22. El admirador secreto
—¿Entonces vas a volver a la fotografía?
—En realidad nunca lo he dejado, es solo un hobbie —admití, ajustando el lente.
—Uno que se te da muy bien, por cierto.
—No digas tonterías. —Bufé una risa, insegura.
Una hoja seca crujió bajo la suela de mi zapato y detrás de ella, otras. Parecía quedarle poco al otoño. Antes de que eso ocurriera quería aprovechar para hacer una sesión de fotos a mi mejor amiga, un regalo que muchos años después pudiera seguir conservando y, de alguna manera, que le recordara a mí.
Decidió dejar el tema y lo agradecí. Durante el verano asistí a un curso de fotografía que, si bien me había aportado nuevos datos, la mayoría de las cosas ya las sabía gracias a mi insaciable curiosidad. El último día el profesor se acercó a felicitarme. Habíamos hecho una especie de concurso dentro de la misma clase y yo había sido la ganadora. Me propuso exponer alguno de mis trabajos y yo accedí encantada. Ese fue el primer y único día que pensé que podía llegar lejos con algo que me apasionaba tanto. Mis padres aseguraban que era una pérdida de tiempo, que debía centrarme en la Universidad. Mamá apenas fue unos minutos, casi a regañadientes, mas no mencionó palabra, se dedicó a ignorarme, pero al menos estuvo allí. En cambio, mi padre, nunca llegó. Era una señal, si hubiera sido lo suficientemente buena, mis padres habrían estado orgullosos de mí. Pero no fue así. Y lo fui dejando a un lado.
—¿Ya sabes a qué Universidad vas a aplicar? —preguntó interesada al cabo de unos segundos en silencio.
—Aún no —admití, un poco ausente.
—Deberías ir pensando en ello, no queda casi nada de tiempo y si quieres un puesto en una buena Universidad, tienes que esforzarte un poco con las cartas.
—Ya lo sé, es solo que...
—¿No sabes qué quieres?
Sí que lo sabía, pero decirlo fuera de mi cabeza hacía que la amargura reptara por mi pecho hasta volverse un nudo en mi garganta. Quería estudiar Derecho, me gustaba la idea de poder ayudar a los demás. Pero sabía que era darle un gusto a mi padre, y eso me ponía enferma.
—¿Tú lo sabes?
—Quiero estudiar Medicina —dijo con tono fuerte y decidido.
—Guau, Chloe, pensé que te irías más por el sector editorial. —No pude evitar sonar sorprendida y seguro que mi cara lo mostraba bastante.
—Los libros son mi arma secreta contra la decepción que siento hacia el mundo e incluso hacia mí misma. Es que me conozco tanto que a veces me aborrezco y contra eso, ellos son mi único salvavidas. Pero sé que una vez que lo vuelva una obligación, la pasión se volverá un castigo, y no quiero eso. En cambio, he decidido aprender también a salvar la vida de otros.
Ella no tenía ni la menor idea de lo hondo que me habían calado sus palabras, porque algo muy similar era para mí la fotografía. El lente era el arma que yo tenía para rescatar los pocos fragmentos de sinceridad que todavía existían, era como tomar prestada el alma de una persona y leerla, desentrañar sus miedos y sus más profundos anhelos.
—Es muy bonito eso que has dicho, Chloe.
Esperé una sonrisa de su parte que nunca llegó. De pronto su semblante se tornó más opaco, inseguro.
—¿Pero porque yo, Andy? —Fue incapaz de dejar el tema a medias—. Hay miles de modelos más bonitas que seguro no tendrían ningún inconveniente en ayudarte, hasta un árbol tiene más gracia que yo —refutó a mi pedido inicial, mientras seguía caminando a mi lado, intentando convencerme de algo que no era cierto.
A veces me sacaba de quicio ver como se empeñaba en opacarse a sí misma. Solía usar argumentos en los que se comparaba con otros que, a su entender, eran mejores, ya que sentía la necesidad de demostrarle a los demás que ella tenía razón y así poder quedarse tranquila en su rincón. Ella no se cansaría de negarlo, pero yo tampoco de demostrárselo porque para eso estaban las amigas, para velar por ti cuando tú no fueras capaz. Chloe era maravillosa, solo le faltaba creérselo, entonces, se comería el mundo.
