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8. Lo que oculta el chico de la moto

Alex

—Salvaste tu culo de mis patadas, Alex.

La sonrisa se me escapó por la comisura a pesar de que ella no podía verme, así de feroz era Chloe por sus amigos.

—Gracias, es un alivio para mi fama de casanova poder mantenerlo intacto.

Soltó un bufido impaciente como muestra de que aquello no le hizo ni pizca de gracia. Su paciencia con Andrea era infinita, incluso la mimaba cuando tenía uno de sus momentos más cariñosos, sin embargo, conmigo era como una bomba a punto de explotar por donde quiera que se tocara.

—Si no llegabas a tiempo estaba dispuesta a irte a buscar por una oreja y...

—No seas exagerada, mamá gallina, te prometí llegar y lo hice, soy un hombre de palabra.

—Ja ja, muy gracioso el niño —me contradijo, recalcando la última palabra. Llevé el brazo por debajo de mi cabeza para utilizarlo como almohada.

—¿Dónde dices que están?

Resopló, parecía que esa tarde estaba enfadada con el mundo.

—A veces eres tan lento que no sé cómo la gente se cree esa máscara de chico duro que siempre tienes. —Puse los ojos en blanco porque sabía por dónde se iría la conversación si no le salía al paso.

Ella no perdía ninguna oportunidad de recalcar lo tonto que era querer aparentar ser fuerte, indestructible, cuando supuestamente por dentro era una dulzura.

—No tengo ninguna máscara.

Si alguien podía leerme fácilmente, era ella, por más que yo intentara convencerla de lo contrario. A veces mi máscara se cuarteaba un poco cuando estaba con ellas, por eso eran las ilusiones que existían acerca de mi personalidad en la cabeza de ambas.

—Ajá, síguete engañando. En fin, te he dicho que nos saltamos la última hora y después del recorrido que hicimos por el centro vinimos a tomarnos un descanso al estudio de mi hermana, en cuanto salgamos de aquí cada una irá a su casa, Andy estará sola porque su madre ha decidido a última hora que tenía que hacer un viaje y que no volvería hasta el domingo, eso, como te puedes imaginar ha dejado a nuestra amiga hecha polvo. ¡Es que su madre ni siquiera recordó su cumpleaños, joder, cualquiera estaría así! —se alteró en último momento, no era común en ella soltar tacos a menos que la situación le buscara las cosquillas—. Y si lo hizo se aseguró de escapar cuanto antes para que no hubiera posibilidad de tener que pasar unas pocas horas con su hija.

Aún cuando yo pensaba que era imposible sorprenderme más, con cada nueva acción odiaba un poquito más a Isabella. Me daba la ligera impresión de que se esforzaba para ser una mala madre, como si fuera una especie de meta propuesta que el cariño de Andrea se desgastara.

—Acaba de contarme qué es lo que hacen en el centro a esta hora —solté sin mucha paciencia después de la noticia.

—Buscamos las cosas para la fiesta de cumpleaños de Andrea, ella está al tanto de todo, por supuesto, incluso sabe que seré yo quien se va a encargar del pastel, lo que no sabe es que lo llevaremos hoy y cantaremos el coro de feliz cumpleaños a las doce. Creo será una bonita sorpresa, que vayamos a acomparañarla. Después pasaremos la noche con ella y lo demás se improvisará sobre la marcha, eso se nos da de maravilla.

Era cierto, hubo momentos en los que con una mala nota de Chloe o alguna noticia inesperada de Andy, montaban pijamadas en las que me colaba con la excusa de ser el hombre que debía protegerlas y en las que terminaban con nosotros durmiendo encima del desastre, sí, pero durante un rato con los problemas olvidados.

—¿Y qué se supone que está haciendo ella ahora que tú puedes hablar con tanta libertad?

—Está con mi hermana.

Se me hizo un poco raro eso porque pocas veces Andrea se despegaba de uno de nosotros cuando el ambiente era nuevo para ella, a pesar de que la mayoría del tiempo actuara como si no se tomara nada muy serio y solo tuviera sonrisas para mostrar a todo el mundo. Ese era su escudo contra el dolor, así como el mío era el silencio y la arrogancia. Supongo que al final del día, todos, independientemente del nombre que cada uno le dé, arma o escudo, nos paramos un momento para quitarnos las máscaras y descansar del papel que se supone que debemos representar en esta vida de mierda.

