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CP45: VOCES DESDE EL TÁRTARO

El día había comenzado con una extraña calma, pero el ambiente estaba cargado de tensión. Siete días. Eso era lo que quedaba hasta la luna de sangre, y la fecha se sentía como una sombra alargada que crecía con cada minuto que pasaba.

Sofía, Luca, Ethos y yo habíamos entrenado hasta el agotamiento en las últimas semanas, pero mi mente estaba en otro lugar. Hedoné. Su nombre resonaba en mi cabeza como un eco constante. Sabía que el tiempo para hablar con ella estaba llegando.

Sabía que mi hermana estaba atrapada en el Tártaro y que esta sería la única oportunidad para que pudiéramos comunicarnos. Y aunque deseaba desesperadamente escuchar su voz, el miedo a lo que ella pudiera decirme crecía más fuerte con cada hora.

Habíamos preparado todo. La próxima luna llena, según las ninfas del río, era el único momento en que la magia sería lo suficientemente fuerte para romper las barreras entre el Tártaro y nuestro mundo. Una sola brecha. Un solo momento para obtener respuestas.

Me encontraba en el mismo claro donde había entrenado con Luca y Sofía los últimos días. El viento frío de la tarde agitaba las ramas de los árboles y el cielo comenzaba a teñirse de tonos violáceos mientras el sol se deslizaba por el horizonte.

—Axelia —la voz de Ethos me sacó de mis pensamientos. Se acercó a mí, con el ceño fruncido. Él siempre percibía cuando mi mente vagaba demasiado lejos—. ¿Estás preparada?

—¿Preparada? —repetí, como si la palabra no tuviera sentido—. No sé si alguien puede estar realmente preparado para lo que va a suceder esta noche, Ethos. Es mi única oportunidad de hablar con ella...

Hedoné, mi hermana. El solo pensar en ella despertaba una oleada de recuerdos. Las dos, cuando éramos niñas, correteando por los jardines del Olimpo. Éramos inseparables, siempre conectadas de una manera que nadie más entendía. Hasta que ella desapareció. 

—Lo sé —respondió Ethos, colocándome una mano en el hombro—, pero también sabes lo que está en juego. Si logramos obtener alguna ventaja de este contacto... podría ser lo que necesitamos para derrotar a Tánatos.

—Es solo una conversación, Ethos. —Mi voz era más frágil de lo que pretendía. Una simple conversación entre hermanas, pero la verdad era que tenía miedo. Miedo de lo que Hedoné pudiera decir. Miedo de que ella estuviera diferente, rota, perdida en el Tártaro.

—Sí, pero es todo lo que tenemos —insistió él, con la seriedad que lo caracterizaba—. No podemos perder esta oportunidad.

Tomé aire profundamente, intentando calmar el torbellino de emociones dentro de mí. Tenía razón. Todo dependía de esto.

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Cayó la noche, y la luna llena brillaba en lo alto del cielo, más grande y brillante de lo que la había visto antes. El ritual estaba preparado. Las ninfas del río habían aparecido con un brillo plateado en sus ojos, ayudándonos a preparar el círculo de invocación cerca del lago. La magia flotaba en el aire, densa, como si pudiera palparse. Las aguas del lago reflejaban la luz lunar, y en su superficie parecía que el tiempo mismo se detenía.

Luca, Sofía y Ethos observaban desde la distancia, sus rostros iluminados por el resplandor de la luna. Este no era su momento. Era mío. De Hedoné.

Me arrodillé en el centro del círculo, las manos temblando a mi lado mientras esperaba la señal de las ninfas. Ellas formaron un semicírculo alrededor de mí, comenzando a entonar un canto antiguo en una lengua que apenas reconocía. El aire se volvió frío de repente, y una ráfaga helada me azotó el rostro. Sentí la magia moverse, responder al llamado.

—Axelia —una de las ninfas me miró, sus ojos más plateados que nunca—, el portal al Tártaro se abrirá solo por unos minutos. No más. Usa bien ese tiempo.

Asentí en silencio, y me preparé. Todo mi cuerpo estaba tenso.

El canto de las ninfas se hizo más fuerte, y en el aire frente a mí apareció una grieta. No era más grande que una mano al principio, pero se extendió lentamente, hasta convertirse en una abertura irregular que parecía estar hecha de oscuridad pura. El portal al Tártaro.

Mis manos temblaban mientras me acercaba. Mi hermana estaba allí, en el otro lado. Sentí el aliento salir de mis pulmones cuando finalmente hablé, mi voz quebrada por la emoción.

—Hedoné...

Al principio, no hubo respuesta. Solo el sonido del viento y el crepitar de la magia. Pero luego, una figura comenzó a materializarse entre las sombras del portal. Era ella.

Hedoné.

Mi corazón dio un vuelco al verla. Aunque su forma estaba distorsionada por la barrera entre nuestros mundos, podía reconocer su rostro, su sonrisa. Pero también había algo diferente. Había sombras en sus ojos, un peso oscuro que no reconocía en ella antes.

—Axelia —su voz era como un susurro, apagada por la distancia entre nosotros—. Es... tan bueno verte.

—Hedoné —mi voz se quebró—, yo... te he buscado durante tanto tiempo. Lo siento tanto...

—No tienes que disculparte —dijo ella, con una extraña calma—. Esto... era mi destino, hermana. Pero no tenemos mucho tiempo. Hay cosas que debes saber.

Las palabras de Hedoné cortaron el aire como cuchillas. Esto era su destino. No quería creerlo, pero no podía discutir con ella ahora. No había tiempo.

—¿Qué es lo que debo saber? —pregunté, tratando de mantener la calma mientras sentía que el tiempo se deslizaba entre mis dedos.

Los ojos de Hedon se oscurecieron aún más, como si algo dentro de ella luchara por salir.

—Tánatos... ha estado planeando esto durante siglos, Axelia. Él no solo quiere destruir el mundo mortal, ni siquiera solo a los dioses. Quiere más. Quiere destruir el equilibrio. Si gana, si toma el control de la vida... no habrá vuelta atrás.

Mi respiración se aceleró. Sabía que Tánatos era peligroso, pero lo que Hedoné me estaba diciendo era mucho peor de lo que había imaginado.

—¿Cómo lo detenemos? —pregunté, con el corazón en la garganta.

—Axelia... —Hedoné se detuvo, su rostro se contrajo con dolor—, no hay forma de derrotarlo directamente. Pero hay una manera de debilitarlo. Busca la daga.  Esa daga es la clave. Sin ella, no tendrás ninguna oportunidad. No queda tiempo, hermana —la voz de Hedoné comenzó a desvanecerse, el portal a su alrededor empezaba a cerrarse—. Debes encontrarla antes de que la luna de sangre llegue a su cúspide. Después de eso... será demasiado tarde.

—¡No! ¡Hedoné, espera! —grité, intentando alargar mi mano hacia ella.

Pero el portal ya se estaba cerrando, y la figura de mi hermana desapareció en las sombras. Las ninfas continuaron su canto, pero su poder se desvanecía. La comunicación había terminado.

Me quedé arrodillada en el suelo, temblando, con el corazón roto. Había visto a Hedoné, pero lo que me había dicho me dejó más preguntas que respuestas. La daga, el plan de Tánatos... todo estaba en juego ahora.

—Axelia —la voz de Ethos me hizo volver a la realidad. Me miró, preocupado—. ¿Qué te dijo?

Me levanté lentamente, con la mirada perdida en el cielo oscuro.

—Debemos conseguir esa daga —respondí, mi voz decidida. La batalla final se acercaba, y ahora sabíamos lo que teníamos que hacer.

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