Corazón XXII.
Era sábado, ese día había quedado en salir con Lovino, en realidad fue amenazando, por lo que se hallaba apoyado en una muralla ya que el sillón fue ocupado por el borracho de su hermano y las sillas prefería no ocuparlas, jugaba con el cable del teléfono que hace un par de días se encontraba desconectado cuando sonó el timbre. Dejando de lado el cable se dirigió a la puerta, al abrirla la mirada desafiante de Lovino parecía decirle "o te apuras o te apuro", decidió hacer caso y salir lo más rápido posible de su apestoso departamento.
Se subieron al ascensor en total silencio y al llegar a la primera planta se encaminaron uno al lado del otro al lugar acordado previamente, y, todo en silencio. Aquello parecía no incomodarlos en lo absoluto, Antonio se sonrió casi sin notarlo él mismo, aquello le recordaba cuando, de niños, Lovino le gritaba para pedir silencio y cuando ambos callaban era casi inevitable no volver a hablar, aunque ahora era diferente porque nadie pidió el silencio de otro y ninguno parecía querer entablar una conversación.
Caminaron por las calles a paso constante y tranquilo, solo sintiendo el aire que le removía los cabellos hacia todos lados sin control alguno, a veces sus miradas chocaban, pero no era más de una milésima de segundo hasta que la volvían a desviar al camino. De pronto Antonio se halló perdido, miró al italiano el cual parecía muy seguro por donde iba por lo tanto en vez de preguntar decidió seguirlo como lo iba haciendo desde que salieron.
- Aquí -habló Lovino deteniéndose frente a una puerta metálica gris que se perdía entre el paisaje. El italiano sacó una llave y abrió la puerta dejando pasar primero al español-. Te tomaré de la ropa o seguro te pierdes.
¿Y cómo no perderse si el lugar parecía estar sumido a la noche eterna? Antonio se dejó llevar intentando calmar su pulso que comenzaron a acelerar por la adrenalina y, tal vez, el miedo de no saber dónde pisaba. Un suave tirón le indicó que se detuviera, de pronto una luz se encendió cegándolo un poco ya al acostumbrarse pudo distinguir una mesa con una pistola al parecer cargada. Buscó a Lovino confundido y respirando casi desesperado por la repentina falta de oxígeno.
- ¿Querías acabar con tu vida? Tú decides o te disparas o mueres asfixiado -la voz del italiano resonó por toda la habitación.
Todo le empezó a dar vueltas y cada vez el aire le faltaba más y más si la única manera de acabar con la asfixia era disparándose, lo haría. Tomó la pistola. Apuntó a su cabeza. Apretó el gatillo...
Y despertó al sentir algo golpearle la cabeza, miró a todos lados desorientado hasta que se tomó con Lovino.
- Eres un mal compañero para venir al cine ¿es que te quedas dormido todas las películas?
- Oh... Disculpa -se pasó las manos por la cara sudada-. No he estado durmiendo bien y creo que aquí si lo logré, de verdad lo siento.
Chasqueó la lengua. - No te culpo, la película era pésima. Ya vamos, debes lavarte la cara al parecer no tuviste un buen sueño.
Asintió y siguió a su vecino hasta la salida de la sala y luego al baño de varones. Allí se lavó la cara e intentó calmar su agitada respiración, Lovino estaba a su lado cruzado de brazos esperándolo, eran los únicos allí. Antonio se miró al espejo sin evitar tener una imagen mental de su sueño.
- ¿Vamos?
- Sí, vamos.
Salieron del cine en silencio y comenzaron a caminar hasta el edificio ya que no estaba tan lejos. El español alzó la mirada al cielo que ya estaba oscureciendo, aún no podía quitarse la sensación de desesperación que le había dejado el sentirse asfixiado, un tirón en la chaqueta le hizo detenerse. Aún faltaba cerca de una cuadra para llegar la cual no demorarían en cruzar, sobre todo por la gente parecía haberse pueste de acuerdo para no salir.
- Pareces distraído.
- No tuve un sueño del cual podré olvidarme fácilmente -se encogió de hombros.
- Me molesta.
- ¿El qué?
- Que le prestes más atención a un estúpido sueño que a mí.
Dicho eso lo tomó del cuello y obligó a bajar hasta que sus labios se encontraron en un beso.
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