Que Chloe me diera tan poca información cuando todo lo demás me lo estaba explicando con lujo de detalles era un tanto sospechoso. Pero no hice mucho incapié porque no quería darle más razones para ahondar en mi cabeza, ya descubriría por mí mismo lo que estaban tramando esas dos.

Me levanté hasta quedar sentado al borde de la cama, con una mano sujetaba el móvil y con la otra comencé a desabrocharme los cordones de las botas. Estaba hecho polvo, esos viajes a la casa de mi abuela paterna siempre lograban dejarme exhausto, tener que ver, respirar, ignorar y callar respecto a situaciones y actitudes suponían la tarea más dura que jamás había hecho. Usualmente era una persona callada, que andaba lejos de los problemas, pero con esa señora la mecha se me quedaba demasiado corta y el mero hecho de ver las miradas de desprecio que le lanzaba a mi madre cuando ella creía que nadie la estaba viendo, y las sonrisas falsas que le daba durante la cena solo para que mi padre fuera feliz, iban consumiendo poco a poco mi paciencia.

—¿Alex?

—Sigo aquí. —Lancé las botas y terminaron cayendo junto a la pared de enfrente.

Por suerte no dejaron la marca de suciedad o mi madre me lo reprocharía.

—Tú no puedes entrar por la puerta principal porque Isabella prohibió tu presencia en la casa mientras Andrea estuviera sola, así que te va a tocar subir por la ventana, aunque no creo que sea un trabajo difícil para ti, después de todo no sería la primera vez. —La diversión tintaba su voz y a mí el calor me subió a las orejas al darme cuenta de que ella sabía ese pequeño detalle que, si bien para Andrea quería decir una cosa, Chloe tenía muy claro lo que significaba para mí.

Me aclaré ruidosamente la garganta para que se diera cuenta que me había afectado su observación.

—No te preocupes, nadie me verá entrar.

—Más te vale, cualquier cosa que se me ocurra durante el camino te llamaré para informarte. Igual puedes hacerlo tú.

Y colgó. Lancé el teléfono sobre el colchón. Miré la pantalla que se mantenía encendida. Eran las seis de la tarde y habíamos llegado apenas hacía quince minutos, papá tuvo que ir directo a la editorial para resolver un problema de organización de la gira con el representante de la autora del último libro que habían lanzado, y también algo de una propuesta, creo que querían hacer una adaptación de los libros y para eso debían terminar de lanzar la saga, lo que quería decir que en los próximos días mamá y papá estarían a tope de trabajo. Aleksander se había encerrado en su cuarto, pero a pesar de eso, la música de Imagine Dragons se escuchaba por toda la casa. No me desagradaba, pero en situaciones como esta, en las que tenía presión encima, me estresaba todavía más cualquier mínimo aspecto que se saliera de mi control. Intenté relajarme, tomando una respiración profunda.

Le había prometido a mamá que la ayudaría con la cena después de darme un baño así que eso hice. El agua ayudó a relajar mis músculos, así que cuando salí de la ducha, me sentía mucho mejor y con energías renovadas. Bajé las escaleras sintiéndome extrañamente feliz, tarareando la canción que sonaba en ese momento mientras silvaba distraídamente.

—Hola, cielo. —Su voz aterciopelada era la única melodía que jamás olvidaría.

Sabía que había estado tenso durante el tiempo que estuvimos fuera pues era algo que compartíamos en cada ocasión que esa salida se repetía, así que ver que ya esta relajado era como un respiro para ella, lo sabía por la infinidad de veces que nos lo había explicado a Alek y a mí, que nuestro bienestar era su tranquilidad.

