2. Grabada a fuego en la mente
¿Adivinen que hacía yo, de los casanovas más populares del instituto, una noche de viernes?
Exacto. Nada.
Estar sentado en el salón de casa con las piernas estiradas, un tobillo encima de otro, y un tazón de palomitas mientras veía Iron Man por enésima vez en mi vida, porque no importaba el tiempo que pasara, siempre iba a ser de mis películas favoritas.
Había declinado la invitación de Andy y Chloe de ir a la discoteca que habían abierto el verano pasado porque supuestamente pasaríamos una noche de familia, pero ya estaba aburrido de comer palomitas para matar el tiempo y escuchar los ronquidos de papá, que se había quedado dormido durante los últimos diez minutos de película con la cabeza tirada hacia atrás, la boca abierta, mientras que mi hermano estaba demasiado concentrado en su teléfono, soltando de vez en cuando esas sonrisas que yo calificaba como, ha mordido el anzuelo, cuando lograba hacer caer a alguna chica en mis redes.
Miré el móvil en busca no sé de qué y al no encontrar nada lo dejé junto al tazón sobre la mesita que estaba al lado del sofá y que mamá utilizaba para poner el café cuando venía visita.
Me puse de pie para estirarme y fui a la cocina con la intención de ver en qué otra cosa podía entretenerme. Mamá estaba fregando lo que habíamos utilizado en la cena puesto que normalmente se aburría en los primeros minutos de película a no ser que fuera una de las adaptaciones de los libros que tanto le gustaban.
Desde mi altura se veía muy graciosa con aquel delantal negro lleno pegatinas de huevos fritos que cubría su vestido amarillo para que no se le ensuciara. Su cabello castaño claro estaba atado en una coleta alta impidiendo que cayera sobre su frente y complicara su labor. Me puse a su lado y a pesar de que ella utilizaba zapatos con un poco de tacón, apenas me llegaba por el hombro, así que me tuve que inclinar un poco para darle un beso en la sien.
Ni se inmutó.
—¿En qué te ayudo?
Fue el timbre ronco de mi voz lo que logró sorprenderla, haciendo que se llevara la mano libre al pecho.
—Me vas a matar del susto, cariño.
—¿Y eso por qué, señora, en qué pensaba que pegó ese brinco?
Sonrió y con la esponja jabonosa me salpicó la cara.
—¡Oye, respeta a tu madre, jovencito!
Cuando mamá sonreía sus ojos adquirían un brillo deslumbrante que le otorgaba cierta viveza al color ambarino de su mirada, la cual había heredado mi hermano, aunque para ser más justos en la descripción, Aleksander se había quedado con casi todos los rasgos de mamá, mientras que yo con el pelo oscuro de mi padre y el mismo tono grisáseo tanto en la mirada como en el carácter.
—¿Sabes, cariño? —preguntó con tono cantarín.
—¿Qué cosa?
—Ayer me comencé a leer Antes de diciembre, es un libro juvenil que vengo escuchando desde hace rato —admitió emocionada, y yo no pude ocultar el rayo de alegría que me daba poder compartir esos momentos con ella—, porque tú sabes que siempre estoy al tanto de las novedades literarias, y te digo que me tiene súper enganchada, la química entre los personajes es magnífica y la manera en que la autora narra cada pedacito te ata a la lectura de una manera que no te imaginas, es como si no faltara nada, tiene las palabras exactas —me contó sin mirarme, deslumbrada con su descubrimiento, mientras seguía enjuagando los platos. Solía hacer eso, cuando le dabas pie a la conversación de libros, no tenía para cuando acabar y tal parecía que se transportaba al mundo de la historia. Quizá lo que heredé de ella fue eso, la pasión por las letras—. Ya voy terminándolo, ¡y tengo las otras partes que también están en físico! Una es Después de diciembre y la otra es una versión narrada desde el punto de vista del protagonista, que se llama Tres meses, y el más reciente es el de la segunda generación, Las luces de febrero, si mal no recuerdo.
Conforme iba contando me iba entregando los platos para que mi trabajo fuera secarlos y ponerlos en su lugar. No se cansaba de hablar de libros, jamás, cada nueva historia era como una vida para ella.
Mamá llevaba más de dos décadas trabajando en la editorial de la que papá era dueño, ¿se imaginan la historia? La chica recién graduada con uno de los mejores promedios de su generación, en busca del trabajo de sus sueños, llena de chispa y con una actitud de acero, tropieza con una de las editoriales más importantes del sector, obtiene el trabajo y un jefe apuesto y malhumorado, incapaz de mantener una relación formal, pero con una cama con más fama que una pasarela y por donde pasaron cientos de mujeres.
