4. ¡Vete a la mierda, Cupido!
¿Qué debes hacer cuando encuentras a tu novio metiéndole la lengua hasta la garganta a otra chica? Opción A: Hacerte la ciega y dejar que los cuernos te crezcan hasta que lleguen a los cables de electricidad y dejes a todo un vecindario sin corriente y así no ser la única que tenga que pasarlo mal, opción B: Gritarle como una loca con altavoces para que todo el mundo se entere y quedes afónica y así poder pasarte dos días llorando sin hacer ningún ruido.
Menudas estupideces me pasaban por la cabeza.
Con la primera, perdía la poca dignidad que me quedaba, al seguro. Y la otra, pues me volvería viral en Internet una vez que ganáramos público, ya me podía imaginarme los estúpidos comentarios. Pero como yo soy al revés al mundo, me inventé una opción C, claramente. Ni siquiera lo pensé, le lancé la brocha que tenía en la mano, directo a la frente. Ojalá le saliera un chichón y tuviera que ocultarse por tres días más.
Intentó perderse de la dirección de la brocha con un ridículo movimiento pero, claramente, no lo logró y me regodeé por mi buena puntería.
La mezcla entre el enfado y la decepción no cabía dentro de mí después de haber visto cómo Leo manoseaba otro cuerpo. Chloe me lo había repetido muchas veces a pesar de que ya lo sabía, que él era un estúpido mujeriego que pensaba con el pene en lugar de utilizar las neuronas, y aún así decidí darle la oportunidad.
A pesar de no ser el motivo principal, también me cabreó que el imbécil sí que tenía buen gusto a la hora de elegir, y lastimosamente no lo decía por mí. Megan era muy guapa, sus ojos miel combinaban perfectamente con la cabellera rubia con ondas que le llegaban más abajo de la cintura, labios carnosos y una sonrisa estirándolos, que demostaraba que estaba por encima de los demás sin importar cuántos centímetros de tacón usara, el escote de su blusa y la minifalda del equipo sobre unas perfectas curvas mostraban sus piernas de modelo a la vista de simples mortales como yo, dejando muy poco a la imaginación de otros como Leo.
Claro que tenía que ponerme los cuernos con ella si era una bomba, que bien podría ser yo, pero en versión mini, quizá eso era lo que más me pinchaba, eso y que ahora no habría quién la soportara en los entrenamientos.
—¡Pero Andrea! —me regañó, un poco desorientado, frotándose la frente donde ya comenzaba a verse la marca colorada entre la mancha de pintura que le había quedado. Sus ojos azules como un cielo despejado estaban ligeramente empañados, supuse que por el dolor del golpe. La nueva novia se mantenía oculta tras su espalda y casi podía jurar que apenas estaba respirando, como si no fuera lo suficientemente visible ya—. Esto no es lo que parece.
Esa última frase llevó mi enfado a niveles estratosféricos.
—¡Andrea nada, eres un idiota, imbécil!
—Pero... pero...
—¿Se te trabó la lengua? Hasta hace un momento la tenías muy bien metida en su boca, ¡otra vez! —Señalé a la rubia con el dedo índice.
Al contrario de ella, Leo se irguió llenado su pecho de fingida hombría, misma que acababa de herir después del lloriqueo que había formado. Tenía intenciones de hablar así que puse la palma de mi mano frente a su cara para detenerlo y salvar la poca dignidad que me quedaba a mí.
—Hemos terminado aquí —solté lo que llevaba pensando todos estos días. Aunque la verdad era que las palabras me ardían un poco en la garganta.
Abrió la boca y la volvió a cerrar, así varias veces hasta que al fin logró preguntar:
—¿Me estás dejando?
—Sí, desde que lo hiciste la vez anterior pero como eres idiota no te habías dado cuenta de que en algún momento me iba a enterar.
—¿Qué?
—Sí, imbécil, no te creas que no sabía que llevabas tiempo enredándote con otra. —Le recordé.
—Pero... ¿Segura de que me es...?
—¡Qué sí, idiota! ¿Es que no lo acabas de entender, te ha entrado agua en los oídos mientras te bañabas? —espetó Megan. Al parecer incluso a ella se le había agotado la paciencia con el papel mal actuado de novio que no rompe un plato. Bufó exasperada—. Yo me largo de aquí, no estoy para escuchar tus ruegos, búscame cuando termines.