Admiraba su fortaleza, su dedicación y la paciencia con que se manejaba para que cada cosa quedara perfecta, siempre tenía una sonrisa que brindar a los demás o una caricia que regalar sin esperar nada más que la felicidad de la otra persona. A pesar de haber sufrido a causa de personas que se habían hecho los ciegos ante las luchas que había tenido que librar para llegar a convertirse en la mujer que siempre quiso, se agarró con uñas y dientes a sus sueños para que nadie se los arrebatara, y tuvo el valor de afrontar cada negativa hasta encontrarlos materializados, jamás abandonó, ni cuando sus padres le negaron su ayuda para ir a la Universidad porque esa no era la carrera que querían para ella, ni cuando no fue aceptada por su suegra debido a la falta de una buena posición en la sociedad. Nada de eso la detuvo, al contrario, creo que le dio el impulso que le faltaba.

Agité suavemente la cabeza, buscando la manera de centrarme.

Me detuve a su lado, con las manos en los bolsillos, recostándome de espaldas a la pared.

—¿A qué se debe ese buen ánimo? —preguntó con una ceja elevada, intentando ocultar su mirada divertida y la sonrisa que me indicaba que ya sabía la respuesta.

—Nada importante...

—Te encanta darle vueltas cuando se trata de Andrea.

—¿Cómo sabes que...? —arrugué la frente al levantar las cejas. Si quería una confirmación, esa era.

—¿Que se trata de ella? Ni que fueras el rompecabezas más complejo con el que me he topado, es sencillo cielo, porque te pones a hacerte el interesante y cuando finalmente te pregunto, finges demencia.

—Es su cumpleaños dieciocho —dije rascándome la nuca. Con mamá me sentía vulnerable, como si fuese un simple vaso de agua frente a ella, transparente. Pero era agradable poder ser yo de vez en cuando sin miedo a ser lastimado otra vez.

—Lo sé.

—Entonces...

—Me refería a qué era lo que tenías en mente como para que estés de tan buen humor.

Me encogí de hombros, haciéndome el importante y restándole importancia a la razón verdadera, cuando en realidad, para mí, cualquier fracción de tiempo que pasara con Andrea se sentía como cuando recién descubrías un tesoro y no podías dejar de mirar el brillo que desprendía.

Fui hasta la mesa y saqué una silla para poder sentarme mientras veía cómo mi madre probaba la salsa que había terminado.

—Será algo simple, Chloe hará una tarta con su madre y la comeremos los tres hasta ver quién se rinde primero ante los efectos del azúcar, supongo que después veremos alguna película entre palomitas y helado —terminé por contarle y ella asintió, no supe si aprobando el sabor de la salsa o lo que yo estaba diciendo. Acercó la cuchara de madera a mis labios para que diera mi aprobación. Saboreé y elevé mi pulgar—. Está muy buena.

Me golpeó la frente, juguetona y yo, como exagerado en fin, me quejé y froté el lugar.

—¡Oye!

—No hables así de tu mejor amiga, de las mujeres se habla bonito, no como si se te hubiesen muerto las neuronas.

—Me refería a la salsa.

—Ah, bueno, pensé que seguíamos hablando de Andrea.

Se le escapó una risita cómplice que al final terminó por contagiarme a mí también.

Se acercó al refrigerador y al girarse, tenía las manos llenas, sacó leche, nuevos y mantequilla, que dejó todo sobre la mesa.

—Coloca el mantel para trabajar.

Me puse de pie de un salto e imité un saludo militar.

—¡A sus órdenes, señora!

Negó con la cabeza, escondiendo su sonrisa mientras con la punta del pie arrastraba el pequeño banco de madera que tenía al lado de la encimera, para poder llegar hasta la alacena. Cuando subió, que se estiró para alcanzar el paquete de harina de la división más alta, el banquito se inclinó tanto que tuve que casi lanzarme a sostenerla. Llevada por el pánico, soltó un grito bastante agudo, pensando que no me daría tiempo sostenerla. Se sostuvo de mi cuello para mantener el equilibro mientras la cargué en mis brazos para volver a dejarla en el suelo.

—Que susto. —Se llevó la mano al pecho—. Si no hubiese sido por ti creo que ahora tendría, mínimo, un buen dolor de cabeza.

—Siempre voy a cuidar de ti, mamá.

Su expresión se suavizó, regalándomeuna sonrisa suave, confiada y agradecida.

—Lo sé, hijo.

Me froté las palmas con la intención de no alargar el sentimentalismo del momento porque ya mamá estaba sorbiendo por la nariz, y seguro planteándose en sí abrazarme o no, al final lo hizo y yo, incapaz de rechazar su calor, le correspondí al instante.