¿El resto de la historia?
La chica brava y luchadora conquista al Don Juan rompecorazones, dando como resultado dos apuestos varones, léase yo como el primero.
Había escuchado esa historia muchas veces en mi vida, de cómo mamá y papá se conocieron, y de todo lo que tuvieron que soportar para estar juntos. Y ni yo me cansaba de oírla narrar, ni ella de suspirar en cada ocasión.
Aspiraba a un amor así de resistente.
Sonreí de nuevo, me encantaba verla así.
—Pero oye —dijo una vez terminó su labor, a mí me quedaba el último plato—, ¿qué milagro no saliste un rato después de la película?
Me encogí de hombros, me daba un poco igual.
—No es que tenga mucho que hacer, la verdad, pero no me apetece salir hoy.
Asintió, pero no estaba conforme con la respuesta.
—¿Y Andy?
Me tensé por el cambio tan drástico de la conversación. O tal vez no lo fue y solo me puse así porque se trataba de ella. Siempre que mamá preguntaba era imposible ocultarme, y no hablo de físicamente, temía que mis expresiones me delataran, así que prefería evitar el tema o, dado el caso, terminarlo lo más rápido posible. Atrapé el aro de que perforaba mi labio inferior, algo nervioso.
—Ella y Chloe salieron de fiesta, es el cumpleaños de Chloe.
Claro que lo escueto de mis respuestas no hacían más que darle pie a seguir preguntando.
—Pues con mayor razón, cariño, se ve feo que no le hayas dedicado la noche a tu amiga en su día.
—No pasa nada mamá, Chloe no es de las que busca atención en un día como hoy, de hecho, estoy seguro de que preferiría estar en su casa, con un libro, se parece mucho a ti en eso. La llamé antes de que quedara con Andrea a ver si le apetecía hacer algo, pero se negó rotundamente. Todavía no sé cómo Andy logró convencerla.
—Entonces, hablando de Andy...
Levanté ambas cejas, inquisitivo.
—También estamos hablando de Chloe, mamá —la interrumpí pero me ignoró. Recostó las caderas al borde de la encimera y yo me crucé de brazos frente a ella, usándolos como una especie de armadura. Hablar más de lo que acostumbraba me hacía sentir, de cierto modo, vulnerable.
—¿Cómo están las cosas entre ella y el novio ese que tiene?
La forma que tenía de referirse a él, oscilando entre el desinterés y lo despectivo, me indicaba que al igual que a mí no le caía bien, no obstante, era lo más delicada posible a la hora de hablar de alguien que no le agradaba, pero siempre con la sinceridad por delante.
—Creo que bien, al menos por parte de ella. Ese idiota se cree la última coca-cola del desierto y se las está dando de listo, pero al tener de su parte a Isabella, ya se salva de cualquiera —bufé repentinamente molesto, quizá, aunque no lo admitiría en voz alta, también celoso—. Mantienen muy buena relación suegra-yerno, según he visto, aunque no sé qué es lo que la impulsa a ello, pero es lo único en lo que esa mujer apoya a su hija. Y por otra parte su padre, que pasa más tiempo en la oficina que con ella, no es que le ponga demasiadas pegas, además, Leo es hijo de un potencial socio, por donde quiera que lo mires, es el yerno ideal.
Mamá bufó también, aquello no le hacíala más mínima gracia, en general las personas interesadas no le hacían gracia, puso los ojos en blanco demostrando su hastío. Se cruzó de brazos.
—No es para menos, desde que Isabella probó la fama se volvió una plástica interesada. Antes solíamos ser amigas, pero después de un ese estúpido malentendido donde creyó que habíamos animado a Andrea a participar en el concurso de fotografía para llevarle la contraria y quitarle su autoridad, se alejó y comenzó a fingir que no me conocía. Ahora que tiene en sus manos al hijo del posible socio para el bufete de su marido, no lo va a dejar ir así de fácil.
Quise contradecirla, pero tenía toda la razón. Esa señora en ocasiones era insoportable, con una sonrisa tan falsa como su empatía. Pocas veces prestaba atención a su hija más que para requerirla por determinado comportamiento o recordarle lo mala que había sido en cierta cosa. Como directora de nuestro instituto y esposa del señor Ricci, uno de los mejores abogados del país y dueño del prestigioso bufete, era la mejor, como madre, no podía deci lo mismo. Sospechaba que a ella no le caía bien, pero después de diecisiete años teniendo que soportar mi amistad con Andy, había aprendido a sobrellevar mi presencia, o ignorarla, como hacía con su hija.
—Bueno mamá, cada quien con sus cosas.