Salió de atrás de él dándole un ligero empujón a la espalda con su hombro, demostrando el carácter que se cargaba, y cuando tuvo que llegar a mí para cruzar la puerta se detuvo un segundo a mirarme, sin pizca de arrepentimiento o vergüenza, más bien, condescendiente.
—No sé cómo pudiste aguantarlo por tanto tiempo.
No me dio tiempo a responder, aunque tampoco sabía si quería ponerme a arrancarle los pelos por encontrarla enredada con Leo o tomar el almuerzo con ella para hablar de la decepción que tenía como exnovio.
Cuando volví a mirar a Leo, tenía cara de cachorro abandonado y miraba fijamente el lugar por donde Megan se había marchado hacía unos segundos.
¿En serio, estaba enamorado de ella?
Dios mío, no podía creer aquello.
Miré el techo unos breves segundos, pidiendo paciencia.
Te pasas, Cupido, de veras que te pasas.
Suspiré con pesadez, las cosas que me pasaban a mí no le pasaban a nadie más.
—Ve tras ella, imbécil.
—¿Qué?
—¿Acaso quieres otro golpe? —lo amenacé haciendo ademán de recoger la brocha del suelo para volver lanzarla y entrecerré los ojos cuando lo vi negar repetidas veces mirándome como si estuviese completamente loca—. Ve tras ella antes de que sea demasiado tarde.
Asintió con una cabezada firme y decidida, como nunca antes lo había visto y se perdió pasillo abajo sin decirme absolutamente nada.
Gracias Cupido, si tenías una competencia para ver quién era el más ridículo, acabo de ganar el premio.
Es que yo no tenía suerte en el amor y eso me hacía preguntarme, ¿acaso existía? Pero claro que sí, solo me hacía falta ver a parejas como la de Mary y mi tío, los padres de Alex o la hermana de Chloe para saberlo.
Conmigo el pinche ángel enano se las tenía muy bien gastadas, el muy bárbaro o bien era miope y encima se la pasaba borracho de nube en nube o lo hacía por pura diversión, porque no me lanzaba ni una sola flecha que me durase más de tres meses, siempre me encontraba con la persona equivocada, cuando no era el que quería una casi algo, era el que no podía olvidar a su ex, o el que odiaba el compromiso, o el que prefería salir corriendo tras un buen culo y par de tetas, como Leo.
Resoplé de nuevo, por enésima vez en el día. Estaba harta del mundo.
—¿Sabes qué? —dije para mí misma, poco me importaba estar hablando sola—, ¡vete a mierda Cupido, que ya me las arreglaré yo solita!
Lancé dentro del cuarto todo lo que había tomado para limpiar el pasillo y empujé el carrito, dejándolo donde mismo estaba, antes de salir corriendo descalza y desaparecer de allí.
Tenía algo muy importante que hacer y no era precisamente limpiar el pasillo, debía salvar mi vida amorosa.
A esa hora las personas del servicio del comedor estaban alistando las mesas y velando de que las neveras tuvieran agua suficiente y fresca para todos los estudiantes. No tardé mucho en localizar a Mary sentada en una de las mesas más cercanas a la barra. Tenía el caabello castaño recogido en un moño bajo y el gorro protector a un lado mientras veía algo en el móvil. De su delantal azul solo se veía la parte del pecho.
—Hola hola, querida Mary —cantureé cuando estuve frente a ella con las manos tras la espalda, como niña que no rompe un plato. Pero si alguien me conocía era ella, no tardaría en adivinar mi comportamiento.
Levantó la cabeza e hizo coincidir su mirada marrón con el color de la mía, la sonrisa con que correspondió mostró las arrugas que se formaban a cada lado de sus ojos, dándole ese aspecto que te hace querer regalarle un abrazo sin apenas conocerla.
