
EPÍLGO
El Monte Olimpo brillaba bajo un cielo despejado, tan diferente del paisaje cargado y sombrío que habíamos dejado atrás durante la batalla. Los vientos suaves que cruzaban los valles traían consigo una sensación de calma renovada, de comienzo. Sentía la inmensidad de este lugar, pero por primera vez en mucho tiempo, no estaba sobrecogida por su grandeza. No, ahora era diferente. Aquí, entre los dioses y los ecos de una antigua historia, había un espacio donde pertenecía, y junto a mí estaba Athan.
Habían pasado días desde la derrota de Tánatos, y aunque el Olimpo volvía a la normalidad, dentro de mí aún procesaba todo lo que habíamos atravesado. Sofía y Ethos habían vuelto a entrenar, profundizando en sus habilidades como guerreros y descubriendo las nuevas dimensiones de sus poderes, ahora que Selene y Atenea les habían otorgado mayor control sobre ellos. Y Aurel, el enigmático hijo de Hades, había regresado al inframundo para encargarse de nuevos misterios que solo él conocía.
Pero la mayor sorpresa de todas vino cuando Athan me reveló su verdadera naturaleza.
Habíamos regresado al lugar donde el velo entre el mundo mortal y el divino era más delgado, cerca de donde Athan había esperado pacientemente mientras nosotros luchábamos en el Olimpo. Al principio, la idea de que Athan pudiera permanecer a mi lado para siempre me parecía imposible. Después de todo, él era mortal, y los mortales no compartían la eternidad con los dioses. Pero Athan, con su sonrisa tranquila y sus ojos llenos de promesas, me contó lo que había sucedido en mi ausencia.
-Después de que te fuiste a luchar, vino alguien a verme -dijo mientras caminábamos por un sendero en la ladera del Olimpo, con el paisaje mortal visible en la distancia-. Un dios. No lo reconocí al principio, pero me dijo algo que cambió todo.
Me detuve, mirándolo fijamente.
-¿Un dios? ¿Quién era?
Athan suspiró, como si las palabras que estaba a punto de pronunciar aún lo desconcertaran.
-Era mi padre, Axelia. Mi verdadero padre.
Mi corazón dio un vuelco.
-¿Tu padre es un dios? ¿Por qué no me dijiste nada antes? -pregunté, sintiendo que todo lo que había creído sobre Athan estaba a punto de cambiar.
Él se volvió hacia mí, sus ojos cargados de emociones que había estado conteniendo durante tanto tiempo.
-No lo sabía. Nunca lo conocí. Mi madre siempre me dijo que mi padre había desaparecido antes de que yo naciera, que era un hombre normal... Pero resultó ser alguien mucho más que eso. Mi padre es Hermes, el mensajero de los dioses.
Hermes. El dios de los caminos, los viajeros y los mensajeros. Un dios con la capacidad de moverse entre los mundos con una rapidez y agilidad inigualable. Mi mente corría para asimilar la noticia, pero al mismo tiempo, muchas cosas comenzaron a tener sentido. La facilidad con la que Athan entendía el mundo, su agilidad innata, y ese aura de calma que siempre le rodeaba. Ahora todo encajaba.
-Por eso te visitó -susurré-. Hermes vino a ofrecerte algo más, ¿verdad?
Athan asintió, su mirada ahora fija en el horizonte.
-Al principio me negué a escucharlo, todo el rencor que sentía por él apareció como una bomba, pero luego decidí darle la oportunidad de explicarse. Me dio la opción de elegir. Podía seguir siendo mortal, vivir mi vida humana, con las limitaciones que eso conlleva. O... -me miró, y su sonrisa se ensanchó ligeramente-, podía aceptar mi herencia divina, y quedarme a tu lado. No solo por un tiempo, sino para siempre.
Mi corazón latía con fuerza. Todo lo que habíamos vivido, la distancia que siempre temí entre nosotros, el miedo a perderlo... se desvaneció en ese momento. Athan había elegido quedarse conmigo.
-Entonces... -mi voz se quebró por la emoción-. ¿Vas a quedarte?
-Sí -respondió con firmeza-. No importa cuántos caminos cruce, o cuántos viajes haga. Siempre elegiré quedarme contigo, Axelia.