No sabía qué más decir sin comprometer a la familia de al lado, y además, tampoco quería que la atención cayera sobre mí, así que me mantuve en silencio bajo su atenta mirada, sin embargo, ella sí que tenía claro lo que me iba a preguntar.
—¿Cuándo se lo piensas decir?
Desvié la vista hacia mi mano, que jugueteaba con el hilo que escapaba del borde de mi camiseta negra. Pasé la lengua por mi labio inferior, sintiéndome presionado. Vaya pregunta impertinente.
—¿Decir el qué?
Resopló una risa, claramente no creía que fuera tan despistado como para no poderle seguir el ritmo.
—Mira que te gusta hacerte el tonto siempre que hablamos de lo mismo. ¿Cuándo le vas a decir a tu pequeño saltamontes que llevas años enamorado de ella? —abrí los ojos en demasía y levanté la cabeza como si me hubieran instalado un resorte. El pánico se me fue en una abrupta exhalación. No sabía en qué momento se me había escapado aquel ridículo apodo que le había puesto a Andrea desde que éramos niños por ser tan pequeña e intranquila, porque siempre procuré no decirlo delante de mamá, sabía que no pararía de molestarme con ello—. ¿Qué, te sorprende que sepa cómo cariñosamente la llamas en ocasiones o que sepa la verdad?
—No sé a qué te refieres.
—Algún día tendrás que hacerlo.
—¡Ni loco, claro que no! —alegué en un impulso, dejando a un lado el filtro de mi lengua, contrario a como solía ser normalmente, volcoteando mi propio intento de mantenerme inmune a sus preguntas, así que tomé una respiración, intentando calmarme y, con más seriedad de lo que esperaba, agregué—. Ella tiene novio y está feliz con él, yo no voy a arruinar nuestra amistad por una simple atracción. Ella no es como las demás.
—Sí claro, si a simple atracción llamas verla comer cuando viene a casa a almorzar, como si se tratara de uno de esos péndulos que usan para hipnotizar, a babear cuando la ves bailando al ritmo del karaoke a pesar de lo horrible que canta, o a saltar desde tu ventana a su habitación para dormir con ella cuando sus padres van a una de esas cenas de gente importante, pues sí, hijo mío, es una simple atracción —Hizo un ademán para restarle importancia a su ironía sobre mi comportamiento—. Tú sigue haciéndote el rompecorazones con cazadora de cuero y esa moto, que al final vas a terminar como tu padre.
—¿Dormido en el sofá con la boca abierta? —pregunté con tono burlón.
No se contuvo a la hora de soltar una carcajada que le sacudió el pecho. Cuando se calmó miró hacia la sala y tremenda fue la felicidad le pintó el rostro. Se acercó a mí y, como quien tiene en las manos un tierno animalito, colocó una palma sobre mi mejilla y la otra encima del pectoral izquierdo, transmitiéndome su calor justo en el lugar que con tanto recelo escondía. Sonrió dulcemente antes de decir:
—No hijo, sin poder vivir sin ella. —El tatuaje que tenía como barrera entre mi corazón y la realidad, se sintió dolorido de pronto, como si apenas estuviera empezado a ser trazado y su tinta extendiéndose y entrelazándose con las enredaderas que cubrían mi brazo y parte de cuello, asfixiándome, para recordarme que todavía no estaba listo para disolverse y exponer lo que ocultaba.
Sin embargo, de nuevo no supe qué decir, pero apostaba a Marta, mi querida moto, a que me había sonrojado por la intensidad de sus palabras.
Lo que mamá desconocía era que yo ya no me veía capaz de vivir sin ella, que no era posible imaginarme mis días sin esa luz tan suya capaz de encandilar a cualquiera, sin los dolores de cabeza que me provocaban sus meteduras de pata y sus escandalosas risas que, por mucho que me esforzara, se robaba también las mías. Esas eran algunas de las razones por las que no me permitiría dar un paso en falso y arruinar nuestra amistad. Si eso llegara a pasar, el mundo se me vendría encima de nuevo. Andrea era mi salvación.
—Oh, no jodas.
El taco de mi hermano rompió el momento a pasar de haber sido casi una exhalación. Tanto mamá como yo giramos la cabeza para ver de qué se trataba, incluso papá se atragantó con su propia saliva y miró a todos lados, desorientado.
—¿Qué pasó? —pregunó alarmado y mi hermano le dijo que nada, que no debía preocuparse, así que siguió durmiendo como si nada.
Aleksander me miró por un segundo, nervioso, antes de, disimuladamente, intentar ocultar algo detrás de su espalda. Se detuvo al darse cuenta de que así solo llamaba todavía más la atención. Cuando hacía eso, solo indicaba problemas. Problemas de los que me percaté cuando vi mi móvil ya no estaba sobre la mesita y que él lo tenía en la mano.