Su parecido con mi madre era apenas perceptible, excepto por la estatura y color del cabello, mi tía era de constitución robusta mientras que mamá era sumamente delgada, de hecho, podía asegurar que nadie más que yo, y mis mejores amigos, en esta escuela, conocía del parentesco entre nosotras. Así lo había decidido mi tía, que siempre tuvo mala relación con mi madre por la falta de apoyo que mostró la última durante toda su vida, digamos que mamá era la chica correcta y responsable, que hacía y deshacía según los deseos de los abuelos y mi tía era la oveja negra, la que sí tenía sueños que cumplir, una voluntad de acero y un amor para disfrutar, cuyas decisiones jamás fueron aceptadas por parecer un poco salidas de tiempo, como si estuviéramos en las clases de historia otra vez, puesto que proveníamos de una familia adinerada.
Nada de eso la detuvo, se casó con Daniel, un gran hombre, trabajador, amoroso y atento, pero nunca tuvieron hijos, decía que no tenía vocación para ser madre, no obstante, en muchas ocasiones sí que lo fue para mí. Después de enviudar vendió el negocio que había levantado junto a su esposo y cayó en una profunda soledad, no quería recibir visitas ni nada que se le pareciera, mi madre intentó hacer algo pero ya venía con demasiados años de retraso y al final lo único que pudo hacer para tenerla cerca fue darle este trabajo.
—¿Qué te trae por aquí? —inquirió, pero enseguida puso la palma de su mano frente a mi cara—. No, espera, déjame adivinar. ¿Te expulsaron del turno?
Mi madre le había ofrecido una plaza como profesora de Química, que era lo que había estudiado, sin embargo, se rehusó. A los pocos días llamó a mi madre y le dijo que se unía, pero como cocinera, porque así de alguna manera mantenía viva la memoria de su esposo, quien en sus buenos tiempos había sido chef de uno de los mejores restaurantes del estado.
De ahí en adelante hubo una nueva Mary, que fingía ser ruda pero terminaba haciendo reír, y también sonreía y bromeaba con los estudiantes de vez en cuando.
Hice un mohín, fingiendo la vergüenza que no me daba.
—No tienes remedio. —Intentó ocultar su diversión y fracasó.
Tomó el gorro de encima de la mesa y se puso de pie para regresar a su trabajo, sabiendo que yo le seguiría los pasos.
—Mary —comencé dudosa. No estaba totalmente segura de si era buena idea contarle lo que recién había pasado porque, veamos, por más que yo intentase dejar de lado eso diciendo que sabía lo que tenía, no quitaba la gran decepción que sentía. Detuvo su andar para mirarme—, hoy ha pasado algo.
—Lo sé.
Dejé de observar mis pies y levanté la cabeza.
—¿En serio? —Arrugué el entrecejo.
—Vienes a verme cuando no tienes con quién hablar y necesitas consejo. Además, es imposible obviar que andas descalza, y con olor a pintura fresca y si te das la vuelta tienes toda la parte trasera azul, así que sospecho que tuviste más de un problema.
—Pero...
—Tranquila, no lo digo para que suene a reproche, me alegra ser a quien acudas cuando estás en problemas —dijo con un ligero tinte de orgullo. No tenía hijos por los que velar pero sin duda alguna era la mejor tía que se pudiera esperar—. Así que vamos, no le des más vueltas y cuéntame por qué esa cara de tomate recién pateado.
Pasé por alto su burla porque sabía que lo hacía con cariño, por la confianza que había entre nosotras más allá del lazo de sangre que nos unía, siempre que me quedaba sola acudía a ella o a la familia de Alex, con cualquiera de ellos me sentía importante, parte de algo sincero, todo lo contrario al fantasma en que me convertía cuando estaba en casa.
—Hace un rato encontré a Leo con otra chica en el cuarto de los instrumentos de limpieza —solté a quemarropa, mas ella ni siquiera pareció sorprendida.
Se encogió de hombros, restándole importancia.
—No quiero decirte esto y seguir machacando la herida, pero te lo dije muchas veces antes de que decidieras llevarlo a casa. Desde aquí se ve todo, es el único lugar donde se reúne la mayoría de estudiantes para hablar sin tapujos. Nunca me gustó ese chico con aires de mujeriego y un ego tan susceptible —dijo sincera y no pude quitarle la razón, luego me miró e hizo un ademán para cubrirse y que su voz saliera a chisme—. Y en serio, el cuarto de la limpieza es lo menos creativo que hay en estos días, ni siquiera en mis tiempos se usaba.
—Lo sé, es tan básico como un rompecabezas de cuatro piezas —Resoplé decepcionada.
