Ya comenzaba el otoño y lo sentía cada vez que abría la ventana y la brisa helada le golpeaba el rostro como una bofetada de realidad. Se quedó mirando el paisaje unos segundos antes de dirigir su mirada a las notas que, en algún momento, había comenzado a pegar en su muralla.

Algunas eran frases rebuscadas de internet y otras palabras que no decían nada o contaban anécdotas de su autor, pero, independiente de ello, cada una le hacía sonreír, aunque sea un poco. De verdad esa persona que se tomaba la molestia en dejar notas y corazones cada mañana en su banco de alguna forma le comenzaba a alegrar el día.

En las mañanas se levantaba con ánimos de llegar lo antes posible para leer y luego quedarse con la duda de que diría la nota del próximo día. Y hoy no era la excepción.

Entró al salón y tomó la nota casi con ansiedad, la desdobló con cuidado y se mordió la lengua para reprimir una sonrisa que amenazaba con salir.

"Y es aquí donde me pregunto porque sigo haciendo esta mierda, sobre todo como me atrevo si quiera que la leas, pero tengo una teoría para ello... Teoría que no diré porque no debería importarte (o tal vez sí, pero te dejaré con la duda de todas formas).
Fuera de eso, ¿Te diste cuenta de que el profesor de Literatura se tiñe el cabello? No voy a decir como se ve ya que, para mi, es un viejo sin gracia. ¿Cómo era que se llamaba? ... No, no me viene el nombre, pero seguro lo conoces, es ese tipo rubio de cabello largo y que siempre tiene una trenza a los costados. Ya sabrás tú de quién te hablo.
¿Vez? Otra vez no dije nada con relevancia, no sé porque hago esto.
-Yo."

Volvió a doblar el papel y lo guardó junto al infaltable corazón rosa que las acompañaba. Se acomodó sobre su mesa ocultando el rostro para reír un poco.