CP59: EL JUICIO DE TÁNATOS
El silencio en la cámara era sofocante. El aire vibraba con energía maligna, y la superficie del espejo en el altar parecía moverse como una niebla oscura, pulsante, como si algo vivo aguardara dentro de él. Sabía que no teníamos mucho tiempo. Cada segundo que pasaba nos acercaba más a la llegada de Tánatos, y una vez que él llegara, todo cambiaría.
Sofía, aún brillando débilmente con su luz plateada, respiraba con dificultad. Sabía que su energía estaba al límite.
—¿Cuánto tiempo tenemos antes de que él llegue? —preguntó Luca, volviendo la vista hacia mí.
—No mucho —respondí—. Debemos estar preparados.
El peso de la daga en mi mano parecía aumentar con cada segundo que pasaba. Sentía cómo su poder vibraba, llamándome, instándome a utilizarla. Sabía que había llegado el momento de enfrentar lo inevitable, pero el temor a lo desconocido se arremolinaba en mi mente. No sabíamos a qué nos enfrentaríamos realmente. Sabíamos que Tánatos era poderoso, pero su verdadera fuerza, la amplitud de sus poderes, era una incógnita.
—Tenemos que destruir este espejo —murmuré, observando el portal líquido que se agitaba con una oscuridad inquietante.
—¿Cómo lo hacemos? —preguntó Ethos, su respiración controlada, pero su cuerpo tenso.
—No estoy segura —respondí, dando un paso más cerca del altar. Podía sentir el frío que emanaba de él, como si estuviera succionando la vida misma del aire a su alrededor—. Pero si dejamos que este portal permanezca abierto, será imposible detenerlo. El ritual que planea debe involucrar la conexión entre el mundo de los vivos y los muertos, y este es el acceso directo.
Aurel, que había estado inspeccionando las inscripciones en las paredes de la cámara, frunció el ceño mientras analizaba lo que había descubierto.
—Hay algo escrito aquí —dijo, señalando una serie de símbolos antiguos que cubrían la parte superior del altar—. Parece que el espejo puede ser destruido, pero solo por alguien con... —Hizo una pausa, como si la información le costara ser procesada—. Solo por alguien que porte un poder celestial combinado con uno sombrío.
Nos quedamos en silencio, asimilando sus palabras. Todos sabíamos lo que eso significaba. Miré la daga que sostenía. Era la única arma que encajaba en esa descripción, creada con un poder celestial y oscuro, imbuida con la capacidad de matar dioses y tal vez, destruir este portal.
—Esa es la clave —dije, tomando una decisión—. Esta daga es la única forma de destruir el portal. Pero... —Hice una pausa, sintiendo la inquietud creciente en el ambiente—. También podría liberar algo peor si la utilizamos mal.
—Entonces no hay margen para errores —dijo Ethos, con la mirada fija en mí—. Tenemos que confiar en ti, Axelia.
—Confía en ti misma —añadió Luca, sus alas ligeramente extendidas como si ya se preparara para lo inevitable.
Antes de que pudiera procesar más la situación, un viento helado recorrió la cámara, y las sombras que quedaban alrededor comenzaron a arremolinarse. Sentimos cómo la temperatura descendía drásticamente, y con ella, la presencia que todos habíamos temido desde el principio. Tánatos estaba cerca.
—Está aquí... —Sofía murmuró, dando un paso atrás, sus ojos entrecerrados por la intensa energía oscura que se avecinaba.
El sonido de unos pasos resonó en la cámara, y aunque el suelo era de piedra fría, parecía como si algo más pesado, más profundo, estuviera avanzando hacia nosotros. Las sombras se agitaron violentamente, y entonces lo vimos. Tánatos.
Su figura era imponente, mucho más de lo que habíamos imaginado. Vestido con túnicas oscuras que parecían estar hechas de la misma negrura que lo rodeaba, su rostro era una máscara de calma y determinación. Sus ojos, negros como el abismo, nos atravesaban con una intensidad devastadora. No era simplemente un dios de la muerte; era la personificación misma del fin. La energía que emanaba de él era sofocante, cada fibra de mi ser gritaba por huir, pero no podíamos. No en este momento.
—Así que finalmente han llegado hasta aquí —dijo con una voz que era como el eco de mil almas condenadas. Su mirada se detuvo en cada uno de nosotros, evaluándonos, midiendo nuestras debilidades—. Valiente, pero fútil. Este es el fin de su pequeña rebelión.