Suspiramos con pesar al mismo tiempo, cosa que me hizo verla con una sonrisa.
Siguió el camino que había dejado a medias y se colocó tras la barra, dio un par de vueltas al otro lado, dejó los cubiertos limpios donde iban y tomó dos manzanas, una para cada una. Me recosté a la barra y di un mordisco un tanto ausente y despreocupado.
—No sé qué hacer con mi vida amorosa.
—Desamorosa diría yo. —Me copió el acto.
—No quiero seguir dando esos tropiezos hasta encontrar al adecuado, cuando venga a ver voy a estar en la boca de cada chico de esta ciudad.
—Excepto en la de Alex.
Abrí mucho los ojos.
La mención de mi mejor amigo sin venir a cuento casi me detiene el pedazo de manzana en la misma garganta. Tragué duro, dejando mi actitud juguetona de lado.
—No entiendo a qué viene eso —mascullé, removiéndome incómoda.
El sonido de la última mordida resonó en aquel espacio que de pronto comenzó a sentirse demasiado pequeño.
—No te creas que no he visto cómo se miran.
Resoplé de nuevo, poco convencida al parecer Mary estaba comenzando a tener problemas de visión.
—Soy como una hermana para él, prácticamente nos criamos juntos, de ninguna manera esta conversación se puede desviar hacia donde estás pensando.
Asintió, pronunciando un ajá con cierta diversión y tiró el resto de la manzana a la basura.
—Como te iba a decir respecto a tu vida amorosa, todavía eres muy joven para estar pensando en eso de encontrar al indicado ahora, esta es la edad de equivocarse mi niña, de sacar malas notas por haber ido de fiesta en lugar de estudiar, es el tiempo de probar, de experimentar, y soñar, de equivocarte a lo grande, si total, a estas alturas de la vida te digo yo a ti que todo tiene solución, menos la muerte.
—Mary, ya no soy una niña, quiero...
Me interrumpió.
—Bien. ¿Sabes qué hago para poder regresar a casa con la compra que necesito?
—¿Ir al supermercado?
Me miró, impaciente, como quien dice, ¿en serio?
—Vamos Andrea, sé que puedes forzar tu cerebro un poquito más que eso, solo tienes que hacer chocar las dos neuronas que te quedan.
Abrí la boca y me llevé una mano al corazón, herida.
—Eso ha dolido.
—Dramática.
—Vale, ¿haces una lista de lo que necesitas?
—Exacto —Señaló con ambas manos— porque si no, olvido las cosas realmente importantes y me voy llevando lo que me llame más la atención hasta dejar el carrito sin espacio.
Fruncí el ceño, perdida por un momento.
¿Había adivinado? Pues sí, pero no captaba su intención.
—Creo que no te sigo, tía.
—Oye —me requirió. Le dediqué una mirada de disculpa y la insté a seguir—. Me refiero que, si quieres encontrar algo, primero debes saber qué buscas exactamente. No encuentras nada porque no tienes idea de qué es lo quieres.
Si me ponía a pensarlo con mayor detenimiento, ella tenía toda la razón.
De pronto sonreí. Me puse de puntillas para llegar hasta ella que se mantenía al otro lado, me colgué de su cuello y dejé un sonoro beso en su mejilla.
—¡Gracias! —le grité antes de salir disparada de allí con una repentina felicidad.
—¿Entendiste? —escuché que gritó.
—¡Sí!
—¡Ponte zapatos que te vas a resfriar, jovencita!
No sabía qué tiempo había pasado, pero entre que fui a mi casillero para sacar lo de cambiarme, que era la ropa y los zapatos de deporte, para poder estar limpia y que me dejarán seguir deambulando por ahí, que entré a la biblioteca, pasaban más de veinte minutos. A esa hora ya el turno debía haber terminado, pensé, y lo confirmé cuando tuve a Alex arrastrando la silla para sentarse frente a mí.
—¿Qué haces? —Rompió el silencio con su voz gruesa y vibrante, sin preocuparse por seguir las normas de estricto silencio.
A pesar de lo concentrada que estaba en hacer cuadraditos al inicio de cada punto de la hoja, y que tenía la esperanza de ir tachando más tarde, donde recién había terminado de escribir mi lista, la voz de Alex no me sorprendió lo necesario como para despegar la vista del papel, puesto que aquello era realmente importante para mí.
