto, su reacción no fue tan buena después que le mencioné sobre la mudanza ya que comenzó a tirar las cosas de su habitación de un lado a otro repitiendo una y otra vez la palabra "No".

Luego de eso no volví a tocar el tema con ella. Su respuesta había sido más que clara ese día.

—Lo sé, pero no está de más tan si quiera pensarlo, ¿no lo crees? —dijo con pesar.

—Ya verás que todo volverá a la normalidad —quise animarla.

Esa era la misma frase que me decía a mí misma a diario, trataba de consolarla, aunque lo dije más para mí que para ella.

Los últimos días no han sido nada agradables para mí, quería pensar al menos una sola vez que todo estaba bien. Y que nada de esto había sucedido.


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