"Accidentalmente le rompí la nariz a Sadiq. No me arrepiento de nada, pero eso si me costó una fea anotación, aunque no es nada por la satisfacción de romperle la nariz a quién de niño me molestaba y que ahora te molesta a ti -pero lo hice en venganza propia no por ti, por supuesto-. Te cuento como pasó; Estaba yo, muy tranquilo en clase de gimnasia jugando futbol cuando de pronto patee la pelota que se desvió en dirección al turco que pasaban alardeando por allí. Fue accidental, pero lo disfruté como si no.
— Roma."

Está loco.

Fue lo primero que pensó Antonio, conociendo a Sadiq como lo conocía estaba seguro de que obtendría su venganza por la nariz rota.

Fuera de ello le causaba gracia imaginar al turco con la nariz ladeada, sobre todo le gustó imaginar la escena descrita, tal vez podría salir más seguido de su esquina en el salón y observar lo que hacen los otros... Pero eso implicaba muchas personas -conocidas- juntas y los ánimos se caían de inmediato.

Espero paciente a la llegada del profesor de literatura desde la nota de hace unos días que hacía referencia a él no podía pegar ojo en aquella clase, ni se distraía, era como si fuera la clase más interesantes de todas, cosa que le sorprendía porque recordaba perfectamente que literatura era una clase para dormir antes de...

— Fernández —la potente voz del profesor lo llamó, de manera automática Antonio se levantó y encaminó hacia él seguido de un montón de murmuros—. Vaya a dejar esto al salón 212 —le extendió unos papeles y con la mirada lo apresuró.

Antonio salió lo más rápido posible disminuyendo el paso a uno calmado y casi arrastrado al momento de alejarse de su lugar de origen. Bajó los tres pisos, cruzó los dos pabellones y las dos salas que lo distanciaban del salón 212. Tocó la puerta con pereza y esperó con paciencia a que la maestra de aquella clase saliera.

— Lo manda Germ- el profesor Germania —se corrigió y extendió los papeles a la mujer quién los recibió y revisó de pasada antes de agradecer y cerrar la puerta.

Mientras caminaba a paso eterno de vuelta a su salón una duda lo asaltó de pronto; ¿Quién llama "Germania" a su hijo? Siempre le pareció curioso -y extraño- el nombre de profesor de literatura, pero nunca se atrevió a preguntarle el porqué de tan peculiar nombre.

Decidió subir las escaleras por el pasillo anterior al propio solo para hacer tiempo, cuando de pronto escucha un fuerte golpe del pabellón de la segunda planta. Decidió ignorarlo hasta que escuchó con claridad la voz de uno de los amigos de Sadiq.

— Disculpa que te molestemos ahora —dijo con hipocresía—. Pero a petición de Sadiq debemos ajustar cuentas.

Se asomó viendo con la ceja alzada como el grupo de cuatro chicos acorralaba a un estudiante.

— No tengo nada que hablar con ustedes —dijo el acorralado con voz temblorosa—. Por favor, si es por lo de ayer yo no tuve la culpa y lo saben. Yo no fui.

— Si niño. Pero también tuviste parte de la culpa y mientras llega el gracioso que golpeó a Sadiq con la pelota, nos vamos a desquitar contigo.

Roma. No había duda de que se referían a él, dio la media vuelta y camino a paso algo más apresurado a su salón, entro sin tocar la puerta cosa que no sorprendió a nadie ya que cada uno se hallaba conversando con su grupo mientras el profesor escribía algo en su computadora, se acercó y quedó allí hasta que Germania notara su presencia.

— ¿Sucede algo Fernández?

Antonio se acercó lo suficiente para que sus palabras solo las escuchara el mayor.

— Un grupo, está golpeando a un chico de un grado menor en el segundo pabellón del segundo piso.

Dicho esto, el profesor anunció su retirada por unos minutos y Antonio fue a sentarse en su esquina, apoyó los brazos en la mesa y recostó la cabeza sobre estos. No necesitaba saber que iba a pasar ahora, no quería involucrarse más de lo que ya hizo.

Y, sobre todo, no necesitaba saber quién era Roma.