En aquel momento me parecía que aquel pedazo de papel con un par de líneas escritas eran la respuesta a mis problemas, pero yo era tan impulsiva que probablemente mañana al mediodía ya hubiera olvidado mi propósito, no obstante, al menos me aclaraba un poco las ideas.
—Terminar una lista —respondí, sin nada de detalles.
Solté el marcador negro y tomé el de color rosa claro, que estaba al lado de mi brazo izquierdo, para poder señalar las palabras claves. Me había adueñado de la última mesa de la biblioteca y ahora tenía todos los materiales escolares esparcidos por la superficie porque así me resultaba más fácil organizar mis ideas, dentro de mi reguero. Para mí era imposible ser más ordenada, me volvían loca las cosas perfectamente estructuradas.
—Ya, claro, no me di cuenta.
Pasé por alto su sarcasmo de mala calidad y agarré el botecito de purpurina y comencé a dibujar hilos que se enredaban unos con otros y bordeaban toda la hoja.
—Andy ¿purpurina, en serio?
Eso mismo me planteé yo, pero, ¿qué más daba? Si iba a hacer algo, lo haría bien.
Fue ante su burla que levanté la cabeza con el ceño fruncido e hice coincidir sus tormentosos ojos grises con la verde calma de los míos.
—Sí, ¿qué problema tiene? —indagué intentando ocultar la gracia que me hacía su cara sacada de onda.
Enarcó una ceja como quien dice ¿en serio me preguntas eso?
—¿Qué edad tienes, pequeño saltamontes?
Resoplé una sonrisa, aquel apodo ya no me quedaba, ya no éramos niños, pero no se lo diría, porque muy en el fondo, me gustaba.
—Diecisiete, señor madurez, hasta dentro de tres días.
Cerró el libro que estaba utilizando, que hasta ese momento no me había dado cuenta que lo tenía, y lo apartó para tener el espacio de entrelazar sus manos sobre la mesa. Relamió sus labios y no pude evitar llevar la vista al aro de color ónix que atravesaba su labio inferior.
Siempre se mostraba tan relajado, tan despreocupado, con ese aire seductor del que le era imposible separarse. Era hipnotizante, incluso para mí.
En estos momentos, mientras no dejaba de mirarme con esa profundidad que amenazaban sus ojos, parecía que iba a hacer la reflexión de su vida.
Alex era mayor que yo por un año y unos cuentos meses, aunque estaba convencida de que eso no era lo que lo hacía parecer más adulto, sino los baches que había tenido que sortear durante los últimos años y que lo habían hecho madurar a la fuerza. Estaba repitiendo su último curso debido a las constantes ausencias injustificadas a clase y algún que otro problemilla de conducta.
Hace un año y medio más o menos, el matrimonio de sus padres atravesó una mala racha por cuenta del rechazo que todavía le profesaba su familia paterna a su madre y eso tuvo una repercusión importante en él, además de los problemas suyos, con los que llevaba tiempo lidiando en silencio. Comenzó a dormir fuera de casa para evitar enfrentamientos con su padre, a frecuentar bares de mala muerte con personajes de dudosa procedencia, a tirarse a cuanto cuerpo con tetas encontrara, para evitar pensar, y a pelearse por ellas y por nada, más bien para demostrar que podía ser el puto rey del instituto si quería.
Muchas fueron las noches que uno de los dos nos colamos en la habitación del otro para que yo pudiera curarle las heridas físicas en completo silencio hasta que él decidiera mostrarme también las internas.
Luego de una ardua labor de concientización, tuvo que entrar a rehabilitación por sus problemas con el alcohol, hasta hace tres meses que fue dado de alta, completamente limpio.
—Pues no me parece a mí algo muy maduro si está todo adornado de purpurina —Miró por encima, fingiendo estar muy concentrado en descubrir lo que tenía escrito, cosa que no era cierta porque los dos sabíamos que si él quería ver lo que ponía solo debía estirar la mano y quitarme el dichoso papel, yo no le ganaba ni en rapidez, mucho menos en músculos, mucho menos en altura, y digamos que lo de ágil me lo llevaba yo de torpe—. Buscando...
Retiré la hoja lo más rápido que pude, y para su sorpresa ni el Rayo McQueen me hubiera hecho nada.