Ella estaba muy emocional últimamente, pero no sabía a qué se debía, todavía demoraba un poco para la menopausia, así que supuse que sería que, aunque lo disimulara de maravilla, estaba cansada. Con la intención de devolverle un poco del cariño que me daba, besé su cabello antes separarme.

—¿Y qué tienes pensado hacer?

Se pasó el dorso de la mano por debajo de la nariz y después ambas palmas por el delantal para recomponerse.

—¿No pensabas aparecerte al cumpleaños de tu mejor amiga con las manos vacías, o sí?

—Eh...

—No tienes remedio, cielo. Haré rosquillas para ella porque sé cuánto le gustan, y tú me ayudarás.

Un calor conocido se expandió por mi pecho.

Volví a fingir el tono y saludo militar.

Y así se fueron las próximas tres horas, entre batir la mezcla básica para la masa que consistía en disolver azúcar en mantequilla para poder agregarle las yemas de huevo, posteriormente le añadimos leche, levadura y sabor a limón, el favorito de Andrea. Lo último que le sumamos fue la harina, que por los jueguitos de mamá terminamos como si fuéramos nosotros las rosquillas. Aunque debía admitir que no me importaba serlo si era Andrea quien iba a comerme. De ahí pasamos a amasar primero con las manos y luego con el rodillo, para poder darle las formas antes de freírlas y, nuevamente, endulzarlas.

No iba a mentir, jamás había sido bueno en la cocina, malamente me salía una sopa instantánea, pero con el ánimo de mi madre, que cada dos por tres me recordaba lo feliz que se pondría Andy cuando llegara con los dulces, y la alegría que le daba verme a su lado esforzándome por algo que no fuera por mi moto, terminó por contagiarme su buena vibra.

Cuando terminamos de limpiar todo, mamá me entregó la cesta cargada con las rosquillas cubiertas de azúcar. El tejido de mimbre estaba adornado con pequeñas flores entre el rojo y púrpura simulando el amaranto. Al parecer era algo que ya tenía en mente porque dudaba mucho que la hubiera tenido preparada de casualidad, además era imposible que mi madre olvidara que esas eran las flores favoritas de Andrea porque también eran las suyas.

Toqué uno de los pétalos, recordando a Andrea.

Tal vez yo sea como estas flores. Leí un poco sobre ellas. ¿Sabías que son capaces de resistir la sequía gracias a su fijación de dióxido de carbono? Y, además, requieren menos cantidad de agua para producir la misma biomasa. ¡Es increíble! Como dar amor sin importar las adversidades.

—Mamá... —Puse las palmas sobre la mesa, sopesando si decirlo en voz alta o no.

Desde hacía un rato tenía un pensamiento dándome vueltas, atormentándome.

—¿Qué pasa?

Sacudí la cabeza en negación y me separé.

—Nada, olvídalo —giré sobre mi eje con la intención de escapar hacia mi habitación antes de que a mi madre se le comenzaran a escapar las preguntas, porque sabía que que se estaba conteniendo, sobre todo después de ver que estuve a punto de escupir algo de lo que me atormentaba.

—Cielo, espera... —me hice el sordo y seguí caminando. No tenía intención de ser grosero, pero no estaba listo para esa conversación.

—No era nada importante, mamá.

Ya estaba al pie de la escalera. La música había dejado de sonar hacía dos horas, exactamente desde que habían venido a buscar Alek para sabrá Dios qué, aunque probablemente fuera meterse en problemas. Papá todavía no regresaba del trabajo, así que todo estaba en silencio, fue imposible no paralizarme cuando, después de las mías, las siguientes palabras salieron de su boca.

La escuché suspirar, como si se diera por vencida. Pero entonces su voz atravesó el aire como una daga directa a mi estómago.

—¿Qué pasa, que te da miedo que tu oscuridad apague la luz que Andrea desprende? ¿Es eso?

Mi cuerpo entero se tensó, no solo porque su pregunta significaba que había estado hurgando en mis escritos, sino también porque había tocado un punto demasiado sensible para mí.

Arrugué el entrecejo, sintiendo el enojo burbujear en mi interior.