—No dejaré que completes tu ritual —dije, mi voz firme aunque mi interior se estremecía. Levanté la daga, sintiendo cómo vibraba con una intensidad aún mayor ante la presencia de Tánatos.
Una sonrisa fría se dibujó en sus labios.
—Esa daga es más peligrosa para ti que para mí, pequeña diosa —replicó con una suavidad maliciosa—. Juegas con poderes que no comprendes, con fuerzas que ni siquiera los dioses mayores se atreverían a desafiar. Pero si es una batalla lo que buscan, se las daré.
Con un solo movimiento de su mano, las sombras en la cámara cobraron vida, alzándose como criaturas retorcidas y deformes. Su número era abrumador, mucho mayor que cualquier cosa que hubiéramos enfrentado antes. Cada una de ellas era un fragmento de la oscuridad misma, alimentadas por el poder de Tánatos.
—¡A por ellas! —gritó Ethos, desenvainando su espada con un brillo celestial que contrarrestaba la oscuridad.
Luca ya estaba en el aire, sus alas batieron con fuerza, creando una ráfaga de viento que dispersó algunas de las sombras más cercanas. Sofía, aunque aún insegura de su propio poder, se colocó junto a mí, sus manos comenzando a brillar con una luz plateada.
—No te dejes consumir por el miedo —le dije rápidamente—. Usa lo que tienes. Esa luz es lo único que puede detener a estas sombras.
—¡Lo intentaré! —dijo, con una determinación temblorosa pero creciente.
Aurel y Ethos se lanzaron hacia las criaturas, cortando a través de la oscuridad con sus poderes combinados. Pero por cada sombra que caía, parecía que dos más tomaban su lugar. La cámara era un caos de energía oscura y celestial en colisión, una batalla que parecía no tener fin.
Mi atención, sin embargo, estaba fija en Tánatos. Sabía que mientras él siguiera en pie, las sombras no dejarían de venir. Y aunque la daga me ofrecía la posibilidad de acabar con él, también sabía que hacerlo tendría consecuencias terribles. No solo para nosotros, sino para todo el equilibrio entre la vida y la muerte.
—Debes decidir, Axelia —la voz de Tánatos cortó mis pensamientos—. ¿Utilizarás la daga, arriesgando la destrucción total? ¿O te rendirás, aceptando que este es el destino de todos los mortales?
Sentí un frío intenso recorrer mi espalda, pero algo dentro de mí se negó a rendirse. El destino del mundo, de mis amigos, dependía de esta elección. Tenía que encontrar una forma de derrotarlo sin liberar el caos absoluto.
—No juegues con nosotros —respondí con la misma firmeza—. Tú no decides nuestro destino.
Y entonces, en un momento de claridad, comprendí algo. La daga no solo era un arma, sino una llave. No tenía que usarla para matar, sino para cerrar. La daga podía destruir el portal, sí, pero también podía sellar el poder de Tánatos, cerrándolo dentro de su propio dominio.
—¡Luca, Ethos, Sofía! ¡Distráiganlo! —grité, lanzándome hacia el altar y el portal oscuro que yacía frente a nosotros.
Sin hacer preguntas, mis compañeros redoblaron sus esfuerzos, atacando con todo lo que tenían. Las sombras se agolpaban a su alrededor, pero su coraje los mantenía en pie.
Con un movimiento rápido, clavé la daga en el altar, justo en el centro del espejo. La superficie líquida se agitó violentamente, y una grieta comenzó a formarse, extendiéndose por todo el portal.
—¡No! —Tánatos gritó con furia, avanzando hacia mí, pero ya era demasiado tarde.
El portal se rompió en mil pedazos, y con él, el poder de Tánatos se debilitó. Las sombras que lo rodeaban comenzaron a desintegrarse, y por primera vez, vi algo en sus ojos que nunca creí posible: miedo.
—Esto no ha terminado... —fue lo último que dijo antes de desaparecer en la oscuridad.
El silencio que siguió fue ensordecedor. El templo tembló bajo nuestros pies, pero sabíamos que habíamos logrado algo importante. Habíamos detenido el ritual, por ahora.
Nos quedamos en la cámara, exhaustos, pero victoriosos. Habíamos ganado una batalla crucial, pero sabíamos que la guerra aún no había terminado. Tánatos se recuperaría, y cuando lo hiciera, tendríamos que estar preparados para enfrentarlo de nuevo.
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