Nos abrazamos bajo el cielo eterno del Olimpo, sabiendo que el amor que compartíamos ahora no solo sobreviviría al paso del tiempo, sino que florecería en él. Athan había encontrado su lugar, no solo como un ser divino, sino como alguien que, finalmente, había elegido su destino.
***
Meses después, habíamos regresado al mundo mortal. La vida continuaba en el pequeño pueblo donde todo había comenzado, y aunque los recuerdos de la batalla en el Olimpo y el sacrificio de Luca seguían frescos en nuestras mentes, la calma y la rutina del mundo humano nos ofrecían un refugio.
Los días en la escuela habían cambiado para siempre. Addy y Matt, que antes se mostraban incrédulos respecto a todo lo que habíamos vivido, ahora entendían mejor que nadie lo que significaba vivir entre dioses y mortales. Habíamos regresado a sus vidas, pero no como los mismos chicos que éramos antes.
Coraline, siempre la figura materna y protectora, había sido nuestra roca. Nos recibió con una sonrisa cálida cuando volvimos al pueblo, y aunque sabía que algo en nosotros había cambiado, no pidió explicaciones. No necesitaba saberlo todo. Solo nos ofreció el hogar cálido que siempre habíamos encontrado bajo su techo.
Una tarde, nos encontrábamos todos reunidos en el porche de la casa de Coraline. Addy se había convertido en una amiga aún más cercana, sabiendo que compartíamos secretos que ninguna otra persona podría entender. Matt, aunque seguía siendo reservado, parecía más relajado, quizás consciente de que lo que antes consideraba imposible, ahora era parte de su realidad.
D
-Entonces... -dijo Addy, inclinándose hacia mí con curiosidad-. ¿Cómo es eso de ser un "Cupido" en la Tierra?
Reí, recordando cómo el papel de Eros, mi padre, ahora se reflejaba en mí.
-Bueno, digamos que no voy por ahí lanzando flechas mágicas -dije, sonriendo-. Pero definitivamente puedo sentir cuando alguien está destinado a estar con otra persona. Mi parte divina... simplemente lo sabe.
Athan, sentado a mi lado, entrelazó su mano con la mía. Ya no había barreras entre nosotros. Él también formaba parte de este nuevo mundo, compartiendo sus dones heredados de Hermes. Aunque no habíamos asumido un rol divino completo, estábamos aquí, en el mundo humano, disfrutando de los pequeños placeres que ofrecía.
-¿Eso significa que puedes decir quién está enamorado de quién? -bromeó Matt, pero pude notar un destello de curiosidad en su mirada.
-No te preocupes, Matt -le dije-. Tus secretos están a salvo conmigo.
El grupo rió, y por un momento, todo se sintió tan simple. El sol se ponía en el horizonte, pintando el cielo de colores cálidos, y nos sentamos allí, en paz, compartiendo historias y momentos. Sabíamos que el mundo divino siempre estaría ahí, que nuestras responsabilidades no habían desaparecido. Pero por ahora, podíamos disfrutar de esta vida.
Ethos y Sofía también habían decidido permanecer en el mundo mortal. Aunque sus poderes divinos seguían intactos, habían encontrado en este lugar una especie de refugio. Sofía había florecido, su conexión con la luna más fuerte que nunca, mientras que Ethos seguía siendo un estratega, siempre un paso adelante, protegiendo a quienes amaba. Y su relación, forjada en los momentos más oscuros, ahora brillaba con luz propia.
***
Al final del día, cuando todos comenzaron a despedirse, Athan y yo nos quedamos en el porche, observando las estrellas aparecer en el cielo.
-¿Qué crees que venga después? -le pregunté, apoyándome en su hombro.
-Lo que queramos que venga -respondió, con esa calma que siempre me reconfortaba-. Ya no estamos atados al destino que los dioses nos dictan. Ahora podemos elegir, Axelia.
Sonreí, sintiendo cómo mi corazón se llenaba de esperanza. Era cierto. No había más oscuridad que enfrentar, ningún dios de la muerte acechando. Solo un futuro brillante, lleno de posibilidades.
Y en ese momento, bajo el cielo estrellado, supe que todo lo que había pasado -la batalla, los sacrificios, las pérdidas- había valido la pena. Porque al final, habíamos encontrado nuestro lugar, tanto en el mundo mortal como en el divino.
Había amor. Había paz. Y, finalmente, había esperanza.
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FIN
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