—¿Cómo sabes eso? —Vaya pregunta estúpida era aquella, ya sabía la respuesta—. Mamá, se supone que debes respetar mi espacio, te he dicho que no me gusta...

—Sí sí sí, que no te gusta que ande husmeando en tus cosas —dijo con tono decaído pero sin poder disimular del todo que aquello le mortificaba—. No fue a propósito, cielo, estaba limpiando tu habitación en la mañana y el cuaderno se cayó cuando sacudí una de tus almohadas. No tenía idea de que ese era su escondite.

Puse una mano sobre mi cadera y con la otra me sostuve el puente de la nariz, tomé una respiración muy profunda y expulsé con la mayor lentitud que pude antes de voltearme para dar la cara.

Le creía, solo que aquel era mi secreto. No me creía escritor ni mucho menos, solo escribía todo lo que no era capaz de decir en voz alta. No había nada como perder el miedo y la vergüenza, y plasmar todo en el papel sin el temor a ser juzgado, el exterior desaparecía frente al abrazo de la hoja y las lágrimas de tinta de mi pluma. Si lo mirabas bien, era como escupir el alma para tatuar una hoja en blanco. Pensar que había estado tan cerca de todas mis confesiones escritas en aquel cuaderno me causaba terror.

—Cariño, puedes hablar conmigo —Sin preverlo ya la tenía frente a mí, sosteniendo mis manos entre las suyas, dándome la mirada más preocupada que le había visto desde hacía mucho tiempo—, soy tu madre. ¿Qué es eso tan malo que pasó contigo para que te esfuerces tanto en aparentar que puedes con el peso de esa armadura que cargas? Cuéntame, no puedes tenerle más confianza a un montón de hojas que a mí.

—No se trata de eso mamá. —De pronto me sentí cansado, como si todo el tiempo del viaje me estuviera pasando factura en ese momento. O tal vez era el pasado. Solo sabía que no quería hablar del tema, no obstante, le debía una explicación—. Está bien, ¿quieres saber? Te contaré todo lo que necesites saber.

Ambos terminamos por sentarnos en el tercer escalón de las escaleras que llevaban a las habitaciones del segundo piso.

—Prometo no interrumpirte para darte ningún abrazo o besarte.

Asentí, un poco ido, porque en realidad, mi mente había retrocedido un par de años

—Sabes que siempre fui un niño bastante... ¿cómo decirlo?, voluminoso, y solo con eso era suficiente para despertar la atención de los demás. ¿Un chico que hasta los quince años estuvo sobrepeso, con gafas de aumento porque amaba leer casi tanto como a la comida, que siempre le gustó destacar para que sus padres estuvieran muy orgullosos de él por sus buenas notas? No lo supe hasta muy tarde, me había convertido en blanco perfecto para todas las burlas de la escuela. Al principio no me afectaba, estaba demasiado concentrado en mis cosas como para darme cuenta, pero luego me di cuenta, los susurros acusadores, las miradas burlonas, las risas, las bromas de mal gusto. Llegados a un punto no supe cómo detenerlo. Así que la mayor parte del tiempo fingía que todo estaba bien, que aquello era normal en los chicos de mi edad. La vida seguía, incluso comenzó a gustarme una chica, se llama Megan.

Levantó la cabeza, sorprendida ante la mención de ese nombre. Mamá tenía muy buena memoria, bastaba una reunión de padres para aprenderse el nombre de todos.

—¿Ella no sigue siendo tu compañera?

Tuve el impulso de fulminar con la mirada su pregunta, pero la vulnerabilidad en sus palabras me partió el alma.

—Así es.

—Vale, continúa.

Me humedecí los labios.

—Tú sabes bastante de los clichés, no debes pasar mucho trabajo para identificar lo que sintió ese chico en pleno paso por los complejos de la adolescencia cuando se le declaró a la chica popular frente al salón de clases y obtuvo como respuesta un asqueado prefiero besar a un sapo, gordo repugnante, seguido de las risas de todos. Eso me rebajó a un punto en el que solo quería que alguien me aplastara con la suela de su zapato. Desaparecer con un chasquido hubiera sido más fácil que deshacer el efecto de las burlas —Todavía, cuando en cierta ocasión me topaba con la crueldad del mundo, lo deseaba—. Andrea y Chloe se dieron cuenta enseguida e hicieron hasta lo imposible para no dejarme solo por mucho tiempo, porque sabían lo dañina que podía ser la mente, querían verme sonreír en lugar de bajar la cabeza, por eso las quiero tanto, por eso con ellas sigo esforzándome por ser ese chico atento y calmado que una vez rescataron.