Casi sentí el eco de su risa resonar en mi conducto auditivo, burlándose de mis niñerías, pero nunca llegó.
Entrecerré los ojos y le dediqué una mirada inquisitiva, nada agradable, más bien repelente.
Palmeó la mesa una vez, dándose por vencido. Se reclinó sobre las patas traseras de la silla, adoptando su posición despreocupada.
—Veamos, si me explicas con detalle qué es eso que estás haciendo prometo que dejaré de mirarte como si te hubiese salido otra cabeza e intentaré ayudarte.
Alex era guapo, de esos que te dan ganas de mostrar a todo el mundo con un cartel en el pecho que dijera: Es mío.
Su cabellera oscura estaba peinada hacia atrás, y como si lo hubiera hecho con los dedos, algunos mechones le caían un poco sobre la frente, pero sin llegar a tapar sus ojos, dándole ese aspecto desenfadado, en plan, soy guapo y ni siquiera me esfuerzo en serlo, fresco, de chico peligroso, en perfecto contraste con su piel blanca. Su rostro parecía haber sido cincelado con sumo cuidado, nariz angulosa, rasgos duros y una mandíbula marcada que le daba un poco más de vista a esa hendidura que se formaban en su barbilla. Si a todo eso le sumabas la sonrisa que en muy pocas ocasiones compartía, de esas que se roban las miradas, flechaba sin remedio.
Y qué decir cuando hablaba, era el chico más dulce y paciente que había conocido jamás, aunque los demás lo vieran como el chico rudo, apático y silencioso, con piercings y tatuajes que vestía de cuero, yendo y viniendo es su moto, sin socializar demasiado.
Si te lo encontrabas por ahí, ya podías dar por perdido a tu corazón.
No era un tipo de los que se volvía solo músculo, pero lo que se dice delgado, tampoco, con la altura perfecta para que las chicas tuviesen que ponerse de puntillas y colgarse de su cuello para besarlo —que no es que yo haya pensado en besarlo, solo aportaba el dato, eh—.
Hice un mohín poco convencida de lo que decía, si le enseñaba seguramente se iba a burlar de mí. No eran cosas de gente madura, como bien decía.
—Ya te he dicho, una lista. —Una lista a la que solo le he escrito un punto y que pretende ayudarme a encontra el amor de mi vida, me faltó decir.
—Puede ser una lista de la compra, de los deberes, de tu período, yo qué sé.
—Una lista, sin nombre ni apellidos para ti. Confórmate con ser partícipe del proceso.
Por el rabillo del ojo lo vi rascarse la nuca.
La pregunta que me hizo a continuación me descolocó un poco, por lo directa. Usualmente no era de hablar de estos temas.
—¿Cómo están las cosas con Leo? —En vista a su incomodidad fui a responder, sin embargo, él no había terminado de hablar así que cerré la boca, como un pez fuera del agua—. Hace unos días que no lo veo alrededor.
¿Cómo era que no sabía? A estas horas ya debía ser comidilla.
Apreté los labios en una gruesa línea, al final por mucho que intentara olvidar el tema, tenía que contarle, después de todo a nadie mejor que él.
—¿De verdad no lo sabes todavía?
Elevó una ceja.
—No.
—Yo... —Me costaba un poco de trabajo decírselo, sentía que la intensidad de su mirada llegaba a lo más profundo de mi estómago—, descubrí que todo este tiempo me ha estado engañando esa barbie...
—¿Megan?
—Esa misma, debes conocerla muy bien, pasó por tus manos el año pasado a finales del verano —Noté la lengua amarga y me di cuenta que mi comentario no le sentó muy bien, pero lo disimuló mirando hacia otro lado. Se aclaró la garganta—. Resulta ser que alguien me envió unas fotos el viernes de ellos dos manoseándose en la fiesta. En ese momento quise explotar de rabia al plantearme que estuve haciendo el papel de estúpida, ¿por cuánto tiempo? Te adelanto que la liga entre el alcohol y la rabia no da un buen resultado, al final terminé enviando una respuesta bastante comprometedora, solo que al chat equivocado, que resultó ser el tuyo, por suerte. El resto de la historia ya la sabes.
—Es un imbécil que no merece todo el tiempo que invertirste en él.
Su tono destilaba rabia y rencor, incluso más de lo que yo me había permitido. Me encogí de hombros para demostrarle que me importaba poco, y así él no se quedaba preocupado.
—Como el mensaje nunca le llegó jamás se enteró que habíamos terminado, hasta hoy. Lo encontré en el cuarto de los instrumentos de limpieza metiéndole la lengua hasta la garganta a esa rubia, otra vez.
Lo vi apretar los puños, volviendo aún más pálida la piel de sus nudillos y haciendo que sus venas fueran más visibles, desde el dorso de su mano hasta el codo. En el dedo anular tenía un anillo negro ónix con bordes y divisiones de plata y en el dedo índice uno negro completamente, a excepción de un fino borde también plateado que hacía ver sus manos muy ¿sexys?
Sacudí la cabeza y desvié la vista hacia otro lado, ni siquiera sabía en qué estaba pensando.
—¿Ha vuelto a buscarte?
—Me envió un par de mensajes para intentar hablar conmigo, pero los he dejado en visto.
—Cuando me encuentre a ese...
La encargada de la biblioteca se asomó por encima del panel de vidrio de su escritorio para mandarnos a callar.
Le dediqué una mirada de disculpa antes de devolver mi atención a Alex.
Negué con la cabeza.
—No, no pierdas tu tiempo, al parecer está enamorado de verdad de esa chica. Me doy cuenta de esas cosas —Me mordí el labio inferior y escondí mi cabello tras las orejas, permitiéndome un momento de debilidad—. La verdad es que no sé qué tenga ella que yo no.
Su voz volvió a tornarse seria.
—No vuelvas a decir eso, saltamontes. Eres luz a dónde quiera que vayas, así como también eres la chica más torpe que conozco, da igual lo tanto que te esfuerces en atender el camino, terminas tropezando con tus propios pies y es lindo ver cómo te enfadas cuando eso ocurre, tus mejillas se colorean, cualquiera con ojos en la cara debería ser capaz de darse cuenta de esos pequeños detalles, yo... —se interrumpió a sí mismo y yo no pude ocultar la arruga de confusión que se formó en mi entrecejo—. Es decir, tienes un corazón enorme con espacio incluso para aquellos que no lo merecen. Y siempre regalas buenos dolores de cabeza a dónde quiera que vayas, no lo voy a negar, pero con una de tus risas extrañas logras repararlo. Si te preguntas cómo te he aguantado todos estos años, ahí tienes tu respuesta.
Quería que lo tomara en serio, pude verlo en el brillo de su mirada.
Se rascó la comisura derecha de la boca más por manía que otra cosa y me miró, esperando una respuesta de mi parte.
Si algo amaba de Alex era esa delicadeza con la que siempre me trataba.
—¿Ves? Por eso es que eres mi mejor amigo, siempre vienes con lo que necesito escuchar —Le lancé un beso, sintiéndome un poco más animada—. Solo Chloe y tú hablan tan lindo de mí.
Palmeé la mesa dando por terminado mi proyecto y comencé a recoger el reguero que había armado allí.
Alex siguió sentado, totalmente despreocupado, su momento de seriedad había pasado. El móvil sonó desde mi bolsillo trasero y le hice una seña para que terminara de guardar mis cosas antes de lanzarle un beso al aire nuevamente y alejarme un poco.
—Servicios funerarios, ¿qué desea?
Escuché a la señora directora resoplar con fastidio y vi de reojo cómo Alex se aguantaba la risa. Lo fulminé con la mirada y volví mi atención al móvil.
—¿Cuándo dejarás de hacer eso? —preguntó, pude definir que la molestia manchaba su voz como casi siempre. A veces me preguntaba si mi presencia le amargaba la vida a tal punto de pasarse cada hora enfadada con el mundo o solo era producto del estrés del trabajo.
—No sería yo entonces. —Aunque no es que me conozcas mucho, me hubiera gustado decir.
—Como sea —me cortó, restándole importancia igual que siempre, no se escuchaba para nada alegre, repito, aunque no era nada nuevo, estaba de malhumor—. Josh ha venido a hablar conmigo.
Valiente viejo metiche. Un día de estos le echaría picante al enterizo que se ponía para trabajar, a ver si iba a dejar de tener tanto tiempo libre para molestar a los demás.
