Corazón XXVI.
— Has pensado en lo tentador que es el vacío —dijo Antonio mirando hacia abajo desde la azotea del edificio.
Lovino también miró, pero no lo encontraba nada tentador más bien le producía escalofríos y unas ganas tremendas de alejarse de la orilla, pero no lo hizo, sentía que un paso hacia atrás significaría uno adelante para Antonio.
— Depende —contestó—. Define tentador.
Antonio pareció pensarlo unos segundos. — Algo llamativo, que cautiva, que provoca buenas sensaciones.
— Entonces no. No me parece tentador el vacío —guardó silencio unos segundos—. Hay otras cosas que podrían ser tentadoras.
— ¿Como qué?
— La comida. Eso si es tentador. Aunque también es dependiente, hay comidas que no lo son.
— Por ejemplo...
— Los carbones que lleva Arthur, las comidas apestosas del macho patatas. ¿Has probado la comida china? Eso no es tentador.
Antonio no contestó. — ¿Qué pasa si me tiro?
— Morirás a mitad de camino y no vas a sentir cuando te estrelles contra el suelo —se encogió de hombros para restarle importancia al asunto, aunque tenía la mirada fija en el español, por si acaso.
— Eso le quita lo divertido de la situación.
— Eso —señaló hacia abajo—. No es divertido.
Ninguno dijo más y sólo se dedicaron a mirar cualquier otra cosa evitando posar su mirada sobre el otro, pasaron unos minutos así. Antonio ya se encontraba con la mitad del cuerpo colgado totalmente seguro de lanzarse al mínimo descuido del italiano que lo miraba de reojo. De pronto el español se incorporó llamando la atención de Lovino.
— Debería pensar otra cosa en vez matarme.
— Sí, deberías.
Se miraron por un tiempo indefinido, hasta que Antonio se acercó al otro depositando un suave beso sobre sus labios. Lovino quedó congelado en su puesto.
— ¿A que vino eso? —logró preguntar en un susurro entre cortado.
— Para pensar en otra cosa —se encogió de hombros y apoyó en la barra.
— ¡Esa no es una razón!
— Es la misma que ocupaste la primera vez que me besaste.
Lovino desvió la mirada unos segundos que luego se convirtieron en minutos silencioso, miró de reojo al otro que volvía a tener la mitad del cuerpo colgando, pero había algo que le llamaba la atención al italiano.
Los pies no tocaban el suelo.
Antonio de verdad se quería tirar.
Le tomó por la camiseta y lo tiró hasta lograr que el español cayera sentado sobre el suelo, junto a él que cayó por inercia.
— ¡¿Qué demonios pensabas hacer?!
— Matarme, por supuesto.
— ¡¿Por qué?! ¿Por qué mierda tienes tantas ganas de suicidarte? ¿Es que no piensas en las personas que tienes al rededor? ¿No piensas en el dolor que le vas a causar? ¿No piensas en la vida que podrías tener si sigues adelante?
¿No piensas en mi?
— ¿Para qué pensar en la incertidumbre del futuro que no quiero tener? Además... ¿Quién llorará mi partida? ¿Los amigos que me abandonaron? ¿El hermano que se preocupa más por el alcohol que de sí mismo? Ya no tengo nada Lovino, nada que me dé una razón... Ni unas simples notas pueden llenar el vacío, ni siquiera tú puedes. Soy un cuerpo ya sin alma y con sentimientos falsos.
— Es porque no quieres, porque no quieres buscar una razón...
— No necesito una razón, necesito morir.
— ¡No es cierto maldición! —Lovino lo miró con los ojos empañados en lágrimas y le tomó por los hombros—. No quieres ver que tienes razones para seguir, Antonio, eres joven...
— Y estoy roto —interrumpió el español sin apartarlo—. En miles de pedazos.
— Yo también estaba roto —suspiró entre cortado y dejó sus lágrimas caer—. Yo también pensé que no tenía reparación, me sentía abandonado por los que debían amarme, pero de pronto llegaste, con una sonrisa idiota que yo decidí convertir en mi salvación. Sin saberlo te convertiste en el que reunió todos mis pedazos y los juntó... Déjame ser yo quién te salve ahora —lo abrazó—. Déjame juntar tus pedazos uno por uno, déjame juntarlos, por favor...
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