Hice una pausa y tragué saliva, sintiendo como si hubiera sido un nudo de clavos bajando por mi garganta. Rememorar la peor etapa de mi vida suponía abrir una herida que me esforcé por cerrar.

—Pero después de aquello, me propuse cambiar todo cuanto pudiera de mí, el cómo me veía, mis pasatiempos, incluso a los que decían ser mis amigos solo para tirarme a los tiburones y divertirse a mi costa. Sustituí las bibliotecas por discotecas y los libros por cigarrillos. Nadie más sería capaz de descifrar mis sentimientos, mucho menos de hacerme daño de nuevo. Quería atraer miradas y romper corazones a mi antojo, igual o peor que como lo hicieron conmigo. Así que comencé a hacer ejercicio y me inventé dietas que casi me dejan en el hospital más de una vez. Chloe lo supo y quiso contarles a ustedes, pero le pedí que no lo hiciera, aceptó, poniéndome como condición que comenzara a entrenar con su padre. Me concentré en mí, en trabajar para fortalecer mi carácter y convertirme en el chico perfecto al que nadie sería capaz de rechazar. En menos de un año era un imán para las miradas, las chicas suspiraban y me coqueteaban, y los chicos se preguntaban de dónde demonios había salido el estirado que se robaba toda la atención con solo acelerar su moto. Nadie parecía recordar el infierno que me habían hecho pasar por ser diferente. Era la oportunidad perfecta.

No me había dado cuenta de que todo ese tiempo había estado apretando un dedo con otro, nervioso. Seguía con el nudo en la garganta, y estaba seguro de que si se deshacía, mis lágrimas podrían fluir libremente. Y no me iba a permitir eso. Tenía que admitir que, si bien mi pasado no cambiaría, el compartirlo me hacía sentir un poco de alivio.

—No tenía idea de que pasabas por todo eso. Siempre llegabas tan feliz a casa, presumiendo tus buenas notas y hablando de cómo el profesor te había felicitado frente a todos. Nos confiamos tanto que yo... que nosotros, no teníamos ni idea de que estábamos equivocándonos en algo, de que mi pequeño estaba sufriendo bullying. —su voz se escuchaba temblorosa, estaba llorando. No quise mirarla porque sabía que de hacerlo, no podría terminar de soltar todo aquello que llevaba tantos años guardando, y ese era el momento de hacerlo. Ya no había vuelta atrás.

Pasé la lengua por mis labios para humedecerlos, otra vez, en esa ocasión imaginé sentir el regusto amargo de la palabra. Bullying.

—Durante todo ese tiempo solo hubo una constante en mi vida, la amistad. Chloe me guardaba los secretos y me aconsejaba, era como tener una hermana mayor un tanto resabiosa. En cambio, Andrea, era con quien mejor me entendía, quizá porque llevábamos toda la vida juntos. Fueron muchas las veces que me perdí en mi cabeza, podía sonar la campana que yo no era capaz de inmutarme, y Andrea siempre se quedaba conmigo, hasta que lograba volver. Nunca me juzgó, me regaló abrazos que no sabía que necesitaba y me decía lo orgullosa que estaba de mí, dándome un beso en la frente, con la misma delicadeza que sostienes una figurita de cristal llena de grietas. Fue ella quien me regaló el cuaderno en el que todavía escribo, alegando que que contarle todo a alguien sin miedo a ser juzgado me ayudaría a ver lo especial que era.

Se le escapó un sollozo y me fue imposible mantenerme inmune a su dolor. Pasé mi brazo alrededor de sus hombros para que recostara su cabeza. Estaba seguro de que, si antes le tenía un cariño especial a Andrea, ahora le sería imposible encontrar las palabras adecuadas para agradecerle, al igual que con Chloe.