Crucé la cocina en un par de zancadas y le arranqué el teléfono sin ningún miramiento. Desbloqueé la pantalla, llevándome directamente a un chat abierto que no era el de mensajería normal sino Instagram. Yo no era muy de mostrarme en redes sociales, debía admitirlo, lo mío era de frente si tenía que ser, pero a veces la usaba para ver las publicaciones y los cientos de reels que Andrea y Chloe me enviaban, así que la reconocí al instante.
Los últimos mensajes eran tres fotos que no me detuve a mirar, y un texto corto. Pero lo que reconocí al instante fue el usuario de Andrea.
—¿Qué coño estabas haciendo, Alek? —No sé porqué de pronto estaba tan ansioso y él, en cambio, parecía contrariado. Los nervios se habían esfumado y ahora me mitaba con los ojos entornados.
—Quise crear un perfil de Instagram utilizando tu nombre y figura para ver si me podía ligar a Chloe con la ayuda de Andy, pero bueno, dejaste el tuyo tan a la vista que en realidad solo le di un poco de vida —Se aclaró la garganta para agregar lo siguiente—. No llegué a decirle nada de mi plan a tu amiga porque mandó esos menasajes, solo llegué a poner: ¿Cómo decirle que me gusta? Así que probablemente piense que quieres con ella.
Me tensé, aterrado ante la posibilidad, pero rápidamente el enfado se abrió pasó, dejando rezagado al sentimiento anterior.
—¿Eres imbécil acaso?
—Alex, no le hables así a tu hermano.
Me imaginé a mi madre con el ceño fruncido y los brazos en jarra desde el comedor. Negué en señal de desaprobación.
—Estupendo —mascullé.
Me dieron ganas de lanzarle el tazón de palomitas a la cabeza pero respiré profundamente porque luego yo tendría que limpiar el desastre.
Me senté junto a papá, descansando los codos en mis rodillas y me llevé las manos a la cabeza, revolviéndome el pelo antes de levantar la cabeza y fijar la vista en la pared de enfrente, cosa que hizo que Alek me mirara con mayor intensidad. Lo miré de soslayo y me di cuenta de que ya no estaba confundido, vi reconocimiento.
Los tacones de mamá sonaron contra las baldosas, lo que quería decir que se había cansado de mirar de lejos y que en menos de nada otra vez la tendría haciéndome preguntas que no era capaz de responder en voz alta.
Mi actividad cerebral parecía haberse multiplicado por cuatro.
Volví a mirar la pantalla.
No eres tú el que me calienta, cabrón.
Sin embargo, no fue el enunciado lo que me dejó sin aire, sino las fotos, quien aparecía en las fotos.
La primera era un selfie donde aparecía una chica castaña de espaldas, que estaba casi seguro de que era Chloe besando a Andy, o al menos fingiéndolo muy bien, las conocía demasiado a las dos como para lograr desmentir la imagen. Pero la que me dejó sin aire y con crecientes problemas de autocontrol fue la segunda y la tercera, en la que Andrea posaba frente al espejo mordiendo su labio inferior, provocativa, y en la otra mostrando una sonrisa seductora que no llegaba a arrugarle los ojos. Ese bosque que tenía por iris, en lugar de darme oxígeno, me lo acababa de robar.
Se me secó la garganta y tragué fuerte antes de bloquear la pantalla.
—¿Qué pasó hijo?
La preocupación en el rostro de mamá era evidente.
—No te preocupes mamá, nada importante —Miré fijamente a mi hermano, retándolo a contradecirme—, la invitación de una fiesta buenísima de la que claramente Alek no va a disfrutar.
Claro que él había visto la foto, no era tan lento.
Lo que yo no entendía era por qué la había enviado a mi chat, no me entraba ninguna razón en la cabeza, pero deseaba borrarle la imagen a Aleksander de un puñetazo en el estómago, por andar en donde nadie lo llamaba. Se salvó por casi nada, yo era demasiado blando como para hacerle eso a él.
Lo que verdaderamente me tenía inquieto era la duda de cómo yo iba a olvidar lo que había visto, porque tenía que hacerlo, si no, ¿de qué manera la miraría a los ojos sin querer devorarla entera?
Ya la tenía en mi corazón por más que me esforzara en negarlo ante todos.
Ahora también se me había quedado grabada a fuego en la mente.
Pobre Alex, él sin beberla ni comerla y le han impuesto su sentencia.
Pobre ni, ni pobre, debe estar babeando el muy cabrón🤣
¿Qué les pareció leer la versión del gruñón?
Si te ha gustado deja tu estrella, me ayuda mucho para que llegue a más personas🫂
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