Despertó por el delicioso olor a paella y el sonido de una guitarra siendo afinada, se encontró a si mismo con las ropas desarregladas por la siesta que había tenido el atrevimiento de tomar. Se levantó con algo de pereza y caminó casi arrastrando los pies hasta la cocina donde una mujer de aparentes cuarenta con el cabello recogido en una trenza.

— ¡Toño despertaste! —dijo la mujer para tomar las mejillas de Antonio y depositar un suave beso en la frente—. ¿Te sientes mejor cariño?

— Sí, al menos ya no me duele la cabeza —dijo dedicándole una sonrisa—. ¿Te ayudo?

— No, no. Ya estoy acabando, ve con tu hermano mejor ¡vamos a ver una película!

— Está bien.

Se separó de su madre y tiró al sillón junto a Joao que ya había dejado la guitarra en algún lado, tomó el control y comenzó a buscar una película en Netflix en el momento en su madre se sentaba entre ambos con una fuente llena de palomitas de maíz y tres vasos con bebida.

Antonio miró por la ventana mientras su madre dormía apoyada en su hombro. Eran pocos los momentos en que podía disfrutar con ella ya que solía estar trabajando para mantenerlos con todo lo necesario. Antonio admiraba a su madre que, desde su nacimiento, había quedado totalmente sola con dos hijos.

De verdad sentía -y con mucho temor- que, cuando ella falleciera, ellos no sabrían que hacer con su vida.

¿Que tan lejos estaba de la realidad ahora que de verdad no tenía a su madre?