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Corazón II.

Antonio se levantó dos minutos antes de que sonara el despertador, lo cual no le extrañó ya se estaba acostumbrando a despertar cinco veces en la noche y a tener pesadillas que no le dejaban descansar bien. Salió de su habitación al baño para darse una ducha para quitarse el sudor que bañaba su cuerpo, el agua estaba helada, pero llevaba meses así, su hermano no se dignaba a pagar el gas y por supuesto él tampoco lo haría.

Luego de arreglarse medianamente decente va hasta la cocina esquivando las botellas rotas que adornaban de manera peligrosa el suelo, se preparó un café ya que era lo único que había y que no estaba podrido o vencido, al acabar su taza, toma su mochila que estaba tirada en un rincón de la sala y se queda cinco segundos mirando como su hermano dormía en el sofá apestando a licor.

Idiota.

Tomó las llaves sin preocuparse si eran las propias o las ajenas y salió a esperar el autobús que tomaba cada mañana camino a la escuela. Mientras esperaba se percata sin interés que, desde los estacionamientos, aparece el auto del señor Vargas que llevaba a sus nietos a la misma escuela. El señor Vargas o Rómulo Vargas era un hombre de no más de cincuenta que, cuando Antonio era un niño, cuidaba de él. En esa misma época fue un buen amigo de sus nietos que ahora no le dirigía la palabra.

Indiferente.

El auto partió su camino y diez minutos después llegó el autobús, se subió y sentó en un lugar vacío poco le importaba si era preferencial o no. Sacó sus audífonos y puso a todo volumen su canción favorita de Mägo de Oz, Mis Demonios.

Media hora de viaje después llega a su destino junto a la manada de alumnos que le evitaban, a lo lejos divisó a los que fueron sus mejores amigos; Francis ahora se juntaba con dos chicos de un grado menor y con el presidente de su curso y Gilbert se la pasaba pegado al su primo pianista y la pareja de este. Bufó, y caminó a su salón en la misma rutina de siempre, al entrar e igual que ayer, había un corazón hecho de papel. Dejó sus cosas sobre la silla y tomó el pequeño corazón que tenía una pequeña nota con una linda y redonda caligrafía.

"Nunca es tarde, Nunca te rindas,
Deshazte del miedo, Mañana empieza hoy".

Frunció el ceño. Lo arrugó y tiró al basurero, no necesitaba que un desconocido citara canciones y regalara corazones.

Antes eras tú el que lo hacía.

Se dijo a si mismo mientras se echaba sobre su puesto mirando la colorida decoración del salón.

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