—Andy jamás se fijó en la envoltura, me buscó más allá de ese agujero negro de miedos y complejos.

—¿Por eso te enamoraste de ella, cierto? —preguntó, sorbiendo por la nariz.

Negué con la cabeza, dándole el paso a otro recuerdo, aquel, a diferencia de los demás, provocó que una sonrisa me surcara el rostro.

—Fue el día que dejó a su madre plantada para ayudarme, cuando la vi llegar corriendo sofocada y despeinada, gritándole a todo el mundo, tirando almuerzos y jugos a diestra y siniestra, para infundir miedo y que me dejaran en paz. Se agachó a mi lado, sosteniendo mi rostro lleno de lágrimas en sus pequeñas manos. Me dijo que todo estaría bien, y yo le creí. Ese fue el punto de no retorno en dos aspectos. Decidí que era hora de levantarme y... me di cuenta de que estaba enamorado de ella. Estaba completamente enamorado de su infinita torpeza, de su lentitud para captar indirectas, de su irreverencia y hasta de su pésima relación con las matemáticas.

Logré dejar la tristeza atrás en cuestión de segundos, segundos de los que Andrea se había hecho dueña de mi mente sin ser consciente.

Cuando terminé de hablar mamá aprovecho el momento y prácticamente se tiró a mis brazos, apretándome entre los de ella como si quisiera resarcir el daño que otros me habían hecho. Seguía sorbiendo por la nariz. Estaba hecha un mar de lágrimas y la culpa era mía, mas no podía hacer otra cosa que consolarla.

—Perdóname, hijo, por no saber, y po no haber estado cuando más lo necesitaste.

Acaricié suavemente su espalda, de arriba hacia abajo, intentando calmarla, asegurándole que todo estaba bien. No sabía qué otra cosa hacer sin dar un paso en falso y hacerla llorar más.

—No te angusties, mamá, siempre que te llamé, viniste a toda carrera para darme el apoyo que te pedía, fui yo quien se esforzó por ocultar todo esto. Eran cosas por las que tenía que pasar para ser más fuerte.

Negó con un movimiento, tenía la cabeza oculta en el hueco de mi cuello.

—Nadie merece pasar por eso. Lo siento tanto, mi niño. Gracias por contarme, sé que no querías hablar de eso y aún así lo hiciste. —se separó un poco, lo suficiente para hacer coincidir su mirada con la mía.

—No tengo nada que perdonarte, pero si escucharlo te hace sentir mejor, te perdono.

Su semblante cambió, sus ojos brillaron y la sonrisa le tembló. Se puso de pie intentando recomponerse.

—¿Piensas que que ir de negro, con esas cazadoras de cuero y esas botas militares que siempre usas y que tan bien lucen cuando vas en tu moto con esa sonrisa enigmática, serán suficientes para ocultar toda la luz que llevas dentro?

—Tengo miedo de que Andrea vea quién soy realmente.

—Pero si tú mismo lo has dicho, ella ha estado contigo en todas tus facetas y siempre vio en ti lo que los demás no pudieron.

—Exactamente por eso, mamá, ¿y si echa otra ojeada y termina decepcionada? No soportaría perderla.

—Y lo harás, si no decides arriesgarte de una buena vez. Sé que tienes miedo de ser tú, cariño, pero dale a alguien la oportunidad de verte brillar.


Alex, mi chiquito, ven que te doy un abrazo😫

Espero haber narrado lo mejor posible, y sin afectar a nadie. Este capítulo es importante para mí porque durante muchos años estuve sufriendo por cómo me veían los demás, pasando por dietas que me exprimían la vida y que reiteradas veces me dejaron mal de salud, escondiendo mi cuerpo, mi sonrisa, sintiéndome un bicho raro, solamente porque me gustaban cosas diferentes a la gente de mi edad. Así que si alguien entiende esa horrible situación, soy yo.

Si están pasando o pasaron por algo similar, tengan esto presente: Ustedes son demasiado perfectas para las mentes pequeñas, así que no se limiten a ellas. Ustedes son arte, donde quiera que se paren. Una puta obra de arte. No dejen que nadie les haga creer lo contrario.

Espero leerlas en comentarios. 

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