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CP38: ALAS

La figura de Athan ya había desaparecido en la oscuridad de la noche, y mientras cerraba la puerta detrás de mí, un extraño malestar crecía en mi pecho. Me dirigí al baño, buscando algo de alivio. El reflejo en el espejo no me decía mucho, salvo que mi semblante estaba tan pálido como el de alguien que acababa de pasar por un mal sueño.

Abrí el grifo y dejé correr el agua. Mojé mi cara, esperando que eso disipara el malestar que se acumulaba en mi pecho. El frío del agua me hizo temblar, pero no calmaba la sensación incómoda que seguía creciendo dentro de mí. Respiré hondo, cerrando los ojos por un segundo.

Y ahí fue cuando sucedió.

De repente, un pinchazo violento me atravesó la espalda, haciéndome arquearme de dolor. Mis manos se apoyaron contra el lavabo, y un grito ahogado se escapó de mis labios. Mi cabeza dio vueltas y mi visión se tornó borrosa. Sentía mi cuerpo temblar mientras el sudor frío descendía por mi frente.

Otro golpe, esta vez más intenso, recorrió mi espina dorsal, como si algo dentro de mí estuviera intentando abrirse paso. Caí de rodillas, jadeando, tratando de controlar los gritos que querían salir de mi garganta. Sentí que el dolor me desgarraba por dentro. La camiseta que llevaba puesta se pegaba a mi cuerpo, empapada de sudor, dificultando aún más mi respiración.

Con esfuerzo, logré levantarme un poco y llevar mis manos a la camiseta para intentar quitármela. Pero antes de poder deshacerme de la tela, otro pinchazo, más agudo y profundo que los anteriores, me hizo gemir de dolor. Las lágrimas comenzaron a correr por mi rostro, pero apenas las notaba. Todo lo que podía sentir era el fuego en mi espalda, cada vez más intenso, cada vez más insoportable.

Cuando el dolor se calmó lo suficiente para dejarme respirar, finalmente me quité la camiseta, dejando mi torso desnudo. Mi respiración era errática, y el aire que inhalaba se sentía pesado, como si mis pulmones no pudieran llenarse lo suficiente.

Miré la prenda en mis manos, y lo que vi me paralizó: una gran mancha de sangre adornaba la zona de los omóplatos. Mi mente comenzó a gritar respuestas que no tenía. Un grito ahogado escapó de mi garganta, no por el dolor, sino por la sorpresa.

Con las manos temblorosas, llevé mis dedos a la espalda, tocando suavemente la zona dolorida. Lo que encontré no era solo piel herida; algo se encontraba incrustado en mi carne. Otro pinchazo, esta vez más soportable, recorrió mi cuerpo, pero con la determinación de descubrir qué era aquello, apreté los dientes y, con sumo cuidado, empecé a extraer el objeto que sobresalía de mi piel.

La sensación era extraña y dolorosa. Sentía como si cada centímetro que lograba retirar me costara una eternidad. Cuando al fin lo tuve entre mis dedos, lo llevé frente a mis ojos: una pequeña pluma blanca, cubierta de sangre. Sabía lo que significaba, pero no podía procesarlo.

Mis alas estaban saliendo.

No tuve tiempo para reaccionar ante el descubrimiento, porque el dolor regresó, esta vez con una fuerza devastadora. Sentía que me partía en dos, como si mi cuerpo no pudiera soportar lo que estaba ocurriendo. Caí al suelo, incapaz de mantenerme en pie mientras sentía cómo mis alas se abrían paso desde dentro de mí, rompiendo la piel, derramando sangre.

El dolor era insoportable, y todo mi cuerpo se tensó mientras gritaba. Sabía que nadie me escucharía, que estaba sola enfrentando esto. El piso se sentía húmedo bajo mi cuerpo, pero ya no podía discernir si era por la sangre o el sudor.

Grité con toda la fuerza que me quedaba. El dolor me envolvía, me consumía. Sentía que mi espalda se desgarraba y que mi vida se desvanecía con cada segundo que pasaba. Y justo cuando creí que no podría soportarlo más, el dolor comenzó a disiparse.

Poco a poco, el fuego en mi espalda se apagó, dejando solo un eco pulsante. Y fue entonces cuando lo sentí: el peso de mis alas.

Incapaz de levantarme, me quedé tirada en el suelo, abrazando mis rodillas, esperando que el dolor se desvaneciera por completo. Sentía mi espalda diferente, más pesada, pero también más ligera. Como si algo que siempre debió estar ahí finalmente se hubiese liberado.

Pasaron minutos, tal vez horas, antes de que escuchara una voz familiar.

-¿Axelia? -Luca.

Su voz rompió el silencio y, por un momento, me sentí aliviada de no estar sola. Intenté levantarme para acercarme a él, pero mis fuerzas me fallaron, y caí al suelo nuevamente.

Luca apareció frente a mí, riendo suavemente. -Veo que lo has manejado bastante bien -dijo mientras me ayudaba a levantarme-. Cuando yo obtuve mis alas, estuve inconsciente tres días.

Una sonrisa débil se formó en mis labios.

-No te creas, siento que voy a morir -murmuré con la voz ronca. Apenas podía hablar después de haber gritado tanto.

-No sería la primera vez -dijo con un tono jocoso, aunque ambos sabíamos que no estaba del todo bromeando-. Además, creo que deberíamos lavar esas alas. Están llenas de sangre.

Asentí débilmente, y con su ayuda, me guió hacia la bañera. Luca tomó la regadera de mano, abrió el grifo y comenzó a lavar mis alas con cuidado. El agua caliente se llevó la sangre, y poco a poco, comencé a sentirme más ligera.

El sonido del agua y la paz que eso traía me envolvieron por completo. Las palabras de Luca, sin embargo, volvieron a romper el silencio.

-Feliz cumpleaños.

A pesar de todo, sonreí.

-Gracias... por todo.

Luca se encogió de hombros, restándole importancia.

-Es lo que hago. Además, si algo te llegara a pasar, tu padre me mataría.

Ambos reímos, pero ambos sabíamos que eso no era del todo una broma. Aun así, me reconfortaba saber que no estaba sola en esto, que tenía a alguien en quien podía confiar.

Cuando terminó de ayudarme, con el poco aliento que me quedaba, lo abracé. Al principio, Luca protestó, diciendo que lo estaba mojando, pero al final cedió y me devolvió el abrazo. A veces, esas pequeñas cosas eran las que realmente importaban.

Luego de eso, me explicó cómo ocultar mis alas, para que pudiera hacerlas visibles solo cuando quisiera. Me enseñó a crear una ilusión lo suficientemente poderosa como para engañar a cualquiera, incluso a otros dioses.

Una vez que terminé de aprender lo esencial, Luca me ayudó a llegar a mi habitación. Me recosté en la cama con ropa limpia, sintiendo que finalmente podía respirar con algo de tranquilidad.

-Descansa. Iré a limpiar el baño para que no parezca que hubo un asesinato -dijo en tono burlón.

Reí débilmente ante su comentario. Y antes de darme cuenta, el cansancio me venció y caí en un sueño profundo, siendo arrastrada nuevamente a los brazos de Morfeo.

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