—Yo no... —intenté explicarme.
—Sí, tú sí. Te han expulsado del turno nuevamente y no te bastó, Andrea. Estás a otra inasistencia de perder el derecho a presentarte al examen de matemáticas y con eso, a muy poca distancia de reprobar el curso, ¿sabes la mancha tan horrible que puede dejar eso en tus cartas de solicitud para la universidad? No puedo estar sacando la cara por ti cada vez que tienes un problema, ya estás bastante grandecita —¿Había edad para que tu mamá dejara de sacar la cara por ti? Otra pregunta que moriría en mi boca—. Encima no tuviste la decencia de arreglar el desastre que hiciste, ni siquiera porque el mismísimo Josh te lo pidió, preferiste escapar de allí y dejar todo hecho un desastre.
Ni siquiera sé había molestado en preguntarme qué hacía o si me encontraba bien, ella solo hacía sus suposiciones y sacaba sus propias conclusiones.
—Lo dices como si le hubiera negado un vaso de agua después de cruzar dos veces el desierto. Él no me lo pidió, mamá, me lo exigió y me amenazó con ir a contarte si no lo hacía, cosa que veo que cumplió al pie de la letra —interrumpí con voz amarga.
—Como sea, Andrea, ya no es tiempo de excusas, eso se va a resolver de todas formas. He hablado con tu profesor y me ha recomendado que te busque un alumno que pueda hacer la función de tutor a ver si así logras salvar el año, que es el último.
—No necesito que nadie me ayude, yo puedo sola.
—Sí, me lo has dejado bastante claro con todo esto —comentó con ironía—. Elige, o en las próximas horas buscas tú quien te pueda ayudar de buena gana o me veré en la obligación de interceder.
Giré los ojos aún sabiendo que ella no podría verme.
Odiaba cada vez que se ponía a ordenarme cosas sin consultar conmigo, su única preocupación era guardar las apariencias para no quedar en vergüenza frente a los demás.
¿Dónde quedaba lo que yo quería?
—Chloe puede hacerlo, nadie me conoce mejor que ella, tiene paciencia y es muy buena enseñando.
—No está en discusión entonces, es una excelente chica, estoy segura de que te va a ayudar, después de todo es tu mejor amiga ¿no? Lo único rescatable de tu día a día, lástima que no pueda decir lo mismo de nuestro vecinito —terció, por primera vez me estaba apoyando en una de mis decisiones, pero claramente, no podía luchar contra el impulso de cagarla, aunque sea al final—. Y en cuanto al desastre que dejaste, como te dije antes, ya se solucionó, después de clase Josh te esperará para darte las instrucciones de tu castigo, aunque te adelanto que el teatro necesita una buena capa de pintura y nadie mejor que tú para hacer el trabajo, que desbordas tanta energía.
—¿Qué? ¡No puedes hacer eso mamá, había quedado con mis amigos en salir para dar una vuelta! —protesté, pateando el suelo.
Volví a escuchar el regaño de la bibliotecaria, pero lo pasé por alto.
—Claro que puedo jovencita, soy tu madre y la directora de este instituto, si fueses un poco más responsable nada de esto estaría pasando, las vueltas las das si quieres alrededor de tu eje mientras te replanteas si tu actitud es la correcta o no.
Si no hubiese nacido nada de esto estaría pasando, lógicamente, una lástima que yo no pudiera virar el tiempo atrás para interceder. Seguro que no llegaría a notar mi ausencia.
—Te odio —escupí las palabras.
—Ya se te pasará. —Y colgó para zanjar el tema. Pateé el suelo de nuevo, furiosa con el mundo por estar en mi contra ese día.
Así era ella, lo que no le convenía intentaba cambiarlo para que se hiciera a su modo, si no lo lograba, hacía como que no existía. Supongo que por eso llevaba tantos años dejándome a mi suerte.
Hasta me da lástima con Leo, pero sigue siendo un idiota de primera.
¿Alguna vez se han enamorado de alguien dañino para ustedes?
Pregunta extra: ¿Son de hacer listas para organizarse mejor? Yo sí, aunque luego nos las utilice😂.
Si te ha gustado el capítulo, déjame saberlo, o regálame una estrella si no eres buena con las palabras⭐
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