Corazón IX.
Lo despertó el olor a comida que desde hace meses no sentía, se levantó algo adolorido, el cuerpo le pesaba, pero ya no tenía el malestar de ayer. Cuando se dirigió a la sala común se sorprendió al ver todo limpio y medianamente ornado, no había botellas repartidas por el piso, la loza estaba toda lavada y la mesa estaba servida con dos platos de fideos blancos y vasos con agua.
Sintió que alguien ponía las manos sobre sus hombros y se giró levemente para toparse con el rostro de su hermano.
- Govert me obligó a limpiar, él cocinó, ahora fue a comprar algo por aquí cerca.
Ya era hora. Pensó tomando asiento y comenzando a comer lentamente, su hermano lo imitó, pero tomando el vaso de agua casi con desesperación, hasta ahora no había notado lo tembloroso que estaba Joao, pero lo ignoró.
Él no se preocupaba de ti ¿por qué deberías preocuparte de él?
Era un pensamiento bastante lógico a su parecer.
La puerta se abrió entrando por esta Govert con unas tres bolsas de mercadería que dejó en la cocina y luego un corazón de papel que dejó junto a Antonio.
- Lo encontré bajo la puerta, tenía tu nombre -dijo para luego retirarse por el pasillo.
Antonio se percató de que no había nota, por lo que desdobló el corazón hasta que solo le quedó un cuadrado de papel rosado que tenía algo escrito.
"Si un hombre ha nacido con un carácter no dotado para la felicidad, nada le puede hacer feliz. Si ha nacido para ser feliz, nada le puede hacer desgraciado".
Releyó la nota al menos diez veces y luego la dejó a un lado para seguir comiendo, no se había percatado que su hermano ya no se hallaba a su lado y que la puerta de entrada estaba abierta hasta que el rubio se lo había preguntado.
- No me importa del todo -le contentó Antonio yendo a su habitación con el papel rosa entre sus manos.
Se echó sobre su cama dejando el papel sobre la mesa junto al corazón y nota de ayer.
Tu no naciste para ser feliz.
- Pero fui feliz en algún momento.
Pero ya no lo eres. Ya dejaste de serlo. Tu felicidad nunca fue real.
- Yo la sentía real...
Estabas equivocado.
Siempre estaba equivocado, se aferró a su almohada pensando en lo absurdo que era discutir con su propia mente como si fueran dos Antonios diferentes. Eran el mismo, el mismo Antonio que fue feliz... El mismo Antonio que ahora solo quería morir.
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