—Chloe, quiero intentarlo de nuevo, esta vez sin la presión que genera tener la necesidad de satisfacer a todo el mundo, solo la cámara y yo, y quiero que seas tú quien me acompañe porque necesito de la calma que me proporciona un lugar conocido.
Apretó los labios, meditándolo, y cuando soltó un largo suspiro, supe que tenía la batalla ganada.
—Vale —aceptó, resignada— pero solo porque sé que es difícil enfrentarse sola a algo que nos da temor.
Sonreí y me puse de puntillas para dejarle un beso rápido en la mejilla. Se separó a toda velocidad y fingió una mueca de desagrado.
Esa era mi chica, amarga como la cáscara de una naranja, pero con un gran corazón.
Le pedí que nos detuviéramos allí un momento, el lugar tenía la iluminación y el fondo perfecto. Ella accedió. Tuvo la intención de dejar el libro que estaba leyendo en uno de los bancos pero me negué enseguida, quería inmortalizarla así, siendo feliz en medio de el agite del mundo. Esperé a que se sintiera a gusto, y entonces comencé.
Durante esos minutos, nada más importó, para Chloe solo era ella y las páginas; para mí, fuimos el viento, la cámara y yo. No había nada más adictivo que el sentirse libre.
Tomé unas cuantas fotos, jugando con las hojas al caer, los contrastes y sus expresiones conforme avanzaba en la lectura, e incluso la hice responder alguna que otra pregunta. El resultado la dejó boquiabierta y yo no pude sentirme más orgullosa.
Dimos por terminada la sesión. Nos tomamos de la mano, como siempre, porque no sabíamos cuál de las dos era más despistada, y miramos a ambos lados antes de cruzar la calle. Cuando llegamos al establecimiento, la campanita de la puerta principal tintineó alegre, avisando a los demás clientes que habíamos llegado. Chloe señaló la mesa del fondo, la que estaba pegada a la pared de vidrio con vistas a la calle, y enseguida ocupamos los puestos, una frente a la otra. El mesero no tardó en llegar, era un chico bastante alto pero con poca masa muscular, de una espesa cabellera negra azabache, al igual que sus ojos, que hacía resaltar la palidez de su piel. En la camiseta verde tenía el logo del lugar y su nombre, Sebastian.
—¿Ya saben qué van a pedir, señoritas? —habló con una propiedad como si fuera mayor que nosotras cuando en realidad parecía llegar apenas a los diecisiete.
No habíamos visto el menú pero tampoco teníamos que pensar, no era la primera vez que visitábamos el lugar, y ya veníamos con el pedido en mente.
—Dos batidos de helado, uno de maní y otro de chocolate.
—Muy bien, ¿desean algo para picar?
Miré a Chloe pero ella no estaba muy puesta para las cosas así que volví a hablar por las dos.
—Síp, dos hamburguesas, la mía sin ketchup, por favor, pero con mucho tomate y mayonesa.
Arrugó el entrecejo, un poco confundido.
Sí, ya estaba acostumbrada a esas miradas, y lo admitía, tenía gustos un poco raros, amaba el tomate, pero sentía cierta repulsión por el ketchup.
Le sonreí inocentemente y él tomó nota.
—Marchando —dijo, haciendo un saludo militar con dos dedos, antes de alejarse.
Miré la hora en mi móvil y volví a apagarlo para dejarlo con la pantalla hacia abajo sobre la mesa.
—¿En qué piensas?
Tenía la barbilla apoyada sobre su puño, mirando a algún punto inespecífico al otro lado de la calle.
—En todo y en nada a la vez. —Se encogió de hombros—. Es bastante complicado.
—¿Por qué lo dices?
—No hay una razón puntual, es más bien, una reflexión que me ha llegado de pronto. Siempre tenemos la cabeza llena de ideas, mientras caminamos por ahí, mientras nos damos una ducha o tomamos el desayuno, vamos pensando en todo y a la misma vez en nada, pero tenemos la capacidad de que al llegar cierto momento, podemos escoger una y poner el pausa todas las demás.
No le respondí, no sabía hacerlo, pero la entendía a la perfección.
Chloe era bastante complicada. A veces me sentía estúpida a su lado, no por nada malo, sino porque era tan inteligente que lograba dejarme varios kilómetros atrás y todavía sabiendo que esperaba algo de mí, no podía responderle, y eso quizás la hiciera sentir mal, incluso sola.
—¿Sabes? —Para mi sorpresa, continuó hablando, esta vez dándome la cara, la mía seguro se veía como la de una niña al que se le va a contar su historia favorita, feliz y ansiosa porque, aunque ella no lo supiera, que decidiera compartir conmigo el enredo de su cabeza, me hacía sentir muy afortunada, en cambio la suya tenía esa expresión que pones cuando tu mente está tan lejos que apenas te das cuenta que alrededor hay más personas, de que el mundo sigue su curso. Continuó hablando—. Justo ahora estoy pensando en eso que te dije hace un momento.
—¿Que es difícil enfrentarnos solos a las cosas que nos dan miedo? —cité.
—Sí, exacto. No es solo que alguien te dé la mano al cruzar un puente porque te aterran las alturas, o ir escuchando tu playlist favorita mientras vas por la calle con la ansiedad a tope. Se puede aplicar a cualquier cosa.
A cualquier cosa, claro. Algo me estaba ocultando y me arriesgaba a decir que tenía que ver con ese chico de las carreras porque nunca antes se había acercado a nadie más.
—No des más vueltas Chloe, dime qué pasa.
Nuestra conversación se vio interrumpida por la llegada de la comida.
—Qué oportuno —dije, malhumorada, pero ella me miró.
El chico colocó cada cosa con sumo cuidado delante de nosotras, teniendo en cuenta lo de cada una. Chloe le regaló una sonrisa como agradecimiento, logrando teñir las pálidas mejillas del chico, que se rascó la sien, nervioso.
—¿Algo más? —preguntó casi en un balbuceo, sin perderla amabilidad.
Negué suavemente, intentando ser de la misma forma con él.
—Gracias, cualquier otra cosa, te avisamos.
Asintió con los labios apretados, dio media vuelta con la charola en la mano y fue hacia el mostrador.
Algo llamó mi atención.
—¿Tú has puesto eso ahí?
—¿Yo?
—El corazón de papel, Chloe.
—Me hubieras visto hacerlo.
Era verdad.
En la primera persona que pensé fue en Alex pero enseguida descarté la idea cuando deshice los dobleces y los trazos de tinta conocidos me dieron la bienvenida otra vez. Los mismos desde hace un tiempo para acá. Eran gráciles y delicados, como si el autor de las notas llevara tiempo ensayando la letra para que quedara perfecta.
Esa vez la nota era larga y conforme la leía mi entrecejo se iba arrugando cada vez más.
¿Cómo demonios sabía todo eso de mí?
—¿Qué pone esta vez?
Volví al principio, leyendo con lentitud, pero me quedé anclada en una oración.
Tú no sabes que ella es como llegar al borde del precipicio, llenarte los pulmones de aire y gritar hasta rasparte la garganta.
Me apoyé sobre el espaldar del asiento para poder darme la vuelta, y con los ojos vidriosos por las lágrimas le di un repaso a todo el lugar, pero no vi a nadie que despertara mi interés.
Inhalé hasta que mis pulmones protestaron y luego solté el aire por la boca.
Necesitaba calmarme.
¿Cómo era posible que alguien supiera cosas así de mí? Era tan... profundo.
—¿Acaso será él?
—¿Quién, el camarero?
—Pues sí.
Levantó ambas cejas, curvó las comisuras de sus labios y suspiró una risa.
—No, no lo creo Andy.
—Vale. —Mordí mi labio inferior, esforzándome por serenarme.
Me acomodé sobre el asiento, me limpié debajo de los ojos, volví a formar el avioncito y lo guardé con cuidado en el bolsillo de mi sudadera para que no se le dañara ninguna punta.
—Ya hablaré con él antes de irnos porque, veamos Chloe, si no es suya, alguien tuvo que habérsela dado.
—Concuerdo contigo.
Enarqué una ceja. Sus escuetas respuestas estaban un poco fuera de lugar. Quería estar equivocada, pero sospechaba que ella sabía algo más de lo que me estaba diciendo.
—Chloe —la llamé.
Su teléfono se iluminó e inmediatamente, sin siquiera mirar de quién se trataba, levantó la cabeza en el mismo momento en que la campanita de la puerta sonó.
No quería imaginar de lo que se trataba, pero lo sabía, incluso antes de que se quedara parado a mi lado y su perfume me acariciara la nariz.
—Yo... —intentó decir algo pero se cortó a sí misma.
Respiré profundamente, conteniendo el enojo que comenzaba a burbujear en mi estómago.
—¿Le has dicho que viniera? —pregunté con un deje de dolor y rabia en mi voz.
—Sí —no titubeó, ni siquiera parecía arrepentida, aunque sí un poco temerosa. Hice el amago de ponerme de pie, pero su agarre y la disculpa que me daban sus ojos, me detuvo—, es que pensé que sería un buen momento para que ustedes hablaran.
—¿Hablar de qué, Chloe? ¿De la manera en que decidió por sí solo que lo nuestro debía terminar? ¿De que me vendría de maravilla que toda la escuela lo viera dejándose seducir por la calienta braguetas de Megan, sabiendo que ya me habían hecho lo mismo antes y que fue justo por eso que empezó todo el teatro? ¿O lo de tomar mis sentimientos y tirarlos a la basura como si no valieran nada?
Mierda.
Me arrepentí al instante.
No tenía que haber dicho eso.
Joder, joder, joder.
Pude sentir la intensidad de su mirada sobre mi nuca, haciendo que mi corazón diera un vuelco doloroso dentro de mi pecho.
Me apresuré a levantarme, rompiendo el contacto con ella. Saqué un par de billetes que tenía en el pantalón y los dejé sobre la mesa, junto a toda la comida intacta.
—Andy, para.
Lo hice, mas apenas fue un segundo, dejándome dominar por la rabia.
—No, Chloe, estoy harta de esforzarme por ser lo mejor par a todos y que a la hora de la verdad nadie me tenga en cuenta, ver cómo todos se lamen las heridas sin darse cuenta que yo también recibo los zarpazos. Duele como no te haces una idea.
—Andrea.
Su voz profundamente ronca hizo vibrar mi pecho y, como si tuviera los efectos especiales de una peli, para mí, silenció el resto.
Lo miré, luchando por destilar todo el odio que necesitaba sentir a pesar de que muy en el fondo solo quería que me envolveriera en sus brazos, que me apretara contra su cuerpo hasta que hiciera desaparecer el ardor de mis ojos, que pegara sus labios a mi frente y me susurrara uno de esos te quiero que me hacían sentir en casa.
—Déjame en paz, Alex —pero agregué mirando a Chloe—, los dos, si de verdad quieren lo mejor para mí... Solo déjenme en paz.
Salí tan rápido que hasta olvidé que quería hablar con el chico que nos había atendido, pero daba igual, en otro momento lo haría, ahora solo quería alejarme de allí. Chloe no tardó en enviarme un mensaje de texto disculpándose, le respondí aceptando sus disculpas y asegurándole que estaba todo bien entre nosotras pero que necesitaba tiempo a solas, ella aseguró entenderlo.
Pasados quince minutos corriendo, llegué a casa, bañada en sudor con aquella sudadera, y con el pecho subiendo y bajando intentando acompasar la respiración. Pensé que podría estar sola pero al escuchar en ruido de algún cacharro sobre la encimera me hizo darme cuenta de que no.
Cerré de un portazo, logrando captar la atención de mi madre, que asomó la cabeza al pasillo.
—¡Cariño, has regresado rápido! —exclamó feliz. Me gustaba verla así, tan animada a pesar de que ahora no pudiera corresponderle, era como la recordaba de pequeña.
Solté el móvil sobre la barra y ocupé uno de los taburetes.
—Hola, mamá.
—¿Todo en orden?
—Sí, ha surgido un imprevisto y por eso me he tardado menos.
Me echó una ojeada por encima del hombro al captar el tono que había utilizado, reparó en mi semblante unos segundos, pero siguió en lo suyo, sin hacer presión. Movimiento inteligente porque si llegaba a girarse en ese instante probablemente le hubiera dicho que me iba a descansar a mi habitación.
—¿Y eso?
—Un encuentro no deseado.
—Bueno, a mí me ha pasado algo parecido hoy. —No esperó a que le preguntara e internamente lo agradecí. Ella continuó—. Así que tengo dos noticias, la buena es que tu padre ha hecho un hueco en su apretada agenda y pasará la cena de Acción de Gracias con nosotras, así que supongo que debe estar por llegar porque prometió ayudarnos.
—No sé si sea tan buena noticia, la verdad.
—No digas eso hija, a pesar de que se ha equivocado mucho, sigue siendo tu padre.
—¿Cuál es la mala noticia?
Ahí si se detuvo, dejó los cubiertos que estaba enjuagando sobre la toalla de escurrir, se secó las manos en su delantal negro y dio la vuelta para sentarse a mi lado.
—La mala es que también me ha dicho que ha invitado a la familia de Alex.
—Genial —acoté con sarcasmo.
—Lo siento, cariño. No me ha dado tiempo de aclararle la situación, encima me lo ha dicho con tanta ilusión porque cree que está vez sí podrá hacerlo bien que no he podido negarme.
—No quiero ver a Alex y fingir que está todo bien entre nosotros, mucho menos después de hoy.
—Así que ha sido eso —interrumpió.
—No quiero hablar de ello, mamá.
—Vale.
Nos quedamos en silencio, yo imaginando lo que estaba por venir y mi madre evaluándome.
—Voy a mi habitación.
—¿A descansar? —sonrió comprensiva.
Suspiré. Ella no tenía la culpa.
—No, voy a cambiarme y enseguida bajo a ayudarte.
Dio dos palmadas al aire y se puso de pie para volver a sus labores.
—¡Estupendo!
Gracias a la nueva noticia subir las escaleras se volvió un martirio porque de alguna manera era tiempo que estaba consumiendo, haciendo que la noche llegara mucho más rápido. Un poco absurdo ya que de igual forma la noche iba a llegar, pero bueno, cada cual se engaña con la mentira que más le gusta.
Me detuve en el segundo escalón, volví a bajarlos y regresé a la cocina.
—Mamá...
Enseguida me gané su mirada.
—Dime, cariño.
—Creo que estoy enamorada de Alex.
Se acercó a mí, cautelosa.
—¿Crees?
Negué con la cabeza.
—Estoy enamorada de Alex.
—Ay mi niña, ven aquí.
Abrió sus brazos para mí y no dudé en cobijarme en el calor que desprendía su cuerpo, su ropa era suave y tenía el olor dulce de las flores.
—Vas a ver que las cosas poco a poco se van a solucionar, ustedes todavía son jóvenes.
—Te he dicho antes que hay otra persona —hablé contra su pecho mientras ella me acariciaba el pelo; los movimientos de sus delicados dedos contra mi cuero cabelludo eran como un sedante. No quería separarme.
—Cariño, he visto como te mira. Llevo bastantes años en esta vida y te puedo asegurar que esa mirada llena de amor, no se puede fingir.
—Soy su mejor amiga, claro que me tiene amor, a su manera.
Dejó un beso en mi cabeza y rompió el contacto para tocar mi mejilla.
—Si tú lo dices.
—Yo lo conozco —intenté convencerme.
—Bueno. —No quiso seguir terciando—, apresúrate para que me ayudes.
Subí de dos en dos los escalones y cuando llegué al último me detuve de nuevo.
—¡Mamá!
Sentí sus pasos apresurados, luego la vi desde el piso de abajo.
—¿Qué pasó?
—Te quiero.
Entonces su rostro se relajó.
—Yo también te quiero, mi niña.
¿Dónde están las #TeamChloe?
Eso que Chloe ha dicho creo que es lo que mejor me representa.
Chismeeee:
¿Ustedes estudian, trabajan?
¿Cuáles son